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Actualmente Elysium atraviesa un maravilloso verano, predominando los días soleados, aunque también de vez en cuando es posible toparse con días donde las lluvias no paran de caer sobre la isla. Las temperaturas varían bastante, yendo de los 33° como máximo hasta los 18° como mínimo. Esta temporada es ideal para paseos en la playa, fiestas al aire libre, todo tipo de actividades recreativas en las que puedas disfrutar de un hermoso sol y cielo despejado en su mayoría.
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Fury — Priv. Corvo
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por Invitado Vie Sep 07, 2018 8:51 pm
El Hades no era lo mismo sin ella. Incluso las almas en pena sentían cómo la furia de su Rey hacía temblar hasta los recónditos rincones del lugar. Incluso los Campos Elíseos parecían sufrir con él, sentía que nadie se merecía la paz, que el mundo debía arder y especialmente Ares debía morir a toda costa. No importaban sus motivos, ¿porqué justo con ella, ahora? La sangre de Aegeus ardía a borbotones sin poder contenerlo, cada paso que daba eran como millones de estos, saliendo de la comodidad de su reino haciendo presencia en el mundo de los mortales luego de mucho tiempo. Y aunque para él se haya sentido como minutos, para la humanidad fue casi una eternidad, para los mortales que le rodeaban.
El que siempre era el más calmado de todos los dioses, el más imparcial, ahora no quería nada más que ver sangre correr por el suelo y cabezas rodar. Quería recuperar a su esposa sin importar lo que costara.
Era capaz de dar su vida a cambio de esta, ¿tanto quería saber dónde estaba la isla? Era capaz de hacerlo si ese era su cometido inicial, no le importaba que el mismísimo universo se despedazara con tal de tener a su lado nuevamente a Perséfone. Aquella hermosa mujer, que luego de tanto tiempo logró convencer de que su cariño era verdadero, y si bien nunca se lo pudo demostrar como era debido, sabía que ella comprendería, lo aceptaría tal y como era; un amor sincero.
Pero sabía que no podía hacerlo solo, incluso siendo uno de los pocos dioses que aún mantenía su poder intacto, las cosas no eran como antes. Ahora habían otros de acuerdo con los modos de aquel dios de la guerra, y si bien orgulloso... Hades tendría que recurrir a lo mismo. Tácticas cobardes para él, depender de otros no era una de sus costumbres preferidas, pero si quería recuperar al amor de su vida, la única razón por la cual no permitiría que todo el mundo se viniera abajo en pedazos, tendría que recurrir a otras deidades. Deidades con las cuales participó antaño cuando casi todo el mundo cayó en las tinieblas de Tumultus, y el último bastión de esperanza, la utopía conocida ahora como Elysium nació.
Y se dirigió a las montañas más altas, las más frías, las cuales cobraron muchas vidas humanas. Allí en la soledad de las alturas, por primera vez en mucho tiempo Hades apoyó una rodilla en el suelo, levantando la vista a los cielos, hacia las nubes. Y con voz de mando, alzó su tono y llamó por él. — Wotan, Allföðr! ¡Yo, Hades... el Rey y soberano del Inframundo pido tu presencia, ahora! — no era la mejor de las maneras para pedir la ayuda de un dios, pero desde lo sucedido que no se hablaban. —Necesito tu ayuda... —musitó, bajando la mirada. Nunca había tenido la necesidad de interactuar con él nuevamente tras lo ocurrido...
Hasta ahora.
El que siempre era el más calmado de todos los dioses, el más imparcial, ahora no quería nada más que ver sangre correr por el suelo y cabezas rodar. Quería recuperar a su esposa sin importar lo que costara.
Era capaz de dar su vida a cambio de esta, ¿tanto quería saber dónde estaba la isla? Era capaz de hacerlo si ese era su cometido inicial, no le importaba que el mismísimo universo se despedazara con tal de tener a su lado nuevamente a Perséfone. Aquella hermosa mujer, que luego de tanto tiempo logró convencer de que su cariño era verdadero, y si bien nunca se lo pudo demostrar como era debido, sabía que ella comprendería, lo aceptaría tal y como era; un amor sincero.
