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Actualmente Elysium atraviesa un maravilloso verano, predominando los días soleados, aunque también de vez en cuando es posible toparse con días donde las lluvias no paran de caer sobre la isla. Las temperaturas varían bastante, yendo de los 33° como máximo hasta los 18° como mínimo. Esta temporada es ideal para paseos en la playa, fiestas al aire libre, todo tipo de actividades recreativas en las que puedas disfrutar de un hermoso sol y cielo despejado en su mayoría.
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Fuck you, by the way. [Priv.]
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por Reinhard T. Sinclair Miér Jul 25, 2018 10:27 pm
Miedo. Todo lo que podían percibir sus sentidos era miedo. Una peste que siempre se le antojó desagradable. Quizás y mayoritariamente por el hecho de que él no era capaz de sentirlo, o era probable que el miedo simplemente le fuera esquivo y ya. Pero se encontraba en una escena, sumergido completamente tal y como si él fuera el protagonista de una toma de película. Ese tipo de escenas donde el suspenso se ve interrumpido por una serie de melodías que caen en lo mismo. Música para engrandecer la imagen de tipo rudo del protagonista. Seguramente preparado mental y físicamente para irse a patear el culo de algún infeliz descrito en la pobre y endeble trama como un santo hijo de puta. Pero cuando él se encontraba a sí mismo como ahora, caminando por las calles de cualquier pueblucho, no había música. Y ciertamente nadie se alegraba de verlo. Era consciente de cómo se veía. Era un hombre de apariencia ciertamente temible. Medía cerca de dos metros, era corpulento como pocos y su mirada de pocos amigos no ayudaba en absoluto. Por no mencionar la prominente cicatriz que permanentemente adornaba su rostro. Por eso, él solo podía ver la incomodidad y el temor de aquellos que se cruzaban en su caminar.
No es que le sorprendiera en absoluto. Estaba acostumbrado a ser intimidante para los transeúntes. Era un mastodonte con cara de malo. ¿Qué más podía pretender? Sus ojos no se detenían casi nunca en la misma cosa por lapsos de tiempo extendidos. Sino que vagaban de un sitio a otro, procurando esencialmente no perder el sentido de la orientación. El calor no lo afectaba en lo mas mínimo, por obvias razones. Por lo que el hecho de andar vestido de aquella forma, captaba mas miradas de las que a él le hubiera gustado. Pero tampoco le daba demasiada relevancia. Iba cómodo y eso era suficiente. Llevaba puesta una pesada chaqueta de cuero, era casi como una "marca" personal suya. Pantalones mas ajustados que lo normal, los cuales habían sido diseñados para soportar con presteza la gran exigencia física que su cuerpo debía de soportar casi a diario. Y debajo de la chaqueta, sólo su torso plagado de cicatrices. El ostentoso habáno que llevaba entre los labios terminaba de completar su atuendo casi que a propósito. Como si en lugar del gusto, hubiera una suerte de premeditación previa. Ridiculeces.
Unos veinte minutos después, fue que finalmente divisó su objetivo. Una casa separada de todas las demás. De aspecto muy devenido en años. Poco quedaba ya de la pintura que seguramente habría hecho destacar aquella morada. Una casa vieja, pero de mayor embergadura que las demás. Ese era el punto de encuentro. Vaya mierda, pensó para sus adentros mientras soltó un sonoro suspiro. Se detuvo en su lugar. Aquella casa estaba a unos treinta metros de distancia. Se recargó en una pared aledaña y dejó el bolso que venía llevando en el suelo. Otro suspiro, al momento que su mirar recorrió el lugar con rapidez. Ser medio máquina tenía ciertamente sus ventajas. Dado que esencialmente, sus ojos no eran en absoluto naturales. Escaneó el área por completo. Tan solo dos pasadas fueron suficiente. No había ninguna señal de hostiles, ni mucho menos de hombres ocultos.
- Por lo visto será una reunión tranquila. Vaya suerte la mía. - Carraspeó con disgusto y falsa alegría. Lo aburrido le exasperaba demasiado. Y el encontrarse en ese tipo de sitios, jugándo al gángster mafioso se le hacía tan tedioso como fornicar con una mujer que no deseaba. Recogió su bolso y acortó la distancia que había entre él y aquél viejo caserón. Al tocar la puerta tres veces, en el preciso tempo que le habían indicado, se escuchó del otro lado una voz grave. Desconfiada dadas las circunstancias y precavida por años de experiencia. - Nadie mas se ha acercado a esta puta casa en mas de media hora. ¿ Quien mas va a hacer? - Hizo una pausa, notablemente cabreado. Era ciertamente un fusible fallado. Y explotaba con suma facilidad. - Abre la puerta o te la tiro en la cara, estúpido.
El rostro de sorpresa del hombretón regordete que abrió la puerta, le confirmó que su jefe no les había compartido en absoluto quién iba a acudir allí. Reinhard le sacaba fácil treinta centímetros de altura y mas de 30 centímetros de pecho y espalda. Su mirar fue suficiente para que se hiciera a un lado. El cyborg ingresó sin demasiados miramientos ni consideraciones. No soltó mas que una mirada gélida a aquél bufón, el cual soltó mas de una gota de sudor al verle. Reinhard recorriò el lugar con la mirada una vez mas. Siete matones llegò a contar, todos armados con rifles de asalto. Pf...como si eso fuera suficiente. Pensò para sus adentros al momento que seguìa a un vejestorio que se presentó momentos antes. Ni siquiera le prestó atención al nombre.
Dos habitaciones mas tarde, allí estaba el hombre que lo había llamado. Reinhard tomó asiento con sus típicos aires altaneros y le sostuvo en todo momento la mirada al anciano. El cual aún sin decir palabra alguna, le entregó un sobre, sellado. La única indicación era que no lo abriera aún. No se le ocurrió una respuesta mas que asentir. Aunque sí llegó a chasquear la lengua. Necesitaba el dinero y tampoco es que tuviera mucho que hacer en aquellos días.
- En breve ha de llegar nuestra segunda invitada.
- ¿Segunda que?
La puerta se abrió detrás de él. Lo que sus ojos encontraron, fue inesperado sin dudas.
No es que le sorprendiera en absoluto. Estaba acostumbrado a ser intimidante para los transeúntes. Era un mastodonte con cara de malo. ¿Qué más podía pretender? Sus ojos no se detenían casi nunca en la misma cosa por lapsos de tiempo extendidos. Sino que vagaban de un sitio a otro, procurando esencialmente no perder el sentido de la orientación. El calor no lo afectaba en lo mas mínimo, por obvias razones. Por lo que el hecho de andar vestido de aquella forma, captaba mas miradas de las que a él le hubiera gustado. Pero tampoco le daba demasiada relevancia. Iba cómodo y eso era suficiente. Llevaba puesta una pesada chaqueta de cuero, era casi como una "marca" personal suya. Pantalones mas ajustados que lo normal, los cuales habían sido diseñados para soportar con presteza la gran exigencia física que su cuerpo debía de soportar casi a diario. Y debajo de la chaqueta, sólo su torso plagado de cicatrices. El ostentoso habáno que llevaba entre los labios terminaba de completar su atuendo casi que a propósito. Como si en lugar del gusto, hubiera una suerte de premeditación previa. Ridiculeces.
Unos veinte minutos después, fue que finalmente divisó su objetivo. Una casa separada de todas las demás. De aspecto muy devenido en años. Poco quedaba ya de la pintura que seguramente habría hecho destacar aquella morada. Una casa vieja, pero de mayor embergadura que las demás. Ese era el punto de encuentro. Vaya mierda, pensó para sus adentros mientras soltó un sonoro suspiro. Se detuvo en su lugar. Aquella casa estaba a unos treinta metros de distancia. Se recargó en una pared aledaña y dejó el bolso que venía llevando en el suelo. Otro suspiro, al momento que su mirar recorrió el lugar con rapidez. Ser medio máquina tenía ciertamente sus ventajas. Dado que esencialmente, sus ojos no eran en absoluto naturales. Escaneó el área por completo. Tan solo dos pasadas fueron suficiente. No había ninguna señal de hostiles, ni mucho menos de hombres ocultos.
- Por lo visto será una reunión tranquila. Vaya suerte la mía. - Carraspeó con disgusto y falsa alegría. Lo aburrido le exasperaba demasiado. Y el encontrarse en ese tipo de sitios, jugándo al gángster mafioso se le hacía tan tedioso como fornicar con una mujer que no deseaba. Recogió su bolso y acortó la distancia que había entre él y aquél viejo caserón. Al tocar la puerta tres veces, en el preciso tempo que le habían indicado, se escuchó del otro lado una voz grave. Desconfiada dadas las circunstancias y precavida por años de experiencia. - Nadie mas se ha acercado a esta puta casa en mas de media hora. ¿ Quien mas va a hacer? - Hizo una pausa, notablemente cabreado. Era ciertamente un fusible fallado. Y explotaba con suma facilidad. - Abre la puerta o te la tiro en la cara, estúpido.
El rostro de sorpresa del hombretón regordete que abrió la puerta, le confirmó que su jefe no les había compartido en absoluto quién iba a acudir allí. Reinhard le sacaba fácil treinta centímetros de altura y mas de 30 centímetros de pecho y espalda. Su mirar fue suficiente para que se hiciera a un lado. El cyborg ingresó sin demasiados miramientos ni consideraciones. No soltó mas que una mirada gélida a aquél bufón, el cual soltó mas de una gota de sudor al verle. Reinhard recorriò el lugar con la mirada una vez mas. Siete matones llegò a contar, todos armados con rifles de asalto. Pf...como si eso fuera suficiente. Pensò para sus adentros al momento que seguìa a un vejestorio que se presentó momentos antes. Ni siquiera le prestó atención al nombre.
