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♠ Fair judgement — Czar V.
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por Medea Regulus Mar Jul 24, 2018 7:58 pm
La vida da mil vueltas, y era ella quien a lo largo de los años fue partícipe de los cambios en varias de ellas, quien en sus manos tuvo el poder de deshacerse con sólo un chasquido del aliento de vida de quienes habitaban la tierra. Uno en particular, aquel en quien alcanzaba a notar un resquicio de bondad entre toda esa penumbra que rodeaba su corazón, aquel a quien cansada de apoyar, de darle oportunidades, comenzó a pensar que no existía esperanza para él.
Una y otra vez, provocando sufrimiento, causando rencores innecesarios, dolor que no debía existir, llevado a extremos por situaciones complicadas que le puso la vida al frente. Ella sabía la clase de obstáculos que tendría que superar, lo supo desde el mismo instante en que la muerte mantuvo la cercanía peligrosa con aquella alma, mas no atacándole directamente sino arrebatándole a varios a su alrededor, acecando en todo momento, buscando más y más víctimas que enviar a sus dominios. Vida tras vida, respiro tras respiro, ella lo veía sufrir, y sufría con él, como una madre que no soporta ver llorar a un hijo suyo.
Era tan pequeño, y ella quizás con cierta crueldad tomó la decisión de ponerlo en situaciones precarias, dejar que su alma volviese una y otra vez a pasar el mismo infierno de siempre, el mismo sufrimiento, esperando que al menos pudiese aprender de sus errores. No lo lograba, no consiguió que ese hombre comprendiese que su manera de ver la vida no era la correcta, que no debía dejar que la sangre continuase derramándose, manchando sus manos sin clemencia alguna. Todos, según ella, merecían una oportunidad, y aunque a Czar Vólkov ya le hubiera dado más de una, no era la excepción.
Sin embargo, ésta vez había derramado el vaso, se le había colmado la paciencia, y es que en ésta última vida tuvo oportunidades que a nadie más le pudo brindar, varias de ellas indirectas.
El llanto de un bebé fue lo que le dio la esperanza de ayudarle a cambiar, las lágrimas de una mujer cuya alma le rogaba con todo su ser que le perdonase la vida a la niña que dando a luz le obligó a entregar su último aliento, y que además protegiese al padre de la criatura alegando que había bondad en él. Siendo ella misma hija y madre sentía que ignorar esa petición sería ir en contra de sus propias convicciones, de sus propias ideas. Y así, aunque sabía que esa niñita debía morir, se convirtió en su protegida, la pequeñita que vio un poco de luz cuando la oscuridad le rodeaba. Los años pasaron, Persephone no olvidaba sus objetivos, la razón por la que permitió a esa mujer quedarse en los Elíseos, la razón por la que por enésima vez recibió a Czar personalmente en la entrada del Inframundo, una oportunidad nueva, frenando su muerte por instantes, mismos que en su reino parecerían tortuosos minutos para aquel hombre.
Una lección debía ser aprendida, de la forma que fuese.
—¿Cuántas veces más tendré que detener tu avance? Czar, a estas alturas debería cortar tu alma y esparcirla por los nueve círculos —musitó con delicadeza la doncella, de pie frente al río Aqueronte, donde esperaba el barquero ansioso por llevar aquella alma a su terrible castigo. Sin embargo, la presencia de su soberana fue suficiente para hacerle partir con el resto de aquellos que llegaban esperando su juicio. Persephone soltó un suspiro, y dando media vuelta bastó con un gesto de su cabeza para indicarle a aquel hombre que le siguiera, pues lo llevaría a un lugar que ningún hombre jamás soñó alcanzar, aquel donde los héroes y las almas virtuosas aún moraban, libres de todo sufrimiento.
Ahí, una sorpresa le esperaba, una que ella deseaba fuese el punto de inflexión para que ese hombre deseara de una vez por todas acabar con aquello que por tanto tiempo llegó a pudrir su corazón.
