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por Invitado Dom Jul 22, 2018 3:48 pm
Creer haber superado el accidente de su mujer no estaba dando resultados positivos en su vida, bah, según sus palabras, desde el día que aquellas dos mujeres partieron de su vida, ya nada tenía sentido. No estaba vivo, estaba vacío, estaba completamente desviado de todas las metas a las que había aspirado junto a su hermosa mujer e hija. Tenía la suerte de que era su propio jefe, pero toda empresa grande debe tener un psicólogo que se encarga de las entrevistas laborales relacionadas a la evaluación psicológica obligatoria y necesaria para ingresar a trabajar. El psicólogo siempre se había mostrado muy cordial a él y con el tiempo, se habían hecho un poco más íntimo, pero no amigos como tal, pero sí tenían una relación amena profesional. Le recomendó que asistiera a un consultorio donde le ayudarían con la depresión que tenía, tal vez le ayudaría a sobrellevar mejor su duelo, tal vez simplemente sentirse escuchado le pudiera servir de algo.
Desde ese entonces, hacía pasado un año. No podía decir que le había ido perfectamente, pero sin dudas estaba un poco mejor, aunque no lo quisiera creer, porque no creía en los psicológos. A sus ojos, eran personas que sólo robaban dinero, que no modifican en nada tu vida, ni te ayudaban tampoco en absolutamente nada, sin embargo, durante ese tiempo que asistió, la doctora le ayudó de forma incalculable. Pero ahora, había otro problema: Su psicóloga había fallecido. Llevaba en su interior un cáncer que la llevó a la muerte en cuestión de semanas. Desde el centro se lo informaron y cuando le ofrecieron elegir a algún otro profesional para continuar su tratamiento, él simplemente dijo que con cualquiera porque de todas formas, nada sería igual, el trabajo con su antigua psicóloga había sido completamente en vano, se sentía raro, pero no sabía cómo expresar porqué se sentía así.
De todas formas, se vistió cómodo pero elegante, como él acostumbraba a hacer. Se colocó sus pantalones negros de vestir, ceñidos al cuerpo. Una camisa blanca y sobre eso, un suéter color bordó. Se arregló el cabello de mala gana y se dirigió hasta el consultorio. En su humor, se notaba las pocas ganas de ir, el poco entusiasmo en sí. Revisó el móvil y esbozó una triste sonrisa al ver en el fondo de pantalla una hermosa foto de su niña, vestía con un traje de baño rosa y jugaba con arena en la playa. Suspiró e hizo un mohín.
Extrañaba con toda su vida a esa pequeña. Y no tenerla en sus brazos, no verla crecer, no verla sonreír o protegerla, hacía que cada día de su vida fuera más y más difícil seguir. No se lo podía culpar tampoco, aunque él supiera que en el fondo sí lo era.
Llegó finalmente al consultorio de su doctora y allí se sentó en la sala de espera, tomando una revista, por suerte actual, para poder leer mientras aguardaba por su turno.
Desde ese entonces, hacía pasado un año. No podía decir que le había ido perfectamente, pero sin dudas estaba un poco mejor, aunque no lo quisiera creer, porque no creía en los psicológos. A sus ojos, eran personas que sólo robaban dinero, que no modifican en nada tu vida, ni te ayudaban tampoco en absolutamente nada, sin embargo, durante ese tiempo que asistió, la doctora le ayudó de forma incalculable. Pero ahora, había otro problema: Su psicóloga había fallecido. Llevaba en su interior un cáncer que la llevó a la muerte en cuestión de semanas. Desde el centro se lo informaron y cuando le ofrecieron elegir a algún otro profesional para continuar su tratamiento, él simplemente dijo que con cualquiera porque de todas formas, nada sería igual, el trabajo con su antigua psicóloga había sido completamente en vano, se sentía raro, pero no sabía cómo expresar porqué se sentía así.
De todas formas, se vistió cómodo pero elegante, como él acostumbraba a hacer. Se colocó sus pantalones negros de vestir, ceñidos al cuerpo. Una camisa blanca y sobre eso, un suéter color bordó. Se arregló el cabello de mala gana y se dirigió hasta el consultorio. En su humor, se notaba las pocas ganas de ir, el poco entusiasmo en sí. Revisó el móvil y esbozó una triste sonrisa al ver en el fondo de pantalla una hermosa foto de su niña, vestía con un traje de baño rosa y jugaba con arena en la playa. Suspiró e hizo un mohín.
