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Actualmente Elysium atraviesa un maravilloso verano, predominando los días soleados, aunque también de vez en cuando es posible toparse con días donde las lluvias no paran de caer sobre la isla. Las temperaturas varían bastante, yendo de los 33° como máximo hasta los 18° como mínimo. Esta temporada es ideal para paseos en la playa, fiestas al aire libre, todo tipo de actividades recreativas en las que puedas disfrutar de un hermoso sol y cielo despejado en su mayoría.
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por Vaas S. Lenz Jue Sep 13, 2018 5:26 pm
Por primera vez en mucho tiempo, quizás en toda su vida, Vaas se sentía nervioso por un trabajo. No era algo común, dado que pocas veces por no decir que ya nunca le pasaba, sino más bien extraño. En los siglos que llevaban juntos, él se había convertido en una suerte de soporte invisible para ella, un aliado desconocido, completamente ajeno a los ojos de todos aquellos que no fueran él o ella. Un aliado oculto, una mano negra, una sombra en todo el sentido propio de la palabra. No fue un acuerdo por escrito, ni siquiera había sido dicho por alguna de las dos voces. Fue tácito. Él nunca tuvo que decir directamente que estaba dispuesto a morir por ella. Ella nunca tuvo que hacer un cuestionamiento para con su sentido de la lealtad. Nunca se le pidió algo dos veces, dado que él siempre acataba el pedido a la primera. Él nunca tuvo que darle voz al juramento que hizo cuando aún era un chiquillo sin un hogar, con hambre, y con una pequeña niña de cabellos rojos a la cual cuidar. Y este juramento estaba grabado en algo mucho más profundo que la carne. Lo tenía grabado en el alma.
El hecho de encontrarse a sí mismo así, le resultaba extraño. Algo ajeno a lo que quizás nunca podría acostumbrarse. Se encontraba en su apartamento, ubicado directamente debajo del pent-house de Milena. Por pedido propio, él vivía en un mono ambiente, simple y sin mucha gracia. Su cocina era pequeña, a gas, y contaba tan solo con una cama de normal tamaño, un escritorio y un modular con un espejo para poder cambiarse y guardar su ropa. La cual no era mucha de por sí. Pero en esa tarde, en aquella media tarde…Vaas se sentía fuera de lugar por las prendas que se encontraban perfectamente desplegadas sobre su cama perfectamente armada. Ropas que él no solía utilizar. Ropa que estaba a la moda, que se alejaba de sus vestimentas típicas. De todo lo que él apreciaba dentro de la simpleza de su existencia.
Sus ojos bailaron en el espejo, en ese reflejo que no reconocía en realidad. Bajó el mismo hacia el modular y observó allí una serie de documentos e informes con un rostro que no le interesaba en absoluto. Pero que por ella…sólo por ella, haría lo que fuera necesario. Soltó un suspiro desganado y apagó el cigarrillo que hasta ese entonces había tenido entre los labios. Giró sobre sus talones y se dispuso a vestirse, más a regañadientes que otra cosa. Una vez que terminó, tomó los documentos, los guardó en un sobre de papel madera y salió de su casa.
- Supongo que no queda de otra. – Se dijo entre dientes, en un tono audible solo para si mismo, mientras se disponía a esperar por el elevador. Llegó al último piso y no pudo evitar pensar demasiado en la noche anterior. Era inevitable hacerlo, dada su actual misión. - ….- No hizo falta que dijera nada. El guardia que estaba parado delante de la puerta dio el aviso correspondiente al interior del pent-house y el mismo se vació casi de forma inmediata. Vaas ingresó y no miró a Milena como siempre hacía. Mantuvo la mirada fija en el suelo. – Ya investigué todo lo que me pasaste ayer. Estoy listo. -
Volvió a inundar el ambiente el silencio mas tenso. No eran ajenos a lidiar con un número casi inagotable de situaciones de vida o muerte. ¿Pero situaciones como esa? Seguían siendo moneda ajena.
