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Actualmente Elysium atraviesa un maravilloso verano, predominando los días soleados, aunque también de vez en cuando es posible toparse con días donde las lluvias no paran de caer sobre la isla. Las temperaturas varían bastante, yendo de los 33° como máximo hasta los 18° como mínimo. Esta temporada es ideal para paseos en la playa, fiestas al aire libre, todo tipo de actividades recreativas en las que puedas disfrutar de un hermoso sol y cielo despejado en su mayoría.
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♦ Reckless — Priv. Corvo
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por Agathe Vryzas Lun Sep 03, 2018 3:51 am
Podía ver cómo todo era poco a poco destruido, hecho añicos, una batalla que estalló en el momento menos esperado, cuando menos lo necesitaba. La misión era simple, se trataba únicamente de patrullar, una misión de reconocimiento en tierras hostiles, ahí donde se sabía se lograron instalar fuerzas de Alejandría esperando algún incauto de Elysium que tuviese la idea de pasar por ahí. Por desgracia, ella que tenía un instinto muy desarrollado pudo ver la trampa a leguas, pero no fue capaz de evitarla al creer que podría hacerle frente por su cuenta.
Se equivocó, y el error le costaría muy caro. Fueron emboscados, un grupo de los mejores soldados rodeados por culpa de la necedad de Agathe de ser quien desmantelase la obvia trampa que había estado esperando por ellos. Puso en riesgo a más de uno, y aunque por fortuna consiguió evitar pérdidas más grandes, ella misma no salió ilesa como cualquiera pudiese haberlo pensado. En medio de la batalla, y tras herir de muerte a un soldado enemigo, recibió un ataque directo en su costado derecho que le dejó en las mismas condiciones, sangrando, pero rehusándose a rendirse hasta acabar con cada uno de los que les atacaban.
Lo consiguió, pero la herida recibida había sido tan grave que perdió una gran cantidad de sangre, y quienes estaban a su cargo se vieron en la necesidad de refugiarse en una cueva cercana al lugar que fue atacado. No podían volver a la isla para buscar ayuda médica para ella dado que estaban siendo vigilados, y un error podría costarles llevar al enemigo a Elysium, poner en peligro a quienes debían proteger; lo más sensato era quedarse ahí, quietos, esperando que al menos los conocimientos médicos de uno de los soldados pudiese servir para ganar tiempo.
—Ya estoy bien, no podemos q-quedarnos mucho tiempo... —al intentar levantarse, por supuesto que cayó de nuevo, sujetando la zona afectada, ahora fuertemente vendada para evitar que la herida se infectara, deteniendo también el sangrado que de haber continuado le hubiese arrebatado la vida. Odiaba sentirse así, tan débil, herida, incapaz siquiera de mantener la cordura debido a la pérdida de sangre. Sudaba, respiraba agitada, pero aún así estaba pendiente de todo lo que ocurriese fuera de la cueva, por fortuna su sentido del oído y la intuición aún estaban perfectamente.
—¡Maldita sea, Agathe, quédate quieta! —reclamó el médico que la atendió con lo que pudo, harto de lo cabeza dura que era esa mujer, orgullosa y necia que no entendía cuando se estaba forzando demasiado—. Vas a morir si sigues así, y no tengo pensado volver si es contigo como un costal de papas sin chiste, ¿entendido?
—No me importa, yo juré que iba a protegerlos a todos, no voy... n-no voy a dejar que... que les pase nada... —jadeó, aún ejerciendo presión sobre su herida, misma que continuaba sangrando, y aunque no ocurría de manera profusa sí que significaba una pérdida importante para ella que a casa segundo se debilitaba más y más. Había más de uno rogando a los dioses que no la dejasen morir, pues esa mujer no lo merecía, arriesgaba su vida por el bienestar de todos, protegía aquello en lo que creía y no se acobardaba con nada, daba esperanza a los suyos, no podían permitirse perder a alguien así.
Se equivocó, y el error le costaría muy caro. Fueron emboscados, un grupo de los mejores soldados rodeados por culpa de la necedad de Agathe de ser quien desmantelase la obvia trampa que había estado esperando por ellos. Puso en riesgo a más de uno, y aunque por fortuna consiguió evitar pérdidas más grandes, ella misma no salió ilesa como cualquiera pudiese haberlo pensado. En medio de la batalla, y tras herir de muerte a un soldado enemigo, recibió un ataque directo en su costado derecho que le dejó en las mismas condiciones, sangrando, pero rehusándose a rendirse hasta acabar con cada uno de los que les atacaban.
Lo consiguió, pero la herida recibida había sido tan grave que perdió una gran cantidad de sangre, y quienes estaban a su cargo se vieron en la necesidad de refugiarse en una cueva cercana al lugar que fue atacado. No podían volver a la isla para buscar ayuda médica para ella dado que estaban siendo vigilados, y un error podría costarles llevar al enemigo a Elysium, poner en peligro a quienes debían proteger; lo más sensato era quedarse ahí, quietos, esperando que al menos los conocimientos médicos de uno de los soldados pudiese servir para ganar tiempo.
—Ya estoy bien, no podemos q-quedarnos mucho tiempo... —al intentar levantarse, por supuesto que cayó de nuevo, sujetando la zona afectada, ahora fuertemente vendada para evitar que la herida se infectara, deteniendo también el sangrado que de haber continuado le hubiese arrebatado la vida. Odiaba sentirse así, tan débil, herida, incapaz siquiera de mantener la cordura debido a la pérdida de sangre. Sudaba, respiraba agitada, pero aún así estaba pendiente de todo lo que ocurriese fuera de la cueva, por fortuna su sentido del oído y la intuición aún estaban perfectamente.
—¡Maldita sea, Agathe, quédate quieta! —reclamó el médico que la atendió con lo que pudo, harto de lo cabeza dura que era esa mujer, orgullosa y necia que no entendía cuando se estaba forzando demasiado—. Vas a morir si sigues así, y no tengo pensado volver si es contigo como un costal de papas sin chiste, ¿entendido?
—No me importa, yo juré que iba a protegerlos a todos, no voy... n-no voy a dejar que... que les pase nada... —jadeó, aún ejerciendo presión sobre su herida, misma que continuaba sangrando, y aunque no ocurría de manera profusa sí que significaba una pérdida importante para ella que a casa segundo se debilitaba más y más. Había más de uno rogando a los dioses que no la dejasen morir, pues esa mujer no lo merecía, arriesgaba su vida por el bienestar de todos, protegía aquello en lo que creía y no se acobardaba con nada, daba esperanza a los suyos, no podían permitirse perder a alguien así.
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por Corvo Lun Sep 03, 2018 4:53 am
Frigg había sido su todo, la reina que gobernó Asgard, su mano derecha, consejera, amiga, amante… el recuerdo de la reina era lejano y apenas recordaba el desliz de su cabello negro cada amanecer junto a él. Lo malo de ser mortales era que, no importa cuan preparado estés para morir, cuando los que amas lo hacen antes que tú. Odin se había creado la fama de ser un dios implacable, violento y furioso, no los culpaba cuando su aspecto era el de un hombre curtido por los inviernos crudos de su tierra, la caza y la guerra de la que su civilización dependía, la cicatriz que surcaba su ojo izquierdo siempre le había dado ese aspecto severo, y su voz resonaba gutural, un eco en una cueva oscura.
Odin era el extremo de las cosas, la guerra, el odio, el rencor, Loki era el ejemplo de ello, su castigo cruel e indecible, un horror más grande que la muerte, que pareciera misericordiosa. Pero también fue el extremo de la devoción y el afecto, su amor era ardiente, un vendaval furioso, posesivo e inquieto… por eso cuando Mugin llegó con la noticia, su cólera no tuvo cabida y con furia ciega su puño golpeó la mesa de roble robusto que se partió en fragmentos, delicados como el cristal. De no haber sido por el aullido de Freki, habría entrado en un estado Berserker, arrasando con cualquiera que se interpusiera en su camino.
―Mi… mi señor, ―dijo uno de los soldados que hace poco había llegado de una misión suicida, estúpida y ridícula en la que nunca estuvo de acuerdo―, aun quedaron heridos, y…
El muchacho verde temblaba como una escuálida hoja en el viento furioso, nadie se atrevía a mirar directamente a Odin cuando se podía sentir su furia.
―¿Cuántos? ―exigió saber.
―Unos pocos, mi señor… ―tragó saliva aterrado, casi orinándose en los pantalones, Corvo se burló internamente.
Si el hubiera sido soldado habría muerto allá afuera con honor, su regreso a la Isla había sido algo estúpido, no sabiendo que corría el riesgo de alertar a los soldados enemigos, las pequeñas ratas que él debía matar, pero lo hecho, hecho estaba y Odin no tenía el humor para lidiar con la estupidez de los niños.
―Preparen mi salida… ―gruño autoritario.
―¡Pero mi señor! Usted no… sería riesgoso y…
―¡Que los cielos te maldigan muchacho imbécil! No me quedaré cruzado de brazos, y si alguien pregunta, le dices que me he ido como siempre, no le entregare cuentas a otros mientras nuestros soldados mueren allá afuera.
Se levantó con la furia exudando en su aura, y armado con hacha y espada en la cadera arrancó su abrigo del perchero y marchó sin palabra alguna.
Mugin y Hugin buscaban incansables, los cuervos no podían ser detectados por nadie, sus habilidades mágicas les permitían moverse como simples animales comunes, Freki olfateaba ansioso, y Odin montó un semental negro en la espesura de la noche, un ente silente que se deslizaba ansioso entre los recónditos lugares desolados de la tierra. Mugin grazno avisando a su amo, los había encontrado…
Apestaba a muerte y sangre, sintió lastima de no haber estado ahí para él mismo aplastar los cráneos de sus enemigos, y con magia rúnica se disfrazó, un anciano encorvado con un bastón, podía oler todavía al enemigo acechando, pero fue discreto, invisible a los ojos ajenos, hasta dar con el lugar.
Todos parecían cachorros en medio de la tormenta, con la cola entre las patas y las orejas agachadas, para algunos quizá su primera vez, para los más veteranos notaba la mirada ausente del fracaso, los entendía y no los culpaba.
―Necios y estúpidos como ustedes solos pequeños cachorros, ―dijo el dios con la mano temblorosa sobre su bastón―, eso que tienes ahí ya está más con el hades que en la tierra.
Sintió una punzada en su pecho, tan cruel y mezquina que su disfraz casi cayó en mil pedazos. Apenas se aferraba a la vida, y estaba tan pálida como las montañas nevadas de su tierra, contrastando dramáticamente con su cabello besado por el fuego.
―¿Cómo está? ―fue la pregunta ansiosa.
―No… no creemos que pase de la noche…
Desesperanzadora fue la respuesta, poniendo a prueba la voluntad del dios, que se irguió tan imponente como las montañas, y rogó a su padre y madre, mientras sacaba una alforja.
―Al demonio con tus métodos, ―regaño al médico―, hazte a un lado y déjame ocuparme.
La herida era profunda, un horror rojo y purpura que florecía en la piel, dejaría una cicatriz fea, pero eso ni siquiera importaba, de la bolsa de cuero sacó hierbas, aceites y algunas runas que calentó en sus palmas.
―Trae paños, consigue algo de agua caliente, y rodeen el perímetro… llevarla a la Isla en estas condiciones no es opción, y Heimdall no abrirá un portal aquí, nos quedaremos hasta mañana, ruega a tus dioses porque alguno de los esbirros de Seth no nos dé caza, y si ocurre, ―pensó con seriedad―, uno de ustedes debe dar aviso de que he caído en batalla…
Era una opción… no mentiría ni arreglaría la cruda verdad.
Sus manos comenzaron a trabajar en ella, su perdida de sangre era critica, pero Odin oraba, canticos místicos, tan antiguos como él mismo, cálidos tratando de llamar la vida en ella, que pareciera no rendirse, y aquello lo hinchaba de orgullo.
―No te rindas ahora, o iré por ti al hades, ―dijo cerca de ella, intimando en ese momento sus sentimientos más profundos, y olvidándose del mundo a su alrededor―, lucha y quédate.
El trabajo sería largo, pero no agotador para el dios que recientemente había despertado de su sueño, y el cual estaba a tope de su capacidad. Si alguna vez se cruzaba con los ejércitos del enemigo, había jurado aplastarlos con una furia apocalíptica.
Odin era el extremo de las cosas, la guerra, el odio, el rencor, Loki era el ejemplo de ello, su castigo cruel e indecible, un horror más grande que la muerte, que pareciera misericordiosa. Pero también fue el extremo de la devoción y el afecto, su amor era ardiente, un vendaval furioso, posesivo e inquieto… por eso cuando Mugin llegó con la noticia, su cólera no tuvo cabida y con furia ciega su puño golpeó la mesa de roble robusto que se partió en fragmentos, delicados como el cristal. De no haber sido por el aullido de Freki, habría entrado en un estado Berserker, arrasando con cualquiera que se interpusiera en su camino.
