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Actualmente Elysium atraviesa un maravilloso verano, predominando los días soleados, aunque también de vez en cuando es posible toparse con días donde las lluvias no paran de caer sobre la isla. Las temperaturas varían bastante, yendo de los 33° como máximo hasta los 18° como mínimo. Esta temporada es ideal para paseos en la playa, fiestas al aire libre, todo tipo de actividades recreativas en las que puedas disfrutar de un hermoso sol y cielo despejado en su mayoría.
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[ES] Spectre: Ambition
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por Átropos Vie Sep 14, 2018 11:49 am
Thanatos, dios de la muerte, aquel que consiguió obtener el corazón de la bella Macaria, hija de Hades y Perséfone. Pero fue su amada quien pidió su encierro, quien veló por su seguridad a pesar de saber que él podría considerarlo traición. Átropos consideró que una nueva oportunidad podría darse, que algo tendría que hacerle entender a ese hombre que todo fue por amor. Y así, la rueca giró, el hilo creció, y el destino decidió.
Una hermosa caja que resguardada en Alejandría parecía ser el máximo tesoro existente, robada de las manos de su dueña y protectora, ahora albergaba a un dios furioso, la muerte que deseaba salir y reclamar no sólo el alma de Persephone, sino encontrar por igual a su esposa. Ambición, desesperación, venganza, tantas cosas que deseaba y tan pocas que podría realmente obtener.
La caja se mantenía en un bosque no muy lejano, cerca de las fronteras de Alejandría, donde reposaba al centro de un lago un pequeño jardin cubierto de amapolas y rosas negras, lúgubre, desalentador. Átropos bebía té con tranquilidad, mirando frente a sí sobre la pequeña mesa dispuesta para ella la caja que contenía el alma de aquel inclemente dios. Un suspiro escapó de sus delicados labios, y luego con una caricia sobre la fría superficie del contenedor, habló.
—¿En verdad crees salir pronto de aquí, Thanatos?
"Sólo un cuerpo digno, no pido nada más."
Moirai
Átropos
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por Volkan Erdoğan Vie Sep 14, 2018 2:58 pm
Pasan las horas, los días, los años, y todo resentimiento de antaño se va evaporando. Pasan las horas, los días, los años, y poco a poco un alma absurda se va desintegrando. Erdoğan no mira hacia atrás; él olvida el pasado porque lo quiere de esa manera, porque reniega de un pretérito que le apena y por tanto bloquea, convirtiéndose en una pieza errante del sistema que por algún capricho quiso darle una segunda oportunidad. Se limita a peregrinar con un causal hueco e insignificante, volátil y complaciente a los hilos del destino. Y así, sin un rumbo consciente, como a cualquier día y a cualquier hora, se adentra en los enmarañados bosques de Alejandría.
Erdoğan no mira hacia adelante; el futuro es incierto, la tierra es de los vivos y él, atrapado en medio, no tiene lugar ni prejuicio. Le disgusta lo intangible, voluble y efímero, anhelos y sentimientos que lo alienan de lo evidente, lo real, lo que tiene un verdadero sentido, aferrándose así a todo lo que perdió, y desconectándose de lo poco que le queda. Él se desvanece porque quiere, porque su ser es inconsecuente, patético e inútil, insensato y mil palabras más que en el viento se quedan, pero viven —mientras el destino lo quiera— alojadas dentro de una mirada febril. Y sin embargo así, casi inexistente pero existente, obstinado y renegando, le permite a su alma acercarse y lentamente materializarse justo allí; en el jardín de amapolas y rosas negras que se inclinan ante una única caja de tinta negra.
La mirada de Erdoğan es baja y opaca, inclinada hacia abajo, dirigida hacia la tierra fértil que ya no puede siquiera sentir. Sus ocelos brillantes juzgan, se llenan de emoción, y relampaguean cuando la desesperación de un alma en pena logra dominar a la soberbia templanza. Los ojos del fantasma son la única ventana de su vida, lo único que queda, lo único de él que dice la verdad; lo demás se pierde, se desvanece, se convierte en alimento de la tempestad. Y cuando su ser finalmente encuentra reposo a unos cinco pasos de la caja negra, ignorando por un instante a la mujer y el paisaje a su alrededor, es que finalmente se revela lo que él siempre ha querido callar.