Extrañaba con toda su vida a esa pequeña. Y no tenerla en sus brazos, no verla crecer, no verla sonreír o protegerla, hacía que cada día de su vida fuera más y más difícil seguir. No se lo podía culpar tampoco, aunque él supiera que en el fondo sí lo era.
Llegó finalmente al consultorio de su doctora y allí se sentó en la sala de espera, tomando una revista, por suerte actual, para poder leer mientras aguardaba por su turno.
Invitado
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por Mei Aoyama Dom Jul 22, 2018 11:25 pm
Cerró entonces su cuaderno de apuntes una vez diera por finalizada la sesión con su paciente, dándole las indicaciones correspondientes para la próxima vez que se vieran. Era gratificante cuando aquellos que buscaban ayuda en ti se iban con la convicción de que se estaba haciendo un buen trabajo dentro de las sesiones, eso le incitaba a trabajar todavía más duro por ellos, para que siguieran confiando y volviendo donde ella. Se despidió de manera cordial y acompañó a su paciente hasta la salida del box yendo donde la secretaria para que le agendara la próxima hora. Tomó entonces la lista de sus próximos pacientes y vio que el siguiente era aquel del que le había hablado Miyuko, su secretaria, pues la semana pasada había solicitado una hora con ella. Era curioso cuanto más pues sí que había oído hablar de aquel particular hombre, famoso sin duda en el mundo de los negocios, pero jamás creyó tener que atenderlo. No estaba muy al tanto de su vida por eso no se podía hacer una real idea del motivo por el cual la buscaba. —¿Habrá llegado el paciente de las 4?— le preguntó con su fina voz. Miyuko le asintió y le indicó en la sala de espera.
Se volteó con tranquilidad y sus ojos se encontraron con una imagen que difícilmente se le borraría de la cabeza: un hombre elegante de profundos ojos estaba a la espera de su llamado, cabello un poco alborotado pero no por eso desarreglado, ropa adecuada y una postura muy demandante. Se acercó. —¿Sr. Dekovic— le habló para llamar su atención. Sus ojos se cruzaron demostrando el evidente descontento y malhumor del otro. Le sonrió. —Estimado, pasemos al box— le indicó, caminando hacia el interior y esperando que el contrario ingresara para poder cerrar la puerta y así tener privacidad.
Una vez tuviera todo listo, comenzó con el encuadre pertinente. —Primero que todo voy a presentarme. Mi nombre es Mei Aoyama, psicóloga de profesión hace 4 años. Tengo entendido que usted solicitó una hora conmigo por voluntad propia, ¿es así?— quiso corroborar aquello pues algunos pacientes llegaban porque otras personas los mandaban, y era importante saber ese tipo de datos. —Quiero comentarle que las sesiones aquí siempre serán una vez por semana en el mismo día y mismo horario, a menos que exista una urgencia que nos imposibilite realizarlas en esos horarios se avisará según corresponda. Cada sesión es de 50 minutos cronológicos, en caso de que llegue tarde esos minutos los perderá y por ende la sesión será más corta— le explicó para que desde un inicio las cosas estuvieran claras. Le observaba en todo momento; que intrigante y fuerte mirada. —Un día antes de que tenga que venir le llamaremos para confirmar o no su asistencia— finalizó, observando sus reacciones con elegancia.
Se acomodó un poco el flequillo, dando espacio para que el contrario reflexionara respecto a la información entregada. —En vista de todo esto cuénteme entonces, ¿qué lo ha traído por acá? ¿Había ido anteriormente con un psicólogo es primera vez que viene a uno?— consultó con algo de curiosidad, no todos los días le llegaba a su trabajo un hombre de esas características. ¿Que era eso que lo estaba aquejando?