—¿Existió alguna vez una mujer entre los vivos a quien desearas proteger de todo peligro, Czar? —preguntó al caminar, un eco que entre las montañas y paisajes escarpados del Inframundo sólo podría causar pesar.
Una y otra vez, provocando sufrimiento, causando rencores innecesarios, dolor que no debía existir, llevado a extremos por situaciones complicadas que le puso la vida al frente. Ella sabía la clase de obstáculos que tendría que superar, lo supo desde el mismo instante en que la muerte mantuvo la cercanía peligrosa con aquella alma, mas no atacándole directamente sino arrebatándole a varios a su alrededor, acecando en todo momento, buscando más y más víctimas que enviar a sus dominios. Vida tras vida, respiro tras respiro, ella lo veía sufrir, y sufría con él, como una madre que no soporta ver llorar a un hijo suyo.
Era tan pequeño, y ella quizás con cierta crueldad tomó la decisión de ponerlo en situaciones precarias, dejar que su alma volviese una y otra vez a pasar el mismo infierno de siempre, el mismo sufrimiento, esperando que al menos pudiese aprender de sus errores. No lo lograba, no consiguió que ese hombre comprendiese que su manera de ver la vida no era la correcta, que no debía dejar que la sangre continuase derramándose, manchando sus manos sin clemencia alguna. Todos, según ella, merecían una oportunidad, y aunque a Czar Vólkov ya le hubiera dado más de una, no era la excepción.
Sin embargo, ésta vez había derramado el vaso, se le había colmado la paciencia, y es que en ésta última vida tuvo oportunidades que a nadie más le pudo brindar, varias de ellas indirectas.
El llanto de un bebé fue lo que le dio la esperanza de ayudarle a cambiar, las lágrimas de una mujer cuya alma le rogaba con todo su ser que le perdonase la vida a la niña que dando a luz le obligó a entregar su último aliento, y que además protegiese al padre de la criatura alegando que había bondad en él. Siendo ella misma hija y madre sentía que ignorar esa petición sería ir en contra de sus propias convicciones, de sus propias ideas. Y así, aunque sabía que esa niñita debía morir, se convirtió en su protegida, la pequeñita que vio un poco de luz cuando la oscuridad le rodeaba. Los años pasaron, Persephone no olvidaba sus objetivos, la razón por la que permitió a esa mujer quedarse en los Elíseos, la razón por la que por enésima vez recibió a Czar personalmente en la entrada del Inframundo, una oportunidad nueva, frenando su muerte por instantes, mismos que en su reino parecerían tortuosos minutos para aquel hombre.
Una lección debía ser aprendida, de la forma que fuese.
—¿Cuántas veces más tendré que detener tu avance? Czar, a estas alturas debería cortar tu alma y esparcirla por los nueve círculos —musitó con delicadeza la doncella, de pie frente al río Aqueronte, donde esperaba el barquero ansioso por llevar aquella alma a su terrible castigo. Sin embargo, la presencia de su soberana fue suficiente para hacerle partir con el resto de aquellos que llegaban esperando su juicio. Persephone soltó un suspiro, y dando media vuelta bastó con un gesto de su cabeza para indicarle a aquel hombre que le siguiera, pues lo llevaría a un lugar que ningún hombre jamás soñó alcanzar, aquel donde los héroes y las almas virtuosas aún moraban, libres de todo sufrimiento.
Ahí, una sorpresa le esperaba, una que ella deseaba fuese el punto de inflexión para que ese hombre deseara de una vez por todas acabar con aquello que por tanto tiempo llegó a pudrir su corazón.
—¿Existió alguna vez una mujer entre los vivos a quien desearas proteger de todo peligro, Czar? —preguntó al caminar, un eco que entre las montañas y paisajes escarpados del Inframundo sólo podría causar pesar.