Pero sabía que no podía hacerlo solo, incluso siendo uno de los pocos dioses que aún mantenía su poder intacto, las cosas no eran como antes. Ahora habían otros de acuerdo con los modos de aquel dios de la guerra, y si bien orgulloso... Hades tendría que recurrir a lo mismo. Tácticas cobardes para él, depender de otros no era una de sus costumbres preferidas, pero si quería recuperar al amor de su vida, la única razón por la cual no permitiría que todo el mundo se viniera abajo en pedazos, tendría que recurrir a otras deidades. Deidades con las cuales participó antaño cuando casi todo el mundo cayó en las tinieblas de Tumultus, y el último bastión de esperanza, la utopía conocida ahora como Elysium nació.
Y se dirigió a las montañas más altas, las más frías, las cuales cobraron muchas vidas humanas. Allí en la soledad de las alturas, por primera vez en mucho tiempo Hades apoyó una rodilla en el suelo, levantando la vista a los cielos, hacia las nubes. Y con voz de mando, alzó su tono y llamó por él. — Wotan, Allföðr! ¡Yo, Hades... el Rey y soberano del Inframundo pido tu presencia, ahora! — no era la mejor de las maneras para pedir la ayuda de un dios, pero desde lo sucedido que no se hablaban. —Necesito tu ayuda... —musitó, bajando la mirada. Nunca había tenido la necesidad de interactuar con él nuevamente tras lo ocurrido...
Hasta ahora.
Invitado
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por Corvo Sáb Sep 08, 2018 4:46 am
Nadie entendía mejor la perdida que Odin…
Y hubo un llamado, amargo, era uno que reconocería con facilidad, porque alguna vez él había hecho lo mismo, sobre la misma montaña, con ese tono de decepción y vergüenza que le revolvía las entrañas.
Los dioses del olimpo siempre le parecieron arrogantes, pequeñas mentes ambiciosas y caprichosas que indiscriminadamente violaban el libre albedrio de los mortales, que siempre habían sido su mayor juguete de diversión, tan perversos los creía que procuró nunca relacionarse con uno de ellos, mas de los doce, fue aquel rey oscuro el que más llamaba su atención. Fue el rey sin corona, orillado por su hermano menor a tomar un reino miserable donde deambulaba la muerte, en lo profundo de la tierra, donde todo mortal temía llegar, y muy pocos eran los que se atrevieron a rendirle culto.
Y ahora el orgulloso y alto señor de los muertos se presentaba, ahogado en una pena que el reconocía mejor que cualquiera. Un Odin más joven habría hecho caso omiso de sus palabras, e incluso habría hecho resonar una risa tempestuosa de una burla amarga, aun así, no lo hizo.
Apretó los puños y de mala gana dejó su tarro de cerveza sobre la barra, los hombres entrados en el calor de la bebida lo incitaron a quedarse, aludiendo a la llegada de bellas cortesanas que les alegarían la noche, Corvo, se negó, para empezar porque su corazón ya estaba ocupado por una salvaje amazona, y luego, porque el llamado de su deber era un eco que no lo dejaría ni a sol ni a sombra. Afuera el clima estaba templado, la noche caía mansa sobre la tierra, así no pareciera que la tierra estaba sufriendo a manos de sus tiranos.
Se cubrió con su grueso abrigo, luego silbó para llamar a sus cuervos, los que lo ayudarían a transportarse hasta donde la penitente voz lo convocaba, sus compañeros lobos no irían con él esta vez, las criaturas estaban cansadas y necesitaban reparar energías, pues lo podía sentir en su carne, habría algo que agitaría la tierra, y temía que aquello sería la apertura de una probable guerra encarnizada, de la que solo un bando saldría victorioso.
El viento aullaba con palpable tristeza, el verano había perdido a su señora, la vida en la tierra, o la poca que quedaba, moría lentamente, entonces Odin presintió lo peor…
Se materializó sin ceremonias, ni parafernalias, fue una llegada simple, envuelto en plumas de cuervo que se desvanecieron en el suelo, cubierto de pies a cabeza con su túnica negra, y su único ojo sano brillando con una luz ambarina inconfundible. Reconoció al hombre roto frente a él, ido de toda emoción, conteniendo su ira en el cuerpo, tan amarga imagen era el fiel retrato de su pasado… la vida era una perra a veces.