Se volteó con tranquilidad y sus ojos se encontraron con una imagen que difícilmente se le borraría de la cabeza: un hombre elegante de profundos ojos estaba a la espera de su llamado, cabello un poco alborotado pero no por eso desarreglado, ropa adecuada y una postura muy demandante. Se acercó. —¿Sr. Dekovic— le habló para llamar su atención. Sus ojos se cruzaron demostrando el evidente descontento y malhumor del otro. Le sonrió. —Estimado, pasemos al box— le indicó, caminando hacia el interior y esperando que el contrario ingresara para poder cerrar la puerta y así tener privacidad.
Una vez tuviera todo listo, comenzó con el encuadre pertinente. —Primero que todo voy a presentarme. Mi nombre es Mei Aoyama, psicóloga de profesión hace 4 años. Tengo entendido que usted solicitó una hora conmigo por voluntad propia, ¿es así?— quiso corroborar aquello pues algunos pacientes llegaban porque otras personas los mandaban, y era importante saber ese tipo de datos. —Quiero comentarle que las sesiones aquí siempre serán una vez por semana en el mismo día y mismo horario, a menos que exista una urgencia que nos imposibilite realizarlas en esos horarios se avisará según corresponda. Cada sesión es de 50 minutos cronológicos, en caso de que llegue tarde esos minutos los perderá y por ende la sesión será más corta— le explicó para que desde un inicio las cosas estuvieran claras. Le observaba en todo momento; que intrigante y fuerte mirada. —Un día antes de que tenga que venir le llamaremos para confirmar o no su asistencia— finalizó, observando sus reacciones con elegancia.
Se acomodó un poco el flequillo, dando espacio para que el contrario reflexionara respecto a la información entregada. —En vista de todo esto cuénteme entonces, ¿qué lo ha traído por acá? ¿Había ido anteriormente con un psicólogo es primera vez que viene a uno?— consultó con algo de curiosidad, no todos los días le llegaba a su trabajo un hombre de esas características. ¿Que era eso que lo estaba aquejando?
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Mei Aoyama
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por Invitado Lun Jul 23, 2018 12:43 am
La realidad es que no estaba seguro de cuántos minutos habían pasado desde que llegó. Él simplemente se sentó, observó con muchísima atención la información que le ofrecía aquella revista. La mayoría de los temas desarrollados en ella eran de farándula, de personas adineradas y famosas como él en el lugar. Había también, personajes que no los conocía nadie y eso sí que le molesto, pues habían personas mucho más importante y aportadores a la sociedad que un par de ridículos que hacían cosas, no inútiles, pero que claramente no lograban un progreso en la sociedad… Bueno, no es como si lo que él hiciera fuera un progreso para la sociedad, pero al menos un buen porcentaje de sus ganancias eran entregadas a un comedor comunitario para gente de bajos recursos y barrios populares.
Su enojo se focalizó tanto en esa mediocre nota que, casi sin quererlo, arrugó los costados de la revista y no escuchó las palabras de la joven mujer que le hablaba, por lo tanto, al momento de escucharla, su respuesta fue un sobresalto que le aceleró el corazón y una mirada de molestia, seria. —Voy—. Respondió con desgano y se acomodó erguido y un poco soberbio en un sillón de un espantoso color marrón, hizo un gesto de desapruebo, intentando que la joven no se diera cuenta de ellos. —Eh, mi psicóloga falleció. Llevaba tiempo con ella, he venido con un cuarenta por ciento de aprobación y voluntad de mejorar y el sesenta por ciento restante obligado por los profesionales de mi propia empresa—. Qué ironía, él era el jefe pero algunos de sus empleados lo mandoneaban a él como si la situación fuera al revés. —No me gusta demasiado hablar, pero estoy consciente si debo hacerlo, así que no quiero prolongar este precoz y valioso tiempo con preguntas estúpidas—. Se cruzó de piernas y de brazos, con una expresión molesta e irritable, mientras que su mirada se iba encontraba nuevamente con la de la fémina, hermosa, cabía destacar. No podía evitar desviar sus ojos al cabello largo y oscuro de la mujer. Le recordaba un poco a ella.