Quieto; su cuerpo contempla y nada más. Su mirada, sin embargo, cuenta una historia sin necesidad de decir palabra alguna mientras se posa por sobre aquel mágico objeto. Sus ojos comienzan a brillar con una fuerza imposible de ignorar, una fuerza que se levanta con severidad por encima del absurdo letargo al que se sujeta Erdoğan, ¿pero cuál es la razón? es la afinidad; un sentimiento de propósito y diligencia que por siglos enteros olvidó. El alma sensible resuena cuando encuentra su melodía acompañante, y Erdoğan pierde el aliento cuando de ese aparentemente inocuo objeto pareciera emanar ira, resentimiento, impotencia y desespero... sentimientos que aunque él lo niegue, pertenecen a ese eterno calvario que, finalmente, le brinda fragmentos de vida a su quebrado espíritu.
Abrumado, su alma se desnuda a través de una mirada temblorosa, misma que levanta lentamente para así finalmente encontrarse con la persona previamente ignorada. Mas cuando su mirada se cruza con la ajena, a pesar de ser emotiva y patética, se mantiene dolorosamente templada. En medio de un mar de emociones encuentra la sobriedad suficiente para guardar silencio por un instante prudente y simplemente contemplar su atípica situación.
—... Usted, ¿acaso percibe de esta caja lo mismo que yo? —Inquiere en tono curioso, un tanto anhelante, inconscientemente suplicante, como buscando encontrar refugio en la esencia ajena o, tal vez, buscando una justificación sensata para sus propias decisiones. Pero encuentra la voluntad suficiente para aplacarse, y de esa manera, enunciar palabras tranquilas —. Tal vez —Se entrecierra entonces su mirada reflejando sospechas, cuestionándose sobre el verdadero rol de la presencia ajena —... ¿este escenario es obra suya?
Un altar natural, perfectamente adecuado de manera que pareciera ser un tributo al elemento que se siembra en todo su centro. La atmósfera pesa, la tierra se estremece entre gélidos vientos, los huracanes se apoderan del inquieto fantasma, y al final... está ella, mujer de hebras doradas, apacible e imperturbable, con la vida resuelta. ¿Qué clase de criatura es ella? ¿Será ella el origen de toda esta situación?
Fantasma, se jacta de no sentir absolutamente nada. Y sin embargo sus ojos contemplan la evidencia del rugir de los vientos sobre la tierra, la fragilidad de las amapolas y la ominosa presencia de las rosas negras. Contempla, y no siente, tal y como una criatura atrapada en un mundo de sueños.
Erdoğan no mira hacia adelante; el futuro es incierto, la tierra es de los vivos y él, atrapado en medio, no tiene lugar ni prejuicio. Le disgusta lo intangible, voluble y efímero, anhelos y sentimientos que lo alienan de lo evidente, lo real, lo que tiene un verdadero sentido, aferrándose así a todo lo que perdió, y desconectándose de lo poco que le queda. Él se desvanece porque quiere, porque su ser es inconsecuente, patético e inútil, insensato y mil palabras más que en el viento se quedan, pero viven —mientras el destino lo quiera— alojadas dentro de una mirada febril. Y sin embargo así, casi inexistente pero existente, obstinado y renegando, le permite a su alma acercarse y lentamente materializarse justo allí; en el jardín de amapolas y rosas negras que se inclinan ante una única caja de tinta negra.
La mirada de Erdoğan es baja y opaca, inclinada hacia abajo, dirigida hacia la tierra fértil que ya no puede siquiera sentir. Sus ocelos brillantes juzgan, se llenan de emoción, y relampaguean cuando la desesperación de un alma en pena logra dominar a la soberbia templanza. Los ojos del fantasma son la única ventana de su vida, lo único que queda, lo único de él que dice la verdad; lo demás se pierde, se desvanece, se convierte en alimento de la tempestad. Y cuando su ser finalmente encuentra reposo a unos cinco pasos de la caja negra, ignorando por un instante a la mujer y el paisaje a su alrededor, es que finalmente se revela lo que él siempre ha querido callar.
Quieto; su cuerpo contempla y nada más. Su mirada, sin embargo, cuenta una historia sin necesidad de decir palabra alguna mientras se posa por sobre aquel mágico objeto. Sus ojos comienzan a brillar con una fuerza imposible de ignorar, una fuerza que se levanta con severidad por encima del absurdo letargo al que se sujeta Erdoğan, ¿pero cuál es la razón? es la afinidad; un sentimiento de propósito y diligencia que por siglos enteros olvidó. El alma sensible resuena cuando encuentra su melodía acompañante, y Erdoğan pierde el aliento cuando de ese aparentemente inocuo objeto pareciera emanar ira, resentimiento, impotencia y desespero... sentimientos que aunque él lo niegue, pertenecen a ese eterno calvario que, finalmente, le brinda fragmentos de vida a su quebrado espíritu.