El día anterior, luego de que Milena le comentara que tenía que enamorar a una jovencita, hija de un importante empresario, y convencerla de que se case con él, los dos habían compartido un momento sumamente personal. Uno que quizás sólo podía ser catalogado como una cita. Pero que al mismo tiempo había sido mucho más. Habían sido niños, habían sido adultos. Compartieron aquella comida con tanto valor emocional, jugaron y compitieron como dos niñatos infantiles, y al final habían acabado por compartir dos momentos sumamente íntimos. Se besaron y habían dormido en la misma cama, juntos por primera vez desde sus tiempos del ejército. Y ahora se sentía como si ella lo fuera a enviar a una muerte segura. A una de esas misiones en las que uno no sabe si va a regresar. Se sintió hasta estúpido. No le tenía miedo a una misión suicida, pero sí le tenía miedo al hecho de alejarse de su lado. De que su sombra no estuviera ahí para cuidarla.
- ¿Tú estás lista?
Dijo y alzó de forma tímida su mirar. Llegando hacia donde se encontraba Milena. No se supo explicar el por qué, quizás por la añoranza, o quizás por el riesgo de que nada fuera lo mismo cuando le tocara regresar, pero ella se le hizo más hermosa que nunca. Guardó silencio. Sólo quedaba esperar ahora.
El hecho de encontrarse a sí mismo así, le resultaba extraño. Algo ajeno a lo que quizás nunca podría acostumbrarse. Se encontraba en su apartamento, ubicado directamente debajo del pent-house de Milena. Por pedido propio, él vivía en un mono ambiente, simple y sin mucha gracia. Su cocina era pequeña, a gas, y contaba tan solo con una cama de normal tamaño, un escritorio y un modular con un espejo para poder cambiarse y guardar su ropa. La cual no era mucha de por sí. Pero en esa tarde, en aquella media tarde…Vaas se sentía fuera de lugar por las prendas que se encontraban perfectamente desplegadas sobre su cama perfectamente armada. Ropas que él no solía utilizar. Ropa que estaba a la moda, que se alejaba de sus vestimentas típicas. De todo lo que él apreciaba dentro de la simpleza de su existencia.
Sus ojos bailaron en el espejo, en ese reflejo que no reconocía en realidad. Bajó el mismo hacia el modular y observó allí una serie de documentos e informes con un rostro que no le interesaba en absoluto. Pero que por ella…sólo por ella, haría lo que fuera necesario. Soltó un suspiro desganado y apagó el cigarrillo que hasta ese entonces había tenido entre los labios. Giró sobre sus talones y se dispuso a vestirse, más a regañadientes que otra cosa. Una vez que terminó, tomó los documentos, los guardó en un sobre de papel madera y salió de su casa.
- Supongo que no queda de otra. – Se dijo entre dientes, en un tono audible solo para si mismo, mientras se disponía a esperar por el elevador. Llegó al último piso y no pudo evitar pensar demasiado en la noche anterior. Era inevitable hacerlo, dada su actual misión. - ….- No hizo falta que dijera nada. El guardia que estaba parado delante de la puerta dio el aviso correspondiente al interior del pent-house y el mismo se vació casi de forma inmediata. Vaas ingresó y no miró a Milena como siempre hacía. Mantuvo la mirada fija en el suelo. – Ya investigué todo lo que me pasaste ayer. Estoy listo. -
Volvió a inundar el ambiente el silencio mas tenso. No eran ajenos a lidiar con un número casi inagotable de situaciones de vida o muerte. ¿Pero situaciones como esa? Seguían siendo moneda ajena.
El día anterior, luego de que Milena le comentara que tenía que enamorar a una jovencita, hija de un importante empresario, y convencerla de que se case con él, los dos habían compartido un momento sumamente personal. Uno que quizás sólo podía ser catalogado como una cita. Pero que al mismo tiempo había sido mucho más. Habían sido niños, habían sido adultos. Compartieron aquella comida con tanto valor emocional, jugaron y compitieron como dos niñatos infantiles, y al final habían acabado por compartir dos momentos sumamente íntimos. Se besaron y habían dormido en la misma cama, juntos por primera vez desde sus tiempos del ejército. Y ahora se sentía como si ella lo fuera a enviar a una muerte segura. A una de esas misiones en las que uno no sabe si va a regresar. Se sintió hasta estúpido. No le tenía miedo a una misión suicida, pero sí le tenía miedo al hecho de alejarse de su lado. De que su sombra no estuviera ahí para cuidarla.
- ¿Tú estás lista?
Dijo y alzó de forma tímida su mirar. Llegando hacia donde se encontraba Milena. No se supo explicar el por qué, quizás por la añoranza, o quizás por el riesgo de que nada fuera lo mismo cuando le tocara regresar, pero ella se le hizo más hermosa que nunca. Guardó silencio. Sólo quedaba esperar ahora.