―Mi… mi señor, ―dijo uno de los soldados que hace poco había llegado de una misión suicida, estúpida y ridícula en la que nunca estuvo de acuerdo―, aun quedaron heridos, y…
El muchacho verde temblaba como una escuálida hoja en el viento furioso, nadie se atrevía a mirar directamente a Odin cuando se podía sentir su furia.
―¿Cuántos? ―exigió saber.
―Unos pocos, mi señor… ―tragó saliva aterrado, casi orinándose en los pantalones, Corvo se burló internamente.
Si el hubiera sido soldado habría muerto allá afuera con honor, su regreso a la Isla había sido algo estúpido, no sabiendo que corría el riesgo de alertar a los soldados enemigos, las pequeñas ratas que él debía matar, pero lo hecho, hecho estaba y Odin no tenía el humor para lidiar con la estupidez de los niños.
―Preparen mi salida… ―gruño autoritario.
―¡Pero mi señor! Usted no… sería riesgoso y…
―¡Que los cielos te maldigan muchacho imbécil! No me quedaré cruzado de brazos, y si alguien pregunta, le dices que me he ido como siempre, no le entregare cuentas a otros mientras nuestros soldados mueren allá afuera.
Se levantó con la furia exudando en su aura, y armado con hacha y espada en la cadera arrancó su abrigo del perchero y marchó sin palabra alguna.
Mugin y Hugin buscaban incansables, los cuervos no podían ser detectados por nadie, sus habilidades mágicas les permitían moverse como simples animales comunes, Freki olfateaba ansioso, y Odin montó un semental negro en la espesura de la noche, un ente silente que se deslizaba ansioso entre los recónditos lugares desolados de la tierra. Mugin grazno avisando a su amo, los había encontrado…
Apestaba a muerte y sangre, sintió lastima de no haber estado ahí para él mismo aplastar los cráneos de sus enemigos, y con magia rúnica se disfrazó, un anciano encorvado con un bastón, podía oler todavía al enemigo acechando, pero fue discreto, invisible a los ojos ajenos, hasta dar con el lugar.
Todos parecían cachorros en medio de la tormenta, con la cola entre las patas y las orejas agachadas, para algunos quizá su primera vez, para los más veteranos notaba la mirada ausente del fracaso, los entendía y no los culpaba.
―Necios y estúpidos como ustedes solos pequeños cachorros, ―dijo el dios con la mano temblorosa sobre su bastón―, eso que tienes ahí ya está más con el hades que en la tierra.
Sintió una punzada en su pecho, tan cruel y mezquina que su disfraz casi cayó en mil pedazos. Apenas se aferraba a la vida, y estaba tan pálida como las montañas nevadas de su tierra, contrastando dramáticamente con su cabello besado por el fuego.
―¿Cómo está? ―fue la pregunta ansiosa.
―No… no creemos que pase de la noche…
Desesperanzadora fue la respuesta, poniendo a prueba la voluntad del dios, que se irguió tan imponente como las montañas, y rogó a su padre y madre, mientras sacaba una alforja.
―Al demonio con tus métodos, ―regaño al médico―, hazte a un lado y déjame ocuparme.
La herida era profunda, un horror rojo y purpura que florecía en la piel, dejaría una cicatriz fea, pero eso ni siquiera importaba, de la bolsa de cuero sacó hierbas, aceites y algunas runas que calentó en sus palmas.
―Trae paños, consigue algo de agua caliente, y rodeen el perímetro… llevarla a la Isla en estas condiciones no es opción, y Heimdall no abrirá un portal aquí, nos quedaremos hasta mañana, ruega a tus dioses porque alguno de los esbirros de Seth no nos dé caza, y si ocurre, ―pensó con seriedad―, uno de ustedes debe dar aviso de que he caído en batalla…
Era una opción… no mentiría ni arreglaría la cruda verdad.
Sus manos comenzaron a trabajar en ella, su perdida de sangre era critica, pero Odin oraba, canticos místicos, tan antiguos como él mismo, cálidos tratando de llamar la vida en ella, que pareciera no rendirse, y aquello lo hinchaba de orgullo.
―No te rindas ahora, o iré por ti al hades, ―dijo cerca de ella, intimando en ese momento sus sentimientos más profundos, y olvidándose del mundo a su alrededor―, lucha y quédate.
El trabajo sería largo, pero no agotador para el dios que recientemente había despertado de su sueño, y el cual estaba a tope de su capacidad. Si alguna vez se cruzaba con los ejércitos del enemigo, había jurado aplastarlos con una furia apocalíptica.
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por Agathe Vryzas Lun Sep 03, 2018 2:28 pm
Sudor frío, desesperantes sus intentos por tener un poco de oxígeno, apenas capaz de mantener la consciencia debido a la fiebre que arreció en ese instante. Seguía ejerciendo presión sobre la herida, mantenía una expresión no sólo de dolor en su rostro, sino de la más pura frustración al haber sido tan estúpida como para permitir que todo eso pasara. Más de uno intentaba mantenerla estable, y tras unos momentos al fin pudo quedarse completamente quieta, más por el dolor y la pérdida de sangre que por otra cosa, pues su cuerpo languidecía con increíble facilidad debido a ésto. Si no se atendía pronto, la herida iba a infectarse, y entonces sus probabilidades de sobrevivir disminuirían considerablemente.
Afuera se escuchaban pasos, era perfectamente consciente de que había otros soldados buscándoles y que no se rendirían hasta darles caza y capturarlos, matarlos si no tenían intenciones de revelar la información que tanto necesitaban. A pesar de su debilidad, sabía aconsejar a los suyos para no moverse y evitar con ello ser descubiertos, conseguían mantener un perfil bajo pese a estar bastante expuestos. Si significaba su muerte, se arriesgaría para matar a todo aquel que entrase en esa cueva dispuesto a matarlos.
Había algo, no obstante, en esa maldita herida que le evitaba recuperarse. En otras situaciones, con una herida de ese nivel, ella podía mantenerse de pie por más tiempo, bastaba con hacer presión sobre la zona y entonces podría continuar combatiendo; su propio veneno ayudaba a que el proceso curativo se acelerase, pero ahora le era imposible, como si hubiera magia antigua en ese ataque, como si alguien hubiese pensado en aquel ataque para matarla lentamente, provocarle el más profundo de los sufrimientos mientras sentía su vida escaparse como arena entre los dedos.
—¡La estamos perdiendo, no va a resistir! —preocupado aquel que la atendía, intentaba por todos los medios frenar el sangrado.
La armadura de Agathe yacía a un costado, su piel manchada de sangre, de cortes, pequeñas cicatrices que apenas eran notables en medio de toda la desesperación que sentían sus compañeros, algunos sintiéndose culpables por lo ocurrido al haber sido Agathe quien les protegiera de una posible muerte. La voz de aquel anciano resonó entonces en la cueva, apenas perceptible por la griega que escuchaba todo como un eco lejano.
Le dolía la cabeza, tenía náuseas, una fiebre poderosa que amenazaba con arrebatarle el aliento, manos temblorosas y prácticamente heladas, piel pálida, la dantesca escena robándose los reflectores.
Y cuando iniciaron aquellos cánticos, en el momento que ese hombre inició con su trabajo, ella largó un potente alarido de dolor que no pudo controlar. Nadie, jamás en su vida, la había escuchado gritar de esa manera tan desgarradora, le conocían por soportar heridas fuertes, por ignorar todo tipo de sensaciones en aras de cumplir su misión, pero ésta vez era superada. Definitivamente el ataque recibido estaba hecho para matar a un ser poderoso, y ella a pesar de ser una criatura mítica no tenía la fuerza necesaria para aguantar algo de esa magnitud.
Lágrimas descendieron por sus mejillas mientras el dolor se expandía por su cuerpo, punzante, profundo, como si le estuviesen clavando mil dagas en el cuerpo, e incluso así serían las dagas mucho más soportables. Más de uno intentó tranquilizar a Agathe mientras afuera se mantenían otros tantos alerta por si aparecía algún enemigo, pues el grito de su líder había sido tan potente que fácilmente pudo haber llamado la atención.
Era una carrera contrarreloj.
Afuera se escuchaban pasos, era perfectamente consciente de que había otros soldados buscándoles y que no se rendirían hasta darles caza y capturarlos, matarlos si no tenían intenciones de revelar la información que tanto necesitaban. A pesar de su debilidad, sabía aconsejar a los suyos para no moverse y evitar con ello ser descubiertos, conseguían mantener un perfil bajo pese a estar bastante expuestos. Si significaba su muerte, se arriesgaría para matar a todo aquel que entrase en esa cueva dispuesto a matarlos.
Había algo, no obstante, en esa maldita herida que le evitaba recuperarse. En otras situaciones, con una herida de ese nivel, ella podía mantenerse de pie por más tiempo, bastaba con hacer presión sobre la zona y entonces podría continuar combatiendo; su propio veneno ayudaba a que el proceso curativo se acelerase, pero ahora le era imposible, como si hubiera magia antigua en ese ataque, como si alguien hubiese pensado en aquel ataque para matarla lentamente, provocarle el más profundo de los sufrimientos mientras sentía su vida escaparse como arena entre los dedos.
—¡La estamos perdiendo, no va a resistir! —preocupado aquel que la atendía, intentaba por todos los medios frenar el sangrado.
La armadura de Agathe yacía a un costado, su piel manchada de sangre, de cortes, pequeñas cicatrices que apenas eran notables en medio de toda la desesperación que sentían sus compañeros, algunos sintiéndose culpables por lo ocurrido al haber sido Agathe quien les protegiera de una posible muerte. La voz de aquel anciano resonó entonces en la cueva, apenas perceptible por la griega que escuchaba todo como un eco lejano.
Le dolía la cabeza, tenía náuseas, una fiebre poderosa que amenazaba con arrebatarle el aliento, manos temblorosas y prácticamente heladas, piel pálida, la dantesca escena robándose los reflectores.
Y cuando iniciaron aquellos cánticos, en el momento que ese hombre inició con su trabajo, ella largó un potente alarido de dolor que no pudo controlar. Nadie, jamás en su vida, la había escuchado gritar de esa manera tan desgarradora, le conocían por soportar heridas fuertes, por ignorar todo tipo de sensaciones en aras de cumplir su misión, pero ésta vez era superada. Definitivamente el ataque recibido estaba hecho para matar a un ser poderoso, y ella a pesar de ser una criatura mítica no tenía la fuerza necesaria para aguantar algo de esa magnitud.
Lágrimas descendieron por sus mejillas mientras el dolor se expandía por su cuerpo, punzante, profundo, como si le estuviesen clavando mil dagas en el cuerpo, e incluso así serían las dagas mucho más soportables. Más de uno intentó tranquilizar a Agathe mientras afuera se mantenían otros tantos alerta por si aparecía algún enemigo, pues el grito de su líder había sido tan potente que fácilmente pudo haber llamado la atención.
Era una carrera contrarreloj.
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por Corvo Lun Sep 03, 2018 6:29 pm
Decir que la chica estaba sufriendo era poco, a esas alturas la muerte sería misericordiosa, pero, Odin no iba a dejarla ir, era egoísta incluso cruel de su parte al tratar de preservarla pese al sufrimiento. Había una voz persiste te en su cabeza, desesperanza ácida que le advertía. El mapa brutal grabado en la carne le revolvía las entrañas en una mezcla de enojo e impotencia.
Si estuvieran en Elysium, la habría llevado ante la diosa madre Isis, y el problema no habría sido una molestia siquiera, pero ese no era momento para pensar en lo que pudo ser.
Una presencia familiar le causó un escalofrío... Vestida de negro, una dama alta con alas de cuervo y aroma a incienso, al parecer era solo él con la capacidad de verla.
—Svava, —era lo único que pudo pronunciar—, no te he pedido que vinieras...
—Voy a donde el padre de todo, y a donde los guerreros caen, Hugin grazna con pesadez.
Las Valkyrias habían sido sus hijas, hermosas mujeres de porte y poder tan noble que fueron amadas y temidas, su misión era cabalgar a la guerra con el padre, y recoger los cuerpos de aquello caídos en batalla con honor. El espíritu de Svava era un viento helado y silencioso.
—La vida de la chica es mia para tomar.
—Somos mortales padre...
Odin la miró con rencor, ella a cambio agachó la cabeza resignada. No hubo más palabras, la dama envuelta en plumas de ébano se desvaneció con la advertencia tácita de aun rondar en la cercanía, recogiendo las almas errantes.
Volvió en si, lo que le hubieran parecido largos minutos apenas fue un parpadeo; sus manos seguían firmes sobre el cuerpo inerte, manchadas en sangre y un espeso liquido purpura que habia comenzado a supurar, tenía un hedor parecido a la pólvora quemada, nigromantes, magos sin honor que recurrían a las artes oscuras, vendiendo sus almas a cambio del seductor sabor de un poder que terminaría por pudrir sus almas.
Pese a que la carga de la maldición era poderosa, para Odin apenas sería un respiro eliminarla, sin embargo temía por la vida de la valiente guerrera, desconocía si su cuerpo sería capaz de luchar contra las fuerzas que estaban por batirse en una contienda por su vida.
—Tú muchacho, —señaló a uno de los jovenes soldados—, aquí, amordazala y sostenla con fuerza, no dejes que se mueva, —el tembloroso soldado asintió—, sin miedo, cuando te diga imprime con toda tu fuerza.