Abrumado, su alma se desnuda a través de una mirada temblorosa, misma que levanta lentamente para así finalmente encontrarse con la persona previamente ignorada. Mas cuando su mirada se cruza con la ajena, a pesar de ser emotiva y patética, se mantiene dolorosamente templada. En medio de un mar de emociones encuentra la sobriedad suficiente para guardar silencio por un instante prudente y simplemente contemplar su atípica situación.
—... Usted, ¿acaso percibe de esta caja lo mismo que yo? —Inquiere en tono curioso, un tanto anhelante, inconscientemente suplicante, como buscando encontrar refugio en la esencia ajena o, tal vez, buscando una justificación sensata para sus propias decisiones. Pero encuentra la voluntad suficiente para aplacarse, y de esa manera, enunciar palabras tranquilas —. Tal vez —Se entrecierra entonces su mirada reflejando sospechas, cuestionándose sobre el verdadero rol de la presencia ajena —... ¿este escenario es obra suya?
Un altar natural, perfectamente adecuado de manera que pareciera ser un tributo al elemento que se siembra en todo su centro. La atmósfera pesa, la tierra se estremece entre gélidos vientos, los huracanes se apoderan del inquieto fantasma, y al final... está ella, mujer de hebras doradas, apacible e imperturbable, con la vida resuelta. ¿Qué clase de criatura es ella? ¿Será ella el origen de toda esta situación?
Fantasma, se jacta de no sentir absolutamente nada. Y sin embargo sus ojos contemplan la evidencia del rugir de los vientos sobre la tierra, la fragilidad de las amapolas y la ominosa presencia de las rosas negras. Contempla, y no siente, tal y como una criatura atrapada en un mundo de sueños.
Tumultus
Volkan Erdoğan
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por Átropos Jue Sep 20, 2018 12:37 pm
La presencia desconocida entonces captó su atención, la cabeza de la doncella girando con lentitud hasta que su mirada se posó sobre el cuerpo de aquel hombre. Una ceja en alto, un análisis rápido, y la taza descansando sobre el plato de porcelana, apenas un suave vapor notándose escapar del cálido líquido que reposaba en ese recipiente. La caja frente a sí pedía a gritos ser abierta, pero la suave mano de Átropos se mantenía sobre la misma, calmando así al iracundo dios que clama a gritos salir de su encierro.
—Si fuese obra mía, ¿cambia algo? —respondió, una frialdad irónicamente dulce aquella con la que pronunció tales palabras—. ¿Qué buscas en este lugar, espiritu errante? No deberías estar rondando por estos lares, no cuando afuera una guerra está por desatarse, cuando todo lo que conoces podría venirse abajo, es peligrosa tu presencia aquí, ¿no sabes que podrías evaporarte? —amenazas que probablemente no significarían nada.
No obstante, la energía de la doncella inundaba el lugar, y parecía ser que empezaba a marchitar las flores, que empezaba a volver ominoso el ambiente. Se levantó, el eco que se escuchaba de repente a su alrededor se tranquilizó, y el alma del dios que vivía dentro de la caja guardó silencio por una vez.
—Respóndeme, ¿qué buscas? —exigió de nueva cuenta.
—Si fuese obra mía, ¿cambia algo? —respondió, una frialdad irónicamente dulce aquella con la que pronunció tales palabras—. ¿Qué buscas en este lugar, espiritu errante? No deberías estar rondando por estos lares, no cuando afuera una guerra está por desatarse, cuando todo lo que conoces podría venirse abajo, es peligrosa tu presencia aquí, ¿no sabes que podrías evaporarte? —amenazas que probablemente no significarían nada.
No obstante, la energía de la doncella inundaba el lugar, y parecía ser que empezaba a marchitar las flores, que empezaba a volver ominoso el ambiente. Se levantó, el eco que se escuchaba de repente a su alrededor se tranquilizó, y el alma del dios que vivía dentro de la caja guardó silencio por una vez.
—Respóndeme, ¿qué buscas? —exigió de nueva cuenta.
Moirai
Átropos
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por Volkan Erdoğan Jue Sep 20, 2018 9:40 pm
Se cruzan ambos pares de ojos, y se necesita sólo un segundo para darle un giro entero a la atmósfera del lugar. Aquel escenario de realismo mágico pronto se desfigura, se transforma en el nido de la oscuridad y la duda, convirtiendo al paisaje en el protagonista simbólico del ciclo de la vida con imágenes y no con palabras. Erdoğan no ignora lo que se cierne a su alrededor: sus ojos, obstinadamente febriles, exploran la tierra que asesina a las flores negras, mientras su esencia batalla en silencio con el aura amenazante que atenta con asfixiarlo. Puede sentir el peso de la ansiedad esforzándose por anidar dentro de sí, y sin embargo aquel peligro le resulta familiar. Es algo a lo que se enfrentó hace mucho, mucho tiempo atrás.