Tumultus
Vaas S. Lenz
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Fecha de inscripción : 09/09/2018
por Milena Van der Meer Vie Sep 14, 2018 7:18 am
Terminó de firmar los últimos documentos en total silencio, mientras esperaba, el hombre frente a ella, estaba totalmente pálido, asustado quizá, aquel era uno de tus tantos aliados, un comerciante que empezó desde el piso y al que ella poyó cuando notó su potencial, ahora había sido hostigado por una banda criminal que ya se pudrían en la tierra. A lo largo de su vida había aprendido lecciones valiosas, cuando un hombre humilde era un siervo leal y fiel, estando de rodillas frente a ella, entonces amablemente le ayudó a levantarse, y cuando los tontos se rebelaban, Milena les sirvió acero y fuego sin piedad. Esta vez, aquel que clamaba por su misericordia, no había sido más que un peón atento y adiestrado en su lealtad a ella.
Milena suspiró tranquilamente, alzó el rostro y con una sonrisa conciliadora se dispuso a hablar.
―Te han sido devueltas tus hijas, y me encargue del problema, también se recuperó el dinero…
―Estoy tan agradecido mi señora…
―Puedes retirarte… ―lo despidió con un gesto y la masiva forma de uno de los guardias que acompañó al infeliz hasta la puerta.
Su rutina había regresado a la normalidad, esa mañana había despertado del más hermoso de los sueños, hasta que tuvo que volver a su realidad, despejó su cabeza, y pensó en absolutamente todo, no se arrepentía de lo que había pasado porque era un recuerdo que se había grabado hasta sus cansados huesos, Van der Meer continuó maquinando en su cabeza, mientras recordaba.
Una lluvia, constante, sin truenos en el cielo, solo las gruesas nubes negras, mientras el agua lavó del piso toda la sangre, y los cuerpos eran apilados en el patio principal de la lujosa mansión, Milena caminó hasta las escaleras, subiéndolas casi de forma solemne, recordaba a uno de sus hombres, trayendo a rastras a una niña de seis años, y una mujer que rondaba entre los veintiuno, una belleza caucásica de cabello castaño, y ojos grises, desesperada rogaba por su vida y la de su pequeña hermana.
―Le juraremos lealtad mi señora, por favor… por favor… mi hermana es sólo una niña.
Y su padre un traidor, estúpido y con la lengua suelta, que pensó en no pagar su deuda.
―Ejecútalas… ―fue la orden.
El sonido acuoso de la carne siendo abierta y el gorgoteo de la sangre escapando por la boca fue una escena que miró sin remordimiento.
Aquellos fueron los cadáveres sobre los que Milena había colocado los cimientos de su asenso al poder.
Salió de sus recuerdos cuando volvieron a llamar a su puerta, era él… mentiría si dijera que no sintió como todo su carácter flaqueaba en cuanto no tuvo el valor para verla a los ojos, cuando tenia el rostro agachado casi con miseria, y Milena tuvo que apretar los nudillos hasta tornarlos blancos, suspiró inaudible y se mantuvo estoica, con la espalda recta sobre su silla, las manos recargadas sobre la mesa.
―Desde hace varios siglos lo estoy, ―respondió con severidad, le dolía en el alma, se encordaba y echaba raíces, una flecha aun más dolorosa que la que recibió una vez.
Volvió a ojear una carpeta que tenía pendiente, y pasó un largo rato sin hablar, hasta que cerró el documento de golpe y lo devolvió al escritorio. Levantándose de su lugar, Milena se dirigió al ventanal donde era capaz de observarlo todo, mientras en su mente se repetían las escenas de la noche anterior, mezcladas con ese recuerdo de hace tres siglos.
―¿Recuerdas a los Florent? ―no fue una pregunta, por supuesto que Vaas los recordaba―, los acorralé como ovejas, escuché que fui muy severa con el castigo por intentar rebelarse y engañarme, ―hizo una pausa, para tomar nuevamente el aliento, cada vez se hacía mas pesado― y sin más, desde entonces solo me hizo falta enviar a algún pajarito o una de las chicas a contar la historia de los Florent, y nunca más volví a escuchar la tontería de una conspiración.
Trescientos años desde aquel brutal ejemplo de autoridad, desde que Milena no solo fuera temida, sino también respetada, detrás de sus encantadoras sonrisas y de sus palabras calculadoras, se encontraba una bestia.
