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Actualmente Elysium atraviesa un maravilloso verano, predominando los días soleados, aunque también de vez en cuando es posible toparse con días donde las lluvias no paran de caer sobre la isla. Las temperaturas varían bastante, yendo de los 33° como máximo hasta los 18° como mínimo. Esta temporada es ideal para paseos en la playa, fiestas al aire libre, todo tipo de actividades recreativas en las que puedas disfrutar de un hermoso sol y cielo despejado en su mayoría.
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A fucked up night. [Priv.]
Lost Garden :: ✧ Elysium :: Oblivion :: Centro de la ciudad
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por Aren B. Bergström Miér Ago 29, 2018 4:41 pm
Dolor. Múltiples focos de aquella molesta sensación. El sofocante silencio que demostraba reinante en aquella habitación de mala muerte. Un pequeño foco, una insignificante lámpara cuya vida útil estaba a punto de esfumarse por completo, colgaba de aquél techo derruido por la humedad del concreto. La sensación de cosquillas de sus propias heridas en proceso de regeneración, se contradecían con el dolor que aquejaba su mente. Una constante contradicción, tal y como todo en él lo era. Dolor y excelencia física. Una vida incapaz de extinguirse, plagada por un deseo de hacer de la muerte su realidad más absoluta. La botella de whisky medio vacía reposaba en su mesa de noche, mientras que el único vaso que había en todo el departamento estaba en el suelo, a un lado de sus pies. Las botas reglamentarias del uniforme militar, desgastadas por una infinidad de combates, hacían que el mismo pareciera tan pequeño como una hormiga. El hielo derritiéndose y fundiéndose con la bebida blanca. Aren tomó el vaso y terminó el contenido del mismo de un solo trago. Soltó un quejido por la sensación de ardor que naturalmente seguía al licor y se puso lentamente de pie.
Se encontró a si mismo delante de un espejo resquebrajado, observándose con algo de detenimiento. Se deshizo de su vestimenta reglamentaria y observó su interminable número de cicatrices. Esa misma tarde había, en conjunto con su escuadrón, llevado a cabo una tarea de protección para con una importante figura del mundo humano. Y desgraciadamente, había habido inconvenientes. El mirar del Fénix se dirigió a su brazo derecho, el cual aún estaba cubierto de vendajes blancos, manchados por su propia sangre. En su afán por evitar la muerte del humano al cual estaba protegiendo, recibió un disparo y un zarpazo de uno de los agresores. Lo acabó reduciendo a él y a otros tres, de los diez que habían atacado el convoy. Aren asesinó a dos de los cuatro atacantes que se vió forzado a detener. Odiaba la doble moral que se aceptaba en su línea de trabajo. Aunque, si se ponía a pensarlo, odiaba muchas cosas.
Se dio un baño lento, dejando que los vendajes se despegaran de su piel por el accionar mismo del agua. Las heridas ya no estaban, ni siquiera habían dejado una cicatriz en su piel. Se quitó toda la sangre, e intentó encontrar algo de paz en ese lapso sin tiempo. Como en todos los casos en los cuales su misión acababa siendo un éxito, Aren recibió una cuantiosa cantidad de dinero como recompensa. Devenida a menos por una serie de cuentas pendientes, pero que aún sería suficiente como para sobrevivir una considerable cantidad de tiempo. Ya conocía su destino de esa noche, al margen de su actividad diurna del día siguiente. Se vistió con toda la calma del mundo, armó una petaca con aquél líquido predilecto y salió de su horrendo apartamento.
La noche parecía extrañamente vívida para ser un Miércoles por la noche. Aunque claro que, todo dependía de a qué parte de la ciudad uno se dirigiera. Y su destino, siempre, sin importar el día…se encontraba plagado de gente. Jóvenes y no tan jóvenes por igual, formaban un conglomerado de personas que tenían objetivos tan diferentes como lo eran el sol y la luna. Algunos buscaban sexo desenfrenado con un desconocido. Otros buscaban quizás encontrar al amor de su existencia. Las personas como Aren, buscaban algo completamente diferente. Ahogar una eternidad de recuerdos y fracasos, en las cantidades de bebida blanca que el dinero en su bolsillo pudiera permitirle. Encontró un bar más rápido de lo que pudo imaginar. Se veía bastante bien por fuera, lo suficientemente tranquilo y discreto como para que no le hicieran preguntas.
Era uno de esos bares donde había una suerte de Show erótico. Quizás esa no fuera la mejor forma de describirlo, sin embargo era la única forma que se le aparecía a la mente. No demoró en encontrar un sitio donde sentarse, en una esquina algo recluida. La cual le brindaba la suficiente privacidad como para estar tranquilo. Por lo menos hasta que su mente llegara a un punto en el cual pudiera dormir sin interrupciones. Se quitó la chaqueta de cuero y se relajó lo mas que le permitió su carcomida consciencia. Algo regular y corriente que le solía ocurrir luego de uno de sus trabajos o encargos. Pidió una botella de Whisky, el mejor de la casa y dos vasos, dado que esencialmente le agradaba cambiar de recipiente de cuando en cuando. Y una pequeña cubeta con algo de hielo.
- ¡¿DONDE CARAJO ESTÁ EL NIÑO?!
El grito y el consecuente estruendo, nacido de un golpe contra la barra, sacaron al Fénix de su propia abstracción. Levantó la mirada, con claro cansancio y observo a 7 hombres postrados detrás del que acababa de soltar el sonoro grito. Un hombre más alto que Aren, y mucho más corpulento. No eran humanos. Pudo notarlo desde el comienzo. Luego de que éste hubiera golpeado la barra, los matones detrás de él desenvainaron navajas y dos de ellos llevaban bates de béisbol. Su mirar se posó en la mujer detrás de la barra, imperturbable. No pudo evitar esbozar una media sonrisa. Una gran cantidad de gente había dejado el establecimiento, las chicas danzantes habían retrocedido hacia la parte trasera. Ese grupo tenía malas pintas y era comprensible que cualquiera que los viera sintiera una sensación de incomodidad muy marcada.
- Danos el niño, o se quedará medio huérfano esta misma puta noche.
Estaban tan ensimismados en su altanera actitud de bravucones, que ninguno de ellos se percató que detrás de ellos, estaba de pie un Fénix que los cuadruplicaba a todos juntos en edad.
Se encontró a si mismo delante de un espejo resquebrajado, observándose con algo de detenimiento. Se deshizo de su vestimenta reglamentaria y observó su interminable número de cicatrices. Esa misma tarde había, en conjunto con su escuadrón, llevado a cabo una tarea de protección para con una importante figura del mundo humano. Y desgraciadamente, había habido inconvenientes. El mirar del Fénix se dirigió a su brazo derecho, el cual aún estaba cubierto de vendajes blancos, manchados por su propia sangre. En su afán por evitar la muerte del humano al cual estaba protegiendo, recibió un disparo y un zarpazo de uno de los agresores. Lo acabó reduciendo a él y a otros tres, de los diez que habían atacado el convoy. Aren asesinó a dos de los cuatro atacantes que se vió forzado a detener. Odiaba la doble moral que se aceptaba en su línea de trabajo. Aunque, si se ponía a pensarlo, odiaba muchas cosas.