Dos habitaciones mas tarde, allí estaba el hombre que lo había llamado. Reinhard tomó asiento con sus típicos aires altaneros y le sostuvo en todo momento la mirada al anciano. El cual aún sin decir palabra alguna, le entregó un sobre, sellado. La única indicación era que no lo abriera aún. No se le ocurrió una respuesta mas que asentir. Aunque sí llegó a chasquear la lengua. Necesitaba el dinero y tampoco es que tuviera mucho que hacer en aquellos días.
- En breve ha de llegar nuestra segunda invitada.
- ¿Segunda que?
La puerta se abrió detrás de él. Lo que sus ojos encontraron, fue inesperado sin dudas.
Tumultus
Reinhard T. Sinclair
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por Bluinse Aodhgan Dom Ago 05, 2018 10:33 pm
—¿Tu gran altura te ha privado del oído o es defecto de nacimiento?— la entrada de la joven al punto de reunión fue anunciada por aquellas palabras tan cargadas de veneno, provenientes de sus carnosos labios; a simple vista parecía imposible relacionar dicho tono con la suavidad y la dulzura que su voz parecía despedir, pero se era bien sabido que, en ella, su timbre de voz era lo único a lo que se le podían adjudicar dichos adjetivos. Había empujado la puerta de madera de aspecto formidable con tanta facilidad que dejó sorprendido al portero que la custodiaba, quien parecía haberse quedado congelado en su sitio con los ojos abiertos como platos. No, ella no tenía tiempo de ser suave, mucho menos dulce.
Se acercó al escritorio donde se encontraba descansando el sobre del recién llegado con un paso carente de miedo, por el contrario, su andar parecía el de un felino acechando a su presa; sus caderas se contoneaban naturalmente al poner un pie frente al otro, acompañadas del tintinear de sus dos espadas al rozarse una con la otra en su espalda. Sin prestar atención alguna al sujeto sentado a su izquierda, se detuvo justo frente al anciano que la había citado, apoyando el peso de su cuerpo en su pierna derecha, dejando la contraria un poco más extendida hacia el frente. Con la mano en la cintura, observó cómo el viejo colocaba otro sobre de aspecto similar al lado del primero.
—¿Me falla la memoria? No recuerdo haber leído en el contrato la innecesaria participación de un segundo cazador— no se molestó en intentar enmascarar su descontento al hacer mención del hombre de aspecto temible sentado a escasos centímetros de ella, ni en reprimir el uso de la palabra "innecesaria". Ni siquiera se dignó a mirarle. Sus brazos se cruzaron de forma automática inmediatamente debajo de su pecho, su mirada esmeralda comenzó a afilarse al ver al hombre detrás del escritorio, quien pareció no inmutarse ante ella.
—No estaba en el contrato, por supuesto— el anciano sabía perfectamente a lo que se atenía con todo aquél espectáculo que iniciaba ante sus ojos; por lo menos, sabía que por parte de la albina habría problemas, su reputación de lobo solitario le precedía. Por no mencionar su mal carácter— es debido a eso que logré que ambos vinieran— no sólo sabía lo que vendría a continuación: lo esperaba con ansias. Adelantándose a cualquier fiera reacción de la dragona, señaló con su mano extendida la silla, la única que quedaba, frente a él.
Con un bufido, que si hubiese sido una dragona elemental de fuego habría sacado humo por los orificios nasales, la joven de mirada esmeralda se giró levemente hacia la derecha para tomar el respaldo de la silla de madera fina con su mano derecha, arrastrándola hacia el frente de su posición con el respaldo mirando hacia el escritorio. De la forma menos femenina posible, pasó su pierna derecha por arriba del asiento, dejando caer su cuerpo en la madera; sus brazos se movieron de forma mecánica hasta apoyarse sobre el espaldar, uno sobre el otro, debido a esto, su espalda se había inclinado un poco y su trasero resaltó, mostrando ligeramente la piel del final de sus muslos y el inicio de su retaguardia gracias a lo corto de su short. Estaba completamente segura que los demás presentes, todos varones, la miraban con extrema sorpresa por sus modos tan groseros y su vulgar forma de sentarse. Y una mierda.
—¿Vas a comenzar a hablar?— no podía negarse al contrato y eso el viejo lo sabía muy bien, estaba jugando con fuego y no era precisamente él quien saldría quemado. Las blanquecinas cejas de la Aodhgan se arquearon hacia abajo, en un gesto de molestia que se intensificó al observar de reojo al hombre moreno a su lado. Más le valía al anciano que le pagara el trabajo completo, por nada del mundo dividiría las ganancias con un tipo que en su maldita vida había conocido. Ella necesitaba el dinero. Completo. Y lo necesitaba ya— ¿De qué se trata esta vez?— ella había cumplido varios contratos para él, habían trabajado juntos en el pasado, cuando el viejo era más joven y podía encargarse personalmente de encontrarle para los trabajos; ahora éste se limitaba a "clasificarlos" y pasarle los que consideraba más importantes. La paga era bastante buena, de no ser así ni siquiera se habría molestado en reunirse con él. Pero, ¿quién era aquél hombre?
¿Y qué era lo que quería?
Se acercó al escritorio donde se encontraba descansando el sobre del recién llegado con un paso carente de miedo, por el contrario, su andar parecía el de un felino acechando a su presa; sus caderas se contoneaban naturalmente al poner un pie frente al otro, acompañadas del tintinear de sus dos espadas al rozarse una con la otra en su espalda. Sin prestar atención alguna al sujeto sentado a su izquierda, se detuvo justo frente al anciano que la había citado, apoyando el peso de su cuerpo en su pierna derecha, dejando la contraria un poco más extendida hacia el frente. Con la mano en la cintura, observó cómo el viejo colocaba otro sobre de aspecto similar al lado del primero.
—¿Me falla la memoria? No recuerdo haber leído en el contrato la innecesaria participación de un segundo cazador— no se molestó en intentar enmascarar su descontento al hacer mención del hombre de aspecto temible sentado a escasos centímetros de ella, ni en reprimir el uso de la palabra "innecesaria". Ni siquiera se dignó a mirarle. Sus brazos se cruzaron de forma automática inmediatamente debajo de su pecho, su mirada esmeralda comenzó a afilarse al ver al hombre detrás del escritorio, quien pareció no inmutarse ante ella.
—No estaba en el contrato, por supuesto— el anciano sabía perfectamente a lo que se atenía con todo aquél espectáculo que iniciaba ante sus ojos; por lo menos, sabía que por parte de la albina habría problemas, su reputación de lobo solitario le precedía. Por no mencionar su mal carácter— es debido a eso que logré que ambos vinieran— no sólo sabía lo que vendría a continuación: lo esperaba con ansias. Adelantándose a cualquier fiera reacción de la dragona, señaló con su mano extendida la silla, la única que quedaba, frente a él.
Con un bufido, que si hubiese sido una dragona elemental de fuego habría sacado humo por los orificios nasales, la joven de mirada esmeralda se giró levemente hacia la derecha para tomar el respaldo de la silla de madera fina con su mano derecha, arrastrándola hacia el frente de su posición con el respaldo mirando hacia el escritorio. De la forma menos femenina posible, pasó su pierna derecha por arriba del asiento, dejando caer su cuerpo en la madera; sus brazos se movieron de forma mecánica hasta apoyarse sobre el espaldar, uno sobre el otro, debido a esto, su espalda se había inclinado un poco y su trasero resaltó, mostrando ligeramente la piel del final de sus muslos y el inicio de su retaguardia gracias a lo corto de su short. Estaba completamente segura que los demás presentes, todos varones, la miraban con extrema sorpresa por sus modos tan groseros y su vulgar forma de sentarse. Y una mierda.
—¿Vas a comenzar a hablar?— no podía negarse al contrato y eso el viejo lo sabía muy bien, estaba jugando con fuego y no era precisamente él quien saldría quemado. Las blanquecinas cejas de la Aodhgan se arquearon hacia abajo, en un gesto de molestia que se intensificó al observar de reojo al hombre moreno a su lado. Más le valía al anciano que le pagara el trabajo completo, por nada del mundo dividiría las ganancias con un tipo que en su maldita vida había conocido. Ella necesitaba el dinero. Completo. Y lo necesitaba ya— ¿De qué se trata esta vez?— ella había cumplido varios contratos para él, habían trabajado juntos en el pasado, cuando el viejo era más joven y podía encargarse personalmente de encontrarle para los trabajos; ahora éste se limitaba a "clasificarlos" y pasarle los que consideraba más importantes. La paga era bastante buena, de no ser así ni siquiera se habría molestado en reunirse con él. Pero, ¿quién era aquél hombre?
¿Y qué era lo que quería?
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Bluinse Aodhgan
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por Reinhard T. Sinclair Dom Ago 12, 2018 9:08 pm
Había motivos de sobra para trabajar solo. Era muy común entre los cazadores de algún tipo de renombre el tener esa preferencia. El trabajo en solitario era la usual preferencia por que en el oficio, había simplemente demasiada muerte. El cyborg no recordaba ni siquiera el nùmero aproximado de cuantos novatos se había cruzado con un grupo de tres o cuatro novatos, recién salidos del ejército. Con el gatillo fresco y fácil, producto natural de la adrenalina de la guerra. Creían que se podían llevar el mundo por delante. Que todo era sencillo y que la excitación sin moralidad se podía extender al mundo real. No era así. La guerra tiene una ventaja. Mas allá de las misiones y los entrenamientos interminables, la guerra te permite esconderte detrás de la lealtad para con una nación. La moral no aplica. "Todo vale en la guerra", por que lo que se asesina no son personas, no tienen nombre ni pasado. Se ignora con suma facilidad que conexiones el enemigo pueda tener. En la guerra todo vale, y por ende no hay cargos de consciencia.