Respira profundo; sólo importan los ojos de la misteriosa doncella frente a él, nada más.
—... Entonces lo es. El origen de todo ésto es usted.
Soplan los vientos con fuerza, pero la templanza del hombre no logra quebrarse. Ésto se revela cuando logra pronunciar palabras en un tono bajo y sobrio, dichas como reafirmación a las sospechas de su mente y no como incentivo a la búsqueda de una respuesta por parte de la doncella. Significa mucho saber que ella es mucho más que una simple presencia aleatoria, pues de esta manera el irónicamente pragmático fantasma encuentra la razón para responder a las preguntas que le han sido planteadas. Sin una motivación real no tendría sentido el hablar, y la evidencia le indica que ésta es una situación muy especial.
Y así, sin perder de vista la mirada de hierro que le ofrece la mujer, le permite a su ceño profundizar un poco más. No lo frunce, pero así sus ojos dan la impresión de brillar un poco más. Su voz, sin embargo, se mantiene templada, sin destacar nada más que una determinación natural.
—Usted sabe que soy un espíritu errante, y aún así me hace una pregunta así. Este... barzaj... sueño; me recuerda a cada instante que el camino que tome es irrelevante para el destino final. Si mi tiempo de desaparecer finalmente se asoma, llegará aquí o en cualquier otro lugar.
La extraña obstinación de este hombre le permitió escapar del guía de los muertos hace mucho tiempo atrás, pero sus motivaciones atentan con escaparse con cada segundo en el que sus razones resultan inconclusas. Él no le teme a la muerte, él desdeña a este mundo de sueños en el que "vive" como errabundo, sin sentir ni motivo aparente. Desdeña su existencia vicaria e inconsecuente, ambigua e insignificante. Una parte de él se rinde, se cobija en la desidia y la autodestrucción, aspirando así concluir su camino por este absurdo limbo. Con un sentido como tal, pragmático pero crudo y patológico, a él le resultan irrelevantes muchísimas cosas. Él ya no tiene nada que perder ni un motivo por el cual luchar, así que no tiene sentido aferrarse más a la vida. Bajo este axioma, bajo la premisa del padecimiento del vacío, lo que sea que le permita salir de su limbo de ensueño, sea placer o tortura, suena como un motivo de celebración.
Y sin embargo...
—Estaba buscando esta caja.
Y llega sin más a la pregunta real, la que probablemente tenga mayor significado para la dama. Aún ambivalente responde, de alguna forma, con sus ojos brillantes e incongruentes en relación a la desidia que pareciera dominar sobre su ser, revelando así que esa versión de sí es relevante, pero no todo de él. Aún queda algo, una chispa, el recuerdo de un motivo.
—Manyetik, sentí su oscuridad a la distancia y ya está. No tenía idea de lo que iba a encontrar —Ladea un poco su cabeza, tal vez de manera inconsciente, tratando de hallar las palabras que concreten un verdadero porqué —... Y al final me topo con una urna, cargada de lágrimas y palabras nunca dichas. Percibo en este objeto el peso de una muerte prematura, de esas que truncan razones de vida, recordando a los vengadores que mueren sin haber logrado ejercer la justicia que se desvivieron por alcanzar —Su voz se llena de aire, abrumada e inquieta. Es bizarro e incómodo sincerarse cuando se está tan acostumbrado al cinismo y la negación —. La ira, el resentimiento, la terca voluntad por atar cabos sueltos. Eso es lo que me trajo hasta aquí.
…”Siendo ésta mi única, absurda pero única, razón para seguir en esta tierra.” le hizo falta pronunciar. Siempre se reduce a lo mismo: a la terquedad, a la insulsa volatilidad sentimental. Y aunque lo niegue es así; simple, resumido en una única palabra. La razón para todo, y la razón para nada. Enfrentado a las amenazantes palabras de la mujer, las que pronuncian muerte sin más, en contraste con el recuerdo que la caja obliga a recapitular, pronunciando vida entre líneas, la decisión de Erdoğan es sencilla. Perseguirá el recuerdo, perseguirá la vida, pues entre ambas opciones es la única sobre la que realmente tiene poder. La muerte le pertenece al destino, pero el sendero de la vida es solamente suyo.