Se dio un baño lento, dejando que los vendajes se despegaran de su piel por el accionar mismo del agua. Las heridas ya no estaban, ni siquiera habían dejado una cicatriz en su piel. Se quitó toda la sangre, e intentó encontrar algo de paz en ese lapso sin tiempo. Como en todos los casos en los cuales su misión acababa siendo un éxito, Aren recibió una cuantiosa cantidad de dinero como recompensa. Devenida a menos por una serie de cuentas pendientes, pero que aún sería suficiente como para sobrevivir una considerable cantidad de tiempo. Ya conocía su destino de esa noche, al margen de su actividad diurna del día siguiente. Se vistió con toda la calma del mundo, armó una petaca con aquél líquido predilecto y salió de su horrendo apartamento.
La noche parecía extrañamente vívida para ser un Miércoles por la noche. Aunque claro que, todo dependía de a qué parte de la ciudad uno se dirigiera. Y su destino, siempre, sin importar el día…se encontraba plagado de gente. Jóvenes y no tan jóvenes por igual, formaban un conglomerado de personas que tenían objetivos tan diferentes como lo eran el sol y la luna. Algunos buscaban sexo desenfrenado con un desconocido. Otros buscaban quizás encontrar al amor de su existencia. Las personas como Aren, buscaban algo completamente diferente. Ahogar una eternidad de recuerdos y fracasos, en las cantidades de bebida blanca que el dinero en su bolsillo pudiera permitirle. Encontró un bar más rápido de lo que pudo imaginar. Se veía bastante bien por fuera, lo suficientemente tranquilo y discreto como para que no le hicieran preguntas.
Era uno de esos bares donde había una suerte de Show erótico. Quizás esa no fuera la mejor forma de describirlo, sin embargo era la única forma que se le aparecía a la mente. No demoró en encontrar un sitio donde sentarse, en una esquina algo recluida. La cual le brindaba la suficiente privacidad como para estar tranquilo. Por lo menos hasta que su mente llegara a un punto en el cual pudiera dormir sin interrupciones. Se quitó la chaqueta de cuero y se relajó lo mas que le permitió su carcomida consciencia. Algo regular y corriente que le solía ocurrir luego de uno de sus trabajos o encargos. Pidió una botella de Whisky, el mejor de la casa y dos vasos, dado que esencialmente le agradaba cambiar de recipiente de cuando en cuando. Y una pequeña cubeta con algo de hielo.
- ¡¿DONDE CARAJO ESTÁ EL NIÑO?!
El grito y el consecuente estruendo, nacido de un golpe contra la barra, sacaron al Fénix de su propia abstracción. Levantó la mirada, con claro cansancio y observo a 7 hombres postrados detrás del que acababa de soltar el sonoro grito. Un hombre más alto que Aren, y mucho más corpulento. No eran humanos. Pudo notarlo desde el comienzo. Luego de que éste hubiera golpeado la barra, los matones detrás de él desenvainaron navajas y dos de ellos llevaban bates de béisbol. Su mirar se posó en la mujer detrás de la barra, imperturbable. No pudo evitar esbozar una media sonrisa. Una gran cantidad de gente había dejado el establecimiento, las chicas danzantes habían retrocedido hacia la parte trasera. Ese grupo tenía malas pintas y era comprensible que cualquiera que los viera sintiera una sensación de incomodidad muy marcada.
- Danos el niño, o se quedará medio huérfano esta misma puta noche.
Estaban tan ensimismados en su altanera actitud de bravucones, que ninguno de ellos se percató que detrás de ellos, estaba de pie un Fénix que los cuadruplicaba a todos juntos en edad.
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Aren B. Bergström
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por Sara M. Hyde Sáb Sep 01, 2018 8:36 pm
—¿No es así que comienzan los recuerdos y testimonios de las personas para explicar el inicio del día que les cambió la vida? ‘Era un día normal... Hice lo de siempre… Seguí la rutina…’ Una frase tan cliché, pero en mi caso, es lo mismo que diría.—
El día de Sara había comenzado como siempre, siguiendo la cadena de tareas rutinarias que conforman la vida de una madre soltera que trabaja. Su horario era un desastre, por lo que el “inicio” de su día era una hora después del mediodía, siendo que apenas se había ido a dormir luego de despedir a su hijo cuando se marchó a la escuela temprano en la mañana. Abrió los ojos, miró el techo por un rato, dejó que la idea de despertar y andar fuera asimilada por su cuerpo, y finalmente se levantó de la cama para comenzar con las tareas de una hacendosa madre en un apartamento pequeño. Si bien podían costear un hogar más amplio, Sara y su hijo preferían mantener las tareas de limpieza lo más simples posible. Las viviendas grandes con enormes ventanales eran hermosas, pero al mismo tiempo eran trampas de polvo.
Ya en la tarde, cuando el Sol comenzaba a bajar para dar paso a Luna en el escenario celestial, Sara se despidió de su vástago, a quien dejaba haciendo tareas, y partió a su lugar de trabajo. Como siempre, llegó mucho antes de que el establecimiento permitiera la entrada de los clientes, por lo que encontró a los conserjes realizando la última ronda de limpieza para que todo se viera inmaculado, y a las chicas del show ejecutando el último ensayo en el escenario antes de irse a cambiar. Esa noche tendría una sensual temática de burlesque. La pelinegra dejó sus pertenencias en el locker de los empleados y llegó a su estación de trabajo, la barra principal. Con una mirada evaluó el inventario de bebidas. —Nos hace falta más ron blanco. Necesito que traigan por lo menos… mm, 12 cajas… y las vamos a repartir con las barras secundarias.— Los muchachos de almacén asintieron, retirándose para cumplir con la orden.
—¿No le parece que es demasiado, boss? 12 cajas, vaya…— Dijo uno de los muchachos que atendía la barra, el más joven del grupo que sentía un pequeño capricho por Sara y que aprovechaba todas las oportunidades disponibles para dirigirle la palabra. —No, bombón. Tenemos un show bastante atractivo, para la medianoche tendremos casa llena. Eso sí…— Pausó, girando para encarar a todos sus pupilos, como le gustaba llamarles. —Recuerden no servir onzas completas. Los borrachos son fáciles de alterar y no quiero problemas con las chicas esta noche. Recompensen con sabor en los tragos, sirvan más aceitunas y brinden entremeses gratis. Si están comiendo no les importará mucho que las bebidas no sean fuertes. Y para los que piden la botella… comiencen a alzar el precio a la tercera.—
La orden fue recibida con suaves carcajadas. Sara tocó otros temas que los demás debían de tener presente durante la noche para que la misma transcurriera tranquila. Finalizó la reunión de equipo con un par de palmadas y todos regresaron a sus estaciones para preparar sus mentes e instrumentos para una noche que prometía ser movida, pero pacífica.