―Algunos tontos creen que el poder está en el dinero, en todo el oro que poseemos, o es más que un simple material para ejercer un simple puesto, lo que nosotros representamos aquí, es la unión, y un legado, nuestro legado Vaas.
Por fin tuvo el valor para girar sobre su eje y enfrentarlo, lo miró sin ápice de vergüenza o temor, era esa misma mirada que le dio cuando le dijo que irían a ejecutar a todos y cada uno de los Florent, hombres, mujeres, niños, y ancianos.
No había la menor de las dudas en sus palabras que se forjaron como el acero, ese era el camino que había elegido, con todas las piezas cuidadosamente colocadas, con cada uno de sus enemigos donde los quería, no hubo acercamientos más de los necesarios, regresó a su asiento y con un gesto invitó a Vaas para sentarse frente a ella.
―Y una vez que todo termine…
No completó la frase, no era momento para las promesas, para la añoranza ni los jugueteos románticos. Ese era el momento para las acciones, y los hechos.
Milena suspiró tranquilamente, alzó el rostro y con una sonrisa conciliadora se dispuso a hablar.
―Te han sido devueltas tus hijas, y me encargue del problema, también se recuperó el dinero…
―Estoy tan agradecido mi señora…
―Puedes retirarte… ―lo despidió con un gesto y la masiva forma de uno de los guardias que acompañó al infeliz hasta la puerta.
Su rutina había regresado a la normalidad, esa mañana había despertado del más hermoso de los sueños, hasta que tuvo que volver a su realidad, despejó su cabeza, y pensó en absolutamente todo, no se arrepentía de lo que había pasado porque era un recuerdo que se había grabado hasta sus cansados huesos, Van der Meer continuó maquinando en su cabeza, mientras recordaba.
Una lluvia, constante, sin truenos en el cielo, solo las gruesas nubes negras, mientras el agua lavó del piso toda la sangre, y los cuerpos eran apilados en el patio principal de la lujosa mansión, Milena caminó hasta las escaleras, subiéndolas casi de forma solemne, recordaba a uno de sus hombres, trayendo a rastras a una niña de seis años, y una mujer que rondaba entre los veintiuno, una belleza caucásica de cabello castaño, y ojos grises, desesperada rogaba por su vida y la de su pequeña hermana.
―Le juraremos lealtad mi señora, por favor… por favor… mi hermana es sólo una niña.
Y su padre un traidor, estúpido y con la lengua suelta, que pensó en no pagar su deuda.
―Ejecútalas… ―fue la orden.
El sonido acuoso de la carne siendo abierta y el gorgoteo de la sangre escapando por la boca fue una escena que miró sin remordimiento.
Aquellos fueron los cadáveres sobre los que Milena había colocado los cimientos de su asenso al poder.
Salió de sus recuerdos cuando volvieron a llamar a su puerta, era él… mentiría si dijera que no sintió como todo su carácter flaqueaba en cuanto no tuvo el valor para verla a los ojos, cuando tenia el rostro agachado casi con miseria, y Milena tuvo que apretar los nudillos hasta tornarlos blancos, suspiró inaudible y se mantuvo estoica, con la espalda recta sobre su silla, las manos recargadas sobre la mesa.
―Desde hace varios siglos lo estoy, ―respondió con severidad, le dolía en el alma, se encordaba y echaba raíces, una flecha aun más dolorosa que la que recibió una vez.
Volvió a ojear una carpeta que tenía pendiente, y pasó un largo rato sin hablar, hasta que cerró el documento de golpe y lo devolvió al escritorio. Levantándose de su lugar, Milena se dirigió al ventanal donde era capaz de observarlo todo, mientras en su mente se repetían las escenas de la noche anterior, mezcladas con ese recuerdo de hace tres siglos.
―¿Recuerdas a los Florent? ―no fue una pregunta, por supuesto que Vaas los recordaba―, los acorralé como ovejas, escuché que fui muy severa con el castigo por intentar rebelarse y engañarme, ―hizo una pausa, para tomar nuevamente el aliento, cada vez se hacía mas pesado― y sin más, desde entonces solo me hizo falta enviar a algún pajarito o una de las chicas a contar la historia de los Florent, y nunca más volví a escuchar la tontería de una conspiración.