Respira profundo; sólo importan los ojos de la misteriosa doncella frente a él, nada más.
—... Entonces lo es. El origen de todo ésto es usted.
Soplan los vientos con fuerza, pero la templanza del hombre no logra quebrarse. Ésto se revela cuando logra pronunciar palabras en un tono bajo y sobrio, dichas como reafirmación a las sospechas de su mente y no como incentivo a la búsqueda de una respuesta por parte de la doncella. Significa mucho saber que ella es mucho más que una simple presencia aleatoria, pues de esta manera el irónicamente pragmático fantasma encuentra la razón para responder a las preguntas que le han sido planteadas. Sin una motivación real no tendría sentido el hablar, y la evidencia le indica que ésta es una situación muy especial.
Y así, sin perder de vista la mirada de hierro que le ofrece la mujer, le permite a su ceño profundizar un poco más. No lo frunce, pero así sus ojos dan la impresión de brillar un poco más. Su voz, sin embargo, se mantiene templada, sin destacar nada más que una determinación natural.
—Usted sabe que soy un espíritu errante, y aún así me hace una pregunta así. Este... barzaj... sueño; me recuerda a cada instante que el camino que tome es irrelevante para el destino final. Si mi tiempo de desaparecer finalmente se asoma, llegará aquí o en cualquier otro lugar.
La extraña obstinación de este hombre le permitió escapar del guía de los muertos hace mucho tiempo atrás, pero sus motivaciones atentan con escaparse con cada segundo en el que sus razones resultan inconclusas. Él no le teme a la muerte, él desdeña a este mundo de sueños en el que "vive" como errabundo, sin sentir ni motivo aparente. Desdeña su existencia vicaria e inconsecuente, ambigua e insignificante. Una parte de él se rinde, se cobija en la desidia y la autodestrucción, aspirando así concluir su camino por este absurdo limbo. Con un sentido como tal, pragmático pero crudo y patológico, a él le resultan irrelevantes muchísimas cosas. Él ya no tiene nada que perder ni un motivo por el cual luchar, así que no tiene sentido aferrarse más a la vida. Bajo este axioma, bajo la premisa del padecimiento del vacío, lo que sea que le permita salir de su limbo de ensueño, sea placer o tortura, suena como un motivo de celebración.
Y sin embargo...
—Estaba buscando esta caja.
Y llega sin más a la pregunta real, la que probablemente tenga mayor significado para la dama. Aún ambivalente responde, de alguna forma, con sus ojos brillantes e incongruentes en relación a la desidia que pareciera dominar sobre su ser, revelando así que esa versión de sí es relevante, pero no todo de él. Aún queda algo, una chispa, el recuerdo de un motivo.
—Manyetik, sentí su oscuridad a la distancia y ya está. No tenía idea de lo que iba a encontrar —Ladea un poco su cabeza, tal vez de manera inconsciente, tratando de hallar las palabras que concreten un verdadero porqué —... Y al final me topo con una urna, cargada de lágrimas y palabras nunca dichas. Percibo en este objeto el peso de una muerte prematura, de esas que truncan razones de vida, recordando a los vengadores que mueren sin haber logrado ejercer la justicia que se desvivieron por alcanzar —Su voz se llena de aire, abrumada e inquieta. Es bizarro e incómodo sincerarse cuando se está tan acostumbrado al cinismo y la negación —. La ira, el resentimiento, la terca voluntad por atar cabos sueltos. Eso es lo que me trajo hasta aquí.
…”Siendo ésta mi única, absurda pero única, razón para seguir en esta tierra.” le hizo falta pronunciar. Siempre se reduce a lo mismo: a la terquedad, a la insulsa volatilidad sentimental. Y aunque lo niegue es así; simple, resumido en una única palabra. La razón para todo, y la razón para nada. Enfrentado a las amenazantes palabras de la mujer, las que pronuncian muerte sin más, en contraste con el recuerdo que la caja obliga a recapitular, pronunciando vida entre líneas, la decisión de Erdoğan es sencilla. Perseguirá el recuerdo, perseguirá la vida, pues entre ambas opciones es la única sobre la que realmente tiene poder. La muerte le pertenece al destino, pero el sendero de la vida es solamente suyo.
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Volkan Erdoğan
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por Átropos Miér Sep 26, 2018 11:24 am
Su respuesta fue la que ella tenía en mente, predecible, rebuscada, demasiado simple para ser real. E incluso aunque mostrara cierto nivel de profundidad, al destino no le parecía en lo más mínimo sorprendente. Era imposible que fuese justo la caja lo que buscara, que fuese justo ese artefacto, resguardado por ella de manera celosa frente a otros, fuese el motivo de su aparente interés en el desconocido. Átropos le miró con desconfianza, y un movimiento de su mano bastó para que ese contenedor se desvaneciera, que desapareciera de la vista de aquel muchacho.