—O eso quise creer.—
Sara los percibió al momento en que llegaron a la puerta del bar, pero no pudo hacer contacto visual hasta que los tuvo cerca de su barra. Huir no era una opción. Primero, porque no se sentía lo suficientemente amenazada como para correr, y segundo, porque para atraparla terminarían lastimando a los inocentes que tuvieran en el medio. Aunque dramático, un enfrentamiento de miradas y amenazas era mejor, eso aseguraba que el público entendiera el mensaje de “aquí va a haber problemas” y mantendrían una distancia saludable.
—Rikki, hola. No es un placer verte.— Le dijo al cabecilla, pasando muy por alto su amenaza. —Seré sincera y justa con ustedes. Tienen dos minutos para salir e irse a la mierda. Y si tienen contacto con Alcide, pueden decirle que se vaya al infierno de mi parte.— Sara les habló con fría autoridad. —Sólo se los pediré una vez. Luego no me hago responsable.— Continuó, levantando un dedo para enfatizar sus palabras, a la vez que sus pupilas cambiaban de su natural color oscuro a uno brillante dorado. Así mismo, y sin que sus atacantes se dieran cuenta, las manos de la mujer comenzaron a mutar, alargando sus dedos y uñas que pasaron a convertirse en garras negras. Supuso que una transformación parcial sería suficiente para luchar y al mismo tiempo mantener el control sobre sus acciones. No quería lastimar a nadie más.
—¡Silencio, perra! Dejaste de dar órdenes cuando abandonaste la cama del alfa.— Respondió el líder de los rufianes lo suficientemente alto para que todos lo escucharan. Sara bufó para sus adentros, burlándose del hecho que pensara que al vociferar sobre su pasado y privacidad haría que se encogiera como una delicada florecita. —Uf, que error.— Se lo esperara o no, de un salto Sara se subió sobre la barra. De su garganta emitía un gruñido animal bastante amenazador. Con la mandíbula apretada, mostró una hilera de dientes filosos que distaba bastante de su dentadura humana. Otro salto sorpresivo la llevó hasta Rikki, quien también gruñía como animal, tratando de resistirse a la fuerza de la mordida de la hembra que se había encajado en la parte superior de su hombro, muy cercano a su nuca. El hombre había impedido que lo mordiera en la yugular porque al menos tuvo tiempo de usar su mano para empujar su frente.
En el suelo, pasó a agarrar el cabello de Sara bruscamente para que liberara su mordida, aunque no tuvo esa fortuna. Los dos cuerpos se agitaban violentamente en el suelo, haciendo sonidos de perros luchando. Las garras de la mujer se clavaron a los costados de su presa, logrando someterlo completamente. —¡Aargh! ¡QUITENLA!— Gritó el hombre y uno de sus hombres golpeó a la loba en la espalda con su bate con bastante fuerza. Sara gruñó, adolorida y enojada, pero su mandíbula seguía fuertemente cerrada sobre la carne, desgarrando la piel y sintiendo la tibia sangre empapar su boca y paladar. Al ver que un golpe no la iba a amedrentar, los dos tipos decidieron golpearla a la vez y levantaron sus bates con el propósito de hacerlos impactar violentamente sobre ella.
El día de Sara había comenzado como siempre, siguiendo la cadena de tareas rutinarias que conforman la vida de una madre soltera que trabaja. Su horario era un desastre, por lo que el “inicio” de su día era una hora después del mediodía, siendo que apenas se había ido a dormir luego de despedir a su hijo cuando se marchó a la escuela temprano en la mañana. Abrió los ojos, miró el techo por un rato, dejó que la idea de despertar y andar fuera asimilada por su cuerpo, y finalmente se levantó de la cama para comenzar con las tareas de una hacendosa madre en un apartamento pequeño. Si bien podían costear un hogar más amplio, Sara y su hijo preferían mantener las tareas de limpieza lo más simples posible. Las viviendas grandes con enormes ventanales eran hermosas, pero al mismo tiempo eran trampas de polvo.
Ya en la tarde, cuando el Sol comenzaba a bajar para dar paso a Luna en el escenario celestial, Sara se despidió de su vástago, a quien dejaba haciendo tareas, y partió a su lugar de trabajo. Como siempre, llegó mucho antes de que el establecimiento permitiera la entrada de los clientes, por lo que encontró a los conserjes realizando la última ronda de limpieza para que todo se viera inmaculado, y a las chicas del show ejecutando el último ensayo en el escenario antes de irse a cambiar. Esa noche tendría una sensual temática de burlesque. La pelinegra dejó sus pertenencias en el locker de los empleados y llegó a su estación de trabajo, la barra principal. Con una mirada evaluó el inventario de bebidas. —Nos hace falta más ron blanco. Necesito que traigan por lo menos… mm, 12 cajas… y las vamos a repartir con las barras secundarias.— Los muchachos de almacén asintieron, retirándose para cumplir con la orden.
—¿No le parece que es demasiado, boss? 12 cajas, vaya…— Dijo uno de los muchachos que atendía la barra, el más joven del grupo que sentía un pequeño capricho por Sara y que aprovechaba todas las oportunidades disponibles para dirigirle la palabra. —No, bombón. Tenemos un show bastante atractivo, para la medianoche tendremos casa llena. Eso sí…— Pausó, girando para encarar a todos sus pupilos, como le gustaba llamarles. —Recuerden no servir onzas completas. Los borrachos son fáciles de alterar y no quiero problemas con las chicas esta noche. Recompensen con sabor en los tragos, sirvan más aceitunas y brinden entremeses gratis. Si están comiendo no les importará mucho que las bebidas no sean fuertes. Y para los que piden la botella… comiencen a alzar el precio a la tercera.—
La orden fue recibida con suaves carcajadas. Sara tocó otros temas que los demás debían de tener presente durante la noche para que la misma transcurriera tranquila. Finalizó la reunión de equipo con un par de palmadas y todos regresaron a sus estaciones para preparar sus mentes e instrumentos para una noche que prometía ser movida, pero pacífica.
—O eso quise creer.—
Sara los percibió al momento en que llegaron a la puerta del bar, pero no pudo hacer contacto visual hasta que los tuvo cerca de su barra. Huir no era una opción. Primero, porque no se sentía lo suficientemente amenazada como para correr, y segundo, porque para atraparla terminarían lastimando a los inocentes que tuvieran en el medio. Aunque dramático, un enfrentamiento de miradas y amenazas era mejor, eso aseguraba que el público entendiera el mensaje de “aquí va a haber problemas” y mantendrían una distancia saludable.