Última edición por Medea Regulus el Sáb Sep 08, 2018 2:38 pm, editado 1 vez
Praesidium
Medea Regulus
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Fecha de inscripción : 20/06/2018
por Invitado Lun Jul 30, 2018 6:00 pm
Una nueva lección. Una que le entraría probablemente por una oreja y le saldría por la otra; o eso quería creer.
Fue recibido amablemente en el Inframundo por la mismísima Perséfone, se sentía hasta halagado porque cada vez que terminaba ahí tenía la grata sorpresa de que aquella mujer lo estaba esperando, como una madre espera a su hijo tras llegar más tarde del horario pactado. Le faltaba tener la chancla en mano y los ruleros puestos para que terminara siendo ese estereotipo de madre estricta pero no por ello dejaba de ser cariñosa con sus hijos; todo lo contrario de hecho.
Se la quedó mirando, girando los ojos en blanco y cruzándose de brazos, desviando la mirada hacia un lado al notar que otra vez le impedían seguir directo a su supuesta tortura eterna de aquella alma que poseía tan oscura. ¿Acaso había encontrado otra de sus supuestas esperanzas en él? A juzgar por sus palabras y la manera en la que aquel bote se iba directo sin esperarle, la respuesta era una sola: Sí.
— Si tanto quieres tomar mi alma y esparcirla, ¿por qué no lo has hecho ya? Cyka blyat ... Tanto dices pero no lo haces. — hizo una pausa, volviendo su mirar ahora hacia los ojos de aquella deidad. Muchos le temerían, pero a diferencia de esas almas que terminaban sufriendo eternamente, él no tenía ni un solo atisbo de terror hacia ella. De hecho hasta era capaz de reírse en su cara sin temor a nada, total ya estaba curado de todo espanto. Tantos retos, tanto dolor había pasado en su vida que probablemente lo que le depararan los nueve anillos del infierno solo sería un pasatiempo para él, algo aburrido, que podría durar una eternidad, pero nada comparado con lo que le hizo pasar su progenitor en el mundo de los mortales.
— Urod blyat, tanto que me recibes ... ¿tu hombre no se pondrá celoso de que sientes tanta estima del que dices estar cansada? Nu pizdec ... ¿no te estarás enamorando de mi, verdad? — le tomaba el pelo, porque así era él. Incluso se acercaba al rostro ajeno, llevándose las manos al pantalón de vestir que llevaba puesto, de bajo corto ya que le quedaba poco encima de los tobillos. Pero se quedó totalmente callado cuando ella mencionó algo referido a una mujer. Sabía a la perfección que no podía mentirle, ella era prácticamente omnipresente ... o al menos, lo suficiente como para saber que decirle una mentira solo sería estúpido de su parte. Seguramente lo habría visto todo, de principio a fin. Y sin embargo, él siguió con esa actitud, aunque su ceño levemente más fruncido de lo normal.
— No sé por qué me preguntas a estas alturas, blyat ... tú ya sabes la respuesta así que no tiene sentido si te miento, lo que sí te diré es que esa perra no apareció más ... Después de lo que hizo con ese gavno urod de Balzaretti. — insultó, cruzándose de brazos. Aún seguía ofendido por eso, rencoroso como pocos de esos que no olvidan. Y es que... ¿cómo olvidar? Si tienes una vida eterna por delante y una deidad incluso terminaba fomentándole aquello, permitiendo que mantuviera incluso sus memorias cada vez. — Seguro ya debe estar muerta esa prostitutka. — burló de nuevo, resoplando por la nariz y emitiendo una carcajada socarrona.
Fue recibido amablemente en el Inframundo por la mismísima Perséfone, se sentía hasta halagado porque cada vez que terminaba ahí tenía la grata sorpresa de que aquella mujer lo estaba esperando, como una madre espera a su hijo tras llegar más tarde del horario pactado. Le faltaba tener la chancla en mano y los ruleros puestos para que terminara siendo ese estereotipo de madre estricta pero no por ello dejaba de ser cariñosa con sus hijos; todo lo contrario de hecho.