La sonrisa del destino se ensanchó, y acercándose al muchacho le tomó por la barbilla con insultante facilidad, presionando la misma para evitar a éste que se moviera. La energía que emanaba del cuerpo de la doncella era sobrecogedor, se volvía imposible escapar de un aura tan pesada como la de ella que decidía el final de cada ser viviente pisando ese planeta.
—No buscas absolutamente nada, en ese caso —sentenció. Aquel hermoso paisaje empezaba a demoronarse, resquebrajarse como un hermoso sueño transformándose en la más terrible pesadilla. La inexorable se mantenía en silencio, su mirada cruzándose inquisitiva sobre la ajena, frío a su alrededor, escalofríos que incluso en el cuerpo del espíritu frente a ella podría sentir... Como si estuviera vivo.
—¿Qué podría una simple urna ofrecerte, extraño? No es más que un adorno, algo que sobre una mesa sólo podría brindar un poco de elegancia, ¿qué podría tener que tú desees tanto?— sería esa la prueba decisiva.
La sonrisa del destino se ensanchó, y acercándose al muchacho le tomó por la barbilla con insultante facilidad, presionando la misma para evitar a éste que se moviera. La energía que emanaba del cuerpo de la doncella era sobrecogedor, se volvía imposible escapar de un aura tan pesada como la de ella que decidía el final de cada ser viviente pisando ese planeta.
—No buscas absolutamente nada, en ese caso —sentenció. Aquel hermoso paisaje empezaba a demoronarse, resquebrajarse como un hermoso sueño transformándose en la más terrible pesadilla. La inexorable se mantenía en silencio, su mirada cruzándose inquisitiva sobre la ajena, frío a su alrededor, escalofríos que incluso en el cuerpo del espíritu frente a ella podría sentir... Como si estuviera vivo.
—¿Qué podría una simple urna ofrecerte, extraño? No es más que un adorno, algo que sobre una mesa sólo podría brindar un poco de elegancia, ¿qué podría tener que tú desees tanto?— sería esa la prueba decisiva.
Moirai
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por Volkan Erdoğan Jue Sep 27, 2018 10:59 am
Un movimiento, leve y sencillo, es lo único que se necesita para acallar por completo el susurro de la caja negra. Con un ademán rápido la doncella aparta aquel hipnótico objeto de la vista del fantasma, asentando así el camino a la desolación. El susurro asonante se dispersa, y con él, la cúspide de la emotividad del hombre, mas dicho suceso dista de despertar la plenitud o la tranquilidad. La verdadera consecuencia de aquello es el permitirse contemplar su situación con mayor claridad.
Siente —como no lo había hecho hace siglos—, el peso de la presencia de la mujer por sobre un pecho que arde, abrumado por un mar de sensaciones que por mucho tiempo se había esforzado por asfixiar. Determina la sonrisa ajena, inquietante y anestésica en partes iguales, comportándose como anticipación a un despertar interno que se establece gradualmente con cada paso que ella da, concluyendo en el momento en el que las manos de la doncella se posan con fuerza en el volátil mentón de un hombre que se había acostumbrado a no ser capaz de sentir roce alguno.
La mirada del juicio que ostenta la mujer se clava entonces en los orbes febriles de él, y es allí cuando un parpadeo da cuenta de la realidad: Erdoğan siente, siente esos dedos sobre sí, siente el frío del aura oscura que se cierne a su alrededor, siente a su ausente respiración retornar en tono errático, y a su muerto corazón palpitar en su garganta. La desolación le acompaña como resultado de la esencia ajena, misma que le hace sentir pequeño, insignificante, petrificándolo en su lugar y haciéndolo exasperar. Y así, a la luz de las circunstancias, un respeto intrínseco despierta dentro de él; respeto por la mujer y por lo que puede intuir que representa.
Aterrado, petrificado, sus manos temblorosas se cierran y forman un puño, no en un tono hostil, sino en uno voluntarioso. Su expresión general es más de sorpresa que de terror, pero la palidez de su rostro no tarda en revelar el profundo estrés al que se halla sometido. Pero a pesar de todo… le escucha, atento, con sus ojos carentes de voluntad para huir, enfocados claramente en los ajenos sin titubear, casi sin parpadear.