—Rikki, hola. No es un placer verte.— Le dijo al cabecilla, pasando muy por alto su amenaza. —Seré sincera y justa con ustedes. Tienen dos minutos para salir e irse a la mierda. Y si tienen contacto con Alcide, pueden decirle que se vaya al infierno de mi parte.— Sara les habló con fría autoridad. —Sólo se los pediré una vez. Luego no me hago responsable.— Continuó, levantando un dedo para enfatizar sus palabras, a la vez que sus pupilas cambiaban de su natural color oscuro a uno brillante dorado. Así mismo, y sin que sus atacantes se dieran cuenta, las manos de la mujer comenzaron a mutar, alargando sus dedos y uñas que pasaron a convertirse en garras negras. Supuso que una transformación parcial sería suficiente para luchar y al mismo tiempo mantener el control sobre sus acciones. No quería lastimar a nadie más.
—¡Silencio, perra! Dejaste de dar órdenes cuando abandonaste la cama del alfa.— Respondió el líder de los rufianes lo suficientemente alto para que todos lo escucharan. Sara bufó para sus adentros, burlándose del hecho que pensara que al vociferar sobre su pasado y privacidad haría que se encogiera como una delicada florecita. —Uf, que error.— Se lo esperara o no, de un salto Sara se subió sobre la barra. De su garganta emitía un gruñido animal bastante amenazador. Con la mandíbula apretada, mostró una hilera de dientes filosos que distaba bastante de su dentadura humana. Otro salto sorpresivo la llevó hasta Rikki, quien también gruñía como animal, tratando de resistirse a la fuerza de la mordida de la hembra que se había encajado en la parte superior de su hombro, muy cercano a su nuca. El hombre había impedido que lo mordiera en la yugular porque al menos tuvo tiempo de usar su mano para empujar su frente.
En el suelo, pasó a agarrar el cabello de Sara bruscamente para que liberara su mordida, aunque no tuvo esa fortuna. Los dos cuerpos se agitaban violentamente en el suelo, haciendo sonidos de perros luchando. Las garras de la mujer se clavaron a los costados de su presa, logrando someterlo completamente. —¡Aargh! ¡QUITENLA!— Gritó el hombre y uno de sus hombres golpeó a la loba en la espalda con su bate con bastante fuerza. Sara gruñó, adolorida y enojada, pero su mandíbula seguía fuertemente cerrada sobre la carne, desgarrando la piel y sintiendo la tibia sangre empapar su boca y paladar. Al ver que un golpe no la iba a amedrentar, los dos tipos decidieron golpearla a la vez y levantaron sus bates con el propósito de hacerlos impactar violentamente sobre ella.
Última edición por Sara M. Hyde el Lun Sep 03, 2018 6:57 am, editado 1 vez
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por Aren B. Bergström Dom Sep 02, 2018 9:08 pm
"Aren...empiezo a creer que ya estás poniéndote viejo para toda esta mierda"
Dos milenios y medio llevaba caminando la tierra. Dos milenios había ido de un lado para el otro, atrayendo desgracias y muy pocas buenas experiencias. Era un imán de indeseables. Un imán de infelices y ciertamente, un imán de desgracias. Desconocía realmente los motivos que lo llevaban a ponerse de pie una y otra vez. Por que seguir adelante, por que continuar en ese camino que no le había traido mas que tristeza y odio. Muchas veces lo había pensado. Algunas veces las respuestas apuntaban hacia su propio deseo auto destructivo de morir. Otras veces, su conclusión llegaba hacia los terrenos de su complejo de justiciero trágico. Aunque siempre culminaba en lo mismo. Sea cual sea el motivo, su realidad mas prima era combativa. Una vida que nunca sería pacífica ni nada por el estilo. Y si no iba a tener paz, por lo menos se aseguraría que toda la mierda se la llevaría él solo.
Aquellos siete hombres parecían ser simples de mente. Lo aparentaban a millas de distancia. Y ahora que los tenía literalmente a dos pasos de sí mismo, esto quedaba en evidencia aún más. Estaban tan centrados en cabalgar el pene machista del cabecilla que habían ignorado por completo la presencia del Fénix. Quizás eso se podría calificar como un error. Pero al mismo tiempo, y ahora que se encontraba ahí, Aren cayó en la cuenta de que quizás su instinto lo había metido en otro problema. No había pensado, simplemente acudió en la ayuda de aquella mujer desconocida. No planificó ni tuvo en cuenta su propio estado físico. Si contaba lo que había bebido en la tarde, ya llevaba mas de dos botellas de Whisky él solo. Sus reflejos estaban alejados de su mejor versión. Su habilidad regenerativa era sorprendente, sí, pero aún así le estaba costando trabajo alcanzar las masivas cantidades de licor en su organismo.
No pudo planear mucho ni observar las interacciones por mucho tiempo mas. La mujer dio el primer paso y se abalanzó encima del cabecilla. Todos eran hombres lobo. Su aroma los delataba. Aren no se sorprendió en absoluto por el exabrupto de la mujer, ni tampoco se distrajo ante el griterío que desató la venidera pelea. El bar se comenzó a vaciar, inteligentes humanos, pensó para sus adentros. Entonces fue que escuchó la orden del cabecilla, el cual no podía quitarse de encima a la mujer, la cual se había convertido en una fiera combativa. Dos hombres reaccionaron y alzaron sus armas en perfecta sintonía. Uno ya la había golpeado sin éxito alguno. Pero dos golpes en conjunto quizás podrían probar ser mucho para la valiente mujer. Aren soltó un suspiro y su cuerpo volvió a reaccionar por sí solo.
- Me dan asco. - El matón que tenía enfrente apenas llegó a escuchar esas palabras. Un segundo mas tarde este tenía el empeine de Aren en la mandíbula. El impacto fue tal que el Fénix llegó a escuchar el crujido del hueso de aquél pobre infeliz. Su cuerpo salió despedido como una bolsa de patatas, impactando de lleno en contra de una serie de mesas. Aprovechó la distracción para concentrarse en no perder el equilibrio. Se escabulló con gran agilidad entre los otros tres infelices, los cuales se habían girado para observar a su compañero caído. Y antes de que los dos bates de béisbol alcanzaran su objetivo, Aren los detuvo con ambas manos. El dolor en sus palmas le recorrió todo el torso, pero mantuvo una expresión fría. - No se metan en peleas ajenas, idiotas. - Dijo y sus ojos rojos se iluminaron. De las manos de Aren emanaron llamas que instantáneamente consumieron por completo la porción de las armas que estaba sosteniendo. Aprovechando aquella pequeña distracción soltó la madera calcinada y tomó a cada uno de ellos de un brazo. Los acercó a él y con toda la calma del mundo, tal y como si tuviera un cañón en cada mano; los arrojó varios metros hacia atrás. Envueltos en llamas y soltando gritos de dolor por sus abdómenes quemados. - Carajo...