Se la quedó mirando, girando los ojos en blanco y cruzándose de brazos, desviando la mirada hacia un lado al notar que otra vez le impedían seguir directo a su supuesta tortura eterna de aquella alma que poseía tan oscura. ¿Acaso había encontrado otra de sus supuestas esperanzas en él? A juzgar por sus palabras y la manera en la que aquel bote se iba directo sin esperarle, la respuesta era una sola: Sí.
— Si tanto quieres tomar mi alma y esparcirla, ¿por qué no lo has hecho ya? Cyka blyat ... Tanto dices pero no lo haces. — hizo una pausa, volviendo su mirar ahora hacia los ojos de aquella deidad. Muchos le temerían, pero a diferencia de esas almas que terminaban sufriendo eternamente, él no tenía ni un solo atisbo de terror hacia ella. De hecho hasta era capaz de reírse en su cara sin temor a nada, total ya estaba curado de todo espanto. Tantos retos, tanto dolor había pasado en su vida que probablemente lo que le depararan los nueve anillos del infierno solo sería un pasatiempo para él, algo aburrido, que podría durar una eternidad, pero nada comparado con lo que le hizo pasar su progenitor en el mundo de los mortales.
— Urod blyat, tanto que me recibes ... ¿tu hombre no se pondrá celoso de que sientes tanta estima del que dices estar cansada? Nu pizdec ... ¿no te estarás enamorando de mi, verdad? — le tomaba el pelo, porque así era él. Incluso se acercaba al rostro ajeno, llevándose las manos al pantalón de vestir que llevaba puesto, de bajo corto ya que le quedaba poco encima de los tobillos. Pero se quedó totalmente callado cuando ella mencionó algo referido a una mujer. Sabía a la perfección que no podía mentirle, ella era prácticamente omnipresente ... o al menos, lo suficiente como para saber que decirle una mentira solo sería estúpido de su parte. Seguramente lo habría visto todo, de principio a fin. Y sin embargo, él siguió con esa actitud, aunque su ceño levemente más fruncido de lo normal.
— No sé por qué me preguntas a estas alturas, blyat ... tú ya sabes la respuesta así que no tiene sentido si te miento, lo que sí te diré es que esa perra no apareció más ... Después de lo que hizo con ese gavno urod de Balzaretti. — insultó, cruzándose de brazos. Aún seguía ofendido por eso, rencoroso como pocos de esos que no olvidan. Y es que... ¿cómo olvidar? Si tienes una vida eterna por delante y una deidad incluso terminaba fomentándole aquello, permitiendo que mantuviera incluso sus memorias cada vez. — Seguro ya debe estar muerta esa prostitutka. — burló de nuevo, resoplando por la nariz y emitiendo una carcajada socarrona.
Invitado
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por Medea Regulus Sáb Sep 08, 2018 2:37 pm
Siempre tan impetuoso, tan impaciente y explosivo, lástima que todo eso fuese el causante de tanto sufrimiento a su alrededor, tanta desgracia la que rodeaba la vida de un hombre que nunca tuvo la culpa de nacer en el lugar o circunstancias en que lo hizo. La doncella sonrió complacida, y es que él tenía toda la razón, sabía perfectamente qué era lo que aquejaba a su corazón, quién ocupaba la mayor parte de éste y le brindaba fuerzas cada día para latir más. De la misma manera, también sabía que esa persona ahora rondaba los Elíseos, sin rumbo, simplemente disfrutando de todo aquello que Persephone le brindaba en el hermoso campo destinado a aquellos de corazón puro.