Las órdenes de Odin fueron claras. Empapó sus manos en una mezcla de polvo de oro y un liquido de rosa tornasolado, respiró profundo y evocó a las enseñanzas de su madre Bestla. La magia se elevó suave como el toque de un amante, envolviendo el cuerpo de la niña agonizante; para sacar el resto del mal que se enraizó celosamente Odin había tomado una decisión frente a todo pronóstico, mientras sus dedos se introdujeron en la horrible herida, y parecido a un imán comenzaron a absorber el mal. El oro se ennegrecia, mientras el dios nórdico mantuvo la concentración, y tras unos segundos dio un tirón violento, sacando los dígitos de la carne ardiente, aquello debía ser la cosa más traumática para la chiquilla pues no fue suave y mucho menos cuidadoso, su caso era uno contundente.
—¡No la sueltes! —envolvió la cueva con su magia, aun sosteniendo la cosa espantosa que había envenenado a la joven.
Y luego de la tormenta, la tranquila calma parecía llegar, Odin se tumbo sobre el suelo, con la espalda retrancada contra la pared, sus runas trabajaban en la herida cauterizandola, y uniendo el músculo y nervios que habían sido afectados.
—Ahora solo depende de ti... —la observó de reojo, dolorido, sosteniendo en su garganta palabras que ella quizá no podría escuchar—, monten una fogata, hay que quemar esta cosa y preparar el regreso.
Nadie lo cuestionó, nadie emitió nada más que la obediencia de sus ordenes.
El silencio tenebroso llegó con los primeros rayos de sol, y Odin recitaba una canción de cuna, aquel que las madres cantaron mientras lavaban los cadáveres de padres, esposos e hijos después del festin de cuervos, contrario a lo que se pensaba, era una tonada suave, su voz gruesa llamaba a la figura de la madre protectora, Frigg.
Cambiando los paños empapados en agua fresca, Corvo contemplo a la joven doncella que parecía sumida en un pacífico sueño, y con sus dedos trazó las formas dulces de su rostro pálido. Criatura tan hermosa no merecía una muerte temprana, y Corvo el hombre, oró para ella.
Si estuvieran en Elysium, la habría llevado ante la diosa madre Isis, y el problema no habría sido una molestia siquiera, pero ese no era momento para pensar en lo que pudo ser.
Una presencia familiar le causó un escalofrío... Vestida de negro, una dama alta con alas de cuervo y aroma a incienso, al parecer era solo él con la capacidad de verla.
—Svava, —era lo único que pudo pronunciar—, no te he pedido que vinieras...
—Voy a donde el padre de todo, y a donde los guerreros caen, Hugin grazna con pesadez.
Las Valkyrias habían sido sus hijas, hermosas mujeres de porte y poder tan noble que fueron amadas y temidas, su misión era cabalgar a la guerra con el padre, y recoger los cuerpos de aquello caídos en batalla con honor. El espíritu de Svava era un viento helado y silencioso.
—La vida de la chica es mia para tomar.
—Somos mortales padre...
Odin la miró con rencor, ella a cambio agachó la cabeza resignada. No hubo más palabras, la dama envuelta en plumas de ébano se desvaneció con la advertencia tácita de aun rondar en la cercanía, recogiendo las almas errantes.
Volvió en si, lo que le hubieran parecido largos minutos apenas fue un parpadeo; sus manos seguían firmes sobre el cuerpo inerte, manchadas en sangre y un espeso liquido purpura que habia comenzado a supurar, tenía un hedor parecido a la pólvora quemada, nigromantes, magos sin honor que recurrían a las artes oscuras, vendiendo sus almas a cambio del seductor sabor de un poder que terminaría por pudrir sus almas.
Pese a que la carga de la maldición era poderosa, para Odin apenas sería un respiro eliminarla, sin embargo temía por la vida de la valiente guerrera, desconocía si su cuerpo sería capaz de luchar contra las fuerzas que estaban por batirse en una contienda por su vida.
—Tú muchacho, —señaló a uno de los jovenes soldados—, aquí, amordazala y sostenla con fuerza, no dejes que se mueva, —el tembloroso soldado asintió—, sin miedo, cuando te diga imprime con toda tu fuerza.
Las órdenes de Odin fueron claras. Empapó sus manos en una mezcla de polvo de oro y un liquido de rosa tornasolado, respiró profundo y evocó a las enseñanzas de su madre Bestla. La magia se elevó suave como el toque de un amante, envolviendo el cuerpo de la niña agonizante; para sacar el resto del mal que se enraizó celosamente Odin había tomado una decisión frente a todo pronóstico, mientras sus dedos se introdujeron en la horrible herida, y parecido a un imán comenzaron a absorber el mal. El oro se ennegrecia, mientras el dios nórdico mantuvo la concentración, y tras unos segundos dio un tirón violento, sacando los dígitos de la carne ardiente, aquello debía ser la cosa más traumática para la chiquilla pues no fue suave y mucho menos cuidadoso, su caso era uno contundente.
—¡No la sueltes! —envolvió la cueva con su magia, aun sosteniendo la cosa espantosa que había envenenado a la joven.
Y luego de la tormenta, la tranquila calma parecía llegar, Odin se tumbo sobre el suelo, con la espalda retrancada contra la pared, sus runas trabajaban en la herida cauterizandola, y uniendo el músculo y nervios que habían sido afectados.
—Ahora solo depende de ti... —la observó de reojo, dolorido, sosteniendo en su garganta palabras que ella quizá no podría escuchar—, monten una fogata, hay que quemar esta cosa y preparar el regreso.
Nadie lo cuestionó, nadie emitió nada más que la obediencia de sus ordenes.
El silencio tenebroso llegó con los primeros rayos de sol, y Odin recitaba una canción de cuna, aquel que las madres cantaron mientras lavaban los cadáveres de padres, esposos e hijos después del festin de cuervos, contrario a lo que se pensaba, era una tonada suave, su voz gruesa llamaba a la figura de la madre protectora, Frigg.
Cambiando los paños empapados en agua fresca, Corvo contemplo a la joven doncella que parecía sumida en un pacífico sueño, y con sus dedos trazó las formas dulces de su rostro pálido. Criatura tan hermosa no merecía una muerte temprana, y Corvo el hombre, oró para ella.
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Corvo
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por Agathe Vryzas Lun Sep 03, 2018 10:18 pm
¿En qué momento bajó la guardia para recibir una herida de ese calibre? Proteger y servir, siempre había sido eso para lo que fue entrenada, y ese día se había dedicado únicamente a proteger a quienes estaban a su alrededor.
La situación se complicaba, Agathe apenas se mantenía consciente, sudaba frío, temblaba, y su piel ahora lucía de porcelana, frágil, blanca, cercana a la muerte. No había manera de mantenerla quieta, intentaba soltarse por todos los medios debido a las punzadas que recibía en todo su cuerpo, gritos desesperados en los que pedía que se detuvieran.
La voz que escuchó le devolvió un poco la lucidez, mas no lo suficiente como para estar al tanto de lo que ocurría a su alrededor, no cuando esttaba concentrada únicamente en ese asqueroso ardor que permeaba rápidamente sus entrañas.
Entonces al ser atada por su compañero sintió como si le estuviesen partiendo por la mitad, como si alguna criatura la estuviese tomando por ambos brazos dispuesto a arrancárselos. Sus manos se aferraron con fuerza a lo que encontró a su alcance, y para evitar que sus gritos fuesen mucho más desgarradores la mordaza en su boca le ayudó a aminorar un poco aquello, mordiendo la tela de manera tan firme que juraba podría romperla en cualquier momento con sólo sus dientes.
Fueron esos los segundos más largos de su vida, creyendo que el tiempo se había detenido completamente a su alrededor, todo mientras escuchaba el eco en la cueva, voces distantes que gritaban su nombre y le pedían que aguantara. Sus lágrimas resbalaban por sus mejillas mientras mordía la mordaza, antes de que al fin, una vez el dolor empezó a disiparse, perdiera el conocimiento casi de golpe, débil, sin energía siquiera para agradecer.
No supo cuándo terminó todo, ni cómo fue que sus heridas empezaron a cerrarse, sólo quería dormir, descansar de una buena vez después de aquello. Sí, sufría aún, la fiebre disminuyó apenas lo suficiente para no ser peligrosa, no atentaría contra su vida, no causaría ningún tipo de fallo en su cuerpo. Su actual estado parecía el de una persona que atravesaba un duro caso de gripe.
Quienes se dedicaban a atenderla colocaban paños húmedos sobre su frente, otros tantos se dedicaban a patrullar afuera, haciendo guardias y cambiando turnos de vez en cuando para mantenerse fuera de todo peligro.
La recuperación de Agathe era lenta, pero se notaba poco a poco la mejoría al pasar de las horas, hasta que a la mañana siguiente pudo abrir al fin los ojos al sentir las caricias sobre su rostro, una sensación que creyó no volvería a tener. Aturdida y débil todavía, adolorida más por la rigidez de sus músculos que por la herida en sí, intentó incorporarse, pero falló rotundamente, dedicándose entonces a observar a su alrededor todavía desconcertada.
La luz se colaba por la entrada de esa cueva, y una ligera brisa también se alcanzaba a sentir golpeando su rostro, los ojos después fijándose en aquel de quien provenían aquellos cantos, una expresión por demás confundida en la pelirroja.
—¿Qué rayos pasó...? —inquirió, o más bien exigió una respuesta, necia tratando en vano de volver a ponerse de pie y consiguiendo sólo que una punzada nueva le hiciera quedarse sentada, quieta, sin posibilidad de moverse demasiado. No recordaba mucho, como si todo lo ocurrido la noche anterior hubiese sido sólo un sueño.
La situación se complicaba, Agathe apenas se mantenía consciente, sudaba frío, temblaba, y su piel ahora lucía de porcelana, frágil, blanca, cercana a la muerte. No había manera de mantenerla quieta, intentaba soltarse por todos los medios debido a las punzadas que recibía en todo su cuerpo, gritos desesperados en los que pedía que se detuvieran.
La voz que escuchó le devolvió un poco la lucidez, mas no lo suficiente como para estar al tanto de lo que ocurría a su alrededor, no cuando esttaba concentrada únicamente en ese asqueroso ardor que permeaba rápidamente sus entrañas.
Entonces al ser atada por su compañero sintió como si le estuviesen partiendo por la mitad, como si alguna criatura la estuviese tomando por ambos brazos dispuesto a arrancárselos. Sus manos se aferraron con fuerza a lo que encontró a su alcance, y para evitar que sus gritos fuesen mucho más desgarradores la mordaza en su boca le ayudó a aminorar un poco aquello, mordiendo la tela de manera tan firme que juraba podría romperla en cualquier momento con sólo sus dientes.
Fueron esos los segundos más largos de su vida, creyendo que el tiempo se había detenido completamente a su alrededor, todo mientras escuchaba el eco en la cueva, voces distantes que gritaban su nombre y le pedían que aguantara. Sus lágrimas resbalaban por sus mejillas mientras mordía la mordaza, antes de que al fin, una vez el dolor empezó a disiparse, perdiera el conocimiento casi de golpe, débil, sin energía siquiera para agradecer.
No supo cuándo terminó todo, ni cómo fue que sus heridas empezaron a cerrarse, sólo quería dormir, descansar de una buena vez después de aquello. Sí, sufría aún, la fiebre disminuyó apenas lo suficiente para no ser peligrosa, no atentaría contra su vida, no causaría ningún tipo de fallo en su cuerpo. Su actual estado parecía el de una persona que atravesaba un duro caso de gripe.
Quienes se dedicaban a atenderla colocaban paños húmedos sobre su frente, otros tantos se dedicaban a patrullar afuera, haciendo guardias y cambiando turnos de vez en cuando para mantenerse fuera de todo peligro.
La recuperación de Agathe era lenta, pero se notaba poco a poco la mejoría al pasar de las horas, hasta que a la mañana siguiente pudo abrir al fin los ojos al sentir las caricias sobre su rostro, una sensación que creyó no volvería a tener. Aturdida y débil todavía, adolorida más por la rigidez de sus músculos que por la herida en sí, intentó incorporarse, pero falló rotundamente, dedicándose entonces a observar a su alrededor todavía desconcertada.
La luz se colaba por la entrada de esa cueva, y una ligera brisa también se alcanzaba a sentir golpeando su rostro, los ojos después fijándose en aquel de quien provenían aquellos cantos, una expresión por demás confundida en la pelirroja.
—¿Qué rayos pasó...? —inquirió, o más bien exigió una respuesta, necia tratando en vano de volver a ponerse de pie y consiguiendo sólo que una punzada nueva le hiciera quedarse sentada, quieta, sin posibilidad de moverse demasiado. No recordaba mucho, como si todo lo ocurrido la noche anterior hubiese sido sólo un sueño.