Al girar se percató del siguiente ataque. Si hubiera estado sobrio entonces la historia hubiera sido otra. Llegó a cubrir el primer ataque con su brazo derecho. El impactó alteró su balance lo suficiente como para que el poderoso puñetazo que iba dirigido hacia su estómago impactara de lleno. El aire abandonó los pulmones de Aren y la sola fuerza del impacto lo arrojó hacia atrás con semejante potencia que destrozó la barra. El impacto de una botella rompiéndose en contra de su cabeza fue lo que lo "despertó". Estaba sentado en el suelo, sangre saliendo de sus labios. Y la barra destrozada le ofrecía una vista bastante desalentadora. Si bien ún par de Licántropos no podría bajo ninguna circunstancia con él, también era cierto que pelear contra un grupo sincronizado era algo mucho mas complejo. Dos estaban acercándose hacia él mientras que el único que había logrado noquear fue al primero. Los otros dos estaban reincorporándose de a poco. Aren escupió sangre hacia un costado y se puso de pie lentamente.
- Odio...a los licántropos. - Pensó para sus adentros. Podían no ser de las razas mas poderosas, pero ciertamente eran una de las mas complicadas de noquear. Aren entonces observó a la mujer a la cual estaba ayudando. Tres matones lo rodearon y dos mas se sumaron al cabecilla para brindarle asistencia. - Bueno...¿Vamos a hacer esto o que?
Si estaba a la defensiva, tenía una mejor probabilidad de no morir esa vez. Aunque claro, era mucho decir.
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por Sara M. Hyde Mar Sep 04, 2018 10:41 pm
El sabor a sangre inundaba sus fauces, trayéndole recuerdos que Sara prefería mantener ahogados en la profundidad de su memoria. Recuerdos de hazañas que se vio obligada a ejecutar por órdenes del alfa de la manada. Alimentarse de carne humana, o peor, de otros hermanos licántropos, ya fueran enemigos o traidores del grupo. —A esto es lo que me vería forzada a regresar si no…— Si no, ¿qué…? Prefirió no darle fin a la idea y, en general, apartar ese pensamiento de su mente. Lo único que importaba era que sus filosos dientes se enterraran lo suficiente para arrancarle un pedazo considerable de carne. Si llegaba a la yugular, mejor, sería una muerte casi inmediata. Claro, en el calor del momento no se le había ocurrido pensar en los demás secuaces que acompañaban a Rikki. A estas alturas era claro que no iban a permanecer apartados mientras su líder luchaba. —Leales hijos de puta.— Se lamentó con enojo. ¿Por qué las cosas no podían ser tan fácil como en las películas? Donde los delincuentes luchaban por turnos contra el o la protagonista de la historia.
Su cuerpo se preparaba para el próximo impacto del bate. Estaba segura que lograrían romperle más de dos costillas con el golpe, y si su poco conocimiento de anatomía le indicaba algo, potencialmente terminaría con una hemorragia interna o con un pulmón pinchado. Nada de eso sonaba bien. Sara se arrimó encima de Rikki, lista para una paliza que nunca llegó. En su cabeza sólo había ruido blanco, por lo que no se dio cuenta que un extraño se había unido a su lucha. No fue hasta que se atrevió a abrir un ojo y ver lo que sucedía por el rabillo del mismo que pudo apreciar a los dos bateadores ser propulsados a una distancia considerable con… —¿Fuego?—
Sí, sus ojos no la engañaban. El compañero misterioso producía llamas de sus brazos para luchar.
—¡Hija de puta!— Rikki reunió la suficiente fuerza para golpear la espalda de Sara usando sus manos de dedos entrelazados como si fuera un pesado mazo. El impacto, más el hecho de que el hombre comenzaba a transformarse parcialmente para fortalecer el tejido de sus músculos y detener el desgarre producido por los colmillos de Sara lograron que la mujer lobo se apartara por fin. Para asegurarse en poner una distancia segura entre ambos, el rufián volvió a golpearla, un puñetazo borracho a la mejilla derecha que fue capaz de desorientarla ligeramente. La pelinegra retrocedió unos cuantos metros en cuatro patas, sin darse cuenta que había quedado al lado del misterioso luchador que ahora aparentaba aturdido y un poco ensangrentado luego de un porrazo imprevisto. Aprovechó el tiempo de reagrupamiento para mover su quijada, la cual para su suerte no estaba desencajada.
Se pasó el reverso de la mano por la boca para retirar el exceso de sangre que, al mezclarse con la saliva, le terminó manchando un lado de la mejilla. El carmesí de la sangre parecía pintura de guerra en su rostro pseudo transformado de piel grisácea. —No lo sé. ¿Tienes ganas de hacer esto?— No le dedicó ni una mirada de soslayo a su compañero de pelea, y a pesar de que su voz se veía afectada por el estatus incompleto de su transformación, haciéndola sonar grave y antinatural, allí estaba su indiscutible tono de sarcasmo ácido.
El mundo se había vuelto increíblemente pequeño. Sólo eran ellos: los 6 enemigos que seguían de pie y el único de su equipo que estaba noqueado y fuera de combate, y ellos dos. 8 seres que evaluaban la situación para dar inicio al siguiente round.
Y entonces, boom. El ensordecedor sonido del disparo de una escopeta sacudió el interior del club, haciendo estremecer la estructura. Todo ocurrió tan rápido que encontrar la pared salpicada de sangre y a uno de los secuaces de Rikki retorciéndose en el suelo en un charco de su propia sangre fue una verdadera sorpresa para todos. Al miserable abatido le habían reventado un hombro con el disparo y en poco tiempo moriría desangrado. Sin advertencia verba alguna, sólo el sonido de la recarga de la escopeta, alertó a presentes que pronto otra bala encontraría un dueño.
Instintivamente, la mujer tomó al desconocido por el hombro y lo obligó a mantenerse abajo mientras ella buscaba con la mirada al tirador. No tuvo que buscar mucho porque el tirador salió de las sombras con su escopeta en mano. Se trataba de su jefe, un viejo veterano de guerra que de viejo sólo tenía el cabello pues su condición física era envidiable. —Al próximo que se mueva le vuelo la cabeza.— Fue la advertencia que les hizo a Rikki y compañía. —La perra tiene apoyo. Qué lindo… Morirán con ella.—
En un abrir y cerrar de ojos, Rikki se transformó completamente, emitiendo un gruñido aterrador. Uno de sus compinches saltó en un abrir y cerrar de ojos, y en lo que se podría llamar un milagro de las matemáticas y probabilidad, logró evadir el disparo de la escopeta (apenas lo rozó por un costado), y se abalanzó encima del hombre. El jefe de Sara logró colocar el cañón de su arma entre las fauces de su atacante para que no le desgarrara la cara mientras forcejeaban en el suelo. —¡No!— Ella no podía quedarse sin hacer nada, y sin pensarlo fue a apoyar al hombre, entrando directamente en un confuso forcejeo salvaje donde intentaba sacar del medio al humano y al mismo tiempo evitar recibir un golpe fatal.