Bajó la mirada y sintió como el mundo se le venía debajo de pronto, suspiró y en el momento de exhalar el aire lo hizo de forma ruidosa, casi aceptando con resignación lo que le había ocurrido. —No creo que esto tenga sentido, es una maldita pérdida de tiempo. Yo ya había hablado con alguien de lo que me sucedió y no creo que sea bueno revivir todo lo que he pasado. Es una lástima que la psicóloga que me atendía muriera, yo debería estar en mi empresa trabajando y viendo los talleres de costura y producción en vez de estar sentado aquí, perdiendo tiempo y haciéndotelo perder a tí—. Largó un bufido ruidoso, casi acompañándolo de un puchero. Como un niño pequeño y caprichoso. Sin embargo, ya había pagado y estaba allí. Debería quedarse finalmente, había pagado ya.
Podría simplemente irse si así lo deseara, después de todo, la sesión se perdería y él ya nunca más regresaría a ese lugar.
Su enojo se focalizó tanto en esa mediocre nota que, casi sin quererlo, arrugó los costados de la revista y no escuchó las palabras de la joven mujer que le hablaba, por lo tanto, al momento de escucharla, su respuesta fue un sobresalto que le aceleró el corazón y una mirada de molestia, seria. —Voy—. Respondió con desgano y se acomodó erguido y un poco soberbio en un sillón de un espantoso color marrón, hizo un gesto de desapruebo, intentando que la joven no se diera cuenta de ellos. —Eh, mi psicóloga falleció. Llevaba tiempo con ella, he venido con un cuarenta por ciento de aprobación y voluntad de mejorar y el sesenta por ciento restante obligado por los profesionales de mi propia empresa—. Qué ironía, él era el jefe pero algunos de sus empleados lo mandoneaban a él como si la situación fuera al revés. —No me gusta demasiado hablar, pero estoy consciente si debo hacerlo, así que no quiero prolongar este precoz y valioso tiempo con preguntas estúpidas—. Se cruzó de piernas y de brazos, con una expresión molesta e irritable, mientras que su mirada se iba encontraba nuevamente con la de la fémina, hermosa, cabía destacar. No podía evitar desviar sus ojos al cabello largo y oscuro de la mujer. Le recordaba un poco a ella.
Bajó la mirada y sintió como el mundo se le venía debajo de pronto, suspiró y en el momento de exhalar el aire lo hizo de forma ruidosa, casi aceptando con resignación lo que le había ocurrido. —No creo que esto tenga sentido, es una maldita pérdida de tiempo. Yo ya había hablado con alguien de lo que me sucedió y no creo que sea bueno revivir todo lo que he pasado. Es una lástima que la psicóloga que me atendía muriera, yo debería estar en mi empresa trabajando y viendo los talleres de costura y producción en vez de estar sentado aquí, perdiendo tiempo y haciéndotelo perder a tí—. Largó un bufido ruidoso, casi acompañándolo de un puchero. Como un niño pequeño y caprichoso. Sin embargo, ya había pagado y estaba allí. Debería quedarse finalmente, había pagado ya.
Podría simplemente irse si así lo deseara, después de todo, la sesión se perdería y él ya nunca más regresaría a ese lugar.
Última edición por Castiel Dekovic el Mar Jul 24, 2018 1:50 pm, editado 1 vez
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por Mei Aoyama Lun Jul 23, 2018 2:53 pm
Escuchó con atención lo que el mayor le iba comentando referente a las preguntas que le había hecho minutos atrás, notando a simple vista que no era un paciente fácil pues ya venía con un porcentaje muy alto de desapruebo a la terapia. Sonrió un poquito, no de forma altanera si no que de gracia pues era poco visto que los empleados mandara al jefe y este les hiciera caso. —Entiendo su punto, totalmente, sobre todo porque no es un cambio de profesional que usted haya querido desde el principio, por el contrario, fue un hecho fortuito y me imagino que ha de ser muy duro para usted tomar la decisión de cambiar de psicóloga finalmente— le observó por unos segundos, en silencio, como queriendo profundizar aquellas palabras. —Porque a pesar de todo me llama la atención que le haya hecho caso a sus empleados. ¿No hubiera sido más fácil simplemente no venir? Si es por el dinero usted debe saber que aunque haya pagado el mes completo sólo se le retiene la tarifa de la primera sesión al usted renunciar de forma voluntaria. Mi secretaria se lo dijo— le comentó con un tono muy pausado y apacible, ideal para tranquilizar a bestias rabiosas.
