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Actualmente Elysium atraviesa un maravilloso verano, predominando los días soleados, aunque también de vez en cuando es posible toparse con días donde las lluvias no paran de caer sobre la isla. Las temperaturas varían bastante, yendo de los 33° como máximo hasta los 18° como mínimo. Esta temporada es ideal para paseos en la playa, fiestas al aire libre, todo tipo de actividades recreativas en las que puedas disfrutar de un hermoso sol y cielo despejado en su mayoría.
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[FB] The Past, the Present and the Imminent Future [Priv. Corvo]
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por Sylvara Mar Sep 11, 2018 7:17 am
La matrona encargada del cuidado de la señora del castillo hacía su camino escaleras arriba, llevando una pesada bandeja con varios alimentos y maldiciendo cada vez que ascendía por los escalones de piedra. Cuando por fin pudo llegar al segundo nivel, la mujer regordeta aprovechó unos segundos para recuperar el aliento, aunque el peso de la bandeja le impedía reponerse del todo. Una delgada gota de sudor descendió por su sien producto de la cálida temperatura del pasillo que llevaba a la sección de habitaciones principales. Aquella fortificación había sido erigida sobre un manantial subterráneo de aguas termales, y el ingenioso arquitecto creador de la obra había logrado aprovechar dicha particularidad terrenal para mantener el calor dentro del castillo aún durante los peores inviernos.
Pero ahora mismo esa calidez no era algo que su corpulencia apreciara. La mujer respiró profundo y recorrió el último tramo de su recorrido, llegando a la puerta de la habitación principal. Con la experiencia que sólo los años podían brindar, mantuvo el balance de la bandeja de alimentos sobre su mano izquierda mientras que con su diestra tocó la puerta y se abrió camino al interior de la recamara. La habitación era amplia y de ventanas estratégicamente colocadas para permitir una buena entrada de luz natural y, al mismo tiempo, aplacar la fuerza de los vientos fríos de forma que sólo pasara unas cuantas y sólo pasara unas cuantas y débiles corrientes de aire.
—Mi Señora, no debería estar de pie. No todavía. Son 30 días de reposo como mínimo y apenas han pasado 10.— Reprochó la mujer, aunque su tono carecía de malicia. La señora a la que se refería, que en realidad era una mujer de cabellos rojos más joven que la matrona, se encontraba de pie cerca de una cuna de madera. —Estoy bien. Estaba cansada de estar acostada y me resultó más fácil dormirlo si lo paseaba por la habitación.— Explicó, refiriéndose a la pequeña criatura que yacía dormida, acurrucado entre sus tiernas sábanas. De vez en cuando los labios del bebé se movían en un reflejo involuntario de succión, provocando que una ligera sonrisa se dibujara en el rostro de la madre y por lo mismo extendiera su mano para acariciar con un dedo la sonrosada mejilla del infante.
—Sí, pero igual necesita recuperar fuerzas. Porque las que tiene ahora las tiene que compartir con ese hermoso angelito. Vamos, vamos. Le he traído su desayuno. Alimentos muy buenos para que produzca mucha leche y también tenga energías.— Habiendo escuchado eso último, tuvo unas ganas enormes de suspirar y bostezar, realizando solamente lo primero y sintiendo como las escasas fuerzas que tenía se escapaban con el aire que salía de sus pulmones. Como en un acto ensayado, la pelirroja tomó asiento en una butaca con espaldar cercana a la cuna y la matrona colocaba la bandeja de alimentos en una mesita que luego pudo empujar para que estuviera al alcance de la nueva madre.
Lo primero que capturó su interés fue una taza con chocolate caliente. Pasando por encima de los panecillos, queso y carne seca, su mano fue directamente a la taza para tomarla y acercarla a sus labios, tomándose unos segundos para percibir que la temperatura de la bebida sería soportable para su paladar. Una vez comprobó que lo sería, tomó un sorbo cuidadoso, evitando que alguna traviesa gota salpicara en su bata blanca. La temperatura y el sabor de la bebida era justo lo que necesitaba, logrando emitir un simpático resoplido de complacencia. La matrona sonrió, satisfecha con aquel silente cumplido y pasando a su siguiente labor, la cual era estilizar un poco el cabello de la joven.