Su cuerpo se preparaba para el próximo impacto del bate. Estaba segura que lograrían romperle más de dos costillas con el golpe, y si su poco conocimiento de anatomía le indicaba algo, potencialmente terminaría con una hemorragia interna o con un pulmón pinchado. Nada de eso sonaba bien. Sara se arrimó encima de Rikki, lista para una paliza que nunca llegó. En su cabeza sólo había ruido blanco, por lo que no se dio cuenta que un extraño se había unido a su lucha. No fue hasta que se atrevió a abrir un ojo y ver lo que sucedía por el rabillo del mismo que pudo apreciar a los dos bateadores ser propulsados a una distancia considerable con… —¿Fuego?—
Sí, sus ojos no la engañaban. El compañero misterioso producía llamas de sus brazos para luchar.
—¡Hija de puta!— Rikki reunió la suficiente fuerza para golpear la espalda de Sara usando sus manos de dedos entrelazados como si fuera un pesado mazo. El impacto, más el hecho de que el hombre comenzaba a transformarse parcialmente para fortalecer el tejido de sus músculos y detener el desgarre producido por los colmillos de Sara lograron que la mujer lobo se apartara por fin. Para asegurarse en poner una distancia segura entre ambos, el rufián volvió a golpearla, un puñetazo borracho a la mejilla derecha que fue capaz de desorientarla ligeramente. La pelinegra retrocedió unos cuantos metros en cuatro patas, sin darse cuenta que había quedado al lado del misterioso luchador que ahora aparentaba aturdido y un poco ensangrentado luego de un porrazo imprevisto. Aprovechó el tiempo de reagrupamiento para mover su quijada, la cual para su suerte no estaba desencajada.
Se pasó el reverso de la mano por la boca para retirar el exceso de sangre que, al mezclarse con la saliva, le terminó manchando un lado de la mejilla. El carmesí de la sangre parecía pintura de guerra en su rostro pseudo transformado de piel grisácea. —No lo sé. ¿Tienes ganas de hacer esto?— No le dedicó ni una mirada de soslayo a su compañero de pelea, y a pesar de que su voz se veía afectada por el estatus incompleto de su transformación, haciéndola sonar grave y antinatural, allí estaba su indiscutible tono de sarcasmo ácido.
El mundo se había vuelto increíblemente pequeño. Sólo eran ellos: los 6 enemigos que seguían de pie y el único de su equipo que estaba noqueado y fuera de combate, y ellos dos. 8 seres que evaluaban la situación para dar inicio al siguiente round.
Y entonces, boom. El ensordecedor sonido del disparo de una escopeta sacudió el interior del club, haciendo estremecer la estructura. Todo ocurrió tan rápido que encontrar la pared salpicada de sangre y a uno de los secuaces de Rikki retorciéndose en el suelo en un charco de su propia sangre fue una verdadera sorpresa para todos. Al miserable abatido le habían reventado un hombro con el disparo y en poco tiempo moriría desangrado. Sin advertencia verba alguna, sólo el sonido de la recarga de la escopeta, alertó a presentes que pronto otra bala encontraría un dueño.
Instintivamente, la mujer tomó al desconocido por el hombro y lo obligó a mantenerse abajo mientras ella buscaba con la mirada al tirador. No tuvo que buscar mucho porque el tirador salió de las sombras con su escopeta en mano. Se trataba de su jefe, un viejo veterano de guerra que de viejo sólo tenía el cabello pues su condición física era envidiable. —Al próximo que se mueva le vuelo la cabeza.— Fue la advertencia que les hizo a Rikki y compañía. —La perra tiene apoyo. Qué lindo… Morirán con ella.—
En un abrir y cerrar de ojos, Rikki se transformó completamente, emitiendo un gruñido aterrador. Uno de sus compinches saltó en un abrir y cerrar de ojos, y en lo que se podría llamar un milagro de las matemáticas y probabilidad, logró evadir el disparo de la escopeta (apenas lo rozó por un costado), y se abalanzó encima del hombre. El jefe de Sara logró colocar el cañón de su arma entre las fauces de su atacante para que no le desgarrara la cara mientras forcejeaban en el suelo. —¡No!— Ella no podía quedarse sin hacer nada, y sin pensarlo fue a apoyar al hombre, entrando directamente en un confuso forcejeo salvaje donde intentaba sacar del medio al humano y al mismo tiempo evitar recibir un golpe fatal.
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Sara M. Hyde
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por Aren B. Bergström Dom Sep 09, 2018 5:47 pm
La situación era sumamente tensa. El aire podría seguramente cortar el papel con total facilidad. Estaban en suma desventaja y no tenían algo que sus enemigos sí. Algo esencial en una batalla de un grupo contra otro. Trabajo en equipo. Aren era un experto en el arte de la guerra y el combate, pero todo grupo necesita tiempo para coordinar su accionar. Se necesitan meses, incluso años para alcanzar el nível de sintonía perfecto que los haría salirse de aquello con sus vidas. Como ella podía usar sus instintos para combinarlos con el estilo de combate de Aren. El fuego y su insuperable capacidad regenerativa. Su estilo de pelea salvaje, los movimientos erráticos y complicados de leer. Ambos podrían forjar un buen equipo. Pero no era el caso. En ese momento la improvisación estaba a la orden del día. Y por mas inútil y estúpido que el líder de esa banda de infelices pudiera llegar a ser, sus secuaces eran visiblemente mas inteligentes. Cinco, que permanecían callados. Observando y esperando atentos una oportunidad para destrozar a sus dos enemigos. Si ella estuviera sola, completamente sola, no cabía duda alguna que no tendría oportunidad de sobrevivir.
Entonces la situación se complicó mas aún. Aren estaba atento a los tres enemigos que estaban a su derecha, los tres con los que él tenía que lidiar, por lo que fue tomado sumamente desprevenido por el poderoso sonido del disparo. No llegó a voltear que sintió el fuerte agarre de la mujer, obligándolo a tomar resguardo de los siguientes disparos. Antes de caer en cuclillas, llegó a vislumbrar como los 3 secuaces hacían lo mismo. Aren entonces giró para observar de donde venía aquél disparo. Era un hombre de avanzada edad, y juzgando la reacción de su nueva compañera de armas...era un conocido de ella. ¿Tendría algo que ver con todo ese incidente? ¿O sólo era un hombre protegiendo su establecimiento?
No había tiempo de responder ningún tipo de preguntas. Eso vendría luego, si es que se salvaban. Aren quiso darle una indicación a la mujer, pero todo volvió a empeorar. El cabecilla del grupo se transformó en un alto porcentaje. El anciano apenas pudo ver venir el ataque bestial de su nuevo contrincante. La mujer gritó y se abalanzó a la nueva escena. Pero ahora...los otros cuatro vieron una oportunidad que no podrían desaprovechar. Tenía que actuar con velocidad, sino de lo contrario habría intervenido para nada, esa mujer estaría muerta, y aquellos imbéciles se saldrían con la suya. Aren predijo a la perfección el accionar de los cuatro licántropos que estaban a la espera de que se hiciera el primer movimiento. No tuvieron siquiera que hablar los muy hijos de puta. Uno de ellos tomó una cuchilla y saltó la barra con suma rapidez. Empuñó su arma con fuerza y encaró al enemigo que seguía aún resguardado allí. Otro de ellos se mantuvo expectante, a la espera de la respuesta de Aren. Mientras que los otros dos se acercaban lentamente al forcejeo de aquellos tres.