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Agathe Vryzas
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por Corvo Mar Sep 04, 2018 2:56 am
El sonido de la mañana contrastaba con la escena en la cueva, el canto de las aves sonaba dulce. Odin estaba entre el sueño y la vigilia, las visiones pesadas del pasado no pararon de acosarlo, se veía nuevamente solo y derrotado, de rodillas en lo alto de una montaña preguntando con furia al padre, el por qué del destino cruel, él debía morir, así lo dijo la profecía, él debía haber caído con sus hijos, pero no lo hizo, se mantuvo de rodillas, sometido como el cordero al verdugo, el poderoso padre de los nórdicos estaba sumido en su propia autocompasión, el títere favorito de las madejas del destino y los vientos.
Abrió los ojos, sorprendido por el vago sueño, diapositivas borrosas y lejanas.
―Mi señor, ―el susurró tembloroso de una chica no mayor a la veintena lo despabiló.
―¿Qué hora es? ―Había perdido la noción del tiempo.
―Apenas media hora, desde que ha salido el sol, ―contestó.
Lo que fue media hora para Odin habrían sido días, los tormentos del pasado se hicieron un hueco profundo en su cabeza, si no fuera por su agudo instinto habría apostado por Loki, y sus juegos mentales que lo fastidiaron durante mucho tiempo, el acoso de las pesadillas que cada día le recordó su fracaso.
―¿Ya ha despertado? ―interrogó con desgano.
―…
Antes de que pudiera contestar, escuchó la voz débil y temblorosa, aun armada con el temple y carácter que reconocía en un soldado preparado para una nueva carga. Se frustró al verla necia, aunque se negó rotundo a admitir que le daba orgullo verla nuevamente lista para retomar su vida donde la había dejado.
―Pasó que eres una mujer necia y arrogante, ―dijo con un enojo pacifico, que pese a parecer inofensivo, en realidad fue la forma más oscura del padre Odin―, y aquí estamos…
Respiró pesado, tranquilamente se levantó de su lugar, estirando los músculos, saliendo a asomarse, cuando a luz de la mañana lo recibía y tuvo que parpadear dolorosamente para acostumbrarse a la luz.
―He ordenado a los hombres que patrullen, ―dándole la espalda habló, era el sol en lo alto lo que dejó enmudecidos a la mayoría cuando notaron que el anciano no era un simple desconocido, Odin se había desecho del disfraz, y mostró su verdadera forma―, partiremos de vuelta a la Isla en dos horas.
¿Quién cuestionaría al padre de todo? Absolutamente nadie, como los soldados bien entrenados que eran, azuzaron sus movimientos, de reojo observó a la recién despertada, mientras las personas a su alrededor se movían casi sin prestar atención.
―¿Cómo te sientes?
Fue toda su oración, no detonaba enojo, eso ya lo había guardado en el fondo de su pecho, lo desahogaría para después, cuando se topase con alguno del bando enemigo. Ahora simplemente mantuvo el semblante estoico.
Abrió los ojos, sorprendido por el vago sueño, diapositivas borrosas y lejanas.
―Mi señor, ―el susurró tembloroso de una chica no mayor a la veintena lo despabiló.
―¿Qué hora es? ―Había perdido la noción del tiempo.
―Apenas media hora, desde que ha salido el sol, ―contestó.
Lo que fue media hora para Odin habrían sido días, los tormentos del pasado se hicieron un hueco profundo en su cabeza, si no fuera por su agudo instinto habría apostado por Loki, y sus juegos mentales que lo fastidiaron durante mucho tiempo, el acoso de las pesadillas que cada día le recordó su fracaso.
―¿Ya ha despertado? ―interrogó con desgano.
―…
Antes de que pudiera contestar, escuchó la voz débil y temblorosa, aun armada con el temple y carácter que reconocía en un soldado preparado para una nueva carga. Se frustró al verla necia, aunque se negó rotundo a admitir que le daba orgullo verla nuevamente lista para retomar su vida donde la había dejado.
―Pasó que eres una mujer necia y arrogante, ―dijo con un enojo pacifico, que pese a parecer inofensivo, en realidad fue la forma más oscura del padre Odin―, y aquí estamos…
Respiró pesado, tranquilamente se levantó de su lugar, estirando los músculos, saliendo a asomarse, cuando a luz de la mañana lo recibía y tuvo que parpadear dolorosamente para acostumbrarse a la luz.
―He ordenado a los hombres que patrullen, ―dándole la espalda habló, era el sol en lo alto lo que dejó enmudecidos a la mayoría cuando notaron que el anciano no era un simple desconocido, Odin se había desecho del disfraz, y mostró su verdadera forma―, partiremos de vuelta a la Isla en dos horas.
¿Quién cuestionaría al padre de todo? Absolutamente nadie, como los soldados bien entrenados que eran, azuzaron sus movimientos, de reojo observó a la recién despertada, mientras las personas a su alrededor se movían casi sin prestar atención.
―¿Cómo te sientes?
Fue toda su oración, no detonaba enojo, eso ya lo había guardado en el fondo de su pecho, lo desahogaría para después, cuando se topase con alguno del bando enemigo. Ahora simplemente mantuvo el semblante estoico.
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Corvo
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por Agathe Vryzas Jue Sep 06, 2018 3:03 pm
¿Que cómo se sentía? Molida, por supuesto, adolorida sobre todas las cosas. La expresión de la pelirroja no distaba del cansancio, incluso parecida a la de un niño que recién empezaba a salir de una terrible gripe que le asoló en los últimos días. Pero había algo que no terminaba de comprender, pues en medio de su letargo, aquel largo tiempo de sueño que tuvo tras haber sido salvada por Odín, una silueta femenina apareció frente a ella como si fuese alguna clase de fantasma, todo en medio de una especie de alucinación, algo a lo que difícilmente podría haber llamado sueño.
La expresión de desconcierto de Agathe se mantuvo incluso tras haber abierto los ojos, y luego con los comentarios del más alto no pudo hacer más que sonreír de lado, mostrar una mueca socarrona en sus labios a pesar de saber que no estaba en las mejores condiciones, como si el orgullo fuese aquello que la mantenía en pie sin importar los problemas que enfrentase. Miró la zona donde había recibido la herida, notó que aunque las vendas que llevaba estaban ligeramente manchadas de sangre ya no parecía haber un corte profundo como la noche anterior, no existía esa sensación punzante, quizás solamente el malestar propio de una noche complicada.
Pese a lo anterior, aún se sentía un poco débil, la fiebre no terminaba de ceder pero ya no era tan problemática como lo fue horas atrás, crítica y amenazando con quitarle la vida. La joven miró entonces a Corvo, suspiró de manera pesara, y tras morderse el labio inferior con suavidad se dio cuenta de todo el problema que su imprudencia llegó a causar. Pero con ello también tuvo la entereza de notar que había salvado la vida de aquellos que estaban a su cargo.
—Si no actuaba rápido, pudieron matar a alguno, no iba a dejar que eso pasara —respondió con un tono tajante al reproche por ser una necia, cabeza dura hasta la muerte sería esa mujer, y así tuviese que arriesgar su propia vida por salvar a alguien que lo merecía, así lo haría—. Estoy bien, sólo es un rasguño.
Era propio de ella minimizar las cosas de esa manera, no quería tampoco sentirse una carga para los demás cuando supuestamente debía ser ella quien guiase a los suyos. Su primera acción fue la de ponerse de pie, intentar al menos conseguirlo al apoyarse contra la pared más cercana y presionando la zona donde fue lastimada, aún adolorida por la noche tan pesada que tuvo.
—Tengo una pregunta —musitó acercándose poco a poco a Corvo, apoyándose ésta vez contra su cuerpo una vez estuvo a su lado. El anillo que recibió de parte del dios aún permanecía en su dedo, viéndolo ella como un amulto de buena suerte, y probablemente aquello que le ayudó a mantener la cordura durante las alucinaciones que sufrió por el dolor de su lesión—. Soñé algo extraño, no sé si tenga que ver con lo que pasó anoche —confesó—; había una mujer, no dejaba de decirme que... que tenía que vivir para cuidarte la espalda.
El sueño fue tan extraño que ella no supo discernir qué quería decir éste, qué rayos significaba esa secuencia de imágenes desordenadas en su cabeza mientras aletargada por la debilidad propia de una lesión grave había tenido que ver. No tenía sentido nada para ella, y la silueta recurrente de una mujer era lo primero que venía a su cabeza.
Las memorias eran borrosas, pero podría jurar que la había visto antes, estaba completamente segura de haber tenido sueños similares antes, uno más extraño que el anterior. Era una sensación nueva para ella, una rara combinación entre sosiego y confusión lo que le atacaba en ese instante.
La expresión de desconcierto de Agathe se mantuvo incluso tras haber abierto los ojos, y luego con los comentarios del más alto no pudo hacer más que sonreír de lado, mostrar una mueca socarrona en sus labios a pesar de saber que no estaba en las mejores condiciones, como si el orgullo fuese aquello que la mantenía en pie sin importar los problemas que enfrentase. Miró la zona donde había recibido la herida, notó que aunque las vendas que llevaba estaban ligeramente manchadas de sangre ya no parecía haber un corte profundo como la noche anterior, no existía esa sensación punzante, quizás solamente el malestar propio de una noche complicada.
Pese a lo anterior, aún se sentía un poco débil, la fiebre no terminaba de ceder pero ya no era tan problemática como lo fue horas atrás, crítica y amenazando con quitarle la vida. La joven miró entonces a Corvo, suspiró de manera pesara, y tras morderse el labio inferior con suavidad se dio cuenta de todo el problema que su imprudencia llegó a causar. Pero con ello también tuvo la entereza de notar que había salvado la vida de aquellos que estaban a su cargo.
—Si no actuaba rápido, pudieron matar a alguno, no iba a dejar que eso pasara —respondió con un tono tajante al reproche por ser una necia, cabeza dura hasta la muerte sería esa mujer, y así tuviese que arriesgar su propia vida por salvar a alguien que lo merecía, así lo haría—. Estoy bien, sólo es un rasguño.
Era propio de ella minimizar las cosas de esa manera, no quería tampoco sentirse una carga para los demás cuando supuestamente debía ser ella quien guiase a los suyos. Su primera acción fue la de ponerse de pie, intentar al menos conseguirlo al apoyarse contra la pared más cercana y presionando la zona donde fue lastimada, aún adolorida por la noche tan pesada que tuvo.
—Tengo una pregunta —musitó acercándose poco a poco a Corvo, apoyándose ésta vez contra su cuerpo una vez estuvo a su lado. El anillo que recibió de parte del dios aún permanecía en su dedo, viéndolo ella como un amulto de buena suerte, y probablemente aquello que le ayudó a mantener la cordura durante las alucinaciones que sufrió por el dolor de su lesión—. Soñé algo extraño, no sé si tenga que ver con lo que pasó anoche —confesó—; había una mujer, no dejaba de decirme que... que tenía que vivir para cuidarte la espalda.
El sueño fue tan extraño que ella no supo discernir qué quería decir éste, qué rayos significaba esa secuencia de imágenes desordenadas en su cabeza mientras aletargada por la debilidad propia de una lesión grave había tenido que ver. No tenía sentido nada para ella, y la silueta recurrente de una mujer era lo primero que venía a su cabeza.
Las memorias eran borrosas, pero podría jurar que la había visto antes, estaba completamente segura de haber tenido sueños similares antes, uno más extraño que el anterior. Era una sensación nueva para ella, una rara combinación entre sosiego y confusión lo que le atacaba en ese instante.
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Agathe Vryzas
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por Corvo Vie Sep 07, 2018 3:38 am
Agathe fue la clase de mujer por la que un hombre perdería un reino entero… Su espíritu indómito era admirable, su carácter la había hecho una mujer capaz de sobrepasar cualquier obstáculo, pero seguía siendo mortal. Tan frágil como cualquier otro, con la vida pendiendo siempre de un hilo, que en cualquier momento podría ser cortado dramáticamente, porque usualmente las cosas que él amaba, solían perderse entre sus manos sin que fuera capaz de hacer nada.
El amor era algo extraño, para un dios que había recorrido el mundo, y que conoció sus aspectos más profundos, a cada lugar al que iba, tomaba un significado diferente, pero siempre con el mismo final: la devoción al objeto amado. Las múltiples caras y formas del sentimiento, lo hicieron tener una comprensión más justa.
Decir que amaba a esa pequeña y salvaje mujercita, podría quedarse corto, porque Corvo sabía que eso estaba más allá de lo que mortalmente se conocía como amor, la niña había tomado las últimas piezas sanas que quedaron de él, y se apodero de ellas de una manera en la que pareciera, que todo el daño del pasado, aquel con el que cargaba cada día, se desvanecía y simplemente no quedaba nada más, que el sentimiento de paz y benevolencia que ella era capaz de dar sin necesidad de exigir un sacrificio.
―Un rasguño, ―susurro en tono grave.
Ella definitivamente sería su muerte. Corvo era un ser egoísta, el amor no cambiaba la naturaleza de un hombre, mucho menos la de un dios tan apasionado como lo era Odin, por ello, haberla visto en tal situación casi lo había orillado a tomar una decisión que si bien, podría haber solucionado muchas cosas, habría generado tantas otras con un resultado catastrófico.