―Desesperado debes estar para llamarme tan de repente, ―no había pequeñas charlas, Odin atacó de forma frontal al problema―, dime entonces señor de los muertos ¿a quién debemos matar para devolverle la paz a tu alma inmortal?
Porque Hades no se conformaría con simple palabrerías, y si había sido capaz de acudir a él, antes que al paciente Ra, o a la bella Isis, significaba que cualquier cosa que él necesitara, cobraría un alto precio de sangre.
Y hubo un llamado, amargo, era uno que reconocería con facilidad, porque alguna vez él había hecho lo mismo, sobre la misma montaña, con ese tono de decepción y vergüenza que le revolvía las entrañas.
Los dioses del olimpo siempre le parecieron arrogantes, pequeñas mentes ambiciosas y caprichosas que indiscriminadamente violaban el libre albedrio de los mortales, que siempre habían sido su mayor juguete de diversión, tan perversos los creía que procuró nunca relacionarse con uno de ellos, mas de los doce, fue aquel rey oscuro el que más llamaba su atención. Fue el rey sin corona, orillado por su hermano menor a tomar un reino miserable donde deambulaba la muerte, en lo profundo de la tierra, donde todo mortal temía llegar, y muy pocos eran los que se atrevieron a rendirle culto.
Y ahora el orgulloso y alto señor de los muertos se presentaba, ahogado en una pena que el reconocía mejor que cualquiera. Un Odin más joven habría hecho caso omiso de sus palabras, e incluso habría hecho resonar una risa tempestuosa de una burla amarga, aun así, no lo hizo.
Apretó los puños y de mala gana dejó su tarro de cerveza sobre la barra, los hombres entrados en el calor de la bebida lo incitaron a quedarse, aludiendo a la llegada de bellas cortesanas que les alegarían la noche, Corvo, se negó, para empezar porque su corazón ya estaba ocupado por una salvaje amazona, y luego, porque el llamado de su deber era un eco que no lo dejaría ni a sol ni a sombra. Afuera el clima estaba templado, la noche caía mansa sobre la tierra, así no pareciera que la tierra estaba sufriendo a manos de sus tiranos.
Se cubrió con su grueso abrigo, luego silbó para llamar a sus cuervos, los que lo ayudarían a transportarse hasta donde la penitente voz lo convocaba, sus compañeros lobos no irían con él esta vez, las criaturas estaban cansadas y necesitaban reparar energías, pues lo podía sentir en su carne, habría algo que agitaría la tierra, y temía que aquello sería la apertura de una probable guerra encarnizada, de la que solo un bando saldría victorioso.
El viento aullaba con palpable tristeza, el verano había perdido a su señora, la vida en la tierra, o la poca que quedaba, moría lentamente, entonces Odin presintió lo peor…
Se materializó sin ceremonias, ni parafernalias, fue una llegada simple, envuelto en plumas de cuervo que se desvanecieron en el suelo, cubierto de pies a cabeza con su túnica negra, y su único ojo sano brillando con una luz ambarina inconfundible. Reconoció al hombre roto frente a él, ido de toda emoción, conteniendo su ira en el cuerpo, tan amarga imagen era el fiel retrato de su pasado… la vida era una perra a veces.
―Desesperado debes estar para llamarme tan de repente, ―no había pequeñas charlas, Odin atacó de forma frontal al problema―, dime entonces señor de los muertos ¿a quién debemos matar para devolverle la paz a tu alma inmortal?
Porque Hades no se conformaría con simple palabrerías, y si había sido capaz de acudir a él, antes que al paciente Ra, o a la bella Isis, significaba que cualquier cosa que él necesitara, cobraría un alto precio de sangre.