Se tarda bastante en contestar. El nudo en su garganta le impide gesticular y el temor le impide pensar con coherencia, pero eventualmente entre jadeos logra reincorporarse lo suficiente como para finalmente corresponder.
—...Es el recuerdo, no el deseo, lo que me trajo hasta aquí.
Logra vocalizar a débil volumen, atajado por la ansiedad, pero con dolorosa claridad. Recapitula con esfuerzo los momentos previos al encuentro, el cómo el peso de un aura oscura caló hasta el fondo de su espíritu, el cómo la conocida pero olvidada voluntad de vida se asomó bajo el concepto de la ira, el resentimiento y la desesperación emanados por un algo a la cercanía, estimulando a la versión más aguerrida de un fantasma cuya voluntad le permitió perdurar más allá de la muerte en primer lugar. Se acercó ignorando lo que finalmente encontraría; no sabía si encontraría un objeto, una persona, o absolutamente nada, mas cuando dio con este oasis resquebrajado, confabulado como altar alrededor de una caja negra, el hombre relacionó su conceptualización con algo concreto. Su ambición no se encuentra precisamente en el objeto, sino en lo que éste desencadena, lo que éste representa.
Haciendo lo posible por reunir los fragmentos de su ansiosa mente, el hombre escucha las palabras de la doncella, mas la definición que ella le dio a la caja le causa una gran inquietud. En su anterior discurso él utilizó la palabra “urna” para referirse a la misma, mas ésto lo hizo sin conocimiento de causa: sospechaba que ésta representaba tal cosa debido al hecho de que su aura despertó la remembranza de los últimos momentos de vida en el fantasma, pero ahora que la dama se ha referido a aquel objeto de la misma manera, reconoce algo de sensatez en su arrebato. La mirada de la mujer es segura, poderosa, profunda; ella le resta importancia a la caja de manera deliberada.
Se suaviza entonces la expresión anonadada de él, pero apenas un poco. Busca con su mirada la caja de manera casi instintiva, pero no la encuentra. Se refugia entonces en la mirada ajena, y allí se sostiene, enfrentándose a su tormento.
—No conozco al dueño de las cenizas dentro de esa urna, pero ésta lleva su recuerdo consigo. La caja es el símbolo de quien alguna vez dejó sus huellas sobre esta tierra —Mientras su voz vibra alentada por la ansiedad, algo de melancolía se dibuja en su mirada —. Una persona que, para alguien, mereció una ceremonia. Mereció que su memoria perdurara en un objeto fino y elegante.
Baja la mirada por un instante, asolado por el atentado de imágenes de su propio pasado acechando las inmediaciones de su encéfalo. Pero en esta ocasión les permite fluir; esta vez, enfrentado al susurro del destino final, no se permite huir. Y así, finalmente, su expresión se aligera por completo.
—… Vine persiguiendo el aura oscura de este lugar, pues me permitió recordar el último instante de mi vida. El resentimiento propio de aquel que se enfrenta al último destino sin paz, dejando asuntos pendientes.
Y se cierra entonces su mirada, y se desliga de la impaciencia, pues el hombre se da cuenta de que los hilos del destino dictaminan por encima de su voluntad. Enfrentado a un riesgo del que no tiene idea si podrá librarse, poco más queda sino hacer todo lo que esté en sus manos por, finalmente, procurar no dejar los cabos sueltos.
—Lo que podía obtener de la caja lo obtuve en cuanto tuve la oportunidad de recordar. Fue un llamado de atención que me hizo dar cuenta de que todavía quedan cabos por atar —Abre entonces sus ojos nuevamente, febriles y enfocados en el destino frente a él —...Ya es momento de honrar la segunda oportunidad que el destino me dio.
...Y salir de este mundo de sueños.
Siente —como no lo había hecho hace siglos—, el peso de la presencia de la mujer por sobre un pecho que arde, abrumado por un mar de sensaciones que por mucho tiempo se había esforzado por asfixiar. Determina la sonrisa ajena, inquietante y anestésica en partes iguales, comportándose como anticipación a un despertar interno que se establece gradualmente con cada paso que ella da, concluyendo en el momento en el que las manos de la doncella se posan con fuerza en el volátil mentón de un hombre que se había acostumbrado a no ser capaz de sentir roce alguno.