Quería encerrarla, encerrarla en un lugar donde solo él tuviera acceso, llenarla de cosas hermosas, donde la primavera y el verano fueran siempre constantes, donde ella corriera entre campos de mirto y flor de manzana, pero entonces ella lo odiaría, porque a un espíritu como el suyo no se le podía encerrar sin que la violencia llegara en algún momento, y todo ese amor se volviera un odio profundo, cuán difícil es construir algo tan hermoso como el amor, y tan sencillo destruirlo por una acción egoísta.
Dejó de pensar en todo el escandalo de su cabeza, y comenzó a prestarle atención. Un sueño, la figura difusa de una mujer que la visitó en su inconciencia, algo que Corvo podía atribuir a una de las Valkyrias, aquellas que se llevaron a los guerreros dignos para un festín en los salones del Valhalla, pero Svava, había renunciado a ella por su exigencia, y dudaba que las alas oscuras de su hija irrumpieran en el sueño de Agathe.
―Bueno, ―respiró hondo, su cabeza aun era un lio, pero trató de mostrar la mejor de sus muecas―, dudo que fuera la madre, ―pensó en Bestla, y en todas las veces que le advirtió de su estupidez―, fui el más necio y tonto de sus hijos, sabía mejor que nadie que quizá un día terminaría matándome por mi temperamento bruto.
Despacio la rodeó con sus brazos, no queriendo dejarla ir, los muchachos habían salido por órdenes suyas para encargarse del patrullaje y una ruta segura para volver a la Isla, así que sus cálculos indicaron que tendría algunos minutos a solas.
―No puedo pensar en otra figura femenina que pidiera por mí, ―era parte de verdad, pocas mujeres fueron las que no habían jurado desgracia y venganza en su contra, excepto quizá…
Inclinó su cabeza para encontrarse con los hermosos ojos de Agathe, volvían a tener ese brillo especial que tanto le gustaba, no importaba cuan duros fueran, para Corvo, era la mirada de la inocencia hecha carne, su última esperanza de honor, su última esperanza de tranquilidad.
―Los sueños solo son sueños mi loba, ―había querido llamarla de esa manera hace rato―, no estamos atados a ellos, no deberían preocuparnos. Mas bien quien debería cuidarte la espalda soy yo, ―dijo con frustración, temiendo que podía perderla, ella era su ancla a la tierra, la cordura en su cabeza que le musitaba cada noche: hazlo para ella.
La besó en la frente e inhaló su aroma aun suave a manzana, mezclado ligeramente con sudor y tierra, un olor silvestre que lo podía llevar hasta su hogar. Era real, estaba ahí y no permitiría que nada llegara a ella sin antes enfrentarse a la furia agreste de Odin.
―Los dioses sean buenos Agathe, no vuelvas a asustarme de esa manera, condenada mujer necia.
Sin saber la razón, ahí envuelta en sus brazos, a su mente llegó la clara imagen de Frigg, no se sentía culpable por amar a otra mujer, cuando había prometido ante sus viejos dioses amarla hasta el final de los tiempos, y lo hizo, la amó incluso después de que el Ragnarok se había desatado, y su castigo fue vagar por la tierra. Era como si su esposa, ida hace mucho, lo estuviera juzgando, mirándolo con advertencia, que aquella chica que sostuvo tan férreamente entre sus brazos, no era el objeto de su redención anhelada, y que merecía ser amada.
―Cuando volvamos, nos sentaremos a hablar más de eso si quieres, ―pero tampoco dejaría su pregunta sin respuesta, sencillamente en ese momento su cabeza giraba en torno a ella―, pero no deberías darle tanta importancia.
Sus dedos vagaron entonces en su espalda, haciendo círculos, trazando sus formas, el temor agonizante y desesperado de perderla, había menguado, ella estaba viva, ella tenía ese corazón palpitante contra su cofre, y quería sentirlo así siempre.
―Agathe, ―luego de decir su nombre, se quedó un rato largo en silencio.
No podía cortarle las alas, no podía decirle: quédate, deja tu deber, tu honor, déjame montar a la guerra por ti, permíteme ser tu campeón. No era el viejo mundo y ella no era una simple dama. El nombre de su amante murió en el eco de la cueva, y Corvo se tragó sus deseos.
El amor era algo extraño, para un dios que había recorrido el mundo, y que conoció sus aspectos más profundos, a cada lugar al que iba, tomaba un significado diferente, pero siempre con el mismo final: la devoción al objeto amado. Las múltiples caras y formas del sentimiento, lo hicieron tener una comprensión más justa.
Decir que amaba a esa pequeña y salvaje mujercita, podría quedarse corto, porque Corvo sabía que eso estaba más allá de lo que mortalmente se conocía como amor, la niña había tomado las últimas piezas sanas que quedaron de él, y se apodero de ellas de una manera en la que pareciera, que todo el daño del pasado, aquel con el que cargaba cada día, se desvanecía y simplemente no quedaba nada más, que el sentimiento de paz y benevolencia que ella era capaz de dar sin necesidad de exigir un sacrificio.
―Un rasguño, ―susurro en tono grave.
Ella definitivamente sería su muerte. Corvo era un ser egoísta, el amor no cambiaba la naturaleza de un hombre, mucho menos la de un dios tan apasionado como lo era Odin, por ello, haberla visto en tal situación casi lo había orillado a tomar una decisión que si bien, podría haber solucionado muchas cosas, habría generado tantas otras con un resultado catastrófico.
Quería encerrarla, encerrarla en un lugar donde solo él tuviera acceso, llenarla de cosas hermosas, donde la primavera y el verano fueran siempre constantes, donde ella corriera entre campos de mirto y flor de manzana, pero entonces ella lo odiaría, porque a un espíritu como el suyo no se le podía encerrar sin que la violencia llegara en algún momento, y todo ese amor se volviera un odio profundo, cuán difícil es construir algo tan hermoso como el amor, y tan sencillo destruirlo por una acción egoísta.
Dejó de pensar en todo el escandalo de su cabeza, y comenzó a prestarle atención. Un sueño, la figura difusa de una mujer que la visitó en su inconciencia, algo que Corvo podía atribuir a una de las Valkyrias, aquellas que se llevaron a los guerreros dignos para un festín en los salones del Valhalla, pero Svava, había renunciado a ella por su exigencia, y dudaba que las alas oscuras de su hija irrumpieran en el sueño de Agathe.
―Bueno, ―respiró hondo, su cabeza aun era un lio, pero trató de mostrar la mejor de sus muecas―, dudo que fuera la madre, ―pensó en Bestla, y en todas las veces que le advirtió de su estupidez―, fui el más necio y tonto de sus hijos, sabía mejor que nadie que quizá un día terminaría matándome por mi temperamento bruto.
Despacio la rodeó con sus brazos, no queriendo dejarla ir, los muchachos habían salido por órdenes suyas para encargarse del patrullaje y una ruta segura para volver a la Isla, así que sus cálculos indicaron que tendría algunos minutos a solas.
―No puedo pensar en otra figura femenina que pidiera por mí, ―era parte de verdad, pocas mujeres fueron las que no habían jurado desgracia y venganza en su contra, excepto quizá…
Inclinó su cabeza para encontrarse con los hermosos ojos de Agathe, volvían a tener ese brillo especial que tanto le gustaba, no importaba cuan duros fueran, para Corvo, era la mirada de la inocencia hecha carne, su última esperanza de honor, su última esperanza de tranquilidad.
―Los sueños solo son sueños mi loba, ―había querido llamarla de esa manera hace rato―, no estamos atados a ellos, no deberían preocuparnos. Mas bien quien debería cuidarte la espalda soy yo, ―dijo con frustración, temiendo que podía perderla, ella era su ancla a la tierra, la cordura en su cabeza que le musitaba cada noche: hazlo para ella.
La besó en la frente e inhaló su aroma aun suave a manzana, mezclado ligeramente con sudor y tierra, un olor silvestre que lo podía llevar hasta su hogar. Era real, estaba ahí y no permitiría que nada llegara a ella sin antes enfrentarse a la furia agreste de Odin.
―Los dioses sean buenos Agathe, no vuelvas a asustarme de esa manera, condenada mujer necia.
Sin saber la razón, ahí envuelta en sus brazos, a su mente llegó la clara imagen de Frigg, no se sentía culpable por amar a otra mujer, cuando había prometido ante sus viejos dioses amarla hasta el final de los tiempos, y lo hizo, la amó incluso después de que el Ragnarok se había desatado, y su castigo fue vagar por la tierra. Era como si su esposa, ida hace mucho, lo estuviera juzgando, mirándolo con advertencia, que aquella chica que sostuvo tan férreamente entre sus brazos, no era el objeto de su redención anhelada, y que merecía ser amada.
―Cuando volvamos, nos sentaremos a hablar más de eso si quieres, ―pero tampoco dejaría su pregunta sin respuesta, sencillamente en ese momento su cabeza giraba en torno a ella―, pero no deberías darle tanta importancia.
Sus dedos vagaron entonces en su espalda, haciendo círculos, trazando sus formas, el temor agonizante y desesperado de perderla, había menguado, ella estaba viva, ella tenía ese corazón palpitante contra su cofre, y quería sentirlo así siempre.
―Agathe, ―luego de decir su nombre, se quedó un rato largo en silencio.
No podía cortarle las alas, no podía decirle: quédate, deja tu deber, tu honor, déjame montar a la guerra por ti, permíteme ser tu campeón. No era el viejo mundo y ella no era una simple dama. El nombre de su amante murió en el eco de la cueva, y Corvo se tragó sus deseos.
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por Agathe Vryzas Sáb Sep 08, 2018 2:12 pm
Sí, para ella era sólo un rasguño y nada más, y aunque quizás estaba siendo demasiado condescendiente con el asunto, muy en el fondo sí que sabía había cometido errores mientras trataba de proteger a los suyos. Afortunadamente, a aquel que se atrevió a herirla acabó muerto gracias a su acción veloz, inyectando el tan mortal veneno de una mantícora directamente en su pecho. Al menos en ese sentido podría decir que se sentía orgullosa de ese pequeño percance, una vida por otra habría sido lo más justo, y es que esa mujer no estaba dispuesta a irse sin al menos tomar la vida de un enemigo.
Sonrió para sí misma, podía sentir con claridad la preocupación de ese hombre sobre su persona, y no tenía miedo en asegurar que ella misma tendría exactamente el mismo sentimiento, que ese amor surgido tras un encuentro fortuito y sin planear no era por ningún motivo una ilusión propia de un encandilamiento momentáneo. Había más, como si ella de manera natural se sintiese atraída por ese hombre sin necesidad siquiera de que hubiese un incentivo, simplemente... ocurría, sin explicación, sin necesidad de ésta tampoco.
Aunque las palabras del mayor no aliviaron del todo esa sensación intranquila en su pecho sí que lo consiguió su abrazo, aquel que brindándole un agradable calor provocó incluso un suspiro relajado, de alivio total después de todo lo que había tenido que pasar, lo que por imprudencia le hizo pasar a él también, además por supuesto de sus camaradas. El abrazo fue correspondido en la medida de lo posible al hundir ella el rostro contra el pecho contrario tras el beso en su frente. Caricias lentas que le hicieron olvidar por breves instantes el peligro al que todavía estaban expuestos, ignorar los sonidos a su alrededor que podrían incluso significar problemas. Todo pasaba a segundo plano, carecía de importancia estando a su lado, entre sus brazos. Y era justo por eso, por el latido salvaje de su corazón al tenerle tan cerca, por el juramento realizado hace tiempo que se negaba rotundamente a dejar de lado su deber.
Lo amaba, sí, pero amaba también su nuevo hogar, y lo protegería ante todo así tuviese que ponerse al medio de un ataque mortal dirigido al dios.
—No puedes esperar que no vuelva a darte sustos de éstos, es como pedirle peras a un olmo —expresó sin un ápice de tacto. Era la verdad, ese tipo de cosas no se le podían pedir a una mujer que tras años y años de entrenamiento se había convertido en un muro inquebrantable, que aunque tuviese grietas en su estructura no se venía abajo ni con la más poderosa de las tormentas. Dejó escapar una risa, un gesto travieso de su parte, mas no con afán de burlarse.
Y quizás era tonto de su parte, quizás estaba diendo infantil y se estaba dando el lujo de serlo por un momento, pero le gustaba saber que había alguien que se preocupaba por ella más allá de solamente verle como una parte fundamental en un escuadrón. Sentía su corazón latir con fuerza cada vez que él le hablaba con tanto cariño, cada vez que percibía el más pequeño atisbo de amor en sus palabras. Porque sí, no podía llamarlo de otra manera, no había forma en que ella lo confundiera con otro sentimiento, evocando aquella época en que solía ser una joven ingenua, inocente, todo ésto antes de tener que convertirse en una implacable guerrera. En algún momento también conoció el amor, pero no pudo disfrutarlo como le hubiese gustado.
Sabía, no obstante, que había algo que él tenía que decirle, percibía esa intención, pero prefirió callar y simplemente abrazarle aprovechando que nadie podía verla; ¿qué ocurriría si alguien llegaba a enterarse que ambos estaban juntos? Sería un desastre, no sólo para ella, sino para él que osó poner sus ojos en una pequeña mortal, una joven que por principio de cuentas había sido elegida por las mismas deidades para proteger la isla.