En un cómodo silencio, donde la pelirroja se dedicó a picar y a observar la respiración pesada del infante, la mayor deshizo la trenza para peinar la cabellera ajena. Con maternal suavidad pasó el cepillo por el sedoso cabello rojo, aplacando las hebras desajustadas y luchando inútilmente en enderezar las puntas rizadas, pero eso último era una lucha perdida. Cuando consideró que habían sido suficientes cepilladas, la mujer comenzó a tejer una nueva trenza. Elegante, aunque carecía de un agarre firme, lo que significaba que en cualquier momento podría despeinarse otra vez, pero eso no importaba mucho.
La tranquila escena se vio interrumpida por tres toques en la puerta que fueron suficientes para traer un poco la conciencia del niño del mundo de los sueños. El infante interpretó una graciosa escena de malestar, produciendo unos cortos quejidos mientras removía su pequeño cuerpo, pero sin siquiera abrir los ojos o soltar una lágrima. Dejando la taza a un lado, la madre del niño se dispuso a calmarlo con suaves caricias que lograron su cometido en tiempo record; por su parte, la otra mujer abrió la puerta para permitirle el paso a una de las doncellas del castillo. —Mi Señora, tiene… tiene una visita.— Anunció la mensajera con inseguridad.
—¿Visita? Pero ella no puede recibir a nadie todavía. Si recientemente dio a luz y… y el Señor no está. No—
La pelirroja tuvo que hacer acopio de todo su autocontrol para no comunicar su frustración. Era una mujer adulta según las leyes de los mortales, se había probado en batalla y ahora, por el simple hecho de estar casada y de haber dado a luz, era tratada con una delicadeza que rayaba en lo denigrante. —Aunque en algo tienen razón, ya no eres quien solías ser.— Ella misma se recordaba, y la ayudaba a mantener la calma cuando vivir como mortal se le hacía tedioso. Sin embargo, aunque no supiera el nombre o la apariencia de su visitante, ella sabía de quién se trataba. Una conexión a su pasado.
—Por favor, que pase. Que se sacuda el frío antes de entrar a mis aposentos, ofrézcanle el mejor hidromiel que tengamos… Aunque seguramente se negara. Si lo hace, traigan la jarra. Beberá cuando esté conmigo.— Y luego agregó cuando se ganó una mirada de sorpresa de ambas mujeres. —Cuando esté aquí, no que beberemos juntos… sé que no debo. Por los dioses, tranquilas. Es un… viejo conocido mío. Ya me preguntaba cuándo vendría a conocer al niño.—
La doncella asintió y partió presurosa a cumplir con sus órdenes, mientras que la matrona fruncía los labios en señal de reproche. —Todo estará bien. Es un viejo amigo. Ahora, ayúdame a escoger y vestirme con algo más apropiado.—
Pero ahora mismo esa calidez no era algo que su corpulencia apreciara. La mujer respiró profundo y recorrió el último tramo de su recorrido, llegando a la puerta de la habitación principal. Con la experiencia que sólo los años podían brindar, mantuvo el balance de la bandeja de alimentos sobre su mano izquierda mientras que con su diestra tocó la puerta y se abrió camino al interior de la recamara. La habitación era amplia y de ventanas estratégicamente colocadas para permitir una buena entrada de luz natural y, al mismo tiempo, aplacar la fuerza de los vientos fríos de forma que sólo pasara unas cuantas y sólo pasara unas cuantas y débiles corrientes de aire.
—Mi Señora, no debería estar de pie. No todavía. Son 30 días de reposo como mínimo y apenas han pasado 10.— Reprochó la mujer, aunque su tono carecía de malicia. La señora a la que se refería, que en realidad era una mujer de cabellos rojos más joven que la matrona, se encontraba de pie cerca de una cuna de madera. —Estoy bien. Estaba cansada de estar acostada y me resultó más fácil dormirlo si lo paseaba por la habitación.— Explicó, refiriéndose a la pequeña criatura que yacía dormida, acurrucado entre sus tiernas sábanas. De vez en cuando los labios del bebé se movían en un reflejo involuntario de succión, provocando que una ligera sonrisa se dibujara en el rostro de la madre y por lo mismo extendiera su mano para acariciar con un dedo la sonrosada mejilla del infante.
