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Actualmente Elysium atraviesa un maravilloso verano, predominando los días soleados, aunque también de vez en cuando es posible toparse con días donde las lluvias no paran de caer sobre la isla. Las temperaturas varían bastante, yendo de los 33° como máximo hasta los 18° como mínimo. Esta temporada es ideal para paseos en la playa, fiestas al aire libre, todo tipo de actividades recreativas en las que puedas disfrutar de un hermoso sol y cielo despejado en su mayoría.
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Amnesia | Priv.
Lost Garden :: ✧ Elysium :: Oblivion :: Centro de la ciudad
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por Lucile Isabey Jue Jul 12, 2018 4:43 pm
Amnesia
con Kardia Scorpius
Finalmente se levantó. Desconocía cuánto tiempo había pasado encogida en ese rincón, solo era capaz de recordar el dolor, el eco de sus gritos mientras se retorcía como un gusano en el anzuelo. El aire entraba por su boca abierta quemando todo a su paso, y la sangre era cemento fresco que corría por sus venas, amenazando con endurecerse y dejarla tiesa, una grotesca estatua con los ojos muy abiertos y las manos enroscadas como las ramas de un árbol.
Volvió al suelo de inmediato al sentir una punzada en uno de sus tobillos. No gritó porque no aguantaría más chillidos. Se sentó para comprobar y se dio cuenta que estaba descalza, sus pies embarrados en tierra y en alguna sustancia que se había secado. Era una herida grave, ya no goteaba, pero el solo verla provocó una descarga de nervios en todo su cuerpo. Los dedos de las manos se movían tocando un piano invisible, y su respiración no tardó en seguir el mismo compás.
Volteó a todos lados. El cuarto parecía haber crecido en los últimos segundos, y después todo se detuvo. El polvo se quedó suspendido en el aire, cada pieza brillaba con un tono ligeramente distinto. Agitó la mano y la galaxia de polvo desapareció. Dejó escapar un gemido y un sinfín de preguntas atacaron su mente, «¿alguien?» pensó, ¿dónde están todos? Cerró los ojos, quizá estaba en un sueño muy profundo, sin poder discernir la realidad y la imaginación. Incluso comenzó a rezar, pero fue inútil, y su pecho tembló antes de que pudiera empezar a llorar. “¿Dónde estoy?” preguntó, y se horrorizó al escuchar la voz de una niña pequeña y aterrorizada. Se tapó la cara con sus manos sucias. Respiró, y las lágrimas siguieron su recorrido en silencio. Deseo que, al abrir los ojos una vez más, estuviera su mamá, abrazándola y susurrando a su oído que todo iba a estar bien, que luego le diera una relajada ducha de dos horas, y al finalizar habría una cena de esas que se preparan cada dos eventos anuales. Un anhelo irónico: su mamá siempre la odió, y en esta situación estaría alegre, viéndola sufrir al borde de la muerte.
El ruido de una bicicleta la sobresaltó. Intentó incorporarse una vez más, lastimando su labio inferior por la fuerza de sus dientes que descargaban todo el dolor que sentía. Al menos podía aliviarse de llevar ropa puesta, aunque esta estuviera desgastada. Miró por la ventana, gotas de lluvia iban bajando de a poco, probablemente hasta hacía poco estaba lloviendo. Tenía que salir y abandonar toda esperanza de que un milagro fuese a parar a su lado, era más que obvio. Caminó esa pequeña distancia de la esquina hasta la puerta, acostumbrándose en milésima de segundos a las agujas que iban hincando sus pies, odiaba con fervor no tener sus queridas botas consigo.
El exterior no se diferenciaba con facilidad del cuarto, aún se mantenía el silencio y las probabilidades de algún peligro acechando por los rincones oscuros. A juzgar por una ínfima luz que asomaba por las paredes y techos del lugar, faltaba poco para el amanecer, la mayoría debía estar durmiendo o recién alistándose para salir. Se acercó hasta una vidriera del frente, sin mirar atrás y analizar el lugar por donde había salido, y lo que halló terminó por espantarla. Sí, por suerte el vidrio reflejó una persona. Una persona muerta. Nunca había visto semejante aspecto, y recurrir una vez más al llanto no solucionaría nada.
Cayó de rodillas, el golpe seco contra el pavimento no tenía comparación alguna con su interior. No podía recordar, su memoria era una galería de imágenes en negro y blanco. Eran muchas las posibilidades, y la mayor de ellas se relacionaba con el local donde trabajaba.
Volvió al suelo de inmediato al sentir una punzada en uno de sus tobillos. No gritó porque no aguantaría más chillidos. Se sentó para comprobar y se dio cuenta que estaba descalza, sus pies embarrados en tierra y en alguna sustancia que se había secado. Era una herida grave, ya no goteaba, pero el solo verla provocó una descarga de nervios en todo su cuerpo. Los dedos de las manos se movían tocando un piano invisible, y su respiración no tardó en seguir el mismo compás.
Volteó a todos lados. El cuarto parecía haber crecido en los últimos segundos, y después todo se detuvo. El polvo se quedó suspendido en el aire, cada pieza brillaba con un tono ligeramente distinto. Agitó la mano y la galaxia de polvo desapareció. Dejó escapar un gemido y un sinfín de preguntas atacaron su mente, «¿alguien?» pensó, ¿dónde están todos? Cerró los ojos, quizá estaba en un sueño muy profundo, sin poder discernir la realidad y la imaginación. Incluso comenzó a rezar, pero fue inútil, y su pecho tembló antes de que pudiera empezar a llorar. “¿Dónde estoy?” preguntó, y se horrorizó al escuchar la voz de una niña pequeña y aterrorizada. Se tapó la cara con sus manos sucias. Respiró, y las lágrimas siguieron su recorrido en silencio. Deseo que, al abrir los ojos una vez más, estuviera su mamá, abrazándola y susurrando a su oído que todo iba a estar bien, que luego le diera una relajada ducha de dos horas, y al finalizar habría una cena de esas que se preparan cada dos eventos anuales. Un anhelo irónico: su mamá siempre la odió, y en esta situación estaría alegre, viéndola sufrir al borde de la muerte.
El ruido de una bicicleta la sobresaltó. Intentó incorporarse una vez más, lastimando su labio inferior por la fuerza de sus dientes que descargaban todo el dolor que sentía. Al menos podía aliviarse de llevar ropa puesta, aunque esta estuviera desgastada. Miró por la ventana, gotas de lluvia iban bajando de a poco, probablemente hasta hacía poco estaba lloviendo. Tenía que salir y abandonar toda esperanza de que un milagro fuese a parar a su lado, era más que obvio. Caminó esa pequeña distancia de la esquina hasta la puerta, acostumbrándose en milésima de segundos a las agujas que iban hincando sus pies, odiaba con fervor no tener sus queridas botas consigo.
El exterior no se diferenciaba con facilidad del cuarto, aún se mantenía el silencio y las probabilidades de algún peligro acechando por los rincones oscuros. A juzgar por una ínfima luz que asomaba por las paredes y techos del lugar, faltaba poco para el amanecer, la mayoría debía estar durmiendo o recién alistándose para salir. Se acercó hasta una vidriera del frente, sin mirar atrás y analizar el lugar por donde había salido, y lo que halló terminó por espantarla. Sí, por suerte el vidrio reflejó una persona. Una persona muerta. Nunca había visto semejante aspecto, y recurrir una vez más al llanto no solucionaría nada.
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Lucile Isabey
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