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Corvo
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por Invitado Lun Sep 10, 2018 9:51 pm
La presencia del dios nórdico no era un halago para él, era más bien el recuerdo constante y molesto de que estaba en esa situación. Ares había sido capaz de secuestrar al único amor de toda su vida, el que había despertado en él sentimientos más allá de la simple comprensión de un dios olímpico. Se sentía frustrado, porque de todos solo podía recurrir al que más había perdido. Al que sabría comprender su deseo, esa ira que difícilmente podía contener en ese cuerpo suyo tan débil, tan mortal. —Te pido tu ayuda, no tu condescendencia... —musitó. Elevó su mirada hacia el rostro ajeno, aún de rodillas en el suelo. Separó su rodilla de este y empezó a erguir su cuerpo hasta que sus alturas estuvieron más o menos a la par. Aquel hombre de imponente presencia, poseedor de media mirada pero de gran sabiduría, probablemente del mismo calibre que el mismísimo Hades.
Con una expresión cansada, Aegeus volvió a hablar en un tono extrañamente sereno. Pero para alguien como Odín, podría notar en el gentil temblor de su voz, en lo rasposa de sus palabras que estaba aguantando su enojo, sus ganas simplemente de gritar a los cuatro vientos y permitir que el Inframundo consumiera lentamente todo a su paso sin interés alguno más que el de recuperar a su amada Perséfone. Injusta era la vida para alguien como él, quien sufrió tantos cambios repentinos tan pronto y ahora el Dios y amante de la guerra aprovechaba estos momentos de debilidad para hacer de sus planes una muy probable realidad.
—No necesito de tu consejo, ni de tu apoyo moral, necesito de tu cuerpo —expresó con total seriedad—. Necesito de tus armas, de tu fuerza... Necesito recuperarla. —explicó. No necesitaba dar detalles, entre dioses no habían secretos más allá de los que circulaban en sus mentes. Y aún con todo, cada ser podía sentir lo que se avecinaba, y en su caso... podría sentir como una llamarada intensa reemplazaba el espacio que tomaría su corazón. —No quiero charlas ni tratos, quiero que su sangre corra por el suelo, que tiña cada recoveco de este mundo por su falta de respeto... Quiero que sufra en el Tártaro por toda la eternidad. —cada palabra que decía estaban llenas de furia, capaz de destruir al mundo entero en un abrir y cerrar de ojos si no fuera por ese extraño, envidiable autocontrol que llegaba a mantener incluso tras todo lo ocurrido.
—Quiero que pague por esto. —quien viera aquel rostro moriría simplemente del terror que este infundía. Lo que antaño fue un corazón gélido, ahora ardía en la llama de una pasión desenfrenada. En ese fervoroso deseo de tener en sus brazos nuevamente a Perséfone. Cada segundo que pasaba era un momento más que no la tenía a su lado, un segundo más en el que ella seguiría sufriendo el deseo incansable de Ares por destruirlo todo. —¡Que su cabeza ruede por haberme robado a la única razón por la que permito este mundo siga en pie! —vociferó, haciendo ego en lontananza, como el tronar de mil trompetas. Allí en la cima del pico más alto del mundo, en la mutua soledad, Hades declaró su deseo de batalla contra aquel que le había arrebatado todo.
Con una expresión cansada, Aegeus volvió a hablar en un tono extrañamente sereno. Pero para alguien como Odín, podría notar en el gentil temblor de su voz, en lo rasposa de sus palabras que estaba aguantando su enojo, sus ganas simplemente de gritar a los cuatro vientos y permitir que el Inframundo consumiera lentamente todo a su paso sin interés alguno más que el de recuperar a su amada Perséfone. Injusta era la vida para alguien como él, quien sufrió tantos cambios repentinos tan pronto y ahora el Dios y amante de la guerra aprovechaba estos momentos de debilidad para hacer de sus planes una muy probable realidad.
—No necesito de tu consejo, ni de tu apoyo moral, necesito de tu cuerpo —expresó con total seriedad—. Necesito de tus armas, de tu fuerza... Necesito recuperarla. —explicó. No necesitaba dar detalles, entre dioses no habían secretos más allá de los que circulaban en sus mentes. Y aún con todo, cada ser podía sentir lo que se avecinaba, y en su caso... podría sentir como una llamarada intensa reemplazaba el espacio que tomaría su corazón. —No quiero charlas ni tratos, quiero que su sangre corra por el suelo, que tiña cada recoveco de este mundo por su falta de respeto... Quiero que sufra en el Tártaro por toda la eternidad. —cada palabra que decía estaban llenas de furia, capaz de destruir al mundo entero en un abrir y cerrar de ojos si no fuera por ese extraño, envidiable autocontrol que llegaba a mantener incluso tras todo lo ocurrido.