Pero el mundo real es mucho mas complicado. Es complejo, lleno de conexiones y relaciones interpersonales. Los novatos lo aprenden a las malas. Aprenden que matar un objetivo en el mundo real es mucho mas complicado que tomar una vida en la guerra. Matar a una persona con un pasado, con una familia, con esposa e hijos, es eternamente mas complicado que asesinar a un enemigo señalado por un anciano general. Siempre se investiga al objetivo, por que si no lo haces, acabas muerto. Y los novatos que consideraban una ventaja agruparse, solían sufriendo las pérdidas de compañeros cercanos, hermanos de armas o hasta incluso amantes. Reinhard había asesinado a muchos novatos, a muchos hombres de familia, a muchos seres sobrenaturales. Y en sus casi 90 años, tuvo que desarrollar una suerte de segunda personalidad para lidiar con la carga moral.
Reinhard no habló. Permaneció en silencio. Después de todo, aquella mujer habló lo suficiente por ambos. Era engreída, por demás, quizás hasta el punto en el que podría ser un error ser tan confiada. Se conocía con aquél anciano, no le sorprendió en absoluto. Esa confianza y ese cabello blanco le traían algunos recuerdos. No la había visto nunca en persona, pero ciertamente había escuchado de ella. Una dragona de hielo, de un carácter de mierda e incontables años encima. Una cazadora que sencillamente muy pocos pueden pagar. No le sorprendió en absoluto. Ni su actitud, su mal vocabulario, o su voluptuoso y por demás llamativo cuerpo. No era nada que no hubiera visto antes. Y no se encontró a su mismo impresionado. Observó que el humano no se acobardó ante la altitud altanera de su supuesta "compañera". Por su parte, el cyborg guardó silencio y se quedó observando a su nuevo benefactor. Si ese hombre los había traído a ambos, se le ocurrían dos situaciones posibles. Y dos posibles trabajos que pudiera llegar a tener para ellos.
- El hecho de que nos hayas traído a ambos, solo puede significar una cosa. - El cyborg tomó la palabra luego de que la mujer finalmente se callara. Tal y como ella no le observó en absoluto, el dejó de hacerlo. El desagrado era mutuo, solo que él no lo demostraba de una forma tan estúpida. - Nos estamos enfrentando a un grupo de enemigos, ¿ No es así? - La pregunta salió de sus labios mientras él cruzaba la pierna derecha por sobre su contraparte. Sus ojos se centraron en los del viejo, el cual sonrió de medio lado y asintió. De un maletín que tenía a su derecha, sacó dos folios llenos de documentos. - Sólo resta saber precisamente por qué nosotros dos.
- Estás en lo cierto. - El hombre dejó una carpeta enfrente de cada uno. El cyborg tomó la propia y comenzó a observar toda la documentación. - No es un solo objetivo. Sino que son, por lo menos, siete objetivos. Ninguno de los dos puede hacerlo solo, me considero una persona especialmente precavida y he investigado a mas de 50 mercenarios. Con suma precisión, si debo admitir. Incluso si son ustedes dos los que hagan este trabajo, no creo que tengan mas allá de un %30 de posibilidades de tener éxito.- El anciano hizo una pausa y se llevó un cigarrilo a la boca. Lo encendió, para que luego de darle la primera pitada, retomar la palabra. - Son siete hechiceros. Cada uno de ellos tiene una considerable cantidad de seguidores a su cargo. Representan todos un tipo de magia y cuando se unen, son prácticamente invencibles. Quizás solo los dioses puedan con ellos cuando están todos juntos. Los necesito, para que erradiquen esa orden de la faz de la tierra.
Reinhard se mantuvo en silencio de nueva cuenta. Ahora todo tenía sentido. La peliblanca era el músculo, él era el cerebro. Reinhard era famoso por ser un mercenario metódico y perfeccionista en sus estrategias. Ella era conocida por su propia brutalidad y legendaria fuerza. Si ambos combinaban sus "virtudes", entonces quizás tendrían ese %35. Pero claro, aquello estaba a un mundo de distancia aún.
- Acepto, ¿Que información tenemos disponible?
Pero el mundo real es mucho mas complicado. Es complejo, lleno de conexiones y relaciones interpersonales. Los novatos lo aprenden a las malas. Aprenden que matar un objetivo en el mundo real es mucho mas complicado que tomar una vida en la guerra. Matar a una persona con un pasado, con una familia, con esposa e hijos, es eternamente mas complicado que asesinar a un enemigo señalado por un anciano general. Siempre se investiga al objetivo, por que si no lo haces, acabas muerto. Y los novatos que consideraban una ventaja agruparse, solían sufriendo las pérdidas de compañeros cercanos, hermanos de armas o hasta incluso amantes. Reinhard había asesinado a muchos novatos, a muchos hombres de familia, a muchos seres sobrenaturales. Y en sus casi 90 años, tuvo que desarrollar una suerte de segunda personalidad para lidiar con la carga moral.
Reinhard no habló. Permaneció en silencio. Después de todo, aquella mujer habló lo suficiente por ambos. Era engreída, por demás, quizás hasta el punto en el que podría ser un error ser tan confiada. Se conocía con aquél anciano, no le sorprendió en absoluto. Esa confianza y ese cabello blanco le traían algunos recuerdos. No la había visto nunca en persona, pero ciertamente había escuchado de ella. Una dragona de hielo, de un carácter de mierda e incontables años encima. Una cazadora que sencillamente muy pocos pueden pagar. No le sorprendió en absoluto. Ni su actitud, su mal vocabulario, o su voluptuoso y por demás llamativo cuerpo. No era nada que no hubiera visto antes. Y no se encontró a su mismo impresionado. Observó que el humano no se acobardó ante la altitud altanera de su supuesta "compañera". Por su parte, el cyborg guardó silencio y se quedó observando a su nuevo benefactor. Si ese hombre los había traído a ambos, se le ocurrían dos situaciones posibles. Y dos posibles trabajos que pudiera llegar a tener para ellos.
- El hecho de que nos hayas traído a ambos, solo puede significar una cosa. - El cyborg tomó la palabra luego de que la mujer finalmente se callara. Tal y como ella no le observó en absoluto, el dejó de hacerlo. El desagrado era mutuo, solo que él no lo demostraba de una forma tan estúpida. - Nos estamos enfrentando a un grupo de enemigos, ¿ No es así? - La pregunta salió de sus labios mientras él cruzaba la pierna derecha por sobre su contraparte. Sus ojos se centraron en los del viejo, el cual sonrió de medio lado y asintió. De un maletín que tenía a su derecha, sacó dos folios llenos de documentos. - Sólo resta saber precisamente por qué nosotros dos.
- Estás en lo cierto. - El hombre dejó una carpeta enfrente de cada uno. El cyborg tomó la propia y comenzó a observar toda la documentación. - No es un solo objetivo. Sino que son, por lo menos, siete objetivos. Ninguno de los dos puede hacerlo solo, me considero una persona especialmente precavida y he investigado a mas de 50 mercenarios. Con suma precisión, si debo admitir. Incluso si son ustedes dos los que hagan este trabajo, no creo que tengan mas allá de un %30 de posibilidades de tener éxito.- El anciano hizo una pausa y se llevó un cigarrilo a la boca. Lo encendió, para que luego de darle la primera pitada, retomar la palabra. - Son siete hechiceros. Cada uno de ellos tiene una considerable cantidad de seguidores a su cargo. Representan todos un tipo de magia y cuando se unen, son prácticamente invencibles. Quizás solo los dioses puedan con ellos cuando están todos juntos. Los necesito, para que erradiquen esa orden de la faz de la tierra.
Reinhard se mantuvo en silencio de nueva cuenta. Ahora todo tenía sentido. La peliblanca era el músculo, él era el cerebro. Reinhard era famoso por ser un mercenario metódico y perfeccionista en sus estrategias. Ella era conocida por su propia brutalidad y legendaria fuerza. Si ambos combinaban sus "virtudes", entonces quizás tendrían ese %35. Pero claro, aquello estaba a un mundo de distancia aún.
- Acepto, ¿Que información tenemos disponible?
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Reinhard T. Sinclair
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por Bluinse Aodhgan Jue Ago 23, 2018 12:36 am
Al escuchar la explicación del anciano todo pareció organizarse en su mente de manera sistemática, como si alguna clase de rompecabezas comenzara a resolverse a una velocidad endiablada: ahora entendía la razón de un compañero. Era obvio que un sólo cazador no sería capaz de llevar a cabo dicha tarea; físicamente era posible, claro está, pero sin la estrategia adecuada terminaría alertando a los demás y llevándolos a su agrupación, donde sí sería imposible encargarse de ellos en una pelea. Muy bien, digamos que, en una situación así, tal vez requiriera del apoyo de un estratega, de alguien que pudiese ver más allá de lo que incluso ella podía, dejando una simple interrogante: ¿cómo carajo los eliminarían sin alertarlos? Era obvio que tenía que ser por separado.
Y mirando el severo rostro del contratista, supo inmediatamente que éste no le daría la respuesta a su pregunta. Con un suspiro, y por primera vez en toda esa noche, sus felinos ojos esmeraldas se posaron en el perfil del cyborg.
Sí, claro que conocía a su recién nombrado compañero, incluso ya sentía que lo odiaba. Eran cada vez más los rumores de un cyborg con una mente tan brillante que dejaba en ridículo a individuos de su mismo tipo; hablaban de un hombre, mitad humano mitad máquina, quien parecía librar sus batallas incluso antes de comenzarlas, sólo con la sagacidad de su mente. Todavía recordaba aquélla plática que escuchó en un bar de mala muerte antes de aceptar el contrato; los hombres en cuestión cuchicheaban entre ellos, aparentemente con miedo, como si fuesen un grupo de esposas chismosas poniéndose al día con los rumores del vecindario; ella no había querido escuchar nada de ello, pues simplemente no le concernía, pero su naturaleza de dragón le había traicionado al tener un oído más desarrollado y terminó escuchando todas los mitos que flotaban alrededor de la figura del cyborg. Las voces de aquéllos hombres reflejaban una admiración y un respeto tan palpable que le habían hecho sonreír con amargura contra su tarro de cerveza. Quiso vomitar.