- Mierda...mierda. - Aren lo vió venir, pero se encontró a sí mismo obligado a pensar con rapidez. E hizo lo que pudo para poder evitar que la mujer muriera. - Bien...ven. - Alcanzó a tomar dos botellas de Ron que estaban tiradas en el suelo y tomó él la iniciativa. Sin perder tiempo arrojó una en dirección al idiota que estaba aún del otro lado de la barra. Cuando el otro aterrizó dentro de su "territorio", Aren aprovechó para arrojarle con rapidez la otra botella. Este llegó a poner la cuchilla en el camino. Pero ya era demasiado tarde. Una cantidad más que importante de licor cayó encima de aquél lupino. Para la suerte de Aren, una cantidad también cayó en los ojos de él. Cuando llegó a recomponerse, se encontró con algo desalentador. El dedo índice de Aren, enfrente de su rostro. - Adiós.
Una cantidad sumamente concentrada de fuego salió disparada de su dedo índice. Tal y como si fuera una bala, sólo que mucho mas potente. Ésta atravesó el cráneo del lupino, el cual demoró unos momentos antes de caer finalmente. Pero Aren no se detuvo a observar como su enemigo caía muerto, ya se encontraba concentrado en el primer idiota al cual le había arrojado la botella. Un torrente de fuego salió de su mano libre, incendiando a su enemigo en un abrir y cerrar de ojos.
- Dos menos. - Dijo para sí mismo. Saltó la barra y no llegó a observar a su compañera ni como estaba su situaciòn, por que las cosas que acababa de hacer, habían llamado la atención de los otros dos. Logró su objetivo de evitar que se dirigieran hacia su aliada, pero ahora los tenía enfrente, listos para combatir. - Al menos no molestarán a los tórtolos, ¿ No?
Las malas noticias no se detenían nunca por lo visto. Los dos enemigos de Aren, comenzaron a transformarse en un elevado porcentaje. Casi...perdiendo el control de sus acciones.
Entonces la situación se complicó mas aún. Aren estaba atento a los tres enemigos que estaban a su derecha, los tres con los que él tenía que lidiar, por lo que fue tomado sumamente desprevenido por el poderoso sonido del disparo. No llegó a voltear que sintió el fuerte agarre de la mujer, obligándolo a tomar resguardo de los siguientes disparos. Antes de caer en cuclillas, llegó a vislumbrar como los 3 secuaces hacían lo mismo. Aren entonces giró para observar de donde venía aquél disparo. Era un hombre de avanzada edad, y juzgando la reacción de su nueva compañera de armas...era un conocido de ella. ¿Tendría algo que ver con todo ese incidente? ¿O sólo era un hombre protegiendo su establecimiento?
No había tiempo de responder ningún tipo de preguntas. Eso vendría luego, si es que se salvaban. Aren quiso darle una indicación a la mujer, pero todo volvió a empeorar. El cabecilla del grupo se transformó en un alto porcentaje. El anciano apenas pudo ver venir el ataque bestial de su nuevo contrincante. La mujer gritó y se abalanzó a la nueva escena. Pero ahora...los otros cuatro vieron una oportunidad que no podrían desaprovechar. Tenía que actuar con velocidad, sino de lo contrario habría intervenido para nada, esa mujer estaría muerta, y aquellos imbéciles se saldrían con la suya. Aren predijo a la perfección el accionar de los cuatro licántropos que estaban a la espera de que se hiciera el primer movimiento. No tuvieron siquiera que hablar los muy hijos de puta. Uno de ellos tomó una cuchilla y saltó la barra con suma rapidez. Empuñó su arma con fuerza y encaró al enemigo que seguía aún resguardado allí. Otro de ellos se mantuvo expectante, a la espera de la respuesta de Aren. Mientras que los otros dos se acercaban lentamente al forcejeo de aquellos tres.
- Mierda...mierda. - Aren lo vió venir, pero se encontró a sí mismo obligado a pensar con rapidez. E hizo lo que pudo para poder evitar que la mujer muriera. - Bien...ven. - Alcanzó a tomar dos botellas de Ron que estaban tiradas en el suelo y tomó él la iniciativa. Sin perder tiempo arrojó una en dirección al idiota que estaba aún del otro lado de la barra. Cuando el otro aterrizó dentro de su "territorio", Aren aprovechó para arrojarle con rapidez la otra botella. Este llegó a poner la cuchilla en el camino. Pero ya era demasiado tarde. Una cantidad más que importante de licor cayó encima de aquél lupino. Para la suerte de Aren, una cantidad también cayó en los ojos de él. Cuando llegó a recomponerse, se encontró con algo desalentador. El dedo índice de Aren, enfrente de su rostro. - Adiós.
Una cantidad sumamente concentrada de fuego salió disparada de su dedo índice. Tal y como si fuera una bala, sólo que mucho mas potente. Ésta atravesó el cráneo del lupino, el cual demoró unos momentos antes de caer finalmente. Pero Aren no se detuvo a observar como su enemigo caía muerto, ya se encontraba concentrado en el primer idiota al cual le había arrojado la botella. Un torrente de fuego salió de su mano libre, incendiando a su enemigo en un abrir y cerrar de ojos.
- Dos menos. - Dijo para sí mismo. Saltó la barra y no llegó a observar a su compañera ni como estaba su situaciòn, por que las cosas que acababa de hacer, habían llamado la atención de los otros dos. Logró su objetivo de evitar que se dirigieran hacia su aliada, pero ahora los tenía enfrente, listos para combatir. - Al menos no molestarán a los tórtolos, ¿ No?
Las malas noticias no se detenían nunca por lo visto. Los dos enemigos de Aren, comenzaron a transformarse en un elevado porcentaje. Casi...perdiendo el control de sus acciones.
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Aren B. Bergström
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por Sara M. Hyde Jue Sep 13, 2018 8:52 am
—¡Nunca quise esto!— Era una afirmación que retumbaba a gritos una y otra vez en su cabeza, y eran esas palabras que le brindaban una furiosa energía a su caótico accionar. Sara iba a luchar con todo lo que tuviera disponible, garras, dientes, fuerza, la primera arma que pudiera alcanzar, para calmar la cólera que sentía y que cegaba su buen juicio.