—Quiero que pague por esto. —quien viera aquel rostro moriría simplemente del terror que este infundía. Lo que antaño fue un corazón gélido, ahora ardía en la llama de una pasión desenfrenada. En ese fervoroso deseo de tener en sus brazos nuevamente a Perséfone. Cada segundo que pasaba era un momento más que no la tenía a su lado, un segundo más en el que ella seguiría sufriendo el deseo incansable de Ares por destruirlo todo. —¡Que su cabeza ruede por haberme robado a la única razón por la que permito este mundo siga en pie! —vociferó, haciendo ego en lontananza, como el tronar de mil trompetas. Allí en la cima del pico más alto del mundo, en la mutua soledad, Hades declaró su deseo de batalla contra aquel que le había arrebatado todo.
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por Corvo Mar Sep 11, 2018 6:29 am
La furia de Hades era algo a lo que temer, Odin admiraba el temple inquebrantable de hombre pese a su perdida. Sin embargo, también fue complejo, pues él había tenido la bondad de ver a su esposa morir, encontrar su cuerpo frágil sobre el piso, desangrado, Hades sufría por la ausencia, la vileza de haber sido tomada cual objeto, y llevada a las garras mismas de la brutalidad.
No existían palabras conciliadoras, tranquilas o que parasen el tren de pensamientos que estaba por descarrilarse en el dios de los muertos; los griegos eran criaturas curiosas sin lugar a dudas, sus pasiones eran intensas, después de todo, se notaba el lazo de consanguineidad entre Hades y su hermano Zeus.
―Un ataque frontal, solo pondrá en peligro a tu mujer, ―dijo de una forma determinante sin detenerse a ser suave o tratar de convencerlo, los hechos y la historia demostraban aquello, una verdad bastante cruda, pero con la que se debía aprender a lidiar―, un asalto sorpresa… tomar por sorpresa a Ares teniendo probablemente a Loki entre sus huestes, lo dudo, esa serpiente no es engañada, y ellos ya esperan por nosotros, Ares puede ser la guerra brutal, un pequeño niño imbécil y arrogante, pero Loki no lo es.
Odin no se escandalizó ante la demanda de Hades, exigirle su vida prácticamente para devolver a su esposa, era algo bastante insulso de haber venido de otra persona, mas entre los dioses, había cierto respeto, principalmente por el momento tenso y estresante por el que Hades estaba pasando. Pero era el calor y la furia del momento lo que estaba hablando en nombre del griego, y Odin tenia gracias al padre, paciencia para pensar en algo.
―Hombre de pasiones, ―suspiró mientras comenzaba a maquinar en su cabeza, no le pediría calmarse, eso sencillamente alteraría más al dios, y ciertamente lo necesitaba vivo para el deber que los llamaba―, tienes mi espada a tu servicio Hades, pero dudo que los otros estén de acuerdo con eso.
Por parte de Heimdall no habría problema su hijo obedecía fielmente, y en todo caso, al ser su único heredero, dejaría en sus manos el poder de los nueve mundos, y por supuesto el simbólico trono de Asgard, Corvo era un soldado, y había aprendido a morir hace tiempo, y según la tradición vikinga, moriría en batalla con el mayor de los honores, mas el punto no era ese. Por primera vez sintió el insípido sabor de sus palabras.
―No digo que los consultemos si es lo que temes, eso solo nos llevaría demasiado tiempo, y es algo que no tenemos a nuestro alcance… después de todo, mi reunión con Isis solo me ha llevado a la conclusión de que la mayoría aquí ignoramos lo que nuestros enemigos planean, si se han llevado a tu esposa, significa que están más preparados que antes.
Ya no corrían los tiempos en los que la búsqueda de Ares era una perdida de tiempo, el muy desgraciado había liberado también a Loki, su eterno rival, y el que muy probablemente estaba involucrado íntimamente en dicho acto vergonzoso.