—Sí, pero igual necesita recuperar fuerzas. Porque las que tiene ahora las tiene que compartir con ese hermoso angelito. Vamos, vamos. Le he traído su desayuno. Alimentos muy buenos para que produzca mucha leche y también tenga energías.— Habiendo escuchado eso último, tuvo unas ganas enormes de suspirar y bostezar, realizando solamente lo primero y sintiendo como las escasas fuerzas que tenía se escapaban con el aire que salía de sus pulmones. Como en un acto ensayado, la pelirroja tomó asiento en una butaca con espaldar cercana a la cuna y la matrona colocaba la bandeja de alimentos en una mesita que luego pudo empujar para que estuviera al alcance de la nueva madre.
Lo primero que capturó su interés fue una taza con chocolate caliente. Pasando por encima de los panecillos, queso y carne seca, su mano fue directamente a la taza para tomarla y acercarla a sus labios, tomándose unos segundos para percibir que la temperatura de la bebida sería soportable para su paladar. Una vez comprobó que lo sería, tomó un sorbo cuidadoso, evitando que alguna traviesa gota salpicara en su bata blanca. La temperatura y el sabor de la bebida era justo lo que necesitaba, logrando emitir un simpático resoplido de complacencia. La matrona sonrió, satisfecha con aquel silente cumplido y pasando a su siguiente labor, la cual era estilizar un poco el cabello de la joven.
En un cómodo silencio, donde la pelirroja se dedicó a picar y a observar la respiración pesada del infante, la mayor deshizo la trenza para peinar la cabellera ajena. Con maternal suavidad pasó el cepillo por el sedoso cabello rojo, aplacando las hebras desajustadas y luchando inútilmente en enderezar las puntas rizadas, pero eso último era una lucha perdida. Cuando consideró que habían sido suficientes cepilladas, la mujer comenzó a tejer una nueva trenza. Elegante, aunque carecía de un agarre firme, lo que significaba que en cualquier momento podría despeinarse otra vez, pero eso no importaba mucho.
La tranquila escena se vio interrumpida por tres toques en la puerta que fueron suficientes para traer un poco la conciencia del niño del mundo de los sueños. El infante interpretó una graciosa escena de malestar, produciendo unos cortos quejidos mientras removía su pequeño cuerpo, pero sin siquiera abrir los ojos o soltar una lágrima. Dejando la taza a un lado, la madre del niño se dispuso a calmarlo con suaves caricias que lograron su cometido en tiempo record; por su parte, la otra mujer abrió la puerta para permitirle el paso a una de las doncellas del castillo. —Mi Señora, tiene… tiene una visita.— Anunció la mensajera con inseguridad.
—¿Visita? Pero ella no puede recibir a nadie todavía. Si recientemente dio a luz y… y el Señor no está. No—
La pelirroja tuvo que hacer acopio de todo su autocontrol para no comunicar su frustración. Era una mujer adulta según las leyes de los mortales, se había probado en batalla y ahora, por el simple hecho de estar casada y de haber dado a luz, era tratada con una delicadeza que rayaba en lo denigrante. —Aunque en algo tienen razón, ya no eres quien solías ser.— Ella misma se recordaba, y la ayudaba a mantener la calma cuando vivir como mortal se le hacía tedioso. Sin embargo, aunque no supiera el nombre o la apariencia de su visitante, ella sabía de quién se trataba. Una conexión a su pasado.