Se cruzó de piernas de forma elegante y su larga falda le hizo ver aún más estilizada. —¿No será que en el fondo, realmente deseaba venir a pesar de todo?— le preguntó con algo de curiosidad. Si se ponía a pensar un 40% era bastante para no ser mayoría. —Porque finalmente sus empleados le pueden decir una cosa pero eso no significa que usted las siga, porque si le soy honesta, no me lo imagino siguiendo las órdenes de quiénes están bajo su cargo, por el contrario, lo visualizo como un hombre respetable que sabe tomar decisiones, y quizás una de sus decisiones fue esta, venir y esperar que esta sesión le diera resultados, sino, dudo que haya venido— le contuvo la mirada a la espera de alguna reacción de parte suya, fuera negativa o positiva aunque esperaba la segunda. Pero debía ser honesta: realmente creía que ese hombre sería difícil de convencer, se le notaba hasta en la mirada. —Estimado, usted es libre de hablarme o no respecto al motivo real del problema que lo aqueja, yo no soy quién para obligarlo porque entiendo que volver a abrir viejas heridas para algunos es molesto— prosiguió, intentando empatizar con su paciente.
Se acomodó en la silla y dejó a un lado su libreta de apuntes, quería tratar de fortalecer el vínculo terapéutico con él, de que entendiera que ella era un apoyo o eso deseaba ser. No buscaba incordiarlo mucho menos en la primera sesión, pero si ya había venido al menos que le diera una oportunidad a esos 50 minutos que estarían juntos dentro del box, de lo contrario entendería su decisión fuera la que fuera. —Después de todo obligarlo a venir sería la real pérdida de tiempo— le dijo con un tono bajito y comprensiva. —Pero si realmente esto lo tiene inquieto y si le incomoda hablar lo mismo otra vez, ¿por qué no me cuenta como estuvo su día? Al menos para relajarse un poco— le preguntó tranquila, viéndolo en todo momento. Se notaba su interés por saber de él, ¿y qué importaba si era preguntándole de su rutina? Al menos intentaría que se soltara un poco más, lo veía tenso e inquieto y ella no deseaba tenerlo así.
Se cruzó de piernas de forma elegante y su larga falda le hizo ver aún más estilizada. —¿No será que en el fondo, realmente deseaba venir a pesar de todo?— le preguntó con algo de curiosidad. Si se ponía a pensar un 40% era bastante para no ser mayoría. —Porque finalmente sus empleados le pueden decir una cosa pero eso no significa que usted las siga, porque si le soy honesta, no me lo imagino siguiendo las órdenes de quiénes están bajo su cargo, por el contrario, lo visualizo como un hombre respetable que sabe tomar decisiones, y quizás una de sus decisiones fue esta, venir y esperar que esta sesión le diera resultados, sino, dudo que haya venido— le contuvo la mirada a la espera de alguna reacción de parte suya, fuera negativa o positiva aunque esperaba la segunda. Pero debía ser honesta: realmente creía que ese hombre sería difícil de convencer, se le notaba hasta en la mirada. —Estimado, usted es libre de hablarme o no respecto al motivo real del problema que lo aqueja, yo no soy quién para obligarlo porque entiendo que volver a abrir viejas heridas para algunos es molesto— prosiguió, intentando empatizar con su paciente.
Se acomodó en la silla y dejó a un lado su libreta de apuntes, quería tratar de fortalecer el vínculo terapéutico con él, de que entendiera que ella era un apoyo o eso deseaba ser. No buscaba incordiarlo mucho menos en la primera sesión, pero si ya había venido al menos que le diera una oportunidad a esos 50 minutos que estarían juntos dentro del box, de lo contrario entendería su decisión fuera la que fuera. —Después de todo obligarlo a venir sería la real pérdida de tiempo— le dijo con un tono bajito y comprensiva. —Pero si realmente esto lo tiene inquieto y si le incomoda hablar lo mismo otra vez, ¿por qué no me cuenta como estuvo su día? Al menos para relajarse un poco— le preguntó tranquila, viéndolo en todo momento. Se notaba su interés por saber de él, ¿y qué importaba si era preguntándole de su rutina? Al menos intentaría que se soltara un poco más, lo veía tenso e inquieto y ella no deseaba tenerlo así.