―Si no tienes un plan de acción, entonces déjame preguntarte… piensa en algo que Ares desee más que encontrar nuestra ubicación, no todas nuestras guerras se ganan con sangre, algunas, lo hacen con regalos…
¿Qué podría ser más importante para Ares que destruir a los dioses de Elysium, y a Elysium en si misma? Odin había escuchado rumores, Ares buscaba algo, o mejor dicho alguien. El viejo lobo se quedó callado, no era hora para hacer un silencio dramático, pero necesitaba oír de Hades lo que los susurros habían llevado hasta él.
Una sola oración del dios de los muertos, podría darle a Odin lo que necesitaba para comenzar la búsqueda, y eventualmente el rescate de la diosa.
No existían palabras conciliadoras, tranquilas o que parasen el tren de pensamientos que estaba por descarrilarse en el dios de los muertos; los griegos eran criaturas curiosas sin lugar a dudas, sus pasiones eran intensas, después de todo, se notaba el lazo de consanguineidad entre Hades y su hermano Zeus.
―Un ataque frontal, solo pondrá en peligro a tu mujer, ―dijo de una forma determinante sin detenerse a ser suave o tratar de convencerlo, los hechos y la historia demostraban aquello, una verdad bastante cruda, pero con la que se debía aprender a lidiar―, un asalto sorpresa… tomar por sorpresa a Ares teniendo probablemente a Loki entre sus huestes, lo dudo, esa serpiente no es engañada, y ellos ya esperan por nosotros, Ares puede ser la guerra brutal, un pequeño niño imbécil y arrogante, pero Loki no lo es.
Odin no se escandalizó ante la demanda de Hades, exigirle su vida prácticamente para devolver a su esposa, era algo bastante insulso de haber venido de otra persona, mas entre los dioses, había cierto respeto, principalmente por el momento tenso y estresante por el que Hades estaba pasando. Pero era el calor y la furia del momento lo que estaba hablando en nombre del griego, y Odin tenia gracias al padre, paciencia para pensar en algo.
―Hombre de pasiones, ―suspiró mientras comenzaba a maquinar en su cabeza, no le pediría calmarse, eso sencillamente alteraría más al dios, y ciertamente lo necesitaba vivo para el deber que los llamaba―, tienes mi espada a tu servicio Hades, pero dudo que los otros estén de acuerdo con eso.
Por parte de Heimdall no habría problema su hijo obedecía fielmente, y en todo caso, al ser su único heredero, dejaría en sus manos el poder de los nueve mundos, y por supuesto el simbólico trono de Asgard, Corvo era un soldado, y había aprendido a morir hace tiempo, y según la tradición vikinga, moriría en batalla con el mayor de los honores, mas el punto no era ese. Por primera vez sintió el insípido sabor de sus palabras.
―No digo que los consultemos si es lo que temes, eso solo nos llevaría demasiado tiempo, y es algo que no tenemos a nuestro alcance… después de todo, mi reunión con Isis solo me ha llevado a la conclusión de que la mayoría aquí ignoramos lo que nuestros enemigos planean, si se han llevado a tu esposa, significa que están más preparados que antes.
Ya no corrían los tiempos en los que la búsqueda de Ares era una perdida de tiempo, el muy desgraciado había liberado también a Loki, su eterno rival, y el que muy probablemente estaba involucrado íntimamente en dicho acto vergonzoso.
―Si no tienes un plan de acción, entonces déjame preguntarte… piensa en algo que Ares desee más que encontrar nuestra ubicación, no todas nuestras guerras se ganan con sangre, algunas, lo hacen con regalos…
¿Qué podría ser más importante para Ares que destruir a los dioses de Elysium, y a Elysium en si misma? Odin había escuchado rumores, Ares buscaba algo, o mejor dicho alguien. El viejo lobo se quedó callado, no era hora para hacer un silencio dramático, pero necesitaba oír de Hades lo que los susurros habían llevado hasta él.
Una sola oración del dios de los muertos, podría darle a Odin lo que necesitaba para comenzar la búsqueda, y eventualmente el rescate de la diosa.