Para ella no había nada más puro que el amor desinteresado, sin condiciones, sin obstáculos. Lástima que a aquella hermosa mujer no le fue correspondido de la misma manera incondicional. Ciego quizás por la ira, la rabia, ese hombre dejó de confiar en quien pudo haberle dado un poco de brillo en medio de toda esa oscuridad que le rodeó durante la mayor parte de su vida, pero decidió desecharla como si se tratase de un simple trozo de papel.
—¿Y si te permitiera verla una vez más, Czar? —no esperaría respuesta mientras caminaba, pues frente a ella, y tras un largo recorrido se hallaba el río Lete, el olvido, que brindaba a aquellas almas el descanso que merecían, que les hacía olvidar todo el sufrimiento que en vida tuvieron. Virtuosos y héroes que bebían de sus aguas y ahora tras la muerte tenían la irónica vida que tanto rogaron. Ahí descansó Eurídice, a quien una oportunidad de volver a la vida le fue brindada cuando encandilada la reina del Inframundo por la fuerza de su amor a un mortal decidió que no podía dejarlos separados más tiempo.
Y esperaba, con total sinceridad, que para el soviético tuviese el próximo encuentro un cambio drástico, que le ayudase a encontrar el camino que debía haber tomado hace mucho, y no el que le fue impuesto por obligación y necesidad. A las orillas del Lete empezaban a surgir flores hermosas, se terminaban los terrenos áridos y hostiles del reino de Hades, había un viento tranquilizador, un aroma a sándalo, manzanas, tulipanes, tintes que transformaban el antes terrible infierno y su asfixiante aroma a azufre en el más hermoso de los paraísos.
—Aleksandra Kuznetsova fue su nombre, ¿no es así? —se detuvo cuando dejó atrás el dominio de su esposo, y es que al mirar a sus alrededores Czar podría darse cuenta que no había rastro alguno del Inframundo, sólo paz, tranquilidad, una atmósfera que fácilmente podría hacerle dormir el más hermoso de todos los sueños, música suave proveniente de un arpa sonando a lo lejos, probablemente proveniente vestigios del cariño de Orfeo que quedaron relegados en los campos.
Persephone suspiró, dio media vuelta y con la misma sonrisa de siempre se dirigó a Czar, manteniendo las distancias con éste y clavando sus ojos escarlata en los ajenos, una mirada penetrante, lúgubre que contrastaba inmensamente con el paisaje a su alrededor. Por eso era tan temida, por eso ella era el balance perfecto entre luz y oscuridad. Un movimiento de su mano provocó una suave brisa que materializó a su lado la figura de una mujer, intangible, un alma a la que por el momento despojó de toda capacidad de interacción con sus alrededores.
Aquella mujer de hermoso cabello rojo y mirada aguerrida lucía apagada, no había brillo en sus ojos, su piel era pálida, mas sus labios mantenían ese color rubí tan hermoso e hipnotizante. Medea sonrió al presentar tal silueta frente a Czar, en espera de su reacción.
—¿La recuerdas entonces? —su tono suave cambió, se convirtió en un tono seco, un claro reproche al hombre cuya vida ahora pendía de un hilo.
Para ella no había nada más puro que el amor desinteresado, sin condiciones, sin obstáculos. Lástima que a aquella hermosa mujer no le fue correspondido de la misma manera incondicional. Ciego quizás por la ira, la rabia, ese hombre dejó de confiar en quien pudo haberle dado un poco de brillo en medio de toda esa oscuridad que le rodeó durante la mayor parte de su vida, pero decidió desecharla como si se tratase de un simple trozo de papel.
—¿Y si te permitiera verla una vez más, Czar? —no esperaría respuesta mientras caminaba, pues frente a ella, y tras un largo recorrido se hallaba el río Lete, el olvido, que brindaba a aquellas almas el descanso que merecían, que les hacía olvidar todo el sufrimiento que en vida tuvieron. Virtuosos y héroes que bebían de sus aguas y ahora tras la muerte tenían la irónica vida que tanto rogaron. Ahí descansó Eurídice, a quien una oportunidad de volver a la vida le fue brindada cuando encandilada la reina del Inframundo por la fuerza de su amor a un mortal decidió que no podía dejarlos separados más tiempo.