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por Invitado Mar Jul 24, 2018 5:51 pm
La verdad es que no tenía forma de refutar a las cosas que la fémina le decía, estaba de verdad en lo cierto, una persona con el poder de decisión que tenía él, habiéndole hecho caso a sus estúpidos empleados era casi tan imperdonable como si le hubieran robado un millón de dólares, sin embargo, ya estaba allí, y más allá de que le reembolsaran el dinero, la verdad es que estar allí no era tan incómodo tampoco. Carrapeó, cruzándose de piernas de forma elegante, moviéndola con mucha suavidad e insistencia, sin buscar ni demostrar su estatus social con sus actitudes pedantes que solían aparecer, que mientras más permaneciera en el anonimato, mejor era para él. —Ha sido una recomendación médica, estimada, el intentarlo de nuevo ha sido una decisión que he tomado en conjunto con un grupo de médicos especializados, pero el psicólogo del equipo médico es íntimo amigo mío—. Estiró la mano, buscando agregarle un poco de ímpetu al diálogo. —Pero usted ya sabe que no sería un diagnóstico confiable ni subjetivo si médico-paciente son amigos—. Se encogió de hombros y juntó sus dedos, jugando con ellos de forma insistente. Resopló e hizo un mohín, casi inflando las mejillas. —Así que estoy aquí, por voluntad propia también, en menor medida pero por voluntad propia al fin. Es sólo que me resulta complicado retomar algo que ya estaba tan avanzado como mi terapia y mi diagnóstico—.
Sonrió de medio lado, casi devolviéndole la gentileza a la joven mujer. —Por cierto, no quiero que dediquemos la entrevista a hablar de mí, de mi día. No es importante ni para usted ni para mí—. Concluyó seriamente, mientras desviaba la mirada hacia la habitación en la que se encontraba. Se levantó de su asiento y se dirigió hasta detrás del escritorio, observando los certificados que estaban pegados allí, con su psicóloga hacían terapias así, él levantado y normalmente caminando para poder sentirse un poco más libre pese a que la terapia con la mujer era muy abierta y liberta. Inspiró profundo. —Te graduaste con honores, eso debe sentirse muy bien—. Le comentó, apoyándose en el escritorio y continuando leyendo los papeles que estaban allí. —Mi antigua psicóloga no pegaba sus papeles en la pared. Yo solía decirle que a los pacientes nos gusta ver sus certificados, nos hace sentir seguros de saber que estamos en manos de verdaderos profesionales y ella sonreía tan paciente, tan llena de tranquilidad, como si su vida fuera perfecta—. Presionó con fuerza los bordes de la mesa y presionó sus labios, mordiéndose el labio inferior, la psicóloga era semejante a su pareja. Ella era así de tranquila con todo, a todo le encontraba lo positivo, a todo le veía lo bueno y eso no le gustaba para nada. —A veces me desesperaba y ella sólo me decía que no se había graduado con honores y que su promedio general no era el mejor pero era apto para graduarse. Consiguió trabajo con un menor promedio antes que los demás que tenían mejores calificaciones—. Se volteó para mirar a la joven pelinegra, sus facciones eran hermosas. —También decía que lo importante no era el promedio, sino, como se desenvolvía con sus pacientes, las personas a las que ayudaba y las que salvaba. Eso era lo que importaba y que sólo se conseguía cuando trabajas, antes no—. Castiel entendía a lo que se refería, y de hecho concordaba en ese aspecto con ella casi siempre y en su totalidad.
Se acomodó en la silla en la cual se supone se sentaba la profesional, habían papeles al por mayor, pero no tocó ni revisó ninguno. Desde esta posición la mujer estaba obligada a cambiar de posición para verlo. —No me gusta la gente positiva, tampoco la pesimista. Me gusta que sean objetivos y sepan que hay cosas y sobretodo, personas, que nunca se arreglan porque el daño que han recibido es muy grande. Es casi como pegar un plato roto con cinta adhesiva de brillantina. El plato jamás se arreglará, no importa cuánta cinta uses y el arreglo nunca será permanente. Esto es una estafa al alma, doctora—. Concluyó, clavando su mirada con atención en los ojos de la hermosa joven.