La mirada del juicio que ostenta la mujer se clava entonces en los orbes febriles de él, y es allí cuando un parpadeo da cuenta de la realidad: Erdoğan siente, siente esos dedos sobre sí, siente el frío del aura oscura que se cierne a su alrededor, siente a su ausente respiración retornar en tono errático, y a su muerto corazón palpitar en su garganta. La desolación le acompaña como resultado de la esencia ajena, misma que le hace sentir pequeño, insignificante, petrificándolo en su lugar y haciéndolo exasperar. Y así, a la luz de las circunstancias, un respeto intrínseco despierta dentro de él; respeto por la mujer y por lo que puede intuir que representa.
Aterrado, petrificado, sus manos temblorosas se cierran y forman un puño, no en un tono hostil, sino en uno voluntarioso. Su expresión general es más de sorpresa que de terror, pero la palidez de su rostro no tarda en revelar el profundo estrés al que se halla sometido. Pero a pesar de todo… le escucha, atento, con sus ojos carentes de voluntad para huir, enfocados claramente en los ajenos sin titubear, casi sin parpadear.
Se tarda bastante en contestar. El nudo en su garganta le impide gesticular y el temor le impide pensar con coherencia, pero eventualmente entre jadeos logra reincorporarse lo suficiente como para finalmente corresponder.
—...Es el recuerdo, no el deseo, lo que me trajo hasta aquí.
Logra vocalizar a débil volumen, atajado por la ansiedad, pero con dolorosa claridad. Recapitula con esfuerzo los momentos previos al encuentro, el cómo el peso de un aura oscura caló hasta el fondo de su espíritu, el cómo la conocida pero olvidada voluntad de vida se asomó bajo el concepto de la ira, el resentimiento y la desesperación emanados por un algo a la cercanía, estimulando a la versión más aguerrida de un fantasma cuya voluntad le permitió perdurar más allá de la muerte en primer lugar. Se acercó ignorando lo que finalmente encontraría; no sabía si encontraría un objeto, una persona, o absolutamente nada, mas cuando dio con este oasis resquebrajado, confabulado como altar alrededor de una caja negra, el hombre relacionó su conceptualización con algo concreto. Su ambición no se encuentra precisamente en el objeto, sino en lo que éste desencadena, lo que éste representa.
Haciendo lo posible por reunir los fragmentos de su ansiosa mente, el hombre escucha las palabras de la doncella, mas la definición que ella le dio a la caja le causa una gran inquietud. En su anterior discurso él utilizó la palabra “urna” para referirse a la misma, mas ésto lo hizo sin conocimiento de causa: sospechaba que ésta representaba tal cosa debido al hecho de que su aura despertó la remembranza de los últimos momentos de vida en el fantasma, pero ahora que la dama se ha referido a aquel objeto de la misma manera, reconoce algo de sensatez en su arrebato. La mirada de la mujer es segura, poderosa, profunda; ella le resta importancia a la caja de manera deliberada.
Se suaviza entonces la expresión anonadada de él, pero apenas un poco. Busca con su mirada la caja de manera casi instintiva, pero no la encuentra. Se refugia entonces en la mirada ajena, y allí se sostiene, enfrentándose a su tormento.
—No conozco al dueño de las cenizas dentro de esa urna, pero ésta lleva su recuerdo consigo. La caja es el símbolo de quien alguna vez dejó sus huellas sobre esta tierra —Mientras su voz vibra alentada por la ansiedad, algo de melancolía se dibuja en su mirada —. Una persona que, para alguien, mereció una ceremonia. Mereció que su memoria perdurara en un objeto fino y elegante.
Baja la mirada por un instante, asolado por el atentado de imágenes de su propio pasado acechando las inmediaciones de su encéfalo. Pero en esta ocasión les permite fluir; esta vez, enfrentado al susurro del destino final, no se permite huir. Y así, finalmente, su expresión se aligera por completo.
—… Vine persiguiendo el aura oscura de este lugar, pues me permitió recordar el último instante de mi vida. El resentimiento propio de aquel que se enfrenta al último destino sin paz, dejando asuntos pendientes.
Y se cierra entonces su mirada, y se desliga de la impaciencia, pues el hombre se da cuenta de que los hilos del destino dictaminan por encima de su voluntad. Enfrentado a un riesgo del que no tiene idea si podrá librarse, poco más queda sino hacer todo lo que esté en sus manos por, finalmente, procurar no dejar los cabos sueltos.
—Lo que podía obtener de la caja lo obtuve en cuanto tuve la oportunidad de recordar. Fue un llamado de atención que me hizo dar cuenta de que todavía quedan cabos por atar —Abre entonces sus ojos nuevamente, febriles y enfocados en el destino frente a él —...Ya es momento de honrar la segunda oportunidad que el destino me dio.
...Y salir de este mundo de sueños.
Tumultus
Volkan Erdoğan
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