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Actualmente Elysium atraviesa un maravilloso verano, predominando los días soleados, aunque también de vez en cuando es posible toparse con días donde las lluvias no paran de caer sobre la isla. Las temperaturas varían bastante, yendo de los 33° como máximo hasta los 18° como mínimo. Esta temporada es ideal para paseos en la playa, fiestas al aire libre, todo tipo de actividades recreativas en las que puedas disfrutar de un hermoso sol y cielo despejado en su mayoría.
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[Flashback] Elegy [Priv]
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por Ava Enfield Mar Jul 17, 2018 10:22 pm
Flashback - Elegy
Scafell Pike □ Caesar A. Andreatos
Y observó con un deje de tristeza su alrededor, su tierra… su hogar. Cada rincón de aquellas planicies, cada rincón de aquellas montañas, todo destruido por una fuerza externa casi imposible de detener. Y dice casi, porque pudo dejarle una dolorosa marca en el ojo izquierdo. Pero ella se quedó sin su ala, sin su familia, su pareja, sus hijos. La reina dragón había perdido más que aquel intruso.
Fue derrotada.
Un lastimero suspiro dejó escapar, observando aquellas manos humanas a las cuales no estaba acostumbrada, desnuda en esa tierra que debería ser suya, pero al mismo tiempo no la sentía como tal. Su querida Scafell Pike, no la merecía, ni el suelo, ni surcar los cielos, mucho menos vivir. Una amarga risa acompañó sus suspiros, y ese cuerpo humano tembló entre ira y llanto.
Cerró los ojos, intentando rememorar los rostros de sus familiares, escamas, colas o coloridas alas. Recordó los perlados colmillos de su amado Bhaltair, esos que presumía sin cesar, y que por juguetear se le atoró un hueso entre ellos. Las escamas de su décimo hijo, Aonghus, que brillaban más que cualquier otra; las travesuras de sus cuarto y quinto hijos, Beathag y Beathan, quienes no perdían la oportunidad de ocultar los objetos de sus hermanos. El bello cantar de su octava hija, Caoimhe.
Y muchas cosas más, muchas cosas más.
-¿Por qué?- susurra, alzando a los cielos ese brazo cubierto en piel humana, esa apariencia que deseaba destruir ansiosa, la muestra de toda su debilidad… la forma a la cual retornan ellos cuando requieren juntar energía, cuando son derrotados -¿Por qué solo yo?- profirió esta vez, cubriéndose el rostro con esas manos que tanto detestaba.
Ser la única sobreviviente empezaba a pesarle.
Se abrazó a sí misma, encontrándose en un suave roce la marca que su terrible enemigo había dejado, la marca que le gritaba que nunca más podría emprender un nuevo vuelo, la marca con la que nunca olvidaría al perpetrador de la masacre. Su ala izquierda fue arrancada, sí; sus ansias de vivir se esfumaban con cada respirar, sí… pero la sed de venganza solo acrecentaba con el descender del sol.
Se puso en pie dificultosamente con esas piernas a las que no está acostumbrada, tan delgadas, frágiles… tan humanas. Se sostuvo a la pared de piedra cercana, dando paso a paso como un cervatillo recién nacido, tropezando y levantándose, hasta no volver a caer. Su fiera vista esmeralda solo se encontraba observando el imponente cadáver de su querido Bhaltair: con la cabeza en algún lado y las alas por otro.
Desvió la mirada un instante, topándose con aquella abertura en la roca donde hace pocos días puso un par de huevos. Sus rodillas mortales flaquearon, cayendo al rocoso suelo, solo para tomar entre sus brazos al calcinado ser no nato… uno de sus tantos pequeños sin nombre. Y se quedó ahí, en su completa desnudez sin importancia, maldiciendo su propia supervivencia.
Thanks, Jye!⤛
Última edición por Ava Enfield el Mar Sep 11, 2018 1:30 am, editado 4 veces
Tumultus
Ava Enfield
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por Caesar A. Andreatos Dom Ago 05, 2018 3:45 pm
La neblina cubría las praderas pecadoras de batallas horribles. Cuerpos dotados de golpes, cortes sin fondo y una vida acabada adornaban sus bellos cuencos. Con una sinceridad horrible se paseaba como un niño inocente el temido Phobos, hijo de Ares, quien junto con su hermano Deimos recolectaban los últimos dolores de la guerra reflejados en los rostros de los caídos. Junto a ellos iba una pequeña niña, de cabellos rubios con cola de caballo vestida y adornada con vestimentas elegantes pero desgastadas por polvo y ceniza. Las almas eran llevadas al hades por inercia propia de la vida desprendida, cabe mencionar que algunas almas en pena vagaban por el campo de batalla ahora siembra de sangre y carne. El cielo era un reflejo del mar rojo, como un crepúsculo sin fin, se le podía comparar a los atardeceres que destruidos y llorosos exponían todo el dolor del mundo.