Sonrió de medio lado, casi devolviéndole la gentileza a la joven mujer. —Por cierto, no quiero que dediquemos la entrevista a hablar de mí, de mi día. No es importante ni para usted ni para mí—. Concluyó seriamente, mientras desviaba la mirada hacia la habitación en la que se encontraba. Se levantó de su asiento y se dirigió hasta detrás del escritorio, observando los certificados que estaban pegados allí, con su psicóloga hacían terapias así, él levantado y normalmente caminando para poder sentirse un poco más libre pese a que la terapia con la mujer era muy abierta y liberta. Inspiró profundo. —Te graduaste con honores, eso debe sentirse muy bien—. Le comentó, apoyándose en el escritorio y continuando leyendo los papeles que estaban allí. —Mi antigua psicóloga no pegaba sus papeles en la pared. Yo solía decirle que a los pacientes nos gusta ver sus certificados, nos hace sentir seguros de saber que estamos en manos de verdaderos profesionales y ella sonreía tan paciente, tan llena de tranquilidad, como si su vida fuera perfecta—. Presionó con fuerza los bordes de la mesa y presionó sus labios, mordiéndose el labio inferior, la psicóloga era semejante a su pareja. Ella era así de tranquila con todo, a todo le encontraba lo positivo, a todo le veía lo bueno y eso no le gustaba para nada. —A veces me desesperaba y ella sólo me decía que no se había graduado con honores y que su promedio general no era el mejor pero era apto para graduarse. Consiguió trabajo con un menor promedio antes que los demás que tenían mejores calificaciones—. Se volteó para mirar a la joven pelinegra, sus facciones eran hermosas. —También decía que lo importante no era el promedio, sino, como se desenvolvía con sus pacientes, las personas a las que ayudaba y las que salvaba. Eso era lo que importaba y que sólo se conseguía cuando trabajas, antes no—. Castiel entendía a lo que se refería, y de hecho concordaba en ese aspecto con ella casi siempre y en su totalidad.
Se acomodó en la silla en la cual se supone se sentaba la profesional, habían papeles al por mayor, pero no tocó ni revisó ninguno. Desde esta posición la mujer estaba obligada a cambiar de posición para verlo. —No me gusta la gente positiva, tampoco la pesimista. Me gusta que sean objetivos y sepan que hay cosas y sobretodo, personas, que nunca se arreglan porque el daño que han recibido es muy grande. Es casi como pegar un plato roto con cinta adhesiva de brillantina. El plato jamás se arreglará, no importa cuánta cinta uses y el arreglo nunca será permanente. Esto es una estafa al alma, doctora—. Concluyó, clavando su mirada con atención en los ojos de la hermosa joven.
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por Mei Aoyama Dom Ago 12, 2018 1:56 pm
Sonrió un poco ante sus palabras, porque en ocasiones la realidad superaba la ficción. —Tiene usted razón, pero se sorprendería de la cantidad de casos donde la ética profesional-paciente se deja a un lado. He tenido colegas que incluso mantienen una relación amorosa con sus terapeutas— y el problema iba más allá de que se convirtieran en pareja, sino que muchos de ellos continuaban ejerciendo la terapia con esa persona, cosa que ella en realidad no podía entender del todo. Aunque claro, jamás le había pasado una situación similar.
Por otro lado, Mei entendía a la perfección la incomodidad de ese hombre. Tener que volver a hablar de lo mismo con otro desconocido era agotado, por ello se le ocurrió una idea que debía ser aprobada por el Sr. Dekovic. —Podemos evitar eso— le comentó mientras pensaba unos momentos. —¿Su antigua psicóloga hizo algún tipo de informe con lo que vio junto a usted por todo el tiempo que lo trató? Si usted lo autoriza, podemos hacer ese traspaso de información y así se evita contarme las cosas una vez más. Con eso podemos retomar desde donde se había quedado— era una opción, pero también dependía si esa información estaba escrita por algún lado, cosa que veía difícil si la terapia era de forma particular.