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por Aegeus Jue Sep 20, 2018 2:33 pm
En algo tenía razón Odín, aquel viejo guerrero tenía experiencia en situaciones como esa. En momentos donde era uno al que tenían agarrado de los huevos, y no al revés. Y eso era lo que ponía de peor humor al Rey del Inframundo, el simple hecho de que no pudiera hacer nada a los apuros, porque eso solamente pondría en peligro a Perséfone. Pero había algo de lo que se olvidaba el viejo Padre de todos los nórdicos y Rey de Asgard; Perséfone no era una pobre damisela en peligro. Claramente el deseo de Hades de rescatarla no era porque tuviera miedo de que le pasara algo malo, pero porque quería recuperarla, deseaba que estuviera a su lado nuevamente como siempre. Hubieron tantos cambios últimamente en su vida, el haber dejado de ser Vangelis para transformarse en aquel hombre que ella alguna vez temió nuevamente, las cosas eran complicadas entre ellos dos... y sin embargo el cariño seguía estando allí.
Aunque él no supiera demostrarlo actualmente como lo hizo hace un tiempo atrás, pero el sentimiento seguía estando sin lugar a dudas.
—No me importa lo que tenga que hacer para recuperar a Perséfone —expresó, advirtiendo que temor de morir no tenía en absoluto. —Aunque tenga que ir a los rincones más oscuros de la mismísima tierra con tal de hacerlo. —agregó. Se le notaba decidido, pero aún con la sangre a borbotones, un hombre que sin lugar a dudas más allá de lo calmo que pudiera parecer gran parte del tiempo, aquel desafortunado que evocara su ira tendría una mala experiencia. Ese hombre imparable que no se detendría hasta conseguir lo que quería; como lo hizo con ella cuando se casaron. Secuestrándola a base de engaños, y que a pesar del odio que sintió por él en un principio, supo cómo enamorarla.
—Mi problema no es si los demás no están de acuerdo con esto, lo tendrán que estar. —exigía. Tal vez sonando como un niño caprichoso, un adolescente el cual con sus hormonas se dejaba guiar por su frío corazón antes de que con su cabeza. Y estaba claro que eso es lo que estaba haciendo ahora mismo Aegeus. Estaba siendo guiado por esa pequeña chispa de amor que aún seguía estando en su ser. Y aunque él no pudiera darse cuenta de esto por el simple hecho de que no lo entendía, algo más allá de su comprensión lo estaba impulsando. Tal vez Vangelis no se había desvanecido por completo aún... algo en su interior le gritaba con desesperación que fuera por ella, que debían estar juntos. Y también esa conexión entre los dos, sentía su dolor... esa maldita miseria que le estaba haciendo pasar solamente por un capricho de querer poseer todo.
— "Si no tienes un plan de acción, entonces déjame preguntarte… piensa en algo que Ares desee más que encontrar nuestra ubicación, no todas nuestras guerras se ganan con sangre, algunas, lo hacen con regalos…" —dijo el viejo sabio. Por unos segundos, un gélido escalofrío recorrió la nuca del soberano rey, juez de almas. —Las Moiras han estado haciendo de las suyas en estos últimos tiempos, y si no te has ahogado en mujeres, brebajes y comida hasta cegarte... tú lo habrás sentido también. —decía él, mirando de soslayo al peligris. —Nadie me importa menos que ellas en estos momentos, porque no pueden ni quieren hacer nada al respecto; nunca lo harían... con la excusa de que el tiempo y el destino es algo que ellas saben y controlan, pero nunca modificarían. —agregó. Se le notaba con cierto rencor a esas mujeres, las cuales controlaban todo a su paso como si fueran titiriteras del destino, de este que ahora le había arrebatado cruelmente a su amada.
—Mi sobrino está impaciente. —aseguró. —Pero he sentido algo que hacía mucho tiempo no sentía, una presencia que se supone tendría que haber desaparecido hace mucho... —agregó. Dándose cuenta de esto, siquiera sin sonreír, volvió su mirar perdido en el horizonte, con aquel hombre a su lado. —Hay que pagar con la misma moneda con la que él me ha pagado —expresó, emitiendo un aletargado suspiro. —... Vayamos por Afrodita.