Y esperaba, con total sinceridad, que para el soviético tuviese el próximo encuentro un cambio drástico, que le ayudase a encontrar el camino que debía haber tomado hace mucho, y no el que le fue impuesto por obligación y necesidad. A las orillas del Lete empezaban a surgir flores hermosas, se terminaban los terrenos áridos y hostiles del reino de Hades, había un viento tranquilizador, un aroma a sándalo, manzanas, tulipanes, tintes que transformaban el antes terrible infierno y su asfixiante aroma a azufre en el más hermoso de los paraísos.
—Aleksandra Kuznetsova fue su nombre, ¿no es así? —se detuvo cuando dejó atrás el dominio de su esposo, y es que al mirar a sus alrededores Czar podría darse cuenta que no había rastro alguno del Inframundo, sólo paz, tranquilidad, una atmósfera que fácilmente podría hacerle dormir el más hermoso de todos los sueños, música suave proveniente de un arpa sonando a lo lejos, probablemente proveniente vestigios del cariño de Orfeo que quedaron relegados en los campos.
Persephone suspiró, dio media vuelta y con la misma sonrisa de siempre se dirigó a Czar, manteniendo las distancias con éste y clavando sus ojos escarlata en los ajenos, una mirada penetrante, lúgubre que contrastaba inmensamente con el paisaje a su alrededor. Por eso era tan temida, por eso ella era el balance perfecto entre luz y oscuridad. Un movimiento de su mano provocó una suave brisa que materializó a su lado la figura de una mujer, intangible, un alma a la que por el momento despojó de toda capacidad de interacción con sus alrededores.
Aquella mujer de hermoso cabello rojo y mirada aguerrida lucía apagada, no había brillo en sus ojos, su piel era pálida, mas sus labios mantenían ese color rubí tan hermoso e hipnotizante. Medea sonrió al presentar tal silueta frente a Czar, en espera de su reacción.
—¿La recuerdas entonces? —su tono suave cambió, se convirtió en un tono seco, un claro reproche al hombre cuya vida ahora pendía de un hilo.
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Medea Regulus
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por Invitado Lun Sep 10, 2018 3:39 am
Afortunadas las almas que tuvieran la fortuna de llegar a los Campos Elíseos. Bienaventurados los que buscando un amor perdido se internen en el mismísimo infierno con tal de volver a estar cerca de su pareja, pero Czar no era ese tipo de hombres. Czar con su orgullo inquebrantable estaba convencido de que su difunta mujer le había sido infiel con otro hombre, que para peor venía siendo su rival hacía muchísimo años antes de conocerla a ella. Y sin embargo, cuando la buscó no hubo respuesta, es como si hubiera desaparecido del mismísimo universo sin tener la oportunidad de encontrar aunque fuera una ínfima pista. Y la muerte alcanzó la puerta del soviético, tocó con gentileza y ahora estaba allí siendo burlado por aquella deidad que lograba colmarle la paciencia tan rápido como su antigua enamorada lo hacía sin mover ni un solo dedo.
Fuera por burla, o solo disfrutando de las reacciones del rubio, este la siguió con cierto recelo. La miraba con reproche, a sabiendas de que ella era consciente de lo que estaba diciendo, solo estaba jugando sucio con tal de disfrutar al soviético exponer sus más oscuros secretos ante ella. Que se tragara todo su orgullo con tal de conseguir aunque fuera un pequeño cambio en él. Y lo habría logrado, de no ser por la forma en que se lo dijo. Más se quedó algo paralizado, habría contestado altanero pero escuchar ese hombre ser mencionado luego de tantos años era algo que no podía ignorar tan fácilmente.