—Por favor, que pase. Que se sacuda el frío antes de entrar a mis aposentos, ofrézcanle el mejor hidromiel que tengamos… Aunque seguramente se negara. Si lo hace, traigan la jarra. Beberá cuando esté conmigo.— Y luego agregó cuando se ganó una mirada de sorpresa de ambas mujeres. —Cuando esté aquí, no que beberemos juntos… sé que no debo. Por los dioses, tranquilas. Es un… viejo conocido mío. Ya me preguntaba cuándo vendría a conocer al niño.—
La doncella asintió y partió presurosa a cumplir con sus órdenes, mientras que la matrona fruncía los labios en señal de reproche. —Todo estará bien. Es un viejo amigo. Ahora, ayúdame a escoger y vestirme con algo más apropiado.—
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Sylvara
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por Corvo Jue Sep 13, 2018 6:46 am
El invierno crudo parecía revitalizar sus huesos, llegar hasta el poderoso bastión era sin lugar a dudas, una proeza para los incautos, las tierras heladas solían ser engañosas para todo aquel que no conociera el implacable clima, mas él era diferente, había nacido cerca de esa tierra abrumadora y hermosa, con el fresco olor de la madera, el humo y el cuero, parecía estar en casa… estaba en casa…
Inhaló el viento helado que llegó hasta sus pulmones, y exhaló el vapor grueso, estaba cubierto de pies a cabeza con ropa ideal para el clima, y en su espalda llevaba una bolsa de cuero en la que llevase algo especial, un regalo, el capricho de un hombre que anhelaba ver a quien alguna vez fue su cachorro. Él las educó para la guerra y la caza, él las vio morir, dar su vida para él, y el nudo se hizo en su esternón.
Espoleó su caballo más allá de las colinas en donde lo divisó, el castillo que se alzaba tan noble con sus altas torres grises, la vieja memoria de los años en que el honor y la lealtad lo eran todo. El tiempo no había cambiado sus paredes, y le causó nostalgia, podía sentir la antigüedad dándole la bienvenida, como si perteneciera a ese lugar, y claro que lo hacía, después de todo, él era un hijo del invierno, y éste siempre le daba la bienvenida a uno de los suyos, bendito fuera el padre Bor, que dejó caer sobre su cabeza, los copos de nieve prístina sobre su cabeza, como los besos de la madre.
Había pasado tanto tiempo desde la última vez que había tenido la bondad de ver a uno de los suyos, que se preguntaba si en algún momento, dicho ser correría a sus brazos como en el antaño. Hace poco se había enterado por uno de sus caprichosos cuervos, de que ella, había dado vida, y que, ahora, era una loba dispuesta a defender a lo suyo. Admiraba la labor de una madre, dedicada y feroz, no podía quedarse con las simples ganas de darle sus bendiciones al nuevo hijo del invierno que había llegado al mundo entre la tormenta y el aullar de los lobos.
Su llegada fue solemne, bajó de su caballo mientras miraba los grandes ventanales, preguntándose si estaba observándolo en alguno de ellos, pero lo dudaba, el parto había sido reciente, y la madre siempre debía cuidarse.
―He venido a ver a tu señora, ―dijo a uno de los sirvientes.
Aun que dubitativos, no tuvo más opción que asentir y correr a dar aviso, no era común recibir visitas con ese clima tan espantoso.
―Y por favor, pido la bondad de agua y pastura para mi caballo.
El sentido de hospitalidad fue algo que no se perdió, y se sintió enteramente agradecido por ello.
El interior del castillo era cálido, observó los muros desnudos de piedra, pese al calor generado por autonomía de a construcción, las chimeneas estaban encendidas, y supuso, todo era para mantener la salud de la madre y el niño, no pudo evitar entonces una sonrisa amplia.
―La señora nos ha pedido traerle hidromiel, y que se deshaga del frio antes de verla, ―comentó una joven doncella.
El hombre se quitó entonces la capa, cubierta de escarcha, se sacudió un poco y soltó una sonrisa ancha que ruborizó a la moza.
―Ah, preferiría verla primero ¿Puedo? ―su sonrisa ladina y encantadora dejó muda a la joven doncella que, con todos los colores de rojo en la cara, simplemente asintió.