Sus palabras sonaron profundas, como una orden al mundo entero. Y aunque Odín fuera el único capaz de escucharlo ahora mismo, era suficiente como para saber que esta vez era una idea en cabeza fría. Estaba dispuesto a levantar las mismísimas montañas en las que estaban parados ahora mismo para encontrar a aquella mujer que antaño conquistó el corazón de su sobrino. Y no le cabía duda que ella podría ser una valiosa herramienta contra Ares, solo tendrían que encontrar una manera correcta de utilizarla.
Era hora de marchar.
Aunque él no supiera demostrarlo actualmente como lo hizo hace un tiempo atrás, pero el sentimiento seguía estando sin lugar a dudas.
—No me importa lo que tenga que hacer para recuperar a Perséfone —expresó, advirtiendo que temor de morir no tenía en absoluto. —Aunque tenga que ir a los rincones más oscuros de la mismísima tierra con tal de hacerlo. —agregó. Se le notaba decidido, pero aún con la sangre a borbotones, un hombre que sin lugar a dudas más allá de lo calmo que pudiera parecer gran parte del tiempo, aquel desafortunado que evocara su ira tendría una mala experiencia. Ese hombre imparable que no se detendría hasta conseguir lo que quería; como lo hizo con ella cuando se casaron. Secuestrándola a base de engaños, y que a pesar del odio que sintió por él en un principio, supo cómo enamorarla.
—Mi problema no es si los demás no están de acuerdo con esto, lo tendrán que estar. —exigía. Tal vez sonando como un niño caprichoso, un adolescente el cual con sus hormonas se dejaba guiar por su frío corazón antes de que con su cabeza. Y estaba claro que eso es lo que estaba haciendo ahora mismo Aegeus. Estaba siendo guiado por esa pequeña chispa de amor que aún seguía estando en su ser. Y aunque él no pudiera darse cuenta de esto por el simple hecho de que no lo entendía, algo más allá de su comprensión lo estaba impulsando. Tal vez Vangelis no se había desvanecido por completo aún... algo en su interior le gritaba con desesperación que fuera por ella, que debían estar juntos. Y también esa conexión entre los dos, sentía su dolor... esa maldita miseria que le estaba haciendo pasar solamente por un capricho de querer poseer todo.
— "Si no tienes un plan de acción, entonces déjame preguntarte… piensa en algo que Ares desee más que encontrar nuestra ubicación, no todas nuestras guerras se ganan con sangre, algunas, lo hacen con regalos…" —dijo el viejo sabio. Por unos segundos, un gélido escalofrío recorrió la nuca del soberano rey, juez de almas. —Las Moiras han estado haciendo de las suyas en estos últimos tiempos, y si no te has ahogado en mujeres, brebajes y comida hasta cegarte... tú lo habrás sentido también. —decía él, mirando de soslayo al peligris. —Nadie me importa menos que ellas en estos momentos, porque no pueden ni quieren hacer nada al respecto; nunca lo harían... con la excusa de que el tiempo y el destino es algo que ellas saben y controlan, pero nunca modificarían. —agregó. Se le notaba con cierto rencor a esas mujeres, las cuales controlaban todo a su paso como si fueran titiriteras del destino, de este que ahora le había arrebatado cruelmente a su amada.
—Mi sobrino está impaciente. —aseguró. —Pero he sentido algo que hacía mucho tiempo no sentía, una presencia que se supone tendría que haber desaparecido hace mucho... —agregó. Dándose cuenta de esto, siquiera sin sonreír, volvió su mirar perdido en el horizonte, con aquel hombre a su lado. —Hay que pagar con la misma moneda con la que él me ha pagado —expresó, emitiendo un aletargado suspiro. —... Vayamos por Afrodita.
Sus palabras sonaron profundas, como una orden al mundo entero. Y aunque Odín fuera el único capaz de escucharlo ahora mismo, era suficiente como para saber que esta vez era una idea en cabeza fría. Estaba dispuesto a levantar las mismísimas montañas en las que estaban parados ahora mismo para encontrar a aquella mujer que antaño conquistó el corazón de su sobrino. Y no le cabía duda que ella podría ser una valiosa herramienta contra Ares, solo tendrían que encontrar una manera correcta de utilizarla.
Era hora de marchar.
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