—Alguien puede llegar en cualquier momento —susurró. Suponía que sería cuando llegase el tiempo de partir, suponía que tenía tiempo, y quería realmente aprovecharlo al máximo con él, pero en su estado le costaba inclusive mantenerse en pie por largo rato, débil todavía, y adolorida por encima de todo, ¿podría permitirse ser caprichosa por una vez y simplemente quedarse ahí, abrazándole, con el rostro oculto contra aquel fornido pecho que le brindaba protección?
Si tenía que ser sincera, temía que en algún momento le separasen de él. Quizás era apresurado decir que se había enamorado, pero no podía ignorar ese sentimiento, le hacía sonreír, provocaba risas que hace años no se dignaba a dejar salir, y por supuesto era una alegría que no quería le fuese arrebatada como otras tantas en su vida.
Simplemente optó por quedarse sí, abrazada a él, su único soporte por el momento, aquel que inevitablemente le salvó la vida tras sus imprudencias. Inspiró profundamente, y luego elevó la mirada hacia él, inquisitiva, con la nariz ligeramente arrugada en un gesto de reproche: —Espero que no estés pensando en hacerme caminar demasiado, apenas puedo moverme.
Sonrió para sí misma, podía sentir con claridad la preocupación de ese hombre sobre su persona, y no tenía miedo en asegurar que ella misma tendría exactamente el mismo sentimiento, que ese amor surgido tras un encuentro fortuito y sin planear no era por ningún motivo una ilusión propia de un encandilamiento momentáneo. Había más, como si ella de manera natural se sintiese atraída por ese hombre sin necesidad siquiera de que hubiese un incentivo, simplemente... ocurría, sin explicación, sin necesidad de ésta tampoco.
Aunque las palabras del mayor no aliviaron del todo esa sensación intranquila en su pecho sí que lo consiguió su abrazo, aquel que brindándole un agradable calor provocó incluso un suspiro relajado, de alivio total después de todo lo que había tenido que pasar, lo que por imprudencia le hizo pasar a él también, además por supuesto de sus camaradas. El abrazo fue correspondido en la medida de lo posible al hundir ella el rostro contra el pecho contrario tras el beso en su frente. Caricias lentas que le hicieron olvidar por breves instantes el peligro al que todavía estaban expuestos, ignorar los sonidos a su alrededor que podrían incluso significar problemas. Todo pasaba a segundo plano, carecía de importancia estando a su lado, entre sus brazos. Y era justo por eso, por el latido salvaje de su corazón al tenerle tan cerca, por el juramento realizado hace tiempo que se negaba rotundamente a dejar de lado su deber.
Lo amaba, sí, pero amaba también su nuevo hogar, y lo protegería ante todo así tuviese que ponerse al medio de un ataque mortal dirigido al dios.
—No puedes esperar que no vuelva a darte sustos de éstos, es como pedirle peras a un olmo —expresó sin un ápice de tacto. Era la verdad, ese tipo de cosas no se le podían pedir a una mujer que tras años y años de entrenamiento se había convertido en un muro inquebrantable, que aunque tuviese grietas en su estructura no se venía abajo ni con la más poderosa de las tormentas. Dejó escapar una risa, un gesto travieso de su parte, mas no con afán de burlarse.
Y quizás era tonto de su parte, quizás estaba diendo infantil y se estaba dando el lujo de serlo por un momento, pero le gustaba saber que había alguien que se preocupaba por ella más allá de solamente verle como una parte fundamental en un escuadrón. Sentía su corazón latir con fuerza cada vez que él le hablaba con tanto cariño, cada vez que percibía el más pequeño atisbo de amor en sus palabras. Porque sí, no podía llamarlo de otra manera, no había forma en que ella lo confundiera con otro sentimiento, evocando aquella época en que solía ser una joven ingenua, inocente, todo ésto antes de tener que convertirse en una implacable guerrera. En algún momento también conoció el amor, pero no pudo disfrutarlo como le hubiese gustado.
Sabía, no obstante, que había algo que él tenía que decirle, percibía esa intención, pero prefirió callar y simplemente abrazarle aprovechando que nadie podía verla; ¿qué ocurriría si alguien llegaba a enterarse que ambos estaban juntos? Sería un desastre, no sólo para ella, sino para él que osó poner sus ojos en una pequeña mortal, una joven que por principio de cuentas había sido elegida por las mismas deidades para proteger la isla.
—Alguien puede llegar en cualquier momento —susurró. Suponía que sería cuando llegase el tiempo de partir, suponía que tenía tiempo, y quería realmente aprovecharlo al máximo con él, pero en su estado le costaba inclusive mantenerse en pie por largo rato, débil todavía, y adolorida por encima de todo, ¿podría permitirse ser caprichosa por una vez y simplemente quedarse ahí, abrazándole, con el rostro oculto contra aquel fornido pecho que le brindaba protección?
Si tenía que ser sincera, temía que en algún momento le separasen de él. Quizás era apresurado decir que se había enamorado, pero no podía ignorar ese sentimiento, le hacía sonreír, provocaba risas que hace años no se dignaba a dejar salir, y por supuesto era una alegría que no quería le fuese arrebatada como otras tantas en su vida.
Simplemente optó por quedarse sí, abrazada a él, su único soporte por el momento, aquel que inevitablemente le salvó la vida tras sus imprudencias. Inspiró profundamente, y luego elevó la mirada hacia él, inquisitiva, con la nariz ligeramente arrugada en un gesto de reproche: —Espero que no estés pensando en hacerme caminar demasiado, apenas puedo moverme.
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Agathe Vryzas
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por Corvo Lun Sep 10, 2018 5:02 am
Todo lo que necesitaba saber es que ella estaba bien.
Soltó una risa bajita ante sus comentarios similares a los de una niña, no podía más que sostenerla, porque temía perderla, inhaló una última vez de su dulce aroma, y asintió en respuesta, antes de sus siguientes oraciones.
―Eres a donde pertenezco, ―escapó de sus labios con una suavidad inusual, el dios hecho hombre―, nunca lo olvides.
Eran tiempos difíciles, Corvo apenas podía mantener en secreto su presencia en el exterior, luego de que Loki fuera liberado, estaba seguro de que le daría caza, y el problema real no era enfrentarlo, aquello tarde o temprano pasaría, sin embargo, su temor estaba puesto sobre su mujer. No perdería a otro ser amado, y no en manos del ser más repulsivo en la tierra.
Antes de poder robarles un beso, su oído agudo alcanzó a escuchar los pasos de alguien acercándose, y lo maldijo mentalmente al romper el momento.
―Mi señor, al parecer los soldados de Alejandria nos han perdido la pista… y hemos logrado conseguir algunos caballos.
―Entiendo, ―su voz se hizo firme, la del líder que debía sacarlos de ese lugar antes de que transcurriera más tiempo―, en ese caso, prepárense para salir, dos minutos, llamaré a los cuervos, desde esta posición, Heimdall no puede devolvernos a la isla, debemos ir a donde Munin.
El camino no llevaría mayores dificultades, ocultar el rastro de sus pasos era sencillo, el problema estaba en si los muchachos podrían seguirle el ritmo, por su parte, tanto Geki como Freki podrían encargarse sin mayor problema de algunos cuantos despistados que intentaran seguirlos, mientras Hugin los guiaba y Munin permanecía en el lugar de encuentro para que Heimdall pudiera llevarlos de regreso.
―Creo que… debo llevarla, señorita, ―fue su última broma dirigida a Agathe, mientras la sostenía tentativamente de la cintura, antes de que retomara su seriedad, nadie iba a quedarse atrás mientras él estuviera en ese lugar―, toma, ―le extendió su capa, para que pudiera cubrirse―, debes sostenerte con fuerza y no debes soltarte, va a ser un viaje algo agitado… si llego a bajar, júrame Agathe, júrame que irás a donde los muchachos y volverás a través el bifrost…
Su mirada esta vez no era la de Corvo, el hombre despreocupado y caballeroso que había conocido, en sus ojos dorados estaba la determinación, la furia y madera de líder.
Corvo era un excelente jinete, se podría decir que había nacido sabiendo montar. El suyo era un bonito semental negro, manso de estructura atlética, ideal para las carreras largas y veloces, con facilidad subió sobre el caballo, y siendo cuidadoso ayudaría a Agathea subir, ella iría adelante, en la lejanía pudo escuchar el aullido de uno de sus lobos, los soldados de Seth estaban cerca, la ansiedad en su estomago se hizo más inquieta, y los dudosos guerreros lo miraron preguntándole en silencio lo que iba a pasar.
―¡Bien cachorros, ya tuvieron suficiente descanso, hay que moverse!, ―antes de decir más, el graznido de Munin se percibió cercano, y su aleteo indicando el camino―, ¡seguid al cuervo, sólo al maldito cuervo, nadie se queda atrás! Agathe, sostente, es hora…
Espoleó el semental, y la huida comenzó. El animal avanzaba veloz entre el follaje del bosque, pareciera que les estaban pisando los talones, y Odin silbó… una enorme masa de pelo blanco cruzó por su camino, y derribó a alguien, el sonido de sus gritos quedó atrás. Los caballos relinchaban por la adrenalina de ese momento, era como la caza, solo que esta vez, Odin era el botín.
―¡No detengan el maldito paso, niños idiotas! ―vociferó con su voz gruesa y rasposa.
Freki los alcanzó, el masivo lobo zigzagueaba los árboles, olfateando y alerta de cualquiera que quisiera atacarlos por el flanco derecho, la ruta establecida a caballo duraría veinte minutos, que a Odin le estaban pareciendo horas, pues podía sentirlos en su espalda. Trató de contarlos, quizá eran nueve, diez… no, eran quince cabrones, todos ellos sedientos de sangre.
―¡Tú, muchacho lánzame tu maldito arco! ―exigió adelantándose a la par de un joven soldado que se sostenía de las riendas como si de aquello dependiera su vida… y ciertamente así era―, Aga, sostén las riendas, no las sueltes, recuerda, tienen que llegar a donde Munin pase lo que pase…
Su corazón palpitaba vertiginoso por la batalla, tesó la cuerda del arco y en un movimiento contundente, desaceleró el paso, sabía que su espalda estaba siendo protegida por uno de los enormes huargos que le seguían, y así fue, uno menos que se ahogaba en su sangre cuando la bestia a la que Odin llamaba Freki, desgarró el cuello, sin poder detener la marcha, dos de los enemigos se habían adelantado y Odin aprovechó para tirar la primera flecha que atravesó sin problemas el cráneo, fue un sonido suave y atroz aquel, dos menos… preparó una flecha más, mientras ordenaba a su caballo volver a la carga.
Casi habían llegado… Corvo soltó de su cinturón un hacha, acero gris pulido con algunas inscripciones rúnicas, la sostuvo con firmeza entre sus manos. Mientras con su brazo libre envolvió a Agathe de forma protectora, y dejó que su mentón descansara ligeramente sobre el hombro femenino, un susurro indiscreto una propuesta escandalosa, mientras el peligro los acechaba.
―Voy a cobrarme este rescate, mi amor…
Había nacido para la batalla, y moriría en ella, pero no ahí, entre la escoria indigna, en la lejanía ya se divisaba ese túnel de luz que indicaba el lugar, y Corvo, se preparó para una última carga antes de volver a casa, con su valiosa recompensa.
Soltó una risa bajita ante sus comentarios similares a los de una niña, no podía más que sostenerla, porque temía perderla, inhaló una última vez de su dulce aroma, y asintió en respuesta, antes de sus siguientes oraciones.
―Eres a donde pertenezco, ―escapó de sus labios con una suavidad inusual, el dios hecho hombre―, nunca lo olvides.
Eran tiempos difíciles, Corvo apenas podía mantener en secreto su presencia en el exterior, luego de que Loki fuera liberado, estaba seguro de que le daría caza, y el problema real no era enfrentarlo, aquello tarde o temprano pasaría, sin embargo, su temor estaba puesto sobre su mujer. No perdería a otro ser amado, y no en manos del ser más repulsivo en la tierra.
Antes de poder robarles un beso, su oído agudo alcanzó a escuchar los pasos de alguien acercándose, y lo maldijo mentalmente al romper el momento.
―Mi señor, al parecer los soldados de Alejandria nos han perdido la pista… y hemos logrado conseguir algunos caballos.
―Entiendo, ―su voz se hizo firme, la del líder que debía sacarlos de ese lugar antes de que transcurriera más tiempo―, en ese caso, prepárense para salir, dos minutos, llamaré a los cuervos, desde esta posición, Heimdall no puede devolvernos a la isla, debemos ir a donde Munin.
El camino no llevaría mayores dificultades, ocultar el rastro de sus pasos era sencillo, el problema estaba en si los muchachos podrían seguirle el ritmo, por su parte, tanto Geki como Freki podrían encargarse sin mayor problema de algunos cuantos despistados que intentaran seguirlos, mientras Hugin los guiaba y Munin permanecía en el lugar de encuentro para que Heimdall pudiera llevarlos de regreso.