Ese día los cielos no lloraron y tampoco desprendieron truenos, además era imposible que lo hicieran en presencia del Dios que destrono al regente del cielo, la naturaleza rechazaba las pisadas de Ares y se pudrían las hiedras a lo largo del campo de batalla por cada paso que esté daba, era la viva presencia de Atila sabiendo que este último tuvo la bendición de su propio dios de la guerra. Phobos observo a su padre y supo que era tiempo de atormentar a los vivos por la catástrofe ocurrida, puesto que después de la guerra todos somos generales, nadie estaba a salvo de revivir cada horror que aconteció.
Nadie debe olvidar, nadie.
Phobos era rencoroso, sabia muy bien que la guerra traería grandes catástrofes, su problema más grande era ser piadoso en comparación con su hermano Deimos, quien no tenia algún ápice de bondad en su corazón. No soportaba el hecho de que las personas inocentes muriesen a manos de viles entidades, pero no sentaría cabeza en su misión ya que causar caos era su principal razón de existencia, y recordarles a los sobrevivientes el terror de la guerra era su objetivo, había nacido con ese propósito, su otra mitad era Deimos, el horror, los sueños sin acabar de la muerte, eran las mitades de una misma moneda, ninguno podría existir sin el otro, si se separaban por un segundo cosas horribles podrían suceder.
Las luces del sitio se apagaron como las velas a media noche por el suspiro del raudo viento, el hogar que los dragones alguna vez honraron como suyo era un recuerdo que acabo abruptamente hace días en una cruenta guerra librada por dos clanes. Y donde hay guerra, es donde esta Ares. Miro atentamente la tierra muerta, negra por las cenizas del fuego y llena de despojos sin vida, las plantas no bebían agua ese día, si no que sangre. Se regocijo pues, en todo el esplendor que significaba quitar vidas sin sentido, bebió del cáliz satisfactorio con su tarea realizada y pretendió conocer el dolor de la única sobreviviente del catastro.
Phobos tomo la forma de un niño inocente, caminó entre las sombrías cuencas de la montaña y entre la niebla se iba acercando hacia su destino, miraba todo y nada se le escapaba. Como dios del terror sentía esté y también las penas ajenas, era como un perro que percibía la esencia de su presa escondida, a pesar de que su inocente forma podía engañar a las mentes débiles, detrás de esta una gran sombra representaba el miedo acumulado de la guerra, miraba con su ojo omnipotente y un deje de tristeza se apodero del sitio.
–Mama, mama… – la voz reverberaba en las montañas – Mama… mama… – la forma del niño como una sombra puesta en frente de la persona que se lamentaba sobre su pasado, sobre lo que pudo ser o no, Phobos era ahora la encarnación de la culpa de ella, un pequeño niño, la inocencia desgarrada por la guerra y la debilidad de no defender lo querido – Duele... Mama… – la voz podía ser oída por ella y nadie más – Ayudame – fueron sus últimas palabras, a lo lejos un halo de esperanza quizá para ella, pero para Phobos era el comienzo de una pesadilla.
"El dolor de una perdida es el más grande de todos."
Ese día los cielos no lloraron y tampoco desprendieron truenos, además era imposible que lo hicieran en presencia del Dios que destrono al regente del cielo, la naturaleza rechazaba las pisadas de Ares y se pudrían las hiedras a lo largo del campo de batalla por cada paso que esté daba, era la viva presencia de Atila sabiendo que este último tuvo la bendición de su propio dios de la guerra. Phobos observo a su padre y supo que era tiempo de atormentar a los vivos por la catástrofe ocurrida, puesto que después de la guerra todos somos generales, nadie estaba a salvo de revivir cada horror que aconteció.
Nadie debe olvidar, nadie.
Phobos era rencoroso, sabia muy bien que la guerra traería grandes catástrofes, su problema más grande era ser piadoso en comparación con su hermano Deimos, quien no tenia algún ápice de bondad en su corazón. No soportaba el hecho de que las personas inocentes muriesen a manos de viles entidades, pero no sentaría cabeza en su misión ya que causar caos era su principal razón de existencia, y recordarles a los sobrevivientes el terror de la guerra era su objetivo, había nacido con ese propósito, su otra mitad era Deimos, el horror, los sueños sin acabar de la muerte, eran las mitades de una misma moneda, ninguno podría existir sin el otro, si se separaban por un segundo cosas horribles podrían suceder.