Trescientos años desde aquel brutal ejemplo de autoridad, desde que Milena no solo fuera temida, sino también respetada, detrás de sus encantadoras sonrisas y de sus palabras calculadoras, se encontraba una bestia.
―Algunos tontos creen que el poder está en el dinero, en todo el oro que poseemos, o es más que un simple material para ejercer un simple puesto, lo que nosotros representamos aquí, es la unión, y un legado, nuestro legado Vaas.
Por fin tuvo el valor para girar sobre su eje y enfrentarlo, lo miró sin ápice de vergüenza o temor, era esa misma mirada que le dio cuando le dijo que irían a ejecutar a todos y cada uno de los Florent, hombres, mujeres, niños, y ancianos.
No había la menor de las dudas en sus palabras que se forjaron como el acero, ese era el camino que había elegido, con todas las piezas cuidadosamente colocadas, con cada uno de sus enemigos donde los quería, no hubo acercamientos más de los necesarios, regresó a su asiento y con un gesto invitó a Vaas para sentarse frente a ella.
―Y una vez que todo termine…
No completó la frase, no era momento para las promesas, para la añoranza ni los jugueteos románticos. Ese era el momento para las acciones, y los hechos.
Tumultus
Milena Van der Meer
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por Vaas S. Lenz Lun Sep 17, 2018 1:40 pm
Un sueño. Eso había sido todo lo que pasó la noche anterior, pensó el dragón mientras todo parecía volver a la normalidad, tal y como si aquello nunca hubiera pasado. Y quizás era para mejor, que todo ese asunto permaneciera como eso, un sueño, una ilusión que no tenía influencia en el mundo de Milena. Por qué en efecto, aquello era su mundo. Él tan sólo era una de las tantas piedras que sostenían el mismo. Tuvo que hacer su mayor esfuerzo, uno casi inhumano para dirigirle la palabra. Puesto que consideraba que aquello era su culpa, ese sentimiento de incomodidad, y una tristeza que él se esforzaba por no reconocer bajo ningún concepto. La realidad era cruda, y su propia debilidad ante un nuevo desafío lo había llevado a…cometer una estupidez. Por qué desde que se despertó aquella mañana, no pudo dejar de repetir una frase.
“Es tu culpa. El trabajo siempre va primero.”
Sin alguna razón que él pudiera reconocer en un principio, la mente de Vaas giraba en torno a un evento del pasado, sumamente puntual. A ningún otro. A la primera vez que asesinó por ella. En su nombre y en pos de su crecimiento personal. Una tendencia que marcaría el ritmo de toda su existencia. Recordaba a la perfección la ejecución de aquellas dos hermanas. Recordaba los gritos de la niña y los ruegos de su hermana, momentos antes de que aquél sicario descuartizara a su hermanita y luego procedieran a destrozar todo lo que ella una vez fue. Si bien otro había ejecutado a esas mujeres, el trabajo de Vaas radicó en asesinar al padre de las mismas. Un mensaje que marcó el nacimiento de dos cosas. El primero, marcó el nacimiento del imperio de Milena. Y también fue el nacimiento del cirujano de la muerte. Ningún hombre sufrió tanto antes de morir, no como él sufrió.
- La muerte de los Florent se convirtió en la piedra angular de tu imperio, Milena. – Dijo como única forma de respuesta, antes de que ella hiciera su monólogo sobre el poder y del legado que acarreaba cada asesinato, cada manipulación, de los cuales ellos habían sido los autores. Un legado de sangre, muerte y una ambición que era capaz de consumir el mismo mundo en el cual vivían. – Y me imagino que la siguiente misión será igual de importante.
No había que asesinar a nadie, al menos no de primeras cuentas. Vaas tomó asiento y soltó todo el aire que tenía dentro del pecho. Se vió forzado a adoptar una faceta de su personalidad, una más cruenta que le ayudara a sobrellevar lo que acababa de suceder y lo que venía en camino.
No dijo nada, al menos no en un principio. Dejó que ella leyera y hasta sintió curiosidad por conocer el final de aquella frase inconclusa. Pero no preguntó. No cuestionó ni tampoco dio su opinión. Por qué no era necesaria, y por qué la decisión ya había sido tomada. Pero por más que callara, en su mente aparecía siempre un interminable caudal de interrogantes. Por qué era un trabajo distinto, no tenía que matar, sino que tenía que hacer algo infinitamente más complejo.