Harvey, su jefe, se defendió con un campeón, logrando mantener a raya a Rikki para que no le destrozara el rostro, aunque su cuerpo había sufrido rasguños de parte de las garras del hombre lobo mientras éste intentaba mantenerlo quieto y a su merced. Los sentimientos que empujaron a Sara a reaccionar formaban un coctel sumamente peligroso de emociones, pero al menos le brindaron el ímpetu necesario para tratar con un salvaje como Rikki. Gruñendo, se abalanzó encima de su enemigo con la suficiente fuerza para desestabilizarlo. El viejo Harvey aprovechó los segundos que le brindó el ataque de Sara para deslizarse y salirse de las fauces del atacante, manteniendo un agarre firme sobre su escopeta como sólo un viejo soldado la mantendría. Poniendo algo de distancia, y pasando desapercibido por los demás integrantes de la lucha, Harvey volvió a colocarse en un punto óptimo de apoyo, pues su asistencia había sido mejor cuando nadie se había percatado de su presencia. —Je, ya no tengo la edad para ser un héroe.— Musitó, secándose el sudor y la saliva ajena que le había empapado el rostro.
Su intención era la de neutralizar al líder, pero él y Sara habían iniciado una desorganizada y sanguinaria lucha de forcejeos, sacudidas y mordidas. Rodaban por el suelo como dos inmensos perros rabiosos y el movimiento dificultaba el disparo. —¡Tsk!— Chasqueó con enojo el hombro, y se giró para brindarle apoyo al extraño que se había quedado para ayudar a su empleada. Ya se había encargado de dos de los rufianes, y Harvey le había disparado a uno que indudablemente ya debía de estar muerto, por lo que solamente quedaban el líder y el dúo que ya sabía que no debían bajar la guardia con su enemigo. Lo único bueno de enfrentarse a licántropos enardecidos, era que las emociones ahogaban esos peligrosos instintos de los cuales estaban dotados. Su olfato y oídos podían indicarles que tenían más enemigos cerca, pero su necedad y rencor los cegaría de los alrededores para sólo concentrarse en su objetivo inmediato. De momento no podía apoyar a Sara; aun así, estaba el extraño con sus poderes de fuego quien tenía una ventaja que él, Harvey, como humano común, no tenía.
Revisó las municiones cargadas en su escopeta y se insultó a sí mismo por tener un arma tan desfasada. Si bien se encontraba en buen estado por el mantenimiento, no era un arma moderna capaz de cargar varias rondas. Sólo le quedaba un disparo, y entonces tendría que recurrir a la navaja oculta en su cinto en el caso de continuar en la lucha. —Tal vez hoy sea el día de mi muerte.— Bromeó.
Sin saber si iba a funcionar o si el sujeto iba a comprender el mensaje, el viejo soldado emitió un silbido audible pero que fácilmente se confundía entre los sonidos de la pelea. Era una señal que había usado en el ejército para avisar a sus compañeros que estaba a punto de abrir fuego. Si todo salía bien, mataría a uno de los bastardos y el otro pondría distancia, lo que le daría la oportunidad a Harvey de reagruparse.
Disparó justo a la cabeza del licano del lado izquierdo, reventando la mitad de su cráneo y esparciendo restos de huesos y sesos en el piso como la salpicadura de una obra abstracta. La primera parte de su plan había salido bien, la segunda no. El compañero lupino, en vez de espantarse y poner distancia, aprovechó el momento para lanzarse sobre el hombre de cabellos negros y darle un zarpazo profundo en el costado derecho de su torso, lanzándolo a un lado contra una mesa. —Soy sordo de un lado.— Fue lo único que dijo con una gutural voz de sádica satisfacción, antes de abalanzarse encima del usuario de fuego con el propósito de clavar sus fauces en la yugular de su víctima.
Harvey, su jefe, se defendió con un campeón, logrando mantener a raya a Rikki para que no le destrozara el rostro, aunque su cuerpo había sufrido rasguños de parte de las garras del hombre lobo mientras éste intentaba mantenerlo quieto y a su merced. Los sentimientos que empujaron a Sara a reaccionar formaban un coctel sumamente peligroso de emociones, pero al menos le brindaron el ímpetu necesario para tratar con un salvaje como Rikki. Gruñendo, se abalanzó encima de su enemigo con la suficiente fuerza para desestabilizarlo. El viejo Harvey aprovechó los segundos que le brindó el ataque de Sara para deslizarse y salirse de las fauces del atacante, manteniendo un agarre firme sobre su escopeta como sólo un viejo soldado la mantendría. Poniendo algo de distancia, y pasando desapercibido por los demás integrantes de la lucha, Harvey volvió a colocarse en un punto óptimo de apoyo, pues su asistencia había sido mejor cuando nadie se había percatado de su presencia. —Je, ya no tengo la edad para ser un héroe.— Musitó, secándose el sudor y la saliva ajena que le había empapado el rostro.
Su intención era la de neutralizar al líder, pero él y Sara habían iniciado una desorganizada y sanguinaria lucha de forcejeos, sacudidas y mordidas. Rodaban por el suelo como dos inmensos perros rabiosos y el movimiento dificultaba el disparo. —¡Tsk!— Chasqueó con enojo el hombro, y se giró para brindarle apoyo al extraño que se había quedado para ayudar a su empleada. Ya se había encargado de dos de los rufianes, y Harvey le había disparado a uno que indudablemente ya debía de estar muerto, por lo que solamente quedaban el líder y el dúo que ya sabía que no debían bajar la guardia con su enemigo. Lo único bueno de enfrentarse a licántropos enardecidos, era que las emociones ahogaban esos peligrosos instintos de los cuales estaban dotados. Su olfato y oídos podían indicarles que tenían más enemigos cerca, pero su necedad y rencor los cegaría de los alrededores para sólo concentrarse en su objetivo inmediato. De momento no podía apoyar a Sara; aun así, estaba el extraño con sus poderes de fuego quien tenía una ventaja que él, Harvey, como humano común, no tenía.
Revisó las municiones cargadas en su escopeta y se insultó a sí mismo por tener un arma tan desfasada. Si bien se encontraba en buen estado por el mantenimiento, no era un arma moderna capaz de cargar varias rondas. Sólo le quedaba un disparo, y entonces tendría que recurrir a la navaja oculta en su cinto en el caso de continuar en la lucha. —Tal vez hoy sea el día de mi muerte.— Bromeó.
Sin saber si iba a funcionar o si el sujeto iba a comprender el mensaje, el viejo soldado emitió un silbido audible pero que fácilmente se confundía entre los sonidos de la pelea. Era una señal que había usado en el ejército para avisar a sus compañeros que estaba a punto de abrir fuego. Si todo salía bien, mataría a uno de los bastardos y el otro pondría distancia, lo que le daría la oportunidad a Harvey de reagruparse.
Disparó justo a la cabeza del licano del lado izquierdo, reventando la mitad de su cráneo y esparciendo restos de huesos y sesos en el piso como la salpicadura de una obra abstracta. La primera parte de su plan había salido bien, la segunda no. El compañero lupino, en vez de espantarse y poner distancia, aprovechó el momento para lanzarse sobre el hombre de cabellos negros y darle un zarpazo profundo en el costado derecho de su torso, lanzándolo a un lado contra una mesa. —Soy sordo de un lado.— Fue lo único que dijo con una gutural voz de sádica satisfacción, antes de abalanzarse encima del usuario de fuego con el propósito de clavar sus fauces en la yugular de su víctima.
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