—Toda la información que hemos podido recaudar se encuentra en las carpetas frente a ustedes— señaló el anciano con su cigarrillo los gruesos sobres amarillentos depositados en el escritorio, para después dar una profunda calada al mismo. La dragona dedicó unos segundos a observarlo con mayor atención: era obvio que la vida y las peleas le habían cobrado factura, las arrugas que adornaban su rostro se lo gritaban; en cambio, ella... bueno, el tiempo se había detenido por completo y se negaba a avanzar. Muy pronto se despediría de él... también. Con un inaudible suspiro, la albina desvió la mirada hacia los expedientes, tratando de evitar que su mente divagara hacia otros rumbos innecesarios— tenemos el conocimiento, también, de que uno de ellos se encuentra en la ciudad. No les diré cómo hacer su trabajo, por algo los contraté precisamente a ustedes— sentenció el viejo, expulsando el humo de tabaco hacia el rostro de los recién nombrados; Bluinse se limitó a aspirar con cierto agrado, permitiéndose recordar los viejos tiempos en la guerra.
Cuando el silencio se hizo presente de nueva cuenta en el punto de reunión, se permitió exhalar todo el aire que había estado guardando. Fue hasta cierto punto curioso el hecho de cómo varias partes del humo inhalado salieran por sus labios como si ella hubiese sido la que había estado fumando.
—Está bien— terminó por decir pasado un breve momento de silencio en el que la incomodidad la había estado carcomiendo por dentro. Se puso de pie con un grácil movimiento, apoyando las puntas de los dedos de su mano derecha en el escritorio frente a ella, dejando que sus largas e increíblemente delicadas uñas rasgaran con suavidad la fina madera del mismo— por mi parte, lo haré.
Y sin decir una palabra más, se giró para ver al de oscuros cabellos, casi como si estuviese esperando alguna respuesta.
Y mirando el severo rostro del contratista, supo inmediatamente que éste no le daría la respuesta a su pregunta. Con un suspiro, y por primera vez en toda esa noche, sus felinos ojos esmeraldas se posaron en el perfil del cyborg.
Sí, claro que conocía a su recién nombrado compañero, incluso ya sentía que lo odiaba. Eran cada vez más los rumores de un cyborg con una mente tan brillante que dejaba en ridículo a individuos de su mismo tipo; hablaban de un hombre, mitad humano mitad máquina, quien parecía librar sus batallas incluso antes de comenzarlas, sólo con la sagacidad de su mente. Todavía recordaba aquélla plática que escuchó en un bar de mala muerte antes de aceptar el contrato; los hombres en cuestión cuchicheaban entre ellos, aparentemente con miedo, como si fuesen un grupo de esposas chismosas poniéndose al día con los rumores del vecindario; ella no había querido escuchar nada de ello, pues simplemente no le concernía, pero su naturaleza de dragón le había traicionado al tener un oído más desarrollado y terminó escuchando todas los mitos que flotaban alrededor de la figura del cyborg. Las voces de aquéllos hombres reflejaban una admiración y un respeto tan palpable que le habían hecho sonreír con amargura contra su tarro de cerveza. Quiso vomitar.
—Toda la información que hemos podido recaudar se encuentra en las carpetas frente a ustedes— señaló el anciano con su cigarrillo los gruesos sobres amarillentos depositados en el escritorio, para después dar una profunda calada al mismo. La dragona dedicó unos segundos a observarlo con mayor atención: era obvio que la vida y las peleas le habían cobrado factura, las arrugas que adornaban su rostro se lo gritaban; en cambio, ella... bueno, el tiempo se había detenido por completo y se negaba a avanzar. Muy pronto se despediría de él... también. Con un inaudible suspiro, la albina desvió la mirada hacia los expedientes, tratando de evitar que su mente divagara hacia otros rumbos innecesarios— tenemos el conocimiento, también, de que uno de ellos se encuentra en la ciudad. No les diré cómo hacer su trabajo, por algo los contraté precisamente a ustedes— sentenció el viejo, expulsando el humo de tabaco hacia el rostro de los recién nombrados; Bluinse se limitó a aspirar con cierto agrado, permitiéndose recordar los viejos tiempos en la guerra.
Cuando el silencio se hizo presente de nueva cuenta en el punto de reunión, se permitió exhalar todo el aire que había estado guardando. Fue hasta cierto punto curioso el hecho de cómo varias partes del humo inhalado salieran por sus labios como si ella hubiese sido la que había estado fumando.
—Está bien— terminó por decir pasado un breve momento de silencio en el que la incomodidad la había estado carcomiendo por dentro. Se puso de pie con un grácil movimiento, apoyando las puntas de los dedos de su mano derecha en el escritorio frente a ella, dejando que sus largas e increíblemente delicadas uñas rasgaran con suavidad la fina madera del mismo— por mi parte, lo haré.
Y sin decir una palabra más, se giró para ver al de oscuros cabellos, casi como si estuviese esperando alguna respuesta.
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Bluinse Aodhgan
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por Reinhard T. Sinclair Vie Ago 24, 2018 5:09 pm
Reinhard comprendió la situación perfectamente. A medida que la información llegaba a sus oídos, él la procesaba con suma velocidad y presteza. Cincuenta candidatos habían sido investigados bajo el mayor tipo posible de rigor. Ese hombre era uno de los contratistas que más respeto imponía, principalmente por la eficiencia y la precisión de la información que era capaz de procurar. El cyborg se encontró a si mismo extrañado ante la presencia de una segunda mercenaria, principalmente por el calibre que tenía su nueva compañera. Un dragón de varios miles de años no era algo que se pagara con un simple vuelto que le dan a uno en la tienda. Esa mujer no hacía trabajos como asesinar a un simple humano, sino que ella era el tipo de ser al cual uno le podría encargar destrozar una aldea militarizada o un ejército de bandidos. Y siempre había una sola cosa en común entre todos sus trabajos. Sitio por el que pasaba, quedaba reducido a un témpano de mala muerte. Helado como ciertas regiones del mismo infierno. Y todos sabían, que debajo de ese hielo indestructible, se escondía un número realmente incalculable de cadáveres.
Su percepción inicial fue tan acertada como lo había sido aceptar aquella invitación. El viejo había elegido una combinación sumamente premeditada. Uno de los poderes de mayor potencial disponibles y una de las mentes más brillantes del negocio. Un estratega capaz de idear planes que fueran capaces de desmantelar aquella orden infernal de hechiceros. Y la potencia milenaria necesaria para que los mismos se pudieran llevar a cabo. En papel, eran un dúo perfecto. Sin embargo, tal y como la vida nos enseña más seguido de a lo que cualquiera pudiera gustarle, el papel suele quedarse corto cuando se transcribe a la realidad. Aquello era una alianza teórica, meramente por conveniencia y sentido común. Y que tan funcional resultaría la unión de ambos mercenarios, era un dato que se mantendría en el más absoluto de los misterios.
Reinhard observó la documentación. Supo comprender que aquellos hechiceros representaban un elemento. Fuego, Agua, Tierra, Rayo, Aire, Oscuridad y Luz. Todos y cada uno debería de ser en extremo poderoso, por no decir que seguramente disponían de un séquito lo suficientemente numeroso como para que lidiar con uno solamente fuera un dolor en el culo. Sólo conocían el rostro de cuatro de ellos. Tres permanecían en el más absoluto de los misterios. Conocían el rostro del hechicero del agua, de tierra, de aire y de luz. De los otros tres sólo se tenía constancia de restos y despojos que habían dejado tras su paso de destrucción. Y si la información del viejo podía ser tomada en serio, entonces el de Aire se encontraba en la ciudad.
Reinhard se mantuvo en silencio, poniéndose de pie tan solo unos momentos después que su nueva compañera. Su mirar aún se encontraba fijo en la carpeta llena de documentos. Ya sabía perfectamente qué era lo que tenían que hacer a continuación. Miró de reojo a la dragona, su mirar ya se encontraba más relajado, no podía negar que se sintió ligeramente aliviado de que resultara ser cooperativa en esa instancia crucial.
- Esperaré entonces que haga el envío de siempre. – El cyborg hizo referencia a uno de sus requisitos principales a la hora de aceptar un trabajo. El viejo tan sólo asintió y se dejó caer en contra del respaldo de aquella gran silla de cuero negro. – Muy bien, por lo visto tenemos trabajo que hacer. – Miró a la dragona y le tendió la mano derecha. – Reinhard Sinclair, será un gusto trabajar con usted Señorita.
Reinhard entonces salió de la casa, no sin antes sacar una botella de whisky de uno de aquellos muebles. Sintió el calor nuevamente y soltó un suspiro cansado. Si sus cálculos no eran erróneos, aquél trabajo podía llevar demasiado tiempo. Incluso meses. Era posible que asesinaran a dos, tres incluso, sin alterar demasiado a los demás. Pero una vez que se hiciera evidente que las muertes estaban conectadas con una dragona de hielo y un mercenario medio robot, entonces la guerra comenzaría de forma irreversible. El concepto le traía algo de emoción al cuerpo. No podía negarlo. Aquella realidad misma de encontrarse cercano a la muerte le excitaba, y era prácticamente el único sentimiento real que se podía decir que él sentía. Una vez que se dejó de caminar, a unos sesenta metros de distancia de la calle, observó a la dragona con mayor detenimiento. Era una mujer hermosa, sin duda alguna que lo era.
- ¿Quieres ir a un bar? Tenemos mucho que hablar.
Su percepción inicial fue tan acertada como lo había sido aceptar aquella invitación. El viejo había elegido una combinación sumamente premeditada. Uno de los poderes de mayor potencial disponibles y una de las mentes más brillantes del negocio. Un estratega capaz de idear planes que fueran capaces de desmantelar aquella orden infernal de hechiceros. Y la potencia milenaria necesaria para que los mismos se pudieran llevar a cabo. En papel, eran un dúo perfecto. Sin embargo, tal y como la vida nos enseña más seguido de a lo que cualquiera pudiera gustarle, el papel suele quedarse corto cuando se transcribe a la realidad. Aquello era una alianza teórica, meramente por conveniencia y sentido común. Y que tan funcional resultaría la unión de ambos mercenarios, era un dato que se mantendría en el más absoluto de los misterios.
Reinhard observó la documentación. Supo comprender que aquellos hechiceros representaban un elemento. Fuego, Agua, Tierra, Rayo, Aire, Oscuridad y Luz. Todos y cada uno debería de ser en extremo poderoso, por no decir que seguramente disponían de un séquito lo suficientemente numeroso como para que lidiar con uno solamente fuera un dolor en el culo. Sólo conocían el rostro de cuatro de ellos. Tres permanecían en el más absoluto de los misterios. Conocían el rostro del hechicero del agua, de tierra, de aire y de luz. De los otros tres sólo se tenía constancia de restos y despojos que habían dejado tras su paso de destrucción. Y si la información del viejo podía ser tomada en serio, entonces el de Aire se encontraba en la ciudad.
Reinhard se mantuvo en silencio, poniéndose de pie tan solo unos momentos después que su nueva compañera. Su mirar aún se encontraba fijo en la carpeta llena de documentos. Ya sabía perfectamente qué era lo que tenían que hacer a continuación. Miró de reojo a la dragona, su mirar ya se encontraba más relajado, no podía negar que se sintió ligeramente aliviado de que resultara ser cooperativa en esa instancia crucial.
- Esperaré entonces que haga el envío de siempre. – El cyborg hizo referencia a uno de sus requisitos principales a la hora de aceptar un trabajo. El viejo tan sólo asintió y se dejó caer en contra del respaldo de aquella gran silla de cuero negro. – Muy bien, por lo visto tenemos trabajo que hacer. – Miró a la dragona y le tendió la mano derecha. – Reinhard Sinclair, será un gusto trabajar con usted Señorita.
Reinhard entonces salió de la casa, no sin antes sacar una botella de whisky de uno de aquellos muebles. Sintió el calor nuevamente y soltó un suspiro cansado. Si sus cálculos no eran erróneos, aquél trabajo podía llevar demasiado tiempo. Incluso meses. Era posible que asesinaran a dos, tres incluso, sin alterar demasiado a los demás. Pero una vez que se hiciera evidente que las muertes estaban conectadas con una dragona de hielo y un mercenario medio robot, entonces la guerra comenzaría de forma irreversible. El concepto le traía algo de emoción al cuerpo. No podía negarlo. Aquella realidad misma de encontrarse cercano a la muerte le excitaba, y era prácticamente el único sentimiento real que se podía decir que él sentía. Una vez que se dejó de caminar, a unos sesenta metros de distancia de la calle, observó a la dragona con mayor detenimiento. Era una mujer hermosa, sin duda alguna que lo era.
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Reinhard T. Sinclair
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por Bluinse Aodhgan Dom Sep 02, 2018 11:14 pm
Suspiró de forma audible, denotando su cansancio; pero no era cansancio físico, mas bien mental: había aceptado un contrato, del que ahora sabía era casi una misión suicida y, por si no fuera poco, ahora tenía un compañero con el cual convivir durante lo que parecía ser un largo tiempo. No es que tuviera algo contra el cyborg, simplemente se había acostumbrado a trabajar sola. Aunque agradecía enormemente no tener que pensar en la parte estratégica (no es que fuera tonta, pero siempre le había parecido más interesante la práctica), seguía teniendo sus dudas acerca del trabajo que el recientemente formado equipo podría brindar.
—Aodhgan, Bluinse Aodhgan— replicó al estrechar con fuerza la mano del hombre, sacudiéndola una sola vez. Era ya costumbre en la albina el hacerlo; tantos años midiendo fuerzas con otros hombres, tratando de ser subyugada por éstos al poseer un cuerpo femenino, le habían hecho el hábito de apretar manos masculinas con la suficiente fuerza como para aplastarlas. Sabía que no sería el caso con él, principalmente por la raza a la que éste pertenecía y por su complexión— el gusto es tuyo— y ahí estaba de nuevo formándose la gruesa capa de hielo alrededor de su persona, haciéndola parecer, como siempre, una hija de perra. Al escucharla, el viejo no hizo más que reír secamente, recordando que había hecho exactamente lo mismo cuando tuvo que hacer equipo con él; a diferencia del cyborg, a él sí le había quebrado un par de dedos.
Después de asentir una vez en dirección al contratista como señal de despedida, dio media vuelta y abandonó el punto de reunión, sin preocuparse realmente porque el robot le siguiera: sabía que sería así. Notó, por el rabillo del ojo, que éste se había desviado unos cuantos pasos de camino hacia la salida para tomar algo de unas pequeñas portezuelas; consideró que no era asunto suyo, por lo que prosiguió su andar hasta salir del complejo. La oleada de calor le sofocó por un momento, haciéndole sentir con una rabia imprevista cómo su garganta se secaba de golpe y sus pulmones se llenaban con aire caliente; sus puños se cerraron de forma inconsciente, mientras en éstos se acumulaba una tenue luz azulada y su piel se cubría con una suave capa de hielo. Fue hasta que escuchó la voz del hombre que su ceño pareció calmarse levemente, mientras sus manos aflojaban el agarre.
—Conozco uno cerca de aquí, sígueme— y, de nueva cuenta, comenzó a caminar sin esperarle. Caminaron en silencio por un par de calles, hasta llegar a un pequeño bar de aspecto descuidado; cualquiera que lo mirara juraría que era de mala muerte, y tenía razón: justo en ese momento se encontraban sacando a un hombre alcoholizado de las instalaciones, éste sólo balbuceaba maldiciones sin sentido mientras intentaba que su cabeza no se fuera para atrás y le hiciera vomitar toda la cerveza ingerida. Bluinse se limitó a pasarles por un lado y entrar en el local. El ambiente dentro era tan adorable como un hombre gordo de cincuenta años en un vestido de una niña de seis, pero por lo menos tenía aire acondicionado y cerveza de buena calidad, algo que la albina agradecía en demasía.
Caminó por entre las mesas, ignorando las lascivas miradas que los ebrios del local dirigían a su persona, hasta llegar a la barra. "Animales primitivos", pensó con cierto desagrado, mientras fulminaba con la mirada a todos los humanos que se cruzaban en su camino. El cantinero se encontraba limpiando un par de tarros de cristal, concentrado en su tarea, cuando la joven dragona se sentó justo frente a él; de no haber sido por la fiera mirada de la albina, el hombre habría continuado con su tarea hasta completarla, en lugar de eso, se dirigió a ella, y después de haber aclarado su garganta, le preguntó qué iba a tomar.
—Vodka, el más fuerte que tengas— murmuró con la suficiente fuerza como para que el humano le escuchara, mientras sus codos se clavaban en la vieja madera de la barra, permitiéndole a sus manos apoyarse para masajear con las yemas de sus dedos sus sienes, intentando apaciguar el dolor de cabeza que el calor del ambiente le había provocado. A su lado, pudo sentir la presencia del robot tomar asiento— te escucho— susurró al mercenario, tomando el vaso de trago corto y vaciando su contenido de golpe en su boca, pudo sentir el líquido quemando su garganta de una forma que sólo pudo clasificar como 'deliciosa'.
Fue entonces cuando sus ojos se clavaron en los del hombre y centellearon de una forma que no sabría cómo describir. Jade contra ámbar, frío contra calor... realmente no estaba segura de si era culpa del vodka que su cabeza comenzara a dar vueltas.
—Aodhgan, Bluinse Aodhgan— replicó al estrechar con fuerza la mano del hombre, sacudiéndola una sola vez. Era ya costumbre en la albina el hacerlo; tantos años midiendo fuerzas con otros hombres, tratando de ser subyugada por éstos al poseer un cuerpo femenino, le habían hecho el hábito de apretar manos masculinas con la suficiente fuerza como para aplastarlas. Sabía que no sería el caso con él, principalmente por la raza a la que éste pertenecía y por su complexión— el gusto es tuyo— y ahí estaba de nuevo formándose la gruesa capa de hielo alrededor de su persona, haciéndola parecer, como siempre, una hija de perra. Al escucharla, el viejo no hizo más que reír secamente, recordando que había hecho exactamente lo mismo cuando tuvo que hacer equipo con él; a diferencia del cyborg, a él sí le había quebrado un par de dedos.
Después de asentir una vez en dirección al contratista como señal de despedida, dio media vuelta y abandonó el punto de reunión, sin preocuparse realmente porque el robot le siguiera: sabía que sería así. Notó, por el rabillo del ojo, que éste se había desviado unos cuantos pasos de camino hacia la salida para tomar algo de unas pequeñas portezuelas; consideró que no era asunto suyo, por lo que prosiguió su andar hasta salir del complejo. La oleada de calor le sofocó por un momento, haciéndole sentir con una rabia imprevista cómo su garganta se secaba de golpe y sus pulmones se llenaban con aire caliente; sus puños se cerraron de forma inconsciente, mientras en éstos se acumulaba una tenue luz azulada y su piel se cubría con una suave capa de hielo. Fue hasta que escuchó la voz del hombre que su ceño pareció calmarse levemente, mientras sus manos aflojaban el agarre.
—Conozco uno cerca de aquí, sígueme— y, de nueva cuenta, comenzó a caminar sin esperarle. Caminaron en silencio por un par de calles, hasta llegar a un pequeño bar de aspecto descuidado; cualquiera que lo mirara juraría que era de mala muerte, y tenía razón: justo en ese momento se encontraban sacando a un hombre alcoholizado de las instalaciones, éste sólo balbuceaba maldiciones sin sentido mientras intentaba que su cabeza no se fuera para atrás y le hiciera vomitar toda la cerveza ingerida. Bluinse se limitó a pasarles por un lado y entrar en el local. El ambiente dentro era tan adorable como un hombre gordo de cincuenta años en un vestido de una niña de seis, pero por lo menos tenía aire acondicionado y cerveza de buena calidad, algo que la albina agradecía en demasía.
Caminó por entre las mesas, ignorando las lascivas miradas que los ebrios del local dirigían a su persona, hasta llegar a la barra. "Animales primitivos", pensó con cierto desagrado, mientras fulminaba con la mirada a todos los humanos que se cruzaban en su camino. El cantinero se encontraba limpiando un par de tarros de cristal, concentrado en su tarea, cuando la joven dragona se sentó justo frente a él; de no haber sido por la fiera mirada de la albina, el hombre habría continuado con su tarea hasta completarla, en lugar de eso, se dirigió a ella, y después de haber aclarado su garganta, le preguntó qué iba a tomar.
—Vodka, el más fuerte que tengas— murmuró con la suficiente fuerza como para que el humano le escuchara, mientras sus codos se clavaban en la vieja madera de la barra, permitiéndole a sus manos apoyarse para masajear con las yemas de sus dedos sus sienes, intentando apaciguar el dolor de cabeza que el calor del ambiente le había provocado. A su lado, pudo sentir la presencia del robot tomar asiento— te escucho— susurró al mercenario, tomando el vaso de trago corto y vaciando su contenido de golpe en su boca, pudo sentir el líquido quemando su garganta de una forma que sólo pudo clasificar como 'deliciosa'.
Fue entonces cuando sus ojos se clavaron en los del hombre y centellearon de una forma que no sabría cómo describir. Jade contra ámbar, frío contra calor... realmente no estaba segura de si era culpa del vodka que su cabeza comenzara a dar vueltas.
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por Reinhard T. Sinclair Lun Sep 03, 2018 1:00 pm
Parecían una pareja hecha en el mismo infierno. O al menos esa era lo que se le venía a la mente al Cyborg mientras caminaba detrás de aquella mujer. El trabajo acababa de comenzar. Y si sus cálculos eran correctos, iban a convivir una considerable cantidad de tiempo. Tenían el hecho de que teóricamente hablando, su “sociedad” era perfecta. El poder y el cerebro estaban perfectamente balanceados. Y si bien lo que ambos habían aceptado era una misión suicida, quizás nadie más tendría una mejor posibilidad de completar el trabajo. Y contrario a lo que muchos de los transeúntes parecían incapaces de hacer, Reinhard no se detuvo en ningún momento a observar las sinuosas curvas de la peliblanca. Tenía muy ocupado el cerebro como para detenerse a observar una obra de arte como esa. Al menos consideraba que hacerlo sin prestarle la atención que se merecía sería sin duda alguna, un potencial desperdicio.
En su mente no paraban de dibujarse escenarios hipotéticos de cómo se desenvolvería aquella campaña. Porque sin lugar a dudas, llamar ese trabajo como una simple misión, sería sumamente distante de la realidad. Tenían siete objetivos, todos y cada uno de ellos dotado de un poder mágico más que excepcional. Si a eso uno le sumaba la variante de un séquito de sirvientes, adepto a la magia también, la mezcla no podía vaticinar nada que no fueran problemas. A cada paso que daba, un mayor número de variables aparecía. Diferentes tipos de magias que fueran directamente complementarias con las de su líder. Magia ofensiva o defensiva. El trabajo en equipo y la coordinación eran asuntos a tener en cuenta. La ventaja del terreno. Por qué si iban a atacar y a pelear en contra de ellos, lo tendrían que hacer siempre en la casa del enemigo. Muchas desventajas que realmente se sumaban a muy pocas ventajas que estuvieran de su lado.
Omitió responder al comentario de Bluinse, simplemente optando por seguirla sin decir palabra alguna. No se conocían, y a Reinhard se le hacía que no eran expertos en el arte de socializar. Al menos no parecían ser del tipo de persona blanda que le importa un carajo generar buenas impresiones. Cuando llegó al bar indicado por ella, sonrió mínimamente. Era de su estilo. La imagen de ella en su mente mejoró. Más aún quizás, por la actitud que demostró ante los muertos de hambre que plagaban ese sitio. Era desafiante, altanera, y sumamente mal hablada. No se la imaginaba siendo sometida bajo ningún aspecto por el yugo de un hombre, a menos que esto le trajera algún tipo de placer sexual.
Se le antojó divertido que todos esos pervertidos parecían salir despavoridos del camino de ambos, una vez que lo veían a él. Si las apariencias eran importantes, entonces ella se vería como una mujer indefensa y con una cara de odio tremenda, con un mastodonte de dos metros detrás. Poco sabían ellos que la que tenía el poder más grande era ella.
Cuando ella pidió su Vodka, el cyborg hizo lo propio al tomar asiento. No dijo nada, simplemente dejó tres billetes de alto valor y le hizo una seña al encargado de la barra que le trajera una botella de Whisky, el mejor de la casa. Lo cual significaba, un Whisky mediocre. Pidió un vaso y le echó tres hielos al mismo. Luego se sirvió medio vaso y con una sola mirada le bastó al hombre para tomar el dinero y alejarse. No era una conversación que le resultara conveniente escuchar. Eso pudo discernir y comprender del mirar del hombre. Reinhard dejó a un lado su pesado bolso [Cargado hasta el tope de toda la información y armas que necesitaría en un comienzo] y soltó un sonoro suspiro al beberse el primer vaso de la bebida blanca. Sacó un aparato de su bolsillo derecho y tipeo velozmente una serie de datos.
- Estamos ante un escenario que es realmente difícil de predecir. – Dejó el aparato al lado de su vaso y aprovechó para servirse nuevamente. Miró de reojo a la mujer y se quedó mirando fijamente el mirar ajeno. Era hermosa, en todo sentido. Pero su concentración era más fuerte que la sangre que pudiera terminar en su entrepierna. – Sólo conocemos el rostro de 4 de los 7 objetivos que tenemos, así como también la naturaleza de sus habilidades, más no la extensión de las mismas. Nuestro contacto conjetura que todos tienen un séquito, pero tampoco sabemos con certeza el calibre del poder del mismo. Tenemos muy pocas certezas y muchas interrogantes. – El cyborg sacó un habano de su bolsillo interno y se lo llevó a sus labios. Encendió el mismo, mientras que con tan solo su mirada le ordenó al encargado de la barra que le llevara un cenicero. – Movilicé mis redes de información. Seguramente a la brevedad podré confirmar si nuestro amigo “Aire” se encuentra de hecho en esta ciudad. Pero es un proceso que demorará un tiempo. Estos hechiceros no se ganaron su reputación andando por ahí revoleando el pene llamando la atención.
El cyborg hizo una pausa. Tenía el suficiente dinero en su bolso como para ir a cualquier sitio. Pero aquella misión no podía llevarse a cabo de forma frontal y directa. No contra enemigos como ellos. Necesitaban planificar, necesitaban ser meticulosos. Y en especial había que tener dos cosas en especial consideración. Se tenían que cuidar las espaldas y en las misiones había algo esencialmente primordial. En los planes que Reinhard fuera a armar de cara al futuro, cuidar a la dragona era lo más importante. Si ella moría, todo se iba a la mierda. Y eso no era algo que él pudiera simplemente permitir. La mejor opción era establecer una base desde la cual pudieran operar con calma.
- Lo más importante para que todo esto sea un éxito, es tu fuerza, Bluinse. – Volvió a centrar su mirar en el ajeno y se perdió momentáneamente en los ojos ajenos. Sonrió y se terminó otro vaso más. – Necesitamos ir a un hotel, y establecer una base de operaciones. Siempre tenemos que modificar nuestra ubicación, mientras esperamos por noticias y podemos trabajar en potenciales estrategias. ¿Qué opinas?
Dijo mientras tomaba el habano entre sus dedos índice y medio, a la espera de una respuesta de ella.
En su mente no paraban de dibujarse escenarios hipotéticos de cómo se desenvolvería aquella campaña. Porque sin lugar a dudas, llamar ese trabajo como una simple misión, sería sumamente distante de la realidad. Tenían siete objetivos, todos y cada uno de ellos dotado de un poder mágico más que excepcional. Si a eso uno le sumaba la variante de un séquito de sirvientes, adepto a la magia también, la mezcla no podía vaticinar nada que no fueran problemas. A cada paso que daba, un mayor número de variables aparecía. Diferentes tipos de magias que fueran directamente complementarias con las de su líder. Magia ofensiva o defensiva. El trabajo en equipo y la coordinación eran asuntos a tener en cuenta. La ventaja del terreno. Por qué si iban a atacar y a pelear en contra de ellos, lo tendrían que hacer siempre en la casa del enemigo. Muchas desventajas que realmente se sumaban a muy pocas ventajas que estuvieran de su lado.
Omitió responder al comentario de Bluinse, simplemente optando por seguirla sin decir palabra alguna. No se conocían, y a Reinhard se le hacía que no eran expertos en el arte de socializar. Al menos no parecían ser del tipo de persona blanda que le importa un carajo generar buenas impresiones. Cuando llegó al bar indicado por ella, sonrió mínimamente. Era de su estilo. La imagen de ella en su mente mejoró. Más aún quizás, por la actitud que demostró ante los muertos de hambre que plagaban ese sitio. Era desafiante, altanera, y sumamente mal hablada. No se la imaginaba siendo sometida bajo ningún aspecto por el yugo de un hombre, a menos que esto le trajera algún tipo de placer sexual.
Se le antojó divertido que todos esos pervertidos parecían salir despavoridos del camino de ambos, una vez que lo veían a él. Si las apariencias eran importantes, entonces ella se vería como una mujer indefensa y con una cara de odio tremenda, con un mastodonte de dos metros detrás. Poco sabían ellos que la que tenía el poder más grande era ella.
Cuando ella pidió su Vodka, el cyborg hizo lo propio al tomar asiento. No dijo nada, simplemente dejó tres billetes de alto valor y le hizo una seña al encargado de la barra que le trajera una botella de Whisky, el mejor de la casa. Lo cual significaba, un Whisky mediocre. Pidió un vaso y le echó tres hielos al mismo. Luego se sirvió medio vaso y con una sola mirada le bastó al hombre para tomar el dinero y alejarse. No era una conversación que le resultara conveniente escuchar. Eso pudo discernir y comprender del mirar del hombre. Reinhard dejó a un lado su pesado bolso [Cargado hasta el tope de toda la información y armas que necesitaría en un comienzo] y soltó un sonoro suspiro al beberse el primer vaso de la bebida blanca. Sacó un aparato de su bolsillo derecho y tipeo velozmente una serie de datos.
- Estamos ante un escenario que es realmente difícil de predecir. – Dejó el aparato al lado de su vaso y aprovechó para servirse nuevamente. Miró de reojo a la mujer y se quedó mirando fijamente el mirar ajeno. Era hermosa, en todo sentido. Pero su concentración era más fuerte que la sangre que pudiera terminar en su entrepierna. – Sólo conocemos el rostro de 4 de los 7 objetivos que tenemos, así como también la naturaleza de sus habilidades, más no la extensión de las mismas. Nuestro contacto conjetura que todos tienen un séquito, pero tampoco sabemos con certeza el calibre del poder del mismo. Tenemos muy pocas certezas y muchas interrogantes. – El cyborg sacó un habano de su bolsillo interno y se lo llevó a sus labios. Encendió el mismo, mientras que con tan solo su mirada le ordenó al encargado de la barra que le llevara un cenicero. – Movilicé mis redes de información. Seguramente a la brevedad podré confirmar si nuestro amigo “Aire” se encuentra de hecho en esta ciudad. Pero es un proceso que demorará un tiempo. Estos hechiceros no se ganaron su reputación andando por ahí revoleando el pene llamando la atención.
El cyborg hizo una pausa. Tenía el suficiente dinero en su bolso como para ir a cualquier sitio. Pero aquella misión no podía llevarse a cabo de forma frontal y directa. No contra enemigos como ellos. Necesitaban planificar, necesitaban ser meticulosos. Y en especial había que tener dos cosas en especial consideración. Se tenían que cuidar las espaldas y en las misiones había algo esencialmente primordial. En los planes que Reinhard fuera a armar de cara al futuro, cuidar a la dragona era lo más importante. Si ella moría, todo se iba a la mierda. Y eso no era algo que él pudiera simplemente permitir. La mejor opción era establecer una base desde la cual pudieran operar con calma.
- Lo más importante para que todo esto sea un éxito, es tu fuerza, Bluinse. – Volvió a centrar su mirar en el ajeno y se perdió momentáneamente en los ojos ajenos. Sonrió y se terminó otro vaso más. – Necesitamos ir a un hotel, y establecer una base de operaciones. Siempre tenemos que modificar nuestra ubicación, mientras esperamos por noticias y podemos trabajar en potenciales estrategias. ¿Qué opinas?
Dijo mientras tomaba el habano entre sus dedos índice y medio, a la espera de una respuesta de ella.
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por Bluinse Aodhgan Lun Sep 03, 2018 11:38 pm
Su mente parecía un caos en esos momentos y, lo único que podría hacer el intento de arreglarla, era el alcohol. Con un suave movimiento, alzó el vaso de cristal pequeño en dirección hacia el cantinero, en una clara seña de que le sirvieran uno parecido. Prefería mil veces que su cabeza diera vueltas debido a las altas concentraciones de alcohol en su sangre, a que ésta le doliera por la cascada de pensamientos que giraban en torno a todo el asunto de la misión; quería dejarlo todo y beber en calma, aunque fuera sólo por un momento. Cuando el hombre le sirvió el trago, se apresuró a beberlo todo de golpe, justo como el primero, dejando que su garganta fuera raspada y embargada por el ardiente licor. Era el único calor que en serio le agradaba.
Agradecía infinitamente el silencio del cyborg en esos momentos, tal vez el hombre era igual de asocial que ella, lo cual comenzaba a agradarle; o pudiera ser que fuera igual de desconfiado que ella y prefería el menor contacto posible con su persona, lo cual también le parecía bien. Le sorprendía que pudiesen llegar a tener alguna cosa en común. Era obvio que el fuerte de ella no era su parte estratégica, lo cual él lo compensaba de excelente manera; el viejo se había lucido, verdaderamente, a la hora de elegir a sus cazadores.
Sin perder la compostura, giró el rostro levemente para verle de perfil. Era un hombre bastante atractivo, era ahora cuando se daba cuenta de cuánto; tenía una interesante cicatriz que cruzaba su rostro, justo por encima de su nariz, y un mechón de su cabello parecía rebelarse contra los demás que se encontraban peinados hacia atrás, yendo justo por el frente de su rostro. Se vio obligada a voltear a ver el estante de las botellas de licor al sentir un ligero cosquilleo en la mano, pues ésta pareció atacada por la ansiosa necesidad de acomodarle las hebras oscuras de su cabello. "Patrañas", pensó con cierta ira, tomando la botella de Vodka que el cantinero se había molestado en dejar para no tener que estar llenando el vaso de la albina cada vez que ésta se zumbara los tragos de una. Para sorpresa de los humanos que seguían sin perderle de vista debido a su delicada complexión, alzó la botella lo suficiente como para vaciar el contenido de la misma directamente en sus labios; cerró los ojos al sentir el primer ápice de ardor, disfrutando del sabor y las sensaciones que el licor le brindaban; antes de cerrar los ojos completamente, pudo ver a un par de hombres golpearse los unos a los otros en una ridícula forma de hacer que la voltearan a ver. Sabía que, por la mirada lujuriosa de unos cuantos, ya se imaginaban llevándose a casa a una alcoholizada albina de buen cuerpo. Ilusos.
—Siempre hay más interrogantes que respuestas— sentenció dejando la ya vacía botella en la vieja madera de la barra, para sorpresa del cantinero, pues la había abierto especialmente para ella. Gracias a su desarrollada audición, pudo escuchar a un motociclista murmurar entusiasmado a un amigo cercano a él, siendo la frase "ya es mía" la más utilizada para referirse a su persona— por supuesto que no, ¿cuánto le tomará a tu aparatito confirmarlo?— se encontraba ansiosa, era obvio. Sabía que la misión les tomaría semanas, incluso meses, por lo que no podía entender la repentina congoja que le embargaba con cada segundo que pasaba. Y mucho menos cuando ésta parecía acrecentarse cada vez que sus ojos se encontraban.
Con un suspiro, su mirada se concentró en una de las grietas de la madera de la barra, intentando organizar sus pensamientos uno por uno. Ingenuamente pensó que podría pasar aquella noche sin hablar del tema, pero era obvio que no sería así: ambos necesitaban de la ayuda del otro para completar la misión. La fuerza de ella no bastaba sin la mente de él, y las estrategias del robot no funcionarían si ella no ponía de su parte. Se necesitaban, y más importante aún, se necesitaban con vida. La misión fallaría si uno de ellos llegase a fallecer; estaban solos en esto.
—Joder...— las palabras de él, por alguna extraña razón, hicieron más eco en sus pensamientos del que deberían. Quería culpar al alcohol del repentino calor que hizo sucumbir a su cuerpo, pero sabía que eso sólo sería mentirse a sí misma— ya es tarde para echarse atrás. Por mucho que me desagrade tener que trabajar contigo... estamos juntos en esto— y, clavando su fiera mirada en la ambarina de él, un imperceptible estremecimiento recorrió su columna vertebral, como si fuese una clase de corriente eléctrica que se deslizaba por todas y cada una de sus vértebras de arriba hacia abajo, hasta llegar al centro de su feminidad, misma que comenzó a arder. Aspiró lentamente el suave humo del habano, llenando sus pulmones con el mismo, para después contener un ronroneo al expulsarlo por los labios. Ya estaba decidido.
Le protegería con su vida.
Agradecía infinitamente el silencio del cyborg en esos momentos, tal vez el hombre era igual de asocial que ella, lo cual comenzaba a agradarle; o pudiera ser que fuera igual de desconfiado que ella y prefería el menor contacto posible con su persona, lo cual también le parecía bien. Le sorprendía que pudiesen llegar a tener alguna cosa en común. Era obvio que el fuerte de ella no era su parte estratégica, lo cual él lo compensaba de excelente manera; el viejo se había lucido, verdaderamente, a la hora de elegir a sus cazadores.
Sin perder la compostura, giró el rostro levemente para verle de perfil. Era un hombre bastante atractivo, era ahora cuando se daba cuenta de cuánto; tenía una interesante cicatriz que cruzaba su rostro, justo por encima de su nariz, y un mechón de su cabello parecía rebelarse contra los demás que se encontraban peinados hacia atrás, yendo justo por el frente de su rostro. Se vio obligada a voltear a ver el estante de las botellas de licor al sentir un ligero cosquilleo en la mano, pues ésta pareció atacada por la ansiosa necesidad de acomodarle las hebras oscuras de su cabello. "Patrañas", pensó con cierta ira, tomando la botella de Vodka que el cantinero se había molestado en dejar para no tener que estar llenando el vaso de la albina cada vez que ésta se zumbara los tragos de una. Para sorpresa de los humanos que seguían sin perderle de vista debido a su delicada complexión, alzó la botella lo suficiente como para vaciar el contenido de la misma directamente en sus labios; cerró los ojos al sentir el primer ápice de ardor, disfrutando del sabor y las sensaciones que el licor le brindaban; antes de cerrar los ojos completamente, pudo ver a un par de hombres golpearse los unos a los otros en una ridícula forma de hacer que la voltearan a ver. Sabía que, por la mirada lujuriosa de unos cuantos, ya se imaginaban llevándose a casa a una alcoholizada albina de buen cuerpo. Ilusos.
—Siempre hay más interrogantes que respuestas— sentenció dejando la ya vacía botella en la vieja madera de la barra, para sorpresa del cantinero, pues la había abierto especialmente para ella. Gracias a su desarrollada audición, pudo escuchar a un motociclista murmurar entusiasmado a un amigo cercano a él, siendo la frase "ya es mía" la más utilizada para referirse a su persona— por supuesto que no, ¿cuánto le tomará a tu aparatito confirmarlo?— se encontraba ansiosa, era obvio. Sabía que la misión les tomaría semanas, incluso meses, por lo que no podía entender la repentina congoja que le embargaba con cada segundo que pasaba. Y mucho menos cuando ésta parecía acrecentarse cada vez que sus ojos se encontraban.
Con un suspiro, su mirada se concentró en una de las grietas de la madera de la barra, intentando organizar sus pensamientos uno por uno. Ingenuamente pensó que podría pasar aquella noche sin hablar del tema, pero era obvio que no sería así: ambos necesitaban de la ayuda del otro para completar la misión. La fuerza de ella no bastaba sin la mente de él, y las estrategias del robot no funcionarían si ella no ponía de su parte. Se necesitaban, y más importante aún, se necesitaban con vida. La misión fallaría si uno de ellos llegase a fallecer; estaban solos en esto.
—Joder...— las palabras de él, por alguna extraña razón, hicieron más eco en sus pensamientos del que deberían. Quería culpar al alcohol del repentino calor que hizo sucumbir a su cuerpo, pero sabía que eso sólo sería mentirse a sí misma— ya es tarde para echarse atrás. Por mucho que me desagrade tener que trabajar contigo... estamos juntos en esto— y, clavando su fiera mirada en la ambarina de él, un imperceptible estremecimiento recorrió su columna vertebral, como si fuese una clase de corriente eléctrica que se deslizaba por todas y cada una de sus vértebras de arriba hacia abajo, hasta llegar al centro de su feminidad, misma que comenzó a arder. Aspiró lentamente el suave humo del habano, llenando sus pulmones con el mismo, para después contener un ronroneo al expulsarlo por los labios. Ya estaba decidido.
Le protegería con su vida.
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Bluinse Aodhgan
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por Reinhard T. Sinclair Dom Sep 16, 2018 11:02 pm
Reinhard observó por unos momentos que se extendieron más de lo previsto, el aparato que ahora dejó a un lado del cenicero que el encargado de la barra le había brindado anteriormente. No era un rastreador mágico ni nada por el estilo, por supuesto que no. Era un aparato que él siempre tenía listo para disparar una serie de mensajes encriptados a todos sus contactos del bajo mundo. No tenía una red de información en extremo compleja ni nada por el estilo, pero aquellos siete nombres sabrían sin dudar si el hechicero se encontraba en la ciudad. Elysium era un sitio bastante grande, los jardines colgantes y Oblivion seguramente le brindarían a los hechiceros un amplio espectro en el cual operar. De seguro ellos también drenaban algo de la energía de los dioses o algo por el estilo. O quizás la población de aquél paraíso perdido tenía un nível de conocimiento superior a aquellos del anterior mundo.
Si sus cálculos no le fallaban, sus contactos habrían de leer los mensajes dentro de la siguiente hora. Les debería de tomar, por lo menos, toda la noche averiguar la información que el Cyborg necesitaba. Por supuesto que, como todo en el mundo, aquello tendría un precio. Y dependiendo de el valor de la información, el precio aumentaría de forma acorde. Del bolsillo izquierdo de su chaqueta, sacó un teléfono móvil. Era uno de esos teléfonos inteligentes, dentro de su bolso llevaba por lo menos cinco o seis. Sin siquiera darle voz a ninguno de sus pensamientos, Reinhard se ocupó de inmediato de resolver el inconveniente de tener un refugio por un tiempo. Si no podían quedarse en un solo sitio por un espacio de tiempo prolongado, entonces no podían exceder las 48 hs en un mismo sitio. Ocupó reservas en diferentes hoteles a lo largo de la ciudad, por lapsos de dos días por cada uno.
- Estamos juntos en esto, tienes razón. - Su mirar se mantuvo fijo en el teléfono mientras terminaba de completar unos detalles bancarios. No era una cuenta suya, sino una cuenta que obligaba al viejo a abrir. Con una línea de cuenta corriente para que ellos pudieran hacer las compras pertinentes. Él ya había comenzado a gastar por adelantado. La información siendo la primera inversión que les sería sumamente redituable. - Acabo de reservar un mes de hospedaje en diferentes puntos de la ciudad. Es sumamente importante que no nos quedemos en un sólo lugar. Lo más probable es que luego de que matemos a este primer hechicero, los otros reforzarán sus redes de información y estarán buscando cualquier indicio del asesinato. - Dijo, al momento que dejaba el aparato de lado y soltaba un suspiro. - El anciano nos ha brindado con una cuenta bancaria, de la cual podemos hacer uso de los fondos para conseguir lo necesario para este trabajo.
Hizo una pausa. Le comentaría luego el inconveniente que había tenido al hacer las reservas. No había dos habitaciones, sólo una. Y la tendrían que compartir. Consideró que quizás el momento no era el apropiado, ni el mejor. Reinhard se terminó su vaso y soltò un quejido gutural, producto del ardor que despertaba el licor en contra de la garganta. Sonrió de medio lado y le pagó al muchacho. Se puso de pie y miró de reojo a todos los hombres babosos que parecían estar afilando sus colmillos por la dragona. Los entendía, el cuerpo de ella parecía hasta manufacturado para que los débiles tuvieran pensamientos pervertidos. Pero era irrelevante para él. En ese momento sólo la misión importaba. Aunque se le hizo un poco chistoso que por todo lo calientes que estaban con ella, parecían estar aterrados del mastodonte que tenía al lado. Si tan solo supieran quién era el mas fuerte de ambos, seguro mas de uno se cagaría encima.
- Muy bien, vamos al primer hotel. Allí podremos acomodarnos y te podré comentar las primeras estrategias que he elaborado en este pequeño lapso de tiempo. Necesito además...saber todo sobre tus habilidades. De lo contrario no podré realizar una estrategia fuuncional.
Si sus cálculos no le fallaban, sus contactos habrían de leer los mensajes dentro de la siguiente hora. Les debería de tomar, por lo menos, toda la noche averiguar la información que el Cyborg necesitaba. Por supuesto que, como todo en el mundo, aquello tendría un precio. Y dependiendo de el valor de la información, el precio aumentaría de forma acorde. Del bolsillo izquierdo de su chaqueta, sacó un teléfono móvil. Era uno de esos teléfonos inteligentes, dentro de su bolso llevaba por lo menos cinco o seis. Sin siquiera darle voz a ninguno de sus pensamientos, Reinhard se ocupó de inmediato de resolver el inconveniente de tener un refugio por un tiempo. Si no podían quedarse en un solo sitio por un espacio de tiempo prolongado, entonces no podían exceder las 48 hs en un mismo sitio. Ocupó reservas en diferentes hoteles a lo largo de la ciudad, por lapsos de dos días por cada uno.
- Estamos juntos en esto, tienes razón. - Su mirar se mantuvo fijo en el teléfono mientras terminaba de completar unos detalles bancarios. No era una cuenta suya, sino una cuenta que obligaba al viejo a abrir. Con una línea de cuenta corriente para que ellos pudieran hacer las compras pertinentes. Él ya había comenzado a gastar por adelantado. La información siendo la primera inversión que les sería sumamente redituable. - Acabo de reservar un mes de hospedaje en diferentes puntos de la ciudad. Es sumamente importante que no nos quedemos en un sólo lugar. Lo más probable es que luego de que matemos a este primer hechicero, los otros reforzarán sus redes de información y estarán buscando cualquier indicio del asesinato. - Dijo, al momento que dejaba el aparato de lado y soltaba un suspiro. - El anciano nos ha brindado con una cuenta bancaria, de la cual podemos hacer uso de los fondos para conseguir lo necesario para este trabajo.
Hizo una pausa. Le comentaría luego el inconveniente que había tenido al hacer las reservas. No había dos habitaciones, sólo una. Y la tendrían que compartir. Consideró que quizás el momento no era el apropiado, ni el mejor. Reinhard se terminó su vaso y soltò un quejido gutural, producto del ardor que despertaba el licor en contra de la garganta. Sonrió de medio lado y le pagó al muchacho. Se puso de pie y miró de reojo a todos los hombres babosos que parecían estar afilando sus colmillos por la dragona. Los entendía, el cuerpo de ella parecía hasta manufacturado para que los débiles tuvieran pensamientos pervertidos. Pero era irrelevante para él. En ese momento sólo la misión importaba. Aunque se le hizo un poco chistoso que por todo lo calientes que estaban con ella, parecían estar aterrados del mastodonte que tenía al lado. Si tan solo supieran quién era el mas fuerte de ambos, seguro mas de uno se cagaría encima.
- Muy bien, vamos al primer hotel. Allí podremos acomodarnos y te podré comentar las primeras estrategias que he elaborado en este pequeño lapso de tiempo. Necesito además...saber todo sobre tus habilidades. De lo contrario no podré realizar una estrategia fuuncional.
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Reinhard T. Sinclair
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