- Sé frontal conmigo Milena. – Dijo con seriedad. Su mirar fijo, clavado en el de ella. Ahora no era el muchacho enamorado de la noche anterior, aterrado ante el prospecto de lo que vendrá. – Dime precisamente el motivo por el cual tengo que enamorar a esa niña. ¿Qué interés tienes en los negocios del padre? ¿Y por qué ahora decides operar de esta forma? ¿Es realmente necesario que me case con ella? – No alzó el tono, ni siquiera alteró su expresión.
Pero eran las preguntas que necesitaban una respuesta de forma imperiosa. Aceptó el trabajo, tal y como siempre hacía. Pero necesitaba entender las motivaciones detrás del inusual pedido. Necesitaba entender cómo funcionaba la mente de Milena, al menos para este trabajo puntual. Si no fuera algo sumamente relevante, no se lo estaría preguntando. Y en su interior…también la necesitaba. Necesitaba escuchar los motivos por los cuales lo estaba alejando. Sí, sólo él podía hacerse cargo de algo así. Pero…no. Necesitaba escucharlo salir de sus labios.
“Es tu culpa. El trabajo siempre va primero.”
Sin alguna razón que él pudiera reconocer en un principio, la mente de Vaas giraba en torno a un evento del pasado, sumamente puntual. A ningún otro. A la primera vez que asesinó por ella. En su nombre y en pos de su crecimiento personal. Una tendencia que marcaría el ritmo de toda su existencia. Recordaba a la perfección la ejecución de aquellas dos hermanas. Recordaba los gritos de la niña y los ruegos de su hermana, momentos antes de que aquél sicario descuartizara a su hermanita y luego procedieran a destrozar todo lo que ella una vez fue. Si bien otro había ejecutado a esas mujeres, el trabajo de Vaas radicó en asesinar al padre de las mismas. Un mensaje que marcó el nacimiento de dos cosas. El primero, marcó el nacimiento del imperio de Milena. Y también fue el nacimiento del cirujano de la muerte. Ningún hombre sufrió tanto antes de morir, no como él sufrió.
- La muerte de los Florent se convirtió en la piedra angular de tu imperio, Milena. – Dijo como única forma de respuesta, antes de que ella hiciera su monólogo sobre el poder y del legado que acarreaba cada asesinato, cada manipulación, de los cuales ellos habían sido los autores. Un legado de sangre, muerte y una ambición que era capaz de consumir el mismo mundo en el cual vivían. – Y me imagino que la siguiente misión será igual de importante.
No había que asesinar a nadie, al menos no de primeras cuentas. Vaas tomó asiento y soltó todo el aire que tenía dentro del pecho. Se vió forzado a adoptar una faceta de su personalidad, una más cruenta que le ayudara a sobrellevar lo que acababa de suceder y lo que venía en camino.
No dijo nada, al menos no en un principio. Dejó que ella leyera y hasta sintió curiosidad por conocer el final de aquella frase inconclusa. Pero no preguntó. No cuestionó ni tampoco dio su opinión. Por qué no era necesaria, y por qué la decisión ya había sido tomada. Pero por más que callara, en su mente aparecía siempre un interminable caudal de interrogantes. Por qué era un trabajo distinto, no tenía que matar, sino que tenía que hacer algo infinitamente más complejo.
- Sé frontal conmigo Milena. – Dijo con seriedad. Su mirar fijo, clavado en el de ella. Ahora no era el muchacho enamorado de la noche anterior, aterrado ante el prospecto de lo que vendrá. – Dime precisamente el motivo por el cual tengo que enamorar a esa niña. ¿Qué interés tienes en los negocios del padre? ¿Y por qué ahora decides operar de esta forma? ¿Es realmente necesario que me case con ella? – No alzó el tono, ni siquiera alteró su expresión.
Pero eran las preguntas que necesitaban una respuesta de forma imperiosa. Aceptó el trabajo, tal y como siempre hacía. Pero necesitaba entender las motivaciones detrás del inusual pedido. Necesitaba entender cómo funcionaba la mente de Milena, al menos para este trabajo puntual. Si no fuera algo sumamente relevante, no se lo estaría preguntando. Y en su interior…también la necesitaba. Necesitaba escuchar los motivos por los cuales lo estaba alejando. Sí, sólo él podía hacerse cargo de algo así. Pero…no. Necesitaba escucharlo salir de sus labios.
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