―Creo que… debo llevarla, señorita, ―fue su última broma dirigida a Agathe, mientras la sostenía tentativamente de la cintura, antes de que retomara su seriedad, nadie iba a quedarse atrás mientras él estuviera en ese lugar―, toma, ―le extendió su capa, para que pudiera cubrirse―, debes sostenerte con fuerza y no debes soltarte, va a ser un viaje algo agitado… si llego a bajar, júrame Agathe, júrame que irás a donde los muchachos y volverás a través el bifrost…
Su mirada esta vez no era la de Corvo, el hombre despreocupado y caballeroso que había conocido, en sus ojos dorados estaba la determinación, la furia y madera de líder.
Corvo era un excelente jinete, se podría decir que había nacido sabiendo montar. El suyo era un bonito semental negro, manso de estructura atlética, ideal para las carreras largas y veloces, con facilidad subió sobre el caballo, y siendo cuidadoso ayudaría a Agathea subir, ella iría adelante, en la lejanía pudo escuchar el aullido de uno de sus lobos, los soldados de Seth estaban cerca, la ansiedad en su estomago se hizo más inquieta, y los dudosos guerreros lo miraron preguntándole en silencio lo que iba a pasar.
―¡Bien cachorros, ya tuvieron suficiente descanso, hay que moverse!, ―antes de decir más, el graznido de Munin se percibió cercano, y su aleteo indicando el camino―, ¡seguid al cuervo, sólo al maldito cuervo, nadie se queda atrás! Agathe, sostente, es hora…
Espoleó el semental, y la huida comenzó. El animal avanzaba veloz entre el follaje del bosque, pareciera que les estaban pisando los talones, y Odin silbó… una enorme masa de pelo blanco cruzó por su camino, y derribó a alguien, el sonido de sus gritos quedó atrás. Los caballos relinchaban por la adrenalina de ese momento, era como la caza, solo que esta vez, Odin era el botín.
―¡No detengan el maldito paso, niños idiotas! ―vociferó con su voz gruesa y rasposa.
Freki los alcanzó, el masivo lobo zigzagueaba los árboles, olfateando y alerta de cualquiera que quisiera atacarlos por el flanco derecho, la ruta establecida a caballo duraría veinte minutos, que a Odin le estaban pareciendo horas, pues podía sentirlos en su espalda. Trató de contarlos, quizá eran nueve, diez… no, eran quince cabrones, todos ellos sedientos de sangre.
―¡Tú, muchacho lánzame tu maldito arco! ―exigió adelantándose a la par de un joven soldado que se sostenía de las riendas como si de aquello dependiera su vida… y ciertamente así era―, Aga, sostén las riendas, no las sueltes, recuerda, tienen que llegar a donde Munin pase lo que pase…
Su corazón palpitaba vertiginoso por la batalla, tesó la cuerda del arco y en un movimiento contundente, desaceleró el paso, sabía que su espalda estaba siendo protegida por uno de los enormes huargos que le seguían, y así fue, uno menos que se ahogaba en su sangre cuando la bestia a la que Odin llamaba Freki, desgarró el cuello, sin poder detener la marcha, dos de los enemigos se habían adelantado y Odin aprovechó para tirar la primera flecha que atravesó sin problemas el cráneo, fue un sonido suave y atroz aquel, dos menos… preparó una flecha más, mientras ordenaba a su caballo volver a la carga.
Casi habían llegado… Corvo soltó de su cinturón un hacha, acero gris pulido con algunas inscripciones rúnicas, la sostuvo con firmeza entre sus manos. Mientras con su brazo libre envolvió a Agathe de forma protectora, y dejó que su mentón descansara ligeramente sobre el hombro femenino, un susurro indiscreto una propuesta escandalosa, mientras el peligro los acechaba.
―Voy a cobrarme este rescate, mi amor…
Había nacido para la batalla, y moriría en ella, pero no ahí, entre la escoria indigna, en la lejanía ya se divisaba ese túnel de luz que indicaba el lugar, y Corvo, se preparó para una última carga antes de volver a casa, con su valiosa recompensa.
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por Agathe Vryzas Mar Sep 11, 2018 3:57 am
Se vio obligada a mantener la compostura cuando fue interrumpida de esa manera por un tercero. Un momento a solas con él era lo único que quería y en ese momento no había manera de obtenerlo, quizás en cuanto regresara le sería más sencillo obtenerlo. La expresión de Agathe demostraba fastidio, y no sólo eso, sino también cansancio que poco a poco hacía estragos en su cuerpo. Estaba completamente segura de que si se quedaba dormida y despertaba después no podría siquiera mover los brazos sin sentir que éstos se le desprendiesen.
Por el momento, lo único en lo que podía pensar no era justamente el momento a solas, sino en la manera en cómo saldrían de ahí. Era inevitable que en el instante que dejasen el escondite serían vistos por tropas enemigas, estaban en terreno hostil, y como tal no podían bajar la guardia, incluso ella que ávida por seguir peleando deseaba hacerlo, entendía que lo más sensato era la retirada por ahora. Sujetó sobre sus hombros el abrigo que le brindaba Corvo y se mantuvo en silencio una vez subió al caballo, todo tras escucharle decir que si él se quedaba atrás, ella tendría que seguir.
Desde luego, y a juzgar por la forma de ser de Agathe, por dentro estaba dando una rotunda negativa a esa orden, se negaba a dejarle atrás, incluso si así fuese necesario.
Al iniciar la huída, ella se sostuvo con fuerza para evitar perder el equilibrio. Afortunadamente tenía la suficiente para no caer del caballo y no desmayarse por el dolor, segura de que saldría ilesa —en la medida de lo posible— de ese escape. Sin embargo, tal como ella lo supuso en su momento, las tropas enemigas no iban a quedarse de brazos cruzados tan pronto tuvieran la oportunidad de capturarle, un dios y una guerrera del calibre de Agathe serían una adquisición perfecta, un regalo maravilloso para Seth y Ares, y por supuesto también para Loki.
Los caballos avanzaban a paso raudo, veloces, buscando desesperadamente llegar a aquella zona donde sabían se abriría el portal. Pero rodeados, Agathe tenía que mirar a todos lados para evitar así que alguna flecha o algún ataque la golpeara, más por ser ella quien llevaba las riendas del caballo que por otra cosa. Sí, imprudente, pero consciente de todo lo que acarreaba estar en ese lugar.
La cercanía de Corvo le hizo sonreír, expectante por lo que él podría hacer para "cobrar" ese rescate. Estaban cada vez más cerca del punto de reunión, pero entonces las cosas empezaron a complicarse, pues no eran sólo unos cuantos los que le perseguían, significaba además un mayor esfuerzo para Agathe al momento de acelerar el paso.
Una punzada más se cirnió sobre el costado herido, pero ella pudo mantenerse erguida, alerta, hasta que un enemigo amenazó con su cercanía ponerse en su camino, impedirle seguir avanzando. Así que, a pesar de su debilidad, Agathe levantó su diestra, su dedo índice apuntando directamente a aquel soldado que cabalgaba cerca de su posición. Un destello escarlata, una sonrisa burlona en su rostro, y luego el cuerpo sin vida de aquel hombre cayendo del caballo tras recibir un impacto directo en el corazón.
—No eres el único que puede jugar tiro al blanco —masculló con una sonrisa divertida a pesar del dolor que iba en aumento. Agathe colocó su mano en la zona herida, notando en la palma de su mano un poco de sangre. La herida se había abierto, y aunque por el momento no parecía en realidad algo preocupante, no podía mantener esa idea por mucho tiempo. Tenían que apresurarse, o su resistencia se iría de nuevo por el drenaje. —No me subestimes por estar herida, ¿de acuerdo? —pidió, jadeante, comenzando a sentir los estragos de la herida abierta de nuevo.
Podía ver a lo lejos cómo sus compañeros alcanzaban poco a poco su destino, y por supuesto que la impetuosidad de Agathe fue lo que le instó a hacer que el caballo aumentase la fuerza de su trote, ansiosa por salir de ahí lo más pronto posible, descansar y al fin olvidarse de lo ocurrido, pasar al menos un tiempo con Corvo y desconectarse de sus deberes todo el tiempo que le fuese posible.
Por el momento, lo único en lo que podía pensar no era justamente el momento a solas, sino en la manera en cómo saldrían de ahí. Era inevitable que en el instante que dejasen el escondite serían vistos por tropas enemigas, estaban en terreno hostil, y como tal no podían bajar la guardia, incluso ella que ávida por seguir peleando deseaba hacerlo, entendía que lo más sensato era la retirada por ahora. Sujetó sobre sus hombros el abrigo que le brindaba Corvo y se mantuvo en silencio una vez subió al caballo, todo tras escucharle decir que si él se quedaba atrás, ella tendría que seguir.
Desde luego, y a juzgar por la forma de ser de Agathe, por dentro estaba dando una rotunda negativa a esa orden, se negaba a dejarle atrás, incluso si así fuese necesario.
Al iniciar la huída, ella se sostuvo con fuerza para evitar perder el equilibrio. Afortunadamente tenía la suficiente para no caer del caballo y no desmayarse por el dolor, segura de que saldría ilesa —en la medida de lo posible— de ese escape. Sin embargo, tal como ella lo supuso en su momento, las tropas enemigas no iban a quedarse de brazos cruzados tan pronto tuvieran la oportunidad de capturarle, un dios y una guerrera del calibre de Agathe serían una adquisición perfecta, un regalo maravilloso para Seth y Ares, y por supuesto también para Loki.
Los caballos avanzaban a paso raudo, veloces, buscando desesperadamente llegar a aquella zona donde sabían se abriría el portal. Pero rodeados, Agathe tenía que mirar a todos lados para evitar así que alguna flecha o algún ataque la golpeara, más por ser ella quien llevaba las riendas del caballo que por otra cosa. Sí, imprudente, pero consciente de todo lo que acarreaba estar en ese lugar.
La cercanía de Corvo le hizo sonreír, expectante por lo que él podría hacer para "cobrar" ese rescate. Estaban cada vez más cerca del punto de reunión, pero entonces las cosas empezaron a complicarse, pues no eran sólo unos cuantos los que le perseguían, significaba además un mayor esfuerzo para Agathe al momento de acelerar el paso.
Una punzada más se cirnió sobre el costado herido, pero ella pudo mantenerse erguida, alerta, hasta que un enemigo amenazó con su cercanía ponerse en su camino, impedirle seguir avanzando. Así que, a pesar de su debilidad, Agathe levantó su diestra, su dedo índice apuntando directamente a aquel soldado que cabalgaba cerca de su posición. Un destello escarlata, una sonrisa burlona en su rostro, y luego el cuerpo sin vida de aquel hombre cayendo del caballo tras recibir un impacto directo en el corazón.
—No eres el único que puede jugar tiro al blanco —masculló con una sonrisa divertida a pesar del dolor que iba en aumento. Agathe colocó su mano en la zona herida, notando en la palma de su mano un poco de sangre. La herida se había abierto, y aunque por el momento no parecía en realidad algo preocupante, no podía mantener esa idea por mucho tiempo. Tenían que apresurarse, o su resistencia se iría de nuevo por el drenaje. —No me subestimes por estar herida, ¿de acuerdo? —pidió, jadeante, comenzando a sentir los estragos de la herida abierta de nuevo.
Podía ver a lo lejos cómo sus compañeros alcanzaban poco a poco su destino, y por supuesto que la impetuosidad de Agathe fue lo que le instó a hacer que el caballo aumentase la fuerza de su trote, ansiosa por salir de ahí lo más pronto posible, descansar y al fin olvidarse de lo ocurrido, pasar al menos un tiempo con Corvo y desconectarse de sus deberes todo el tiempo que le fuese posible.
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por Corvo Jue Sep 13, 2018 6:01 am
La huida había sido casi exitosa, Odin había conseguido sacar a los soldados de aquella situación crítica, pero por sobre todas las cosas, consiguió salvarla a ella, y el alivio destensó sus hombros, aun que no del todo, la recta final aun tenia a algunos enemigos para eliminar, pero al perecer tanto sus acciones, como las de Agathe, les habían regresado el brío a los hombres, reforzándolos con nuevos deseos de luchar.
La salida del terreno boscoso se presentó como una luz casi esperanzadora, y en el horizonte su cuervo los esperaba para que el portal pudiera abrirse, Corvo llamó a las armas con su grito de guerra, tan potente como el de antaño, sin lugar a dudas, aquel sueño largo, había reparado sus fuerzas, y volvió a sentirse como un muchacho.
―¡La gloria los espera! ―vociferó el padre de todo.
Desmontó de su caballo, y luego cargó a Agathe en brazos, mientras escuchaba el sonido del acero desenfundándose, y el clamor de la guerra. Podía sentir los tambores al compás de la marcha, el relinchar de los caballos furiosos y agitados, el grito ensordecedor de los jóvenes que peleaban como si aquella fuera la última gran batalla de sus vidas, mientras él se colocaba frente a la chica, mirándola fijamente con seriedad.
―Aun estás débil, ―debatía entre su deber y lo que quería, esa situación lo había puesto a prueba―, pero no puedo obligarte, me he dado cuenta, así que, por favor, no seas imprudente… y mantente cerca de mi vista, ahora… enséñales a esos hijos de puta por qué no debieron meterse contigo.
