Verità — Priv. Pietro

Se sentía vacío, sosteniendo una mentira por tanto tiempo. Una mentira que debió ocultar por una promesa que le hizo a su creador, al padre del chico al que protegió con su vida misma desde el momento en que le vio nacer. Un androide como él tan sofisticado que fue creado con el mero propósito de proteger a Pietro ahora sentía culpa por el secreto que tenía que mantener. Un secreto que carcomía sus sistemas poco a poco, evolucionando en un sentimiento de constante tortura, el recordar ese ínfimo detalle que para muchos sería insignificante, más tras todo lo sucedido entre ellos dos... era evidente que la importancia de mantenerlo oculto para todos, especialmente para el italiano.

Y ahora que las cosas iban de mal en peor, esa rivalidad que no parecía tener fin incluso poniendo en peligro la integridad física de Pietro y de su hija, Stella. Aquella hermosa muchacha que lamentablemente terminó cayendo en medio de esa disputa entre los dos. Czar sabía cómo lastimar a Pietro, podía golpearle en los puntos más bajos sin miedo de las consecuencias; no le importaban. Es más, seguramente las disfrutaba en demasía, imaginarse de lo que era capaz de hacer el italiano con tal de cobrar venganza por lo ocurrido con Stella. Fabian se mantenía al lado de Pietro a todo momento, como su fiel sirviente, como un cuidador, casi que consejero se podría decir ya que fue su figura paterna mucho tiempo tras la muerte de Vittorio. ¿Pero estaba mal hacer algo así, seguirle la corriente? Él hacía todo lo que el joven italiano le decía al pie de la letra, como si fuese una máquina y nada más.

Debía hacer algo al respecto, porque el camino que estaba tomando Pietro era uno que solamente traería más dolor a la familia. Sabía que esto solo causaría más problemas, pero era esto, o nada. Fabian se dirigió a la oficina del joven, golpeando suavemente con los nudillos de su mano derecha. Tragándose todo posible miedo o dudas que pudiera estar teniendo de eso, y entró. Cerró la puerta tras de si, caminando a paso lento hasta encontrarse frente al escritorio ajeno. Se llevó una mano al pecho donde estaría un corazón normalmente, y se inclinó a modo de educado saludo, antes de hablar. — Mio signore —dijo. — Espero no estar interrumpiendo nada, de hacerlo puedo venir después. —su rostro mostraba una expresión seria, más allá de lo que ya era común en él. —Pero me gustaría charlar con usted esta tarde, si no es mucha molestia. —expresó. Era la primera vez en mucho tiempo que estaba yendo contra sus órdenes, órdenes del mismo ser que lo creó. Si tuviera corazón, ahora mismo estaría latiendo tan rápido que podría explotar en cualquier momento.