Subieron los escalones a un paso lento, no tenía prisas, si había esperado años para volver a verla, aun que la ansiedad de su pecho no amainaba conforme se sabía más cerca. Se detuvieron frente a una ancha puerta de roble, y llamaron un par de veces antes de que se abriera para dar paso al interior de una cámara cálida. Su cabello ardía como la llama, y al parecer el parto pese a ser pesado, le dio una nueva lozanía.
―Un viejo lobo ha venido para ofrecer sus bendiciones… pequeña loba…
Tragó grueso y la miró, casi con devoción, con el cariño de un padre que se reencuentra con el hijo que no había visto en toda una vida.
Inhaló el viento helado que llegó hasta sus pulmones, y exhaló el vapor grueso, estaba cubierto de pies a cabeza con ropa ideal para el clima, y en su espalda llevaba una bolsa de cuero en la que llevase algo especial, un regalo, el capricho de un hombre que anhelaba ver a quien alguna vez fue su cachorro. Él las educó para la guerra y la caza, él las vio morir, dar su vida para él, y el nudo se hizo en su esternón.
Espoleó su caballo más allá de las colinas en donde lo divisó, el castillo que se alzaba tan noble con sus altas torres grises, la vieja memoria de los años en que el honor y la lealtad lo eran todo. El tiempo no había cambiado sus paredes, y le causó nostalgia, podía sentir la antigüedad dándole la bienvenida, como si perteneciera a ese lugar, y claro que lo hacía, después de todo, él era un hijo del invierno, y éste siempre le daba la bienvenida a uno de los suyos, bendito fuera el padre Bor, que dejó caer sobre su cabeza, los copos de nieve prístina sobre su cabeza, como los besos de la madre.
Había pasado tanto tiempo desde la última vez que había tenido la bondad de ver a uno de los suyos, que se preguntaba si en algún momento, dicho ser correría a sus brazos como en el antaño. Hace poco se había enterado por uno de sus caprichosos cuervos, de que ella, había dado vida, y que, ahora, era una loba dispuesta a defender a lo suyo. Admiraba la labor de una madre, dedicada y feroz, no podía quedarse con las simples ganas de darle sus bendiciones al nuevo hijo del invierno que había llegado al mundo entre la tormenta y el aullar de los lobos.
Su llegada fue solemne, bajó de su caballo mientras miraba los grandes ventanales, preguntándose si estaba observándolo en alguno de ellos, pero lo dudaba, el parto había sido reciente, y la madre siempre debía cuidarse.
―He venido a ver a tu señora, ―dijo a uno de los sirvientes.
Aun que dubitativos, no tuvo más opción que asentir y correr a dar aviso, no era común recibir visitas con ese clima tan espantoso.
―Y por favor, pido la bondad de agua y pastura para mi caballo.
El sentido de hospitalidad fue algo que no se perdió, y se sintió enteramente agradecido por ello.
El interior del castillo era cálido, observó los muros desnudos de piedra, pese al calor generado por autonomía de a construcción, las chimeneas estaban encendidas, y supuso, todo era para mantener la salud de la madre y el niño, no pudo evitar entonces una sonrisa amplia.
―La señora nos ha pedido traerle hidromiel, y que se deshaga del frio antes de verla, ―comentó una joven doncella.
El hombre se quitó entonces la capa, cubierta de escarcha, se sacudió un poco y soltó una sonrisa ancha que ruborizó a la moza.
―Ah, preferiría verla primero ¿Puedo? ―su sonrisa ladina y encantadora dejó muda a la joven doncella que, con todos los colores de rojo en la cara, simplemente asintió.
Subieron los escalones a un paso lento, no tenía prisas, si había esperado años para volver a verla, aun que la ansiedad de su pecho no amainaba conforme se sabía más cerca. Se detuvieron frente a una ancha puerta de roble, y llamaron un par de veces antes de que se abriera para dar paso al interior de una cámara cálida. Su cabello ardía como la llama, y al parecer el parto pese a ser pesado, le dio una nueva lozanía.
―Un viejo lobo ha venido para ofrecer sus bendiciones… pequeña loba…
Tragó grueso y la miró, casi con devoción, con el cariño de un padre que se reencuentra con el hijo que no había visto en toda una vida.
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Corvo
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