Las luces del sitio se apagaron como las velas a media noche por el suspiro del raudo viento, el hogar que los dragones alguna vez honraron como suyo era un recuerdo que acabo abruptamente hace días en una cruenta guerra librada por dos clanes. Y donde hay guerra, es donde esta Ares. Miro atentamente la tierra muerta, negra por las cenizas del fuego y llena de despojos sin vida, las plantas no bebían agua ese día, si no que sangre. Se regocijo pues, en todo el esplendor que significaba quitar vidas sin sentido, bebió del cáliz satisfactorio con su tarea realizada y pretendió conocer el dolor de la única sobreviviente del catastro.
Phobos tomo la forma de un niño inocente, caminó entre las sombrías cuencas de la montaña y entre la niebla se iba acercando hacia su destino, miraba todo y nada se le escapaba. Como dios del terror sentía esté y también las penas ajenas, era como un perro que percibía la esencia de su presa escondida, a pesar de que su inocente forma podía engañar a las mentes débiles, detrás de esta una gran sombra representaba el miedo acumulado de la guerra, miraba con su ojo omnipotente y un deje de tristeza se apodero del sitio.
–Mama, mama… – la voz reverberaba en las montañas – Mama… mama… – la forma del niño como una sombra puesta en frente de la persona que se lamentaba sobre su pasado, sobre lo que pudo ser o no, Phobos era ahora la encarnación de la culpa de ella, un pequeño niño, la inocencia desgarrada por la guerra y la debilidad de no defender lo querido – Duele... Mama… – la voz podía ser oída por ella y nadie más – Ayudame – fueron sus últimas palabras, a lo lejos un halo de esperanza quizá para ella, pero para Phobos era el comienzo de una pesadilla.
"El dolor de una perdida es el más grande de todos."
- sombra:
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Caesar A. Andreatos
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por Ava Enfield Lun Sep 17, 2018 1:16 am
Flashback - Elegy
Scafell Pike □ Caesar A. Andreatos
Lágrimas descendían sin cesar por sus blancas mejillas, apretando contra su desnudo pecho aquel calcinado huevo del que, aún, no deseaba despegarse; gimiendo dolorosa a medida que la desesperación envolvía todo su ser. Brigantis no podía soportarlo, no quería soportarlo, deseaba fervientemente dejar todo atrás, tirarse frente al cadáver de su esposo y perecer, llorar hasta que la vida misma se fuera como un suspiro, en un último lamento.
Pero, ¿Acaso Bhaltair sería capaz de perdonarle tal acción? ¿Estaría contento de ver a su amada esposa lamentarse sin parar, en lugar de hacer algo más? No, con todo el peso del dolor, él seguramente se levantaría y buscaría al causante de su desdicha, acabaría con aquel y se echaría a morir en soledad.
Brigantis siempre supo que él era más fuerte que ella.
La reina dragón no poseía tal temple, o es lo que se repetía al apretar un segundo huevo hallado entre las cenizas, con labios temblorosos, sollozando nuevamente. No podría ser como aquel a quien amó, sentía que nunca más volvería a levantarse. Ella no veía motivo alguno para seguir luchando, ¿Acaso está mal querer morir de una vez? Está destrozada, su alma está rota, entonces ¿Por qué sigue escuchando aquellas voces que le piden se levante? -Basta- susurra, con esos murmullos taladrando sus sienes.
Entonces, con sus pequeñas y delicadas manos se dedica a crear hoyos en la tierra, la que se encuentra ennegrecida por las cenizas de su gente, esparcidas por grandes franjas de tierra. Algunos cuerpos siguen a la vista, como el de su amado Bhaltair, quien luchó hasta que la vida le fue arrancada… junto a su cabeza. Mientras que de sus 30 hijos poco encuentra, y piensa en agonía que la mayoría ya son polvo.
-Ya basta- vuelve a decir, sepultando uno a uno sus pequeños y carbonizados huevos, queriendo apartar esa vocecita que se cuela por sus oídos, la que piensa es obra de su imaginación. Pero aquella no cesa, sigue ahí, como un eco que no logra descifrar. Y aun así… aun así una parte de ella desea que la vocecita le pertenezca a uno de sus niños.
Sus ojos brillaron un instante, borrando por momentos la melancolía que se apoderó de su cuerpo por largas horas, al darse la vuelta se percata que aquel pequeño se encuentra más cerca de lo que creía.
Su propia mente le hace una mala jugarreta, sus labios y manos tiemblan al acercarse al pequeño cuerpo, solo para decir: -Soy tú mamá- en un murmuro, suave y delicado, arrodillándose frente a él para sacudir sus cabellos. No logra razonar, no logra si quiera ver que aquel no era su niño.
-Soy mamá- vuelve a susurrar, apretándolo contra su pecho tembloroso, permitiendo que varias lágrimas desciendan por esas sucias mejillas suyas -¿Estás herido?- y rebusca con sus manos aquel cuerpecito, esperando hallar su dolencia -¿Dónde te duele?
Ahora piensa… que él es lo único que le queda.
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