—No vuelvas a repetir ese nombre, bly-... —habría terminado ese preciado insulto, pero no pudo. Le era imposible al ver frente a sus ojos esa figura femenina de cabellos rojizos que hacía tanto tiempo había creído olvidar. Dejado atrás como algo del pasado, cuya traición rompió el poco corazón que podría quedarle a Czar y que ahora por alguna extraña razón se quedaba paralizado como un niño pequeño que tenía frente a sus ojos su peor pesadilla.
Avanzó un paso, dos pasos, tres... Cuando quiso darse cuenta, estaba abalanzándose sobre esa silueta fantasmal, estaba esperando que sus brazos le recibieran pero no hubo más que una gélida sensación que le invadió el pecho cayendo de rodillas al suelo teniendo que apoyar ambas manos para no darse de cara. Todo el cuerpo del dragón soviético temblaba cual cachorro bajo la lluvia, aferrándose al césped bajo sus dedos arrancando flores entre sus falanges. —¿Qué quieres, qué mierda quieres? —preguntó. Se le notaba enfurecido, pero no reía. No actuaba burlón ni mucho menos superior a ella como otras veces, ese frío en su pecho, esa soledad... ya la había sentido antes y no quería revivirla. El día en el que la perdió, ese ardor en su pecho que ahora no parecía desvanecerse al instante como antes cuando la recordaba.
—¿¡Qué quieres!? —exclamó llegando a sentir que su garganta ardía por ese grito. Un grito desgarrador, que podía compararse con las almas en pena que esperaban a orillas del Aqueronte. Tenía ganas de matar a la diosa, pero sabía que aquello era virtualmente imposible.
Las ganas, sin embargo, no faltaban.
Fuera por burla, o solo disfrutando de las reacciones del rubio, este la siguió con cierto recelo. La miraba con reproche, a sabiendas de que ella era consciente de lo que estaba diciendo, solo estaba jugando sucio con tal de disfrutar al soviético exponer sus más oscuros secretos ante ella. Que se tragara todo su orgullo con tal de conseguir aunque fuera un pequeño cambio en él. Y lo habría logrado, de no ser por la forma en que se lo dijo. Más se quedó algo paralizado, habría contestado altanero pero escuchar ese hombre ser mencionado luego de tantos años era algo que no podía ignorar tan fácilmente.
—No vuelvas a repetir ese nombre, bly-... —habría terminado ese preciado insulto, pero no pudo. Le era imposible al ver frente a sus ojos esa figura femenina de cabellos rojizos que hacía tanto tiempo había creído olvidar. Dejado atrás como algo del pasado, cuya traición rompió el poco corazón que podría quedarle a Czar y que ahora por alguna extraña razón se quedaba paralizado como un niño pequeño que tenía frente a sus ojos su peor pesadilla.
Avanzó un paso, dos pasos, tres... Cuando quiso darse cuenta, estaba abalanzándose sobre esa silueta fantasmal, estaba esperando que sus brazos le recibieran pero no hubo más que una gélida sensación que le invadió el pecho cayendo de rodillas al suelo teniendo que apoyar ambas manos para no darse de cara. Todo el cuerpo del dragón soviético temblaba cual cachorro bajo la lluvia, aferrándose al césped bajo sus dedos arrancando flores entre sus falanges. —¿Qué quieres, qué mierda quieres? —preguntó. Se le notaba enfurecido, pero no reía. No actuaba burlón ni mucho menos superior a ella como otras veces, ese frío en su pecho, esa soledad... ya la había sentido antes y no quería revivirla. El día en el que la perdió, ese ardor en su pecho que ahora no parecía desvanecerse al instante como antes cuando la recordaba.
—¿¡Qué quieres!? —exclamó llegando a sentir que su garganta ardía por ese grito. Un grito desgarrador, que podía compararse con las almas en pena que esperaban a orillas del Aqueronte. Tenía ganas de matar a la diosa, pero sabía que aquello era virtualmente imposible.
Las ganas, sin embargo, no faltaban.
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