Le vio levantarse, le vio examinar sus certificados y luego sentarse en la silla de su escritorio. Anotó un par de cosas en su libreta porque eso decía ya mucho de él. Le miró en todo momento sin perderlo de vista teniendo que acomodarse en una nueva posición para verlo. —Sucede que jamás se reparan los eventos traumáticos. De partida, está mal planteado el uso de la palabra “reparar”. No se repara un trauma, una violación o una pérdida porque eso ya pasó. Pero sí podemos trabajar en fortalecer las herramientas actuales para poder mirar hacia atrás y notar que ya no hay el mismo dolor que cuando se vive eso— estaba mal planteado el sistema, quizás, pero al menos hacía todo lo posible para que sus pacientes estuvieran bien. —Se trabaja desde la psicología en contener, en aumentar las fortalezas, en hacerle ver a los pacientes que tienen las capacidades de salir adelante a pesar de sus eventos vividos. Es un proceso lento, claro— jugó un poco con su lápiz antes de seguir dialogando. —Sr. Dekovic, ¿se sentía entonces como un plato pegado con cinta adhesiva en su antiguo proceso de terapia?— le preguntó con calma y esa voz serena que traía. Necesitaba saber que emociones iban de la mano con esas palabras desamparadas que soltaba.
Mei se cambió de sillón, cosa que le permitía ver directamente a los ojos al mayor sin tener que estar en una posición incómoda. Se cruzó de piernas de forma elegante, su larga falda hacía juego con su chaleco y zapatos. Se echó un mechón de cabello hacia atrás de la oreja. —Porque me gustaría saber cómo se sentía o veía en su anterior proceso para yo poder hacerme una idea de cómo apoyarlo. Estoy aquí para eso. Este espacio es suyo— recalcó.
Por otro lado, Mei entendía a la perfección la incomodidad de ese hombre. Tener que volver a hablar de lo mismo con otro desconocido era agotado, por ello se le ocurrió una idea que debía ser aprobada por el Sr. Dekovic. —Podemos evitar eso— le comentó mientras pensaba unos momentos. —¿Su antigua psicóloga hizo algún tipo de informe con lo que vio junto a usted por todo el tiempo que lo trató? Si usted lo autoriza, podemos hacer ese traspaso de información y así se evita contarme las cosas una vez más. Con eso podemos retomar desde donde se había quedado— era una opción, pero también dependía si esa información estaba escrita por algún lado, cosa que veía difícil si la terapia era de forma particular.
Le vio levantarse, le vio examinar sus certificados y luego sentarse en la silla de su escritorio. Anotó un par de cosas en su libreta porque eso decía ya mucho de él. Le miró en todo momento sin perderlo de vista teniendo que acomodarse en una nueva posición para verlo. —Sucede que jamás se reparan los eventos traumáticos. De partida, está mal planteado el uso de la palabra “reparar”. No se repara un trauma, una violación o una pérdida porque eso ya pasó. Pero sí podemos trabajar en fortalecer las herramientas actuales para poder mirar hacia atrás y notar que ya no hay el mismo dolor que cuando se vive eso— estaba mal planteado el sistema, quizás, pero al menos hacía todo lo posible para que sus pacientes estuvieran bien. —Se trabaja desde la psicología en contener, en aumentar las fortalezas, en hacerle ver a los pacientes que tienen las capacidades de salir adelante a pesar de sus eventos vividos. Es un proceso lento, claro— jugó un poco con su lápiz antes de seguir dialogando. —Sr. Dekovic, ¿se sentía entonces como un plato pegado con cinta adhesiva en su antiguo proceso de terapia?— le preguntó con calma y esa voz serena que traía. Necesitaba saber que emociones iban de la mano con esas palabras desamparadas que soltaba.
Mei se cambió de sillón, cosa que le permitía ver directamente a los ojos al mayor sin tener que estar en una posición incómoda. Se cruzó de piernas de forma elegante, su larga falda hacía juego con su chaleco y zapatos. Se echó un mechón de cabello hacia atrás de la oreja. —Porque me gustaría saber cómo se sentía o veía en su anterior proceso para yo poder hacerme una idea de cómo apoyarlo. Estoy aquí para eso. Este espacio es suyo— recalcó.
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