No hubo el beso esperado de los amantes en medio de la batalla, como en las canciones, u Odin siendo el escudo de su dama, no, la carga del combate lo llamó, pero no iba a dejarla desprotegida, Crovo silbó y casi de inmediato, sus masivos lobos, fungieron como la guardia de Agathe, si quería pelear se lo permitiría, pero en todo lo posible, las bestias iban a evitar que algún daño llegara a ella. Oró al padre y a la madre por la seguridad de Agathe.
Empuñar la espada era una sensación extraña, la adrenalina que corría por todo su torrente sanguíneo le permitió avanzar sin problemas, mientras el jodido portal era abierto, maldiciendo mentalmente a su hijo por el tiempo que le tomaba hacer eso.
No tuvo piedad…
Cada corte, cada brutal golpe era un festín de carne y sangre, los soldados caían uno a uno frente al furioso dios que combatía sin siquiera usar su poder divino, de hecho, ni siquiera estaba usando magia, para no atraer la atención de sus dioses enemigos. Odin fue temido por algo entre las fieras filas vikingas, y es que, a diferencia de otros dioses, que cargaban con rayos, fuegos infernales, y hechizos, él se armaba de lanza y espada, para pelear con el honor digno de un soldado, sin las artimañas mezquinas de los cobardes, ah, no, él tomaba las vidas de sus enemigos en sus propias manos. Pronto su ropa y rostro se mancharon de sangre ajena.
―¡Todos, reúnanse el jodido circulo! ―clamó nuevamente, esperando que los niños hicieran caso.
Buscó a Agathe por todas partes, y entre los cuerpos y los incautos comenzó a avanzar hacia ella, el ambiente realmente se había vuelto apocalíptico, porque desde lo alto, se podía distinguir la carga enemiga, y un masivo dragón que sobrevoló el cielo, listo para desencadenar sus llamas abrasadoras.
Cuando se encontró nuevamente con ella, sin siquiera dar una previa la cargó igual a un costal, sobre su hombro y no importaba cuanto protestara, ni cuanto quisiera patalear no iba a soltarla.
―¡Coño Heimdall, cachorro idiota, abre el puto portal de una vez!
Y la tierra vibró… del cielo cayó la energía del bifrost, Odín respiró aliviado y pronto, todos los muchachos entraron a rayo de luz multicolor que solo iba a estar disponible por algunos segundos, Odín hizo llamado a una gruesa parvada de cuervos que revolotearon picoteando al resto de tropas que se acercaba, mientras él caminaba a paso raudo hasta el portal, sin mirar atrás… y entonces, por fin, por fin se irían a casa…
Y Corvo sobre el hombro, llevándose su valioso botín de guerra.
La salida del terreno boscoso se presentó como una luz casi esperanzadora, y en el horizonte su cuervo los esperaba para que el portal pudiera abrirse, Corvo llamó a las armas con su grito de guerra, tan potente como el de antaño, sin lugar a dudas, aquel sueño largo, había reparado sus fuerzas, y volvió a sentirse como un muchacho.
―¡La gloria los espera! ―vociferó el padre de todo.
Desmontó de su caballo, y luego cargó a Agathe en brazos, mientras escuchaba el sonido del acero desenfundándose, y el clamor de la guerra. Podía sentir los tambores al compás de la marcha, el relinchar de los caballos furiosos y agitados, el grito ensordecedor de los jóvenes que peleaban como si aquella fuera la última gran batalla de sus vidas, mientras él se colocaba frente a la chica, mirándola fijamente con seriedad.
―Aun estás débil, ―debatía entre su deber y lo que quería, esa situación lo había puesto a prueba―, pero no puedo obligarte, me he dado cuenta, así que, por favor, no seas imprudente… y mantente cerca de mi vista, ahora… enséñales a esos hijos de puta por qué no debieron meterse contigo.
No hubo el beso esperado de los amantes en medio de la batalla, como en las canciones, u Odin siendo el escudo de su dama, no, la carga del combate lo llamó, pero no iba a dejarla desprotegida, Crovo silbó y casi de inmediato, sus masivos lobos, fungieron como la guardia de Agathe, si quería pelear se lo permitiría, pero en todo lo posible, las bestias iban a evitar que algún daño llegara a ella. Oró al padre y a la madre por la seguridad de Agathe.
Empuñar la espada era una sensación extraña, la adrenalina que corría por todo su torrente sanguíneo le permitió avanzar sin problemas, mientras el jodido portal era abierto, maldiciendo mentalmente a su hijo por el tiempo que le tomaba hacer eso.
No tuvo piedad…
Cada corte, cada brutal golpe era un festín de carne y sangre, los soldados caían uno a uno frente al furioso dios que combatía sin siquiera usar su poder divino, de hecho, ni siquiera estaba usando magia, para no atraer la atención de sus dioses enemigos. Odin fue temido por algo entre las fieras filas vikingas, y es que, a diferencia de otros dioses, que cargaban con rayos, fuegos infernales, y hechizos, él se armaba de lanza y espada, para pelear con el honor digno de un soldado, sin las artimañas mezquinas de los cobardes, ah, no, él tomaba las vidas de sus enemigos en sus propias manos. Pronto su ropa y rostro se mancharon de sangre ajena.
―¡Todos, reúnanse el jodido circulo! ―clamó nuevamente, esperando que los niños hicieran caso.
Buscó a Agathe por todas partes, y entre los cuerpos y los incautos comenzó a avanzar hacia ella, el ambiente realmente se había vuelto apocalíptico, porque desde lo alto, se podía distinguir la carga enemiga, y un masivo dragón que sobrevoló el cielo, listo para desencadenar sus llamas abrasadoras.
Cuando se encontró nuevamente con ella, sin siquiera dar una previa la cargó igual a un costal, sobre su hombro y no importaba cuanto protestara, ni cuanto quisiera patalear no iba a soltarla.
―¡Coño Heimdall, cachorro idiota, abre el puto portal de una vez!
Y la tierra vibró… del cielo cayó la energía del bifrost, Odín respiró aliviado y pronto, todos los muchachos entraron a rayo de luz multicolor que solo iba a estar disponible por algunos segundos, Odín hizo llamado a una gruesa parvada de cuervos que revolotearon picoteando al resto de tropas que se acercaba, mientras él caminaba a paso raudo hasta el portal, sin mirar atrás… y entonces, por fin, por fin se irían a casa…
Y Corvo sobre el hombro, llevándose su valioso botín de guerra.
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Corvo
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por Agathe Vryzas Miér Sep 19, 2018 11:14 am
Era ese el incentivo que necesitaba. Estuviese o no estuviese Corvo presente, ella no iba a permitir que algún enemigo pasara sobre ella, herida o a punto de desfallecer, no había manera en que ella se rindiese. Estaban cada vez más cerca, mas no por ello iba a conformarse, pelearía hasta el final de ser necesario.
Porque así era ella, vivía dentro suyo el alma de una amazona, la fuerza de un guerrero entrenado para darlo todo en el campo de batalla, incluso su propia vida.
Por el momento había recuperado un poco las fuerzas, y en el instante en que recibió luz verde para dejar salir toda esa rabia que llevaba dentro, todas esas ansias de batalla que había acumulado a lo largo de los minutos de huída, un brillo especial se alcanzó a notar en sus ojos. Agathe volvía al campo, regresaba a ser la temida Scorpio, y es que como cualquier criatura venenosa, al momento de sentirse bajo amenaza era mucho más peligrosa.
Aunque Corvo le advirtiese que no saliera de su vista, aunque él fuera quien más cuidase sus pasos, para la griega no había nada más revitalizante que olvidarse de todo a su alrededor y enfocarse en sus pequeñas presas.
Destellos escarlata, uno a uno los soldados fueron cayendo, todos producto del veneno de la mantícora que con extrema facilidad inyectaba una sustancia mortífera en sus cuerpos. El veneno corriendo raudo por el torrente sanguíneo, deteniendo sus corazones, y causando un terrible dolor en el proceso. Gritos de desesperación, de piedad, todos ellos alimentando las ansias de retribución que tenía la doncella. Pero se detuvo, Corvo la detuvo con tal osadía al cargala como peso muerto sobre sus hombros, como si se tratase sólo de una almohada.
—¡Oye, bájame! ¡Corvo, que me bajes, maldita sea! —y no sólo eso, ella lanzaba improperios en su idioma natal, pataleaba, se retorcía en brazos del dios para conseguir que éste la dejara abajo. Aún no terminaba con esa escoria, quería limpiar el campo de batalla de esos imbéciles, no le importaba si dejaba la grava tapizada de cuerpos sin vida y hombres rogando porque los matara antes que el dolor lo hiciera.
Alcanzó a observar, en medio de sus forcejeos, que una horda más se acercaba a su posición. El Bifrost no se abría, el jodido portal no se abría por ningún lado a pesar de los truenos y relámpagos que empezaban a hacer acto de presencia. Las tropas se acercaban rápidamente, y por la distancia no podía lanzar ataques de ningún tipo, ni siquiera darse el lujo de jugar tiro al blanco con ellos.
Aprovechó la distracción para al fin soltarse de Corvo, se negaba a ser la damisela en apuros, y desde luego se negaría a sentirse sólo como un trofeo para el más alto. Le miró con reproche, mas no dijo absolutamente nada, pues su atención fue captada por un arquero a lo lejos.
A juzgar por su posición, y por la trayectoria que seguiría la flecha, estaba apuntando directamente al hombre detrás de ella. Sus reflejos eran envidiables, y sabía que al menos en ese momento podría hacer uso de los mismos.
La flecha fue disparada, y ella actuó por instinto, interponiéndose entre ésta y el blanco, el corazón de Corvo, recibiendo el impacto de lleno en su pecho, muy cerca de su propio corazón. No sintió dolor alguno, sólo una punzada nimia, y más tarde el mundo a su alrededor desvaneciéndose antes de caer al suelo, justo en el momento que el Bifrost se abría.
Porque así era ella, vivía dentro suyo el alma de una amazona, la fuerza de un guerrero entrenado para darlo todo en el campo de batalla, incluso su propia vida.
Por el momento había recuperado un poco las fuerzas, y en el instante en que recibió luz verde para dejar salir toda esa rabia que llevaba dentro, todas esas ansias de batalla que había acumulado a lo largo de los minutos de huída, un brillo especial se alcanzó a notar en sus ojos. Agathe volvía al campo, regresaba a ser la temida Scorpio, y es que como cualquier criatura venenosa, al momento de sentirse bajo amenaza era mucho más peligrosa.
Aunque Corvo le advirtiese que no saliera de su vista, aunque él fuera quien más cuidase sus pasos, para la griega no había nada más revitalizante que olvidarse de todo a su alrededor y enfocarse en sus pequeñas presas.
Destellos escarlata, uno a uno los soldados fueron cayendo, todos producto del veneno de la mantícora que con extrema facilidad inyectaba una sustancia mortífera en sus cuerpos. El veneno corriendo raudo por el torrente sanguíneo, deteniendo sus corazones, y causando un terrible dolor en el proceso. Gritos de desesperación, de piedad, todos ellos alimentando las ansias de retribución que tenía la doncella. Pero se detuvo, Corvo la detuvo con tal osadía al cargala como peso muerto sobre sus hombros, como si se tratase sólo de una almohada.
—¡Oye, bájame! ¡Corvo, que me bajes, maldita sea! —y no sólo eso, ella lanzaba improperios en su idioma natal, pataleaba, se retorcía en brazos del dios para conseguir que éste la dejara abajo. Aún no terminaba con esa escoria, quería limpiar el campo de batalla de esos imbéciles, no le importaba si dejaba la grava tapizada de cuerpos sin vida y hombres rogando porque los matara antes que el dolor lo hiciera.
Alcanzó a observar, en medio de sus forcejeos, que una horda más se acercaba a su posición. El Bifrost no se abría, el jodido portal no se abría por ningún lado a pesar de los truenos y relámpagos que empezaban a hacer acto de presencia. Las tropas se acercaban rápidamente, y por la distancia no podía lanzar ataques de ningún tipo, ni siquiera darse el lujo de jugar tiro al blanco con ellos.
Aprovechó la distracción para al fin soltarse de Corvo, se negaba a ser la damisela en apuros, y desde luego se negaría a sentirse sólo como un trofeo para el más alto. Le miró con reproche, mas no dijo absolutamente nada, pues su atención fue captada por un arquero a lo lejos.
A juzgar por su posición, y por la trayectoria que seguiría la flecha, estaba apuntando directamente al hombre detrás de ella. Sus reflejos eran envidiables, y sabía que al menos en ese momento podría hacer uso de los mismos.
La flecha fue disparada, y ella actuó por instinto, interponiéndose entre ésta y el blanco, el corazón de Corvo, recibiendo el impacto de lleno en su pecho, muy cerca de su propio corazón. No sintió dolor alguno, sólo una punzada nimia, y más tarde el mundo a su alrededor desvaneciéndose antes de caer al suelo, justo en el momento que el Bifrost se abría.
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