En toda mi vida he tenido gente incompetente a mi servicio, casi como si eso fuese lo único que me ofrece el mundo. ¿Qué tan difícil puede ser obtener la obediencia de un hombre como para que este sea fiel a su labor sin importar lo que pase? Siempre he querido obtener una respuesta a esa interrogante, pero hasta ahora todos han muerto sin siquiera demostrarme una posibilidad.
Caminé fuera del sótano del bar por la pequeña trampilla oculta tras uno de los mostradores. En mis manos llevaba una pequeña muestra de sangre destilada, la cual procedí a dejar en una botella de vidrio azabache. La última víctima había dado una buena cantidad de recursos para alimentar a los clientes excepcionales de siempre, pero aun así no iba a bastar para el mes que venía.
— Solo falta esperar que venga pronto...
Encendí un cigarrillo de la marca más conocida, aquella la cual tenía sabor a vainilla, y comencé a inhalar y exhalar el humo dulce de este mientras organizaba un par de copas desordenadas. Mis sentidos estaban ansiosos y solo el efecto del tabaco podía calmar mis nervios, aunque esto solo provocase una dulce muerte anunciada.
Pasaron los minutos, quizá las horas, para el momento que el destino golpeó a la puerta del bar, de mi bar. Seguramente era ella, ¿quién más podría? Aún era bastante temprano para la atención al cliente y el cocinero tenía la costumbre de llegar sobre el tiempo.
— Voy...
Apagué mi cigarrillo en el cenicero de la barra y organicé el cuello de mi camisa para acercarme a la puerta. Aclaré mi voz, organicé ligeramente mi pelo y traté de fingir una sonrisa (de esas que igualaban a las de un cumpleañero en su fecha especial).
No me sentía nervioso, ¿Por qué lo estaría? Solo era la ansiedad la que hacía temblar mi pierna mientras miraba la puerta esperando un segundo toque. Incluso era también la ansiedad la que hacía temblar mi mano cuando extendía el agarre al picaporte. ¿No iban a llamar a la puerta nuevamente?
Sin esperar un segundo más decidí tomar la iniciativa (así como lo haría aquel joven introvertido en la fiesta de fin de grado) y abrí la puerta de par en par (a una velocidad digna del mejor corredor del mundo). Así la vi a ella delante de mí: La nueva mesera del bar L’amour.
— Bienvenida, por favor pase adelante.
Ofrecí el espacio con camino abierto para ser yo quien cerrase la puerta una vez mi invitada entrase, y tras esto cerré a la mitad de rápido que como abrí, pero sin verme sospecho (Al menos no tanto como pareciese).
Caminé pasos cerca de la esbelta mujer, y dirigí un apretón de manos simple, pero un tanto incómodo. Conservé la distancia con ella para mirarla de arriba abajo sin verme sospechoso (Y al menos mi mirada sería me apoyaba).
— Por favor familiarícese con las dimensiones del bar, yo en unos minutos le daré una inducción básica de todo. Tenga cuidado con no tocar nada que mire atractivamente interesante a la vista.
Fui a paso rápido tras la barra, y allí tomé un delantal femenino al tamaño del cuerpo de la nueva chica. Agarré una hebilla con el logo del bar, y caminando de regreso, lo llevé a la nueva mesera para entregarlo en sus manos.
— Este será el uniforme; La ropa que lleves debajo del delantal depende de ti, solo procura usar siempre el pelo recogido. ¿Tienes alguna pregunta antes